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Polémica

Haití: el precio de la libertad

Haití: el precio de la libertad

Agnese MARRA

Haití fue el primer país de América Latina que logró su independencia y abolió la esclavitud. Su osadía no se libró de castigo: a las presiones de su antigua metrópoli –Francia–, le siguió la agresión imperialista de Estados Unidos, que llegó a ocupar el país para luego abandonarlo en manos de una siniestra dinastía de tiranos que, hasta la fecha, han sometido al país al expolio y la barbarie. Hizo falta un terremoto –12 de enero de 2010– y 200.000 víctimas para que el mundo se acordara de Haití, cosa que de muy poco le sirvió a los haitianos.

Esta pequeña isla caribeña es una de las más pobres del planeta. Su población vive bajo la miseria, la violencia y el desamparo. Un país ocupado militarmente por Estados Unidos y con una ayuda humanitaria (ONU) que ha provocado tantas muertes como los dictadores que han pasado por su historia política. ¿Sólo hoy preocupa Haití?

Todos los periódicos digitales abren con la noticia: «Haití devastado». Un fuerte terremoto ha hundido todavía más al país caribeño y la comunidad internacional se muestra azorada. Los países se pelean por contar quién ha mandado antes la ayuda humanitaria. Mandatarios mundiales expresan su tristeza y su solidaridad con los haitianos. El cinismo vuelve a formar parte de la historia de este pequeña isla que sólo tiene cabida en los medios gracias a un terremoto o a un tsunami con nombre femenino.

Más allá de la terrible cifra de muertos que se lleve esta inclemencia climática. Más allá de las edificaciones derrumbadas (ya tenía pocas) y más allá de la previsible hambruna (todavía más) que provocará el seísmo. Es necesario mirar un poco atrás para entender por qué Haití es el país más pobre de América Latina. Por qué Haití está poblado de miseria y violencia que sólo nos viene a la memoria cuando nos encontramos delante de catástrofes inevitables. Ante las evitables preferimos quedarnos de brazos cruzados.

Esta isla ubicada frente a República Dominicana, tiene una superficie de 27.000 kilómetros cuadrados en la que viven alrededor de diez millones de personas. Sus récords de miseria se pueden encontrar cuando se echa un vistazo al Indicador de Desarrollo Humano, donde Haití se ubica en el número 150 (de 177) aliado de los más postergados países africanos.

El 80% de los haitianos viven en condiciones de extrema pobreza. La mortalidad infantil es de 80 por cada mil nacidos. La esperanza de vida ha bajado a los 49 años. El analfabetismo supera el 70% en las zonas rurales. Agua potable o electricidad son productos de lujo y la oscuridad es una situación habitual por las calles de la isla.

La economía es una crisis permanente. El 70% del presupuesto procede de las remesas de los inmigrantes que se reparten fundamentalmente entre Estados Unidos y su vecina República Dominicana y que ofrecen al país alrededor de 700 millones de dólares. El resto de los recursos llegan mayoritariamente de la ayuda internacional, cada año más escasa. El 98% de su bosque está desforestado. Sus tierras estériles, una buena metáfora del país, sólo ofrecen miseria. La superpoblación y su demanda de leña y madera, así como la explotación del carbón, han provocado la erosión del suelo y la tremenda escasez de agua potable. El 4% de su población, controla el 64% de su riqueza.

El fracaso estructural del país lo explica con precisión José Luis Rodríguez, brasileño y profesor de historia que trabaja en proyectos de cooperación en Haití. El historiador señala que este país vive al menos tres graves crisis estructurales: económica, ambiental y política. A pesar de ser un país con una mayoría de habitantes en el sector rural, ésta apenas posee tierras. Los incentivos o posibilidades de explotarlas con eficacia son escasos. Las políticas neoliberales de las últimas décadas han destruido la capacidad productiva nacional. Según el profesor, en 1970 Haití producía prácticamente el 90% de su demanda alimentaria y, actualmente, se importa cerca del 55% de todos los géneros alimentarios que se con sumen. El ambiente está devastado por el uso intensivo de tecnologías nocivas, el consumo masivo de carbón y la deforestación, señala Rodríguez en el blog Viva Paraguay.

Para entender la estructura política del país nuevamente hay que mirar al pasado para descubrir por qué Haití hoy es un país controlado por Estados Unidos, ocupado militarmente y uno de los focos de corrupción y narcotráfico más importantes de América Latina.

Los costes de la independencia

No todo ha sido miseria en Haití. Esta pequeña isla puede presumir de haber sido el primer país latinoamericano en proclamar su independencia de las colonias (de Francia en este caso) y el primer país del mundo en abolir la esclavitud. Fue en 1804 cuando los haitianos entusiasmados por las ideas libertarias de la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad) lucharon por su emancipación. Para los sometidos la revolución haitiana era un ejemplo, pero las oligarquías coloniales veían en Haití a su peor enemigo.

Muchos historiadores hablan hoy del alto coste que ha tenido que pagar esta pequeña isla por su enfrentamiento a la colonia. Con su independencia, Francia perdía cifras millonarias (en el siglo XVIII el 75% de la producción mundial de azúcar salía de este país). Pero la metrópoli no se marchó con las manos vacías, ya que exigió una elevada suma a modo de indemnización por haber perdido esa próspera colonia.

El pago de esa deuda dejó a Haití en una nueva situación de dependencia que empeoraba con un bloqueo total que le hicieron a la isla, también promovido por Francia.

En pocos años Haití volvía a ser un país dominado. El relevo lo tomó Estados Unidos en 1849 cuando comenzó a enviar a la isla barcos de guerra para presionar a las costas haitianas. Ante la negativa de los haitianos a firmar una Constitución dictada por Estados Unidos, los norteamericanos decidieron ejercer la política que mejor conocen: invadir militarmente al país caribeño. Allí se quedaron 20 años bajo un dominio absoluto y con decenas de masacres y una represión campesina continuada que se cobró la vida de más de 15.000 haitianos.

Estados Unidos con una permanente ocupación militar, fue quien se encargó de promover las dictaduras bajo el mando de Papa Doc Duvalier, y luego su hijo, Baby Doc Duvalier, que entre los años 1957 y 1986 aniquilaron a millares de personas en nombre de la llamada «lucha contra el comunismo».

La llegada de la democracia en 1991 tampoco aportó grandes cambios. Fue elegido presidente el sacerdote Jean Bertrand Aristide. El religioso se enmarcaba dentro de una ideología de «izquierdas» con programas políticos orientados a corregir las injusticias sociales que se acumulaban en el país. Sus primeras ideas no gustaron a las oligarquías haitianas y mucho menos a Estados Unidos. Aristide fue derrocado a los ocho meses y enviado al exilio. En la isla se reanudaron las persecuciones y la desarticulación de toda organización política. En 1994 regresaba Aristide (ayudado por los norte americanos) quien se perfilaba una vez más como el salvador.

Sin embargo en este mandato y en el posterior (2000) cuando ganó las elecciones ampliamente, sin ningún candidato opositor, su política fue bastante distinta. En esta etapa el sacerdote Aristide ya había olvidado las ideas por las que se dio a conocer. Sus ideales dieron un giro de 180 grados y se le acusó de enriquecerse indiscriminadamente gracias a sus negocios y concesiones como las que dio a las empresas telefónicas norteamericanas. La inestabilidad social y política era más fuerte que nunca y la bomba estalló en 2004 cuando Jean Bertrand Aristide, «abandonó el país» obligado por Estados Unidos.

En los dos años siguientes Haití volvió a estar bajo el mando de tropas internacionales. En 2006 se produjeron elecciones presidenciales para sustituir al presidente interino Boniface Alexandre. Su sucesor fue el actual presidente René Préval, en la línea de la segunda etapa de Aristide.

El papel de la ONU: un arma de doble filo

La creciente inestabilidad política ha sido la excusa perfecta para tener al país en manos ajenas. La Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH) es un ejército multinacional compuesto por 9.080 uniformados, 487 funcionarios internacionales, 1.211 funcionarios haitianos y 207 voluntarios de la ONU, con un presupuesto de 611,75 millones de dólares anuales.

La mayoría de los países que conforman la MINUSTAH son latinoamericanos. Participa Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay entre otros. Después está el omnipresente Estados Unidos, junto con países más curiosos como Nepal, Sri Lanka y Jordania.

Si embargo el «trabajo humanitario» de este ejército no se conoce en el país tanto por su ayuda como por su violencia. Los ejemplos se multiplican. Una de las fechas más señaladas fue el 22 de diciembre de 2006, cuando las fuerzas de MINUSTAH arrasaron contra la población haitiana por una manifestación que pedía el retorno de Aristide. Las fuerzas de la ONU acabaron con la vida de 30 personas incluyendo mujeres y niños.

En mayo de 2008, cuando el Congreso de Haití sancionó una ley de aumento del salario mínimo, de dos a cinco dólares diarios, la oligarquía del país presionó al presidente René Garcia Preval para no promulgar la ley ya aprobada por ambas cámaras legislativas, con amenazas de despedir a cerca de 25.000 trabajadores del sector manufacturero. Un grupo de estudiantes universitarios inició una serie de movilizaciones por el derecho de los trabajadores, que fue luego seguida por organizaciones sociales y la ciudadanía. La policía local intervino, con colaboración directa de la MINUSTAH, reprimiendo brutalmente las manifestaciones.

En el mismo año (2008) pero en el mes de junio, tras la muerte de un dirigente político local, centenares de personas acudieron a su entierro. «Inexplicablemente, militares de la MINUSTAH dispararon contra el cortejo, del que muchas personas salieron asesinadas y heridas», comenta el historiador José Rodríguez.

Varios informes de Amnistía Internacional han denunciado casos similares de violencia, asesinatos, detenciones ilegales, censura mediática, cárceles abarrotadas de prisioneros sin garantías, entre otros casos.

El dirigente Henry Boisrolin, del Comité Democrático Haitiano, ha afirmado en diversas ocasiones como Haití se encuentra en una situación de dominio militar, a pesar de los esfuerzos por llamar a la MINUSTAH «ayuda humanitaria»: «Nosotros la rechazamos porque entendemos que es una violación de nuestra autodeterminación, de nuestra soberanía y dignidad como pueblo», ha señalado Boisrolin.

Tras el terremoto, los diarios se han desvivido por dar a conocer las miles de víctimas de la catástrofe. Naciones Unidas muestra su mejor cara y denuncia la dura situación que sufre Haití. Pero el día a día de los haitianos tiene mucho menos eco mediático y no por ello es menos terrible. Hay que mirar a su historia y su presente más cercano para darse cuenta que el futuro de este país está en manos de fuerzas ajenas que se han empeñado en someterlo y expropiarlo. Las mismas fuerzas que hoy claman por darle ayuda.

Este artículo fue publicado en Nueva Tribuna el 13 de enero de 2010. El siguiente apareció apenas un año después en la misma publicación y muestra claramente el desenlace de esta repetida historia de «solidaridad internacional»

Haití abandonado por el mundo

Ha pasado poco más de un año y ya nadie se acuerda de Haití. Pero es ahora cuando tendría que estar más cerca de nuestra memoria. En estos momentos este pequeño país se encuentra en alerta por lluvias y huracanes, y las previsiones y promesas de reconstrucción no se han cumplido. Los haitianos están completamente indefensos ante un nuevo arranque de furia de la naturaleza y ONGs como Intermon Oxfam o Médicos Sin Fronteras (MSF) lo denuncian.

Aseguran que el paisaje de Puerto Príncipe es el de una ciudad en ruinas. Campamentos precarios, planos de nuevas zonas con tiendas de campaña con letrinas, duchas y clínicas; barrios llenos de escombros donde los residentes han regresado a casas intactas y a otras en ruinas.

Del millón y medio de desplazados que generó el terremoto, sólo 28.000 han conseguido alojamiento. La desesperación y la rabia de más de un millón de haitianos que se encuentran sin hogar, viviendo en la calle, cada vez se hace más patente, dicen desde MSF en un informe que han elaborado al cumplirse seis meses de la tragedia.

«Se refugian bajo las lonas y las tiendas de campaña más endebles, corren tras ellas para agarrarlas cuando el viento se las lleva, y conviven con sus nuevos vecinos en desordenados emplazamientos urbanos», señala el informe, que afirma que en plena estación de lluvias y de ciclones, el panorama sigue siendo igual de desolador que hace un año. Pero la gente está más frustrada y enfadada.

Los oligarcas haitianos no ceden sus tierras

La parálisis que sufre la reconstrucción del país se debe a varias razones. Por un lado la debilidad del Gobierno haitiano, que ya era frágil de por sí, y que tras la catástrofe se ha visto todavía más golpeado.

Pero para MSF el problema principal tiene que ver con que «el proceso de toma de decisiones sobre la asignación de terrenos ha sido muy lento». La ONG alerta de la falta de solidaridad de los dueños de terrenos, los cuales piden un precio elevadísimo al Gobierno para ceder sus solares. Otros, ni siquiera se plantean venderlos.

Un gobierno perdido

El Gobierno de Haití ha tardado en tomar las difíciles decisiones necesarias para pasar de un estado de emergencia a un periodo de recuperación. Las organizaciones internacionales acusan al Gobierno de crear obstáculos en el proceso de recuperación. «Allá adonde voy, la gente me pregunta: ¿Cuándo vamos a salir de este campamento?», señala Julie Schindall, portavoz en Haití para la ONG Oxfam. «Y no tengo respuesta».

Sin embargo tanto el Gobierno haitiano como Naciones Unidas se defienden de las críticas que les hacen las ONG. Los funcionarios de la ONU reclaman paciencia ante lo que ellos denominan el mayor desastre urbano en la historia moderna. Aseguran que se han conseguido logros en el suministro de alimentos, agua y refugio.

«Merece la pena destacar todo lo que no ha ocurrido», indica Nigel Fisher, representante especial adjunto del secretario general de las Naciones Unidas en Haití. «No hemos tenido brotes importantes de enfermedades. Y no hemos padecido ningún incidente grave en seguridad». Todo eso, añade, a pesar de que gran parte de las infraestructuras del Gobierno quedaron afectadas. «Desafío a cualquier país a que esté completamente operativo en la fase en que nos encontramos después de un desastre así», indica Imogen Wall, portavoz de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios.

Las consecuencias psicológicas

En estos seis meses de emergencia y lenta recuperación, Médicos Sin Fronteras ha atendido a 173.000 personas. Advierten de los daños psicológicos que padece la sociedad haitiana. Muchos de los que escaparon de las ruinas hoy tienen miedo a buscar refugio en la calle. «No pueden quitarse de la cabeza las réplicas y los rumores que corren entre la población de que puede haber más seísmos», dicen desde la ONG.

Una de los médicos con más experiencia en Haití señala en el informe: «La mayoría de mis pacientes tienen miedo de ser tragados por la tierra. El terremoto se les ha metido literalmente en el cuerpo y el ruido está siempre presente. Tienen graves trastornos del sueño».

Pero para MSF el mensaje más importante es que tanto el gobierno como las autoridades internacionales lleven a cabo sus responsabilidades. «Incluso sin huracanes, la temporada de lluvias bastará para agravar la miseria en que viven quienes han quedado a la intemperie», afirma MSF, que considera «decepcionante» el compromiso de las autoridades con las condiciones de vida que están llevando los damnificados. «Muestran una ansiedad acerca del futuro, sin esperanzas de mejora. Los problemas de pareja, familiares y socio-económicos reaparecen y se exacerban entre las personas que perdieron su estatus social o se ven forzadas a criar a los hijos en solitario», concluye el estudio.

Las oscuras razones de las transformaciones educativas

Las oscuras razones de las transformaciones educativas

Xavier DÍEZ

La aprobación de la conflictiva LEC (Llei d'Educació de Catalunya, aprobada en 2009) y la aplicación del no menos controvertido Plan Bolonia han situado la educación en el punto de mira, comprobando, una vez más, cómo el estamento político permanece impasible frente a las numerosas manifestaciones en desacuerdo.

 

Pocos sospechaban que la institución escolar llegaría a estar tan cuestionada como lo ha sido a lo largo de esta década. Años atrás, los sistemas educativos occidentales aparentaban solidez y estabilidad. Algunas modas metodológicas sacudían con cierta frecuencia los debates pedagógicos, o se ensayaban nuevas fórmulas de estructuración curricular. Pero nada hacía presagiar el peso de unos cambios que tratan de subvertir, a nivel global y local, las formas, contenidos y esencias de una de las bases fundamentales de los estados de bienestar.

Pruebas PISA, informes elaborados por fundaciones pantalla de lobbies económicos sobre el presunto estado catastrófico de los sistemas educativos o acusaciones difamatorias lanzadas por opinadores profesionales contra docentes, familias y alumnos por presuntas faltas de responsabilidad, esfuerzo o profesionalidad envían a la escuela al banquillo de los acusados o al diván del psicoanalista.

Cualquier análisis profundo capaz de separar información de propaganda, no tardará en apercibirse de una estudiada estrategia de descrédito orquestada desde instancias del poder político y económico con el objetivo de forzar cambios legales en la educación, tanto a nivel local (es el ejemplo de la Llei d'Educació de Catalunya) como global (el conocido Plan de Bolonia). Los objetivos, el qui prodest, mantiene un idéntico trasfondo; un cambio de paradigma en la esencia, planteamiento, estructura y finalidades de la educación para poder arrebatar la educación al estado y entregarla, cautiva y desarmada, a la lógica implacable del poder económico.

Orígenes y desarrollo de los sistemas educativos públicos

Aunque el futuro educativo se nos presenta inquietante, no deberíamos caer en la trampa de la nostalgia por el pasado. Los sistemas educativos han estado siempre al servicio del poder. Como recuerda el profesor y sindicalista belga Nico Hirtt,[i] la escuela pública, obligatoria, universal y gratuita, tal como la conocemos, fue un sofisticado instrumento al servicio de los estados-nación que respondía a un doble objetivo. Una instrucción básica y adecuada según cada segmento social, para adaptar una población mayoritariamente campesina a los nuevos requerimientos de la revolución industrial, y una catequización ciudadana donde la religión pasa a ser substituida por el culto a la nación, a partir del cual se enseña a obedecer al estado. Es el modelo cuya obra maestra es la escuela republicana forjada bajo el mandato del Ministro de Instrucción Pública de la III República Francesa, Jules Férry (1879-1880). Férry expulsa las órdenes religiosas de la educación y otorga al estado, fuerte, centralizador, el monopolio de la enseñanza. Su objetivo es convertir a los habitantes de Francia en franceses. Cada país reflejará en su sistema educativo sus peculiaridades respecto a los equilibrios políticos internos. En el caso español, marcado por abismales diferencias de clase y la pervivencia de las estructuras de poder del antiguo régimen, las élites son educadas por la iglesia (a menudo por las órdenes expulsadas de Francia, transmitiendo un odio profundo al republicanismo y la laicidad) mientras que las clases populares son abandonadas a su suerte, dejando en manos de ayuntamientos sin recursos una instrucción precaria que propicia, en los albores del siglo XX, un analfabetismo en torno al 60% de la población.

El invento de los sistemas educativos estatales resulta un instrumento adaptable a la evolución del sistema económico. El «taylorismo», o la producción en cadena, tiene su reflejo en la escuela graduada. El alumno pasa por diferentes cursos y asignaturas como si pasara por una cadena de montaje, y debe superar los controles de calidad bajo la fórmula de una evaluación constante y permanente. Aún así, el sistema en su conjunto es considerado favorablemente porque su estructura permite uno de los principales instrumentos legitimadores del sistema capitalista: la promoción social. Si bien los estudios se hallan estructurados en tres niveles; un nivel básico de enseñanza primaria para clases bajas, una profundización técnica y cultural de educación secundaria para clases medias, y unos estudios superiores a la par que espacio de sociabilidad privilegiado en la universidad, para las élites. En teoría, el conjunto del sistema permite la ascensión social gracias a la meritocracia y la acreditación mediante títulos académicos. A la práctica, especialmente en sociedades clasistas y excluyentes como la española, las cosas no resultan tan sencillas.

El impacto de las revoluciones sociales del siglo XX fuerza, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, a establecer amplias estructuras institucionales legitimadoras del poder político. Se trata del estado del bienestar. Yen este sentido, la educación pública se convierte en uno de sus fundamentos básicos. Se refuerzan, pues, los mecanismos de promoción social. Se alargan los años de escolarización (se pasa la educación obligatoria de los 10-12 años hasta los 14-16), las clases bajas acceden a la educación secundaria, y las medias llegan a la universidad, que se masifica en los países occidentales a partir de los sesenta, y en España, con un considerable subdesarrollo social[ii] (el monopolio educativo de las élites y clases medias permanece en manos de la iglesia gracias al botín de guerra obtenido tras 1939) en los ochenta. A pesar de multitud de problemas, el sistema está aceptado porque responde a expectativas colectivas, tiene la capacidad de hacer crecer a sectores medios, y sobre todo permite creer a millones de personas que la educación representa un poderoso ascensor social, mientras se amplía el número de familias que participan de una atractiva sociedad de consumo.

La ciudad sitiada

Ello no es precisamente bien visto por las viejas élites, especialmente anglosajonas, resentidas por las políticas del New Deal y del Wellfare. Progresividad fiscal, y cuestionamiento de su posición social por parte de lo que consideran una invasión de advenedizos es concebido como una amenaza por las principales fortunas, las cuales acogen con los brazos abiertos a quienes desde la Universidad de Chicago, y alrededor de los economistas Friedrich von Hayek y Milton Friedman proponen, en un discurso disfrazado de modernidad, el regreso al viejo orden de capitalismo despiadado, dellaissezfaire, laissez passer. Dispuestos a experimentar sus recetas económicas, desembarcan en Chile y Argentina a los pocos días de sendos golpes militares organizados por la CIA, y pasan a diseñar las políticas económicas que serán referencia en la actualidad.[iii]

La imposición (mediante las armas y la diplomacia del FMI) de lo vino a denominarse neoliberalismo, es dramático. Se procede a demoler los sistemas educativos públicos, se potencia la creación de una red de centros elitistas, y se rompe con la idea de la escuela como espacio de ciudadanía y el principio de meritocracia.

Las clases medias asisten impotentes y aterrorizadas a su práctica extinción, no solamente por la caída en los niveles de vida y el deterioro de las condiciones laborales, sino por la certidumbre que sus hijos, ante sistemas educativos en coma inducido, verán rebajar su estatus y expectativas respecto a sus padres. Sería fácil ver en esta obra el egoísmo de unas clases altas que ven en los ajustes presupuestarios el intento de beneficiarse de amplios recortes fiscales y degradación de las condiciones laborales y salariales de sus trabajadores. Pero va mucho más allá, porque responde al resentimiento contra las políticas redistributivas de Roosevelt, pero también ante las iniciativas en la dirección de la igualdad social de los gobiernos de Allende o Perón. Un odio de clase disimulado tras un discurso economicista.

La caída del muro de Berlín, en 1989, desvanecido el fantasma revolucionario, supone el tiro de gracia al propio concepto del Estado del bienestar. A partir de los noventa, y desde la práctica colonización de las facultades de ciencias económicas y las escuelas de negocios, y de la irrupción de una segunda generación de neoliberales, los neocón, procedentes del trostkismo académico, y por lo tanto, con grandes habilidades para manipular discursos y conseguir una hegemonía ideológica de carácter gramsciano mediante un intenso trabajo de fundaciones pantalla, control de medios de comunicación y mecenazgo-patrocinio de intelectuales sumisos, se produce una ofensiva política contra los principios que habían guiado a las sociedades europeas; bienestar, seguridad laboral, plena ocupación, cohesión, y sobre todo, posibilidades de promoción social. Frente a los valores clásicos de la sociedad del bienestar, asumidos a medias entre la democracia cristiana y la social democracia, se impone un sofisticado discurso favorable a la libertad económica y la responsabilidad individual. El reverso de la moneda consiste en la pérdida de derechos laborales y la idea que la pobreza o riqueza es fruto de la acción personal. La primera, presentada como causa de la incapacidad, debe ser castigada. La segunda, un mérito que debe ser premiado. Todo ello es presentado como una ley divina, que sirve para justificar bajadas impositivas a los ricos y aumentarlos (indirectamente) a los pobres, o que se incrementen los fondos a las escuelas para los más favorecidos, arrebatándolos a las de los más desfavorecidos.

Esto se traduce en unas políticas educativas consistentes en el progresivo abandono del sistema educativo público. Una muerte lenta y dolorosa por inanición. Desinversión, masificación, especialización de los centros según cada clientela social. ¿Por qué?

La escuela pública ha dejado de ser útil en este cambio de paradigma. Si un centro educativo debía forjar a la ciudadanía, mantenía una estructura más o menos democrática, y debía compensar las desigualdades sociales, estas funciones deben ser reemplazadas. En este nuevo modelo global, donde el capitalismo debe sustituir a la nación como objeto de culto, y el alumno aprender a obedecer al estado, la escuela tiene que adaptarse a las nuevas estructuras sociales e ideológicas. Por tanto, la escuela debe ser gestionada como una empresa y el estudiante, aprender a obedecer a la compañía. En una sociedad con menor movilidad social, la política educativa debe serrar el cable del ascensor social, y propiciar una estructura donde las clases bajas queden aparcadas en una vía muerta, sin demasiadas expectativas, mientras las respectivas familias, con mayores presiones laborales, precariedad, tensión y unos horarios más prolongados, trabajan para poder sostener a una economía financiera (hinchando con su actividad nuevas burbujas). En todo este contexto, la escuela, donde el profesorado todavía sigue pensando en los valores del estado del bienestar, concibiendo la escuela como un templo de acceso al conocimiento, se convierte en una ciudad asediada por hordas de bárbaros globalizadores, que esperan asaltar para destruirla y hacerse con un importante botín de guerra.[iv]

En el caso español existen especificidades. Como sociedad subdesarrollada por la acción del franquismo, hereda una doble red escolar. La primera, perteneciente a la privilegiada iglesia católica, es el lugar donde se educan mayoritariamente la clase alta y media-alta. La segunda, una escuela pública de expansión paralela a la recuperación de una frágil democracia. Pero precisamente durante los años setenta y ochenta, la pública atrae hacia la docencia a la aristocracia de la clase baja y media baja, con una declarada voluntad de construir una sociedad democrática y fundamentada en la equidad. Ello permite crear una estructura cooperativa y participativa en la gestión, y una cierta pasión por experiencias educativas innovadoras; escuela activa, renovación pedagógica, un intenso asociacionismo, una obsesión por la renovación educativa y la formación permanente,... Todo esto se traduce en un portentoso salto adelante, que permite pasar de un índice de fracaso escolar global, en las postrimerías del franquismo, de un 40% hasta el 17% actual.[v]

Como puede observarse en la gráfica, el fracaso escolar no es neutro desde un punto de vista social, sino que afecta especialmente a las clases más bajas. También se observa una evolución positiva del fenómeno hasta 2001, en el cual el fenómeno vuelve a crecer. Sería fácil asociar este repunte al fenómeno de la inmigración, que pasa del 2% este año, al 17% actual (datos referentes a Cataluña), pero lo que sucede es la implementación de una organización escolar cada vez más jerarquizada y tecnocrática, de acuerdo con los nuevos postulados político-económicos dominantes, que hacen retroceder al profesorado en su participación, independencia y creatividad.

Colonizar la educación

El término «globalización» debería ser considerado como un eufemismo. El significado profundo de la palabra implica una verdadera «colonización», la expansión indiscriminada del capital transnacional hacia aquellos ámbitos todavía a salvo de la lógica del beneficio económico. Es así cómo deben entenderse las olas privatizadoras. La deconstrucción de los estados del bienestar implica abrir las puertas a «inversores» de aquellas tierras sagradas que habían permitido crear políticas de cohesión o resultaban espacios estratégicos de los estados. La sanidad, la seguridad social, la seguridad, la energía, y, por supuesto, la educación. El crecimiento económico de la última década tenía mucho que ver con la colonización de estos espacios vírgenes. La apropiación privada de bienes colectivos, a partir de su explotación intensa, o la generación de cadenas de subcontratación, el aumento de márgenes de beneficio por la precarización del trabajo, o el acceso privado al dinero público permitieron aumentar unos rendimientos financieros que, como mucho, han beneficiado a una décima parte de las sociedades occidentales. Hospitales públicos gestionados por empresas privadas, externalizaciones de servicios, incremento de beneficios a partir de la sobreexplotación de trabajadores a partir de la lógica de los «incentivos» o «objetivos»), malversación privada de fondos públicos, fondos de pensiones privados para alimentar burbujas especulativas,... esta es la herencia que ha dejado la participación del mercado en las antiguas instituciones del estado del bienestar.

Ante este panorama, como explica el empresario y escritor francés Azziz Senni, el ascensor social está averiado. La escuela ha dejado de funcionar como elemento de promoción social, si es que realmente llegaron a funcionar así alguna vez. De hecho, las generaciones mejor formadas en España, que llegaron a la universidad en las décadas de los ochenta, noventa y hasta el momento actual, se encontraron con que sus títulos académicos valían bastante menos que la pertenencia a determinadas redes familiares. A la hora de encontrar un buen trabajo, un doctorado no puede compararse con el hecho de ser el hijo del jefe. Tener estudios, a pesar de mejorar las expectativas laborales, no libra a las jóvenes generaciones de caer en la subocupación o adquirir la condición de mileurista. En un país caracterizado por la existencia de numerosas, pero ineficaces pequeñas y medianas empresas, con actividades económicas de escaso o nulo valor añadido, condicionado por el nepotismo y la escasa preparación intelectual del empresariado, la inversión económica y temporal en estudios superiores no siempre compensaban a los sectores sociales más modestos. La propia OCDE señala que España es uno de los estados europeos con menor diferencia salarial entre titulados universitarios y trabajadores no cualificados.[vi] Esto conlleva bajos estímulos para el estudio, y explica parcialmente que durante la última fase económica expansiva se experimentará un repunte del abandono escolar prematuro. La facilidad de hallar trabajo poco cualificado, pero con la oportunidad de beneficiarse del 25% de la economía sumergida, atrajo a demasiados estudiantes.

Ante este conjunto de situaciones, especialmente ante el último período de crecimiento asimétrico, la estructura de clases se ha resentido. Por una parte, sectores medios, que ven cuestionado su estatus por políticas de reestructuración laboral, tratan de blindar su posición social respecto a los estratos inmediatamente inferiores, mediante el apoyo a políticas restrictivas. La amplia porción de la clase media-baja, deja de confiar en la institución escolar como instrumento de promoción social. La creciente infraclase de excluidos, autóctonos empobrecidos y nueva inmigración extracomunitaria refuerzan su condición marginal. Paralelamente a intensos procesos de segregación urbana asociados a la reciente especulación inmobiliaria, se han reforzado la segregación escolar. Ello, combinado con la preexistencia de una amplia red de escuelas privadas (en su mayor parte confesionales), que mantienen el privilegio, de facto, de derecho de admisión, ha propiciado una especialización de escuelas según clase social. Centros privados de élite, concertados para clases medias, y escuelas públicas de suburbio donde conviven descendientes de la vieja inmigración rural autóctona con la nueva inmigración extracomunitaria. La novedad consiste en que determinados centros públicos, con una clientela perteneciente a sectores más favorecidos, van adquiriendo hábitos y estrategias de las privadas, como sucede por ejemplo, en Francia, donde se observan falsos empadronamientos para evitar mezclas sociales.

Ante este contexto de movimientos sociales descendientes, hacia unas escuelas que promueven una determinada «especialización clasista», los partidos políticos han agitado el miedo de las familias respecto a la convivencia con la nueva pobreza. Han adoptado como reclamos electorales, conceptos procedentes de las desestructuradas sociedades anglosajonas, como el del «cheque escolar». La capacidad de escoger escuela se convierte en la posibilidad de escoger compañeros de clase (alta o media, por supuesto), que en el caso español suelen ser de titularidad privada. Los medios de comunicación, con importantes dosis de sensacionalismo, contribuyen a este clima de inquietud, dibujando un presunto estado educativo apocalíptico, exagerando índices de fracaso o problemas de convivencia. Se da la paradoja que el profesorado de la enseñanza pública está seleccionado de manera más rigurosa, posee una formación más sólida y continuada y demuestra día a día su vocación innovadora respecto a los centros elitistas. O que incluso la indisciplina escolar ha disminuido considerablemente durante los últimos años. Sin embargo, en una época de información superficial, y ante un material sensible como la educación de los hijos, la manipulación del miedo de los padres se convierte en una inagotable reserva de energía electoral en la progresiva politización educativa.

Esta nueva presión mediática, y lo que se viene a denominar «innovaciones» en gestión escolar (más bien «involuciones») convierten el derecho constitucional a la educación en un simple producto de consumo, que como sucede plenamente en Inglaterra o Estados Unidos, es susceptible de intensas campañas publicitarias a la búsqueda de los alumnos más brillantes y las familias más solventes. De hecho, en estos países, la competencia entre escuelas implica que incluso los centros públicos se anuncien en los medios garantizando «resultados», cuando lo que permiten es capacidad de seleccionar alumnado por capacidades y procedencia, potenciando en cierta manera, una intensa cirugía social, la estética sin ética propia de una sociedad de mercado, donde el bienestar cuelga también un cartel donde se advierte del derecho de admisión.

Una vieja escuela para un nuevo paradigma social

La «necesidad» de reformas educativas han sido el fruto de este nuevo contexto social y económico, en el cual se traspasa la responsabilidad del «éxito» o «fracaso» personal hacia unas familias cada vez más presionadas por el nuevo capitalismo. Con la omnipresencia del mercado como creencia compartida y el consumo compulsivo como religión oficial, la política asume que la escuela debe transmitir los nuevos valores empresariales, debe gestionarse como una empresa, y basarse en valores como eficiencia, eficacia, cultura de rendición de cuentas, acompañada de una retórica vacía de contenido como excelencia o cultura del esfuerzo (el de los empleados, se entiende). Principios como democracia, autogestión, participación o cooperación, deben ser desterrados, descalificados bajo el epígrafe de utópicos. Desde la nueva religión economicista, se considera a la escuela como una sociedad a escala de la realidad, donde la competencia despiadada, los resultados, la obsesión evaluadora, los ranking, los liderazgos y la estigmatización de los perdedores se convierten en los nuevos valores impuestos por este reinventado darwinismo social.

En este contexto, y para justificar este nuevo orden, aparecen determinadas «innovaciones» como la flexibilidad curricular o las basic skills (traducidas aquí como «competencias básicas») que permiten justificar desde la pedagogía esta opción darwinista. Conocimientos profundos, basados en los contenidos tradicionales, humanidades para que las élites aprendan a pensar y mandar; currículos adaptados, con un suave y superficial barniz cultural, y habilidades vinculadas al mundo laboral para que la mayoría aprenda a trabajar y obedecer.

Otro factor complementario condiciona los debates educativos. Ante las presiones crecientes y desreguladoras del ámbito laboral de los padres, que deben trabajar más para obtener menos, la escuela «debe» adaptarse para ir adoptando un papel crecientemente asistencial. En los últimos tiempos se discute excesivamente sobre la presunta necesidad de reducir las vacaciones escolares o aumentar la escolarización de los niños, olvidando que el objetivo teórico de las instituciones es ofrecer una educación de calidad. En Cataluña, el gobierno de izquierdas, excesivamente dependiente de una política caciquil en los suburbios, con necesidad de impresionar a personas de escaso nivel cultural o habilidades sociales, se inventó una sexta hora de clase para los alumnos de primaria que ha hecho del Principado la región europea con mayor número de horas de clase anuales (1.050 respecto a las 790 de media UE y 810 españolas). Los resultados han sido catastróficos. Un 67% de los docentes afirman que tras esa medida han aumentado los problemas relacionados con la atención y la disciplina, y los estudios oficiales demuestran que los centros que se mantienen con las cinco horas convencionales aventajan de manera considerable a aquellos que someten a niños de cinco y seis años a jornadas superiores a la de los trabajadores holandeses adultos. Todo ello significa que entre las clases bajas se fomenta un discurso que asimila la escuela a un parking de niños y adolescentes. Esto supone una devaluación considerable de la institución escolar y degrada aún más a la escuela a ojos de la opinión pública.

El pensamiento económico y social dominante, que a diferencia del socialismo tradicional pretende extender las desigualdades, considera que la escuela pública ha dejado de resultar útil, tal como la entendíamos hasta ahora. Por ello, trata de subvertir sus formas, principios, objetivos y contenidos. Pretende hacer de ella una plataforma de difusión de su ideología: superioridad del mercado, competencia, jerarquía (de aquí viene la tendencia al abuso de la palabra liderazgo y su obsesión por reforzar a las direcciones), cultura empresarial, autoritarismo y desigualdad.

Docentes al paredón

Ante este panorama, existe un colectivo molesto: el profesorado. En el caso español, ya hemos comentado que la escuela democrática de finales de los setenta, principios de los ochenta atrajo a un número considerable de maestros y profesores, impregnados de valores pedagógicos y de compromiso social, dispuestos a utilizar la educación para construir una sociedad democrática y equitativa. Hoy, ante valores dominantes antagónicos, representan unos testigos incómodos a los que resulta necesario neutralizar. Así como las tropas nacionales propiciaron un exterminio o depuración del magisterio (al fin y al cabo, los maestros eran la encarnación del progreso y la ilustración), se ha activado un discurso hostil hacia la profesión docente a la búsqueda de su descrédito. Desde amplios sectores de tertulianos se les responsabiliza del fracaso escolar, se les acusa de corporativismo, indolencia, pasividad y escasa implicación. Se asimila su condición de funcionarios (que asegura su independencia y libertad de cátedra) a la de privilegiados. Se le atribuyen todos los pecados en un mundo donde la ideología del nuevo capitalismo coloniza hasta lo más íntimo de la esfera privada. Que no haya ningún fundamento para ello no tiene importancia. Los nuevos conservadores han leído a Gramsci y Orwell y saben como tergiversar la realidad. Se trata de destruir su imagen pública para conseguir un doble objetivo: su desmoralización para neutralizar toda resistencia a la agenda neoliberal, y la devaluación de su rol que lo degrade socialmente. Quienes habían ejercido un cierto liderazgo comunitario ven desvanecerse así su influjo en una sociedad con valores antagónicos respecto a los que habían motivado su vocación.

De hecho, los cambios legislativos presentes y futuros van destinados a eliminar su tradicional autonomía en el aula para convertirlos en meros transmisores de las consignas emanadas desde las alturas de los despachos políticos. Para ello, se sumerge a la profesión bajo una dinámica de presiones implacables. La evaluación constante y fiscalizadora a su tarea, la erosión de sus derechos, las continuas exigencias laborales, una absurda y creciente carga burocrática, un clima de trabajo más exigente y jerarquizado, la ruptura de solidaridad profesional bajo el peso de la diferenciación salaria y de estatus, y el reforzamiento de direcciones cada vez más gerenciales. Puede parecer exagerado, pero esto ya ha sucedido. En una conferencia reciente, el pedagogo y sindicalista inglés Richard Hatcher explicaba como el gobierno neolaborista de Tony Blair, tras la década infame de Margaret Tatcher, había conseguido la colonización neoliberal total de la educación.[vii] Tras someter a presión constante a los docentes, obligarles a mejorar continuamente los resultados (a pesar que los márgenes de mejora tienen límites físicos), vincular sus condiciones salariales a los resultados, dejarlos en manos de directores-administradores consiguió:

  1. reducir la educación a una simple preparación para superar test continuados, banalizando los contenidos;
  2. rebajar condiciones laborales para entrar en una dinámica de desinversión pública en educación;
  3. introducir la empresa privada en diversos segmentos educativos como la evaluación, la formación permanente o la inspección educativa;
  4. reforzar la diferenciación de escuelas por clase social;
  5. potenciar la entrada de empresas de capital-riesgo en el mercado educativo, con la intención de que éstas pudieran condicionar la política nacional o local (la española Ferrovial controla algunos institutos de secundaria), o lo que es lo mismo, preparar el terreno para una corrupción masiva como la que salpica cotidianamente al laborismo.

La parte más visible de estas «innovaciones» ha consistido en una deserción considerable y preocupante del profesorado. Pero no huye de la escuela quien quiere, sino quien puede. Y son precisamente los docentes más calificados y con mayor experiencia quienes han abandonado la enseñanza hacia otras profesiones más reconocidas y menos exigentes psicológicamente. En contraposición, se ha generado un déficit de vocaciones que ha obligado a las autoridades educativas a buscar docentes entre inmigrantes extranjeros, principalmente de Sudáfrica, Pakistán o India para suplir unas vacantes cada vez menos deseables. O que sean auxiliares, sin titulación universitaria o preparación específica, quienes vayan asumiendo mayores responsabilidades en tareas educativas. No resulta muy diferente de lo sucedido en la sanidad pública británica, que recurre a profesionales de Portugal, España o estados de Europa Oriental, no siempre capaces de atender correctamente a un paciente inglés cada vez más quemado por la política de degradación de los servicios públicos.

Notas


[i] Nico Hirtt; Los nuevos amos de la escuela. El negocio de la enseñanza. Minor, Madrid, 2003.

[ii] Vicenc Navarro, El subdesarrollo social en España. Causas y consecuencias, Anagrama, Barcelona, 2006.

[iii] Naomi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Paidós, Barcelona, 2008.

[iv] Xavier Diez; «La ciutadella assetjada. La globaliztació a l'assalt dels sistemes educatius públics», a Docencia, nº. 27, diciembre de 2007, pp. 4-11.

[v] Las cifras que muestran los medios de comunicación, alrededor del 25-30%, contabilizan a quienes no obtienen el graduado en educación secundaria a los 16 años. Pero la estadística que se cita en este artículo corresponde al Instituto Nacional de Estadística y muestra los datos de la Encuesta de Población Activa, contabilizando a las personas que tienen 19 años. La diferencia entre una y otra tiene que ver con repetidores que se gradúan, alumnos que vuelven al sistema, siguen estudios nocturnos o para personas adultas, que son tramos educativos que han sido recortados drásticamente en los últimos años por las autoridades educativas, por lo que deberíamos hablar de fracaso escolar inducido. Además, debe tenerse en cuenta que el fracaso escolar hasta 1994 contaban con ocho cursos de escolaridad obligatoria, que contrastan con los diez actuales.

[vi] El País, 21-IX-2007

[vii] Richard Hatcher: «El sistema escolar angles: una lliçó per a Catalunya?», Docencia, nº. 28, abril 2008, pp. 4-17.

Publicado en Polémica, n.º 97, marzo de 2010

La prensa anarquista bajo el franquismo

La prensa anarquista bajo el franquismo

Paco MADRID

A lo largo de la historia, una de las características del poder y del Estado es el control de la información independientemente del régimen político existente. Las consecuencias de esta coerción varían en función del sistema político, pero el objetivo final es el mismo, eliminar toda crítica al poder. 

En la historia de la prensa clandestina podemos, en principio, establecer un corte cronológico que nos posibilite el encuadramiento de la prensa en la lucha antifranquista. Hasta mediados de los años cincuenta, la prensa clandestina se confeccionaba e imprimía en su casi totalidad en el interior de nuestro país. Parte de ella incluso se confeccionaba en las cárceles de forma manuscrita. Desde esas fechas, sin que podamos precisar en qué momento, la prensa comienza a ser elaborada en el exterior (Francia) y se introduce en España a través de los pasos fronterizos. Antonio Téllez, en su libro sobre Facerías, afirma que cuando se escriba la historia del Movimiento Libertario en España bajo el franquismo, se comprobará que es a partir de la caída del Comité Nacional de la CNT, cuyo secretario general era Cipriano Damiano y que tuvo lugar en el mes de junio de 1953, cuando se inicia la decadencia de la CNT en España, para un largo período...

Será difícil, creo, establecer con precisión el corte entre la prensa editada en el interior y la que se imprimía en el exilio y se introducía en España. De todos modos se pueden fijar aproximaciones por varios métodos. Por ejemplo, Solidaridad Obrera de octubre 1958 tiene un formato distinto de las anteriores, casi DIN-A-3, mientras sus antecesoras se editaban en tamaño cuartilla, lo que hace poco probable que en España se pudiera encontrar una imprenta que editara este ejemplar, además está mucho mejor impreso e incluye en su primera página un facsímil de la primera página de Solidaridad Obrera del 4 de noviembre de 1910 en la cual se hace referencia al congreso obrero nacional del cual surgió la CNT y era bastante improbable que este ejemplar pudiera encontrarse en el interior, etc. Nosotros vamos a ceñirnos a esta primera época clandestina, aunque la relación estará basada necesariamente en las sucesivas caídas de imprentas, con la consiguiente desaparición del correspondiente órgano u órganos que en ella se imprimían.

La propaganda anarquista clandestina comenzó casi inmediatamente después del triunfo fascista. En un principio mediante octavillas, manifiestos u hojas volantes. Ya a finales de 1939 o principios de 1940, el 2° comité nacional publicó un boletín de propaganda y de información que circuló bastante, sobre todo por las barriadas y las prisiones, llevando la fe y la esperanza a una militancia perseguida y martirizada, según palabras de Juanel.

Las primeras «imprenticas» –como diría Felipe Alaiz–, que comenzaron a funcionar después de terminada la guerra en abril de 1939, no fueron otra cosa que simples máquinas de escribir, copiando una y mil veces los textos cuya distribución implicaba, en algunos casos, comparecer ante un piquete de ejecución y siempre largos años de condena. Los pioneros fueron el resto de jóvenes libertarios de la generación de 1936 que lograron esquivar la cárcel en la primera oleada represiva. En la ciudad de Valencia fundaron alrededor del primer Comité Nacional de la CNT, en la clandestinidad, el aparato de propaganda que lo fue a la vez de falsificación de documentos oficiales con los que se salvaba a los individuos en peligro. La lista de los salvados en esas condiciones sería larga, pero no podemos silenciar el nombre de Esteban Pallarols Xirgu (José Riera), primer Secretario General de la CNT en la clandestinidad, detenido a finales de 1939 y fusilado en Barcelona el 8 de julio de 1943.

De la máquina de escribir se pasó, ya en septiembre de 1939, a la imprenta de verdad, gracias a la colaboración de impresores artesanos que pusieron sus «minervas» a disposición del movimiento clandestino libertario. Algunos de aquellos impresores pagaron su abnegación con condenas de cárcel de 30 años, como fue el caso del que colaboró con el grupo de la CNT que animó Salvador Gómez Talón desde mayo a septiembre de 1939.

Sin embargo, no hay que creer que todo eso era fácil y que bastaba sólo con comprar los materiales necesarios para la edición. El papel, la tinta, los tipos y todo cuanto estaba relacionado con la rama de imprimir estaba intervenido y su adquisición no era posible nada más que comprándolo en el «mercado negro», cosa tampoco fácil. Los caminos, aunque más expuestos, eran el pasar clandestinamente de Francia esos materiales o robarlos en las imprentas. Los viejos militantes del Sindicato de Artes Gráficas de la CNT de aquella época, podrían, cada uno de ellos, contar su aventura personal...

Para concluir, analizaré dos periódicos representativos de aquella difícil época.

Solidaridad Obrera

En 1942, según tenemos referencias –pero que desgraciadamente no hemos podido verificar ofreciendo la prueba material– se publicó ya Solidaridad Obrera en Barcelona a multicopista. Y en el mismo año, durante el ejercicio en el Comité Nacional de la CNT, de Manuel Amil, se publicó, también en multicopista, CNT, en Madrid.

Pero la época de oro de la prensa clandestina fue entre los años 1944 a 1946, fecha que coincidía con el fin de la guerra mundial, y por ello la contaminación del miedo en las esferas gubernativas y el entusiasmo en las filas clandestinas: «Sólo la CNT –escribe Juan García Durán en su libro Por la Libertad– sacaba de manera regular un semanario en Madrid, CNT y Juventud Libre; Barcelona, Solidaridad Obrera; Valencia, Fragua Social. Y de manera irregular en Canarias, Asturias, Extremadura, Andalucía, Aragón y una sola vez en Galicia».

En 1946 vinieron a agregarse a los paladines existentes, Ruta, órgano de las Juventudes Libertarias de Cataluña y Tierra y Libertad, órgano peninsular de la Federación Anarquista Ibérica (FAI).

El 9 de mayo de 1955 se produce la caída de la imprenta clandestina de Solidaridad Obrera cuando se divulgaba el número 39 (segunda quincena de abril de 1955). Volvió a aparecer tres meses después. El número 40 lleva la fecha 1 a quincena de agosto.

Ruta

En noviembre de 1945 se creó un nuevo comité regional juvenil de Cataluña, el cual decidió enviar a Francia a su secretario Manuel Fernández Rodríguez, aprovechando la celebración del 11 congreso de la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL) que se iba a inaugurar el 8 de marzo de 1946, en Toulouse. Mientras, en Barcelona, los otros miembros del Comité Regional (CR) trabajaban por conseguir imprenta. Después de diversas gestiones tuvieron que abandonar la pretensión de encontrar imprenta simpatizante o compañero que estuviera dispuesto a imprimir la propaganda clandestina.

A través de uno de los miembros del CR (Miguel), que adelantó 6.500 pesetas, se adquirieron prensa, tipos de imprenta, papel y algunos accesorios indispensables. Lo instaló en su propio domicilio. Así se inició Ruta en esta nueva etapa.

Raúl Carballeira y Amador Franco, que a la sazón se encontraban en Barcelona, contribuyeron a la confección del primer número que fue editado en muy deficientes condiciones y que llevaba el número 9 y la fecha 15 junio 1946 para dar tiempo a preparar los números siguientes, luego semanales.

Para evitar sorpresas se desligó la publicación Ruta de las demás labores del CR. Al efecto se alquiló un modesto local en la calle Fuente del Remedio, en el barrio del Carmelo.

Una vez instalado el material tipográfico, papel, etc., lo indispensable era garantizar la salida normal del periódico, o sea todos los jueves. Se procuró la colaboración fija de un cajista y de un matrimonio simpatizante, pero que no mantenía ningún contacto con el resto de la organización clandestina.

La difusión de Ruta consiguió adquirir cierta importancia: sin contar Cataluña tenía corresponsales en Zaragoza, Valencia, Madrid, Sevilla y Granada. Se enviaban además al gobierno civil, gobierno militar, redacciones de periódicos y también a personas diversas, sin olvidar, por supuesto, el jefe de la Brigada político social, Eduardo Quintela Bóveda.

En la caída general de mediados de agosto de 1946, fue incautada la imprenta donde se tiraba Tierra y Libertad, pero las precauciones que se tomaron con la que imprimía Ruta (se dejó de imprimir cautelarmente a raíz de esta represión), hizo que esta no cayera en esos momentos.

Después de que un comité juvenil escisionista imprimiera los números 18 y 19 de Ruta, de nuevo es retomada por el comité de las juventudes de Cataluña y en octubre se imprimía el número 20. Por un cúmulo de circunstancias fortuitas que sería prolijo relatar, las precauciones tomadas no sirvieron a la postre para nada y en los primeros días de diciembre era descubierta la imprenta y clausurada junto con la detención de numerosos compañeros.

Nota:

Este trabajo es una versión sintetizada de un estudio que presentó el autor a unas jornadas y que fue publicado en el libro colectivo La oposición libertaria al régimen de Franco, 1936-1975, Fundación Salvador Seguí, Madrid, 1993, 918 páginas. Los interesados encontrarán allí una relación bastante amplia de las publicaciones clandestinas.

Wagner y Verdi: dos opciones estéticas del siglo XIX

Wagner y Verdi: dos opciones estéticas del siglo XIX

Bernat MUNIESA

En muchas ocasiones uno se imagina al artista a través de su obra, pero cuando uno indaga en su vida descubre que una no tiene que ver con la otra, y se sorprende que un ser humano mediocre o mezquino pueda crear algo maravilloso. La cuestión será, al volver a ver su obra, si olvidamos a la persona o no, ya que la decisión podría hacernos cambiar nuestra idea inicial.

En 1929, Igor Stravinsky, célebre compositor ruso exiliado en París, fue invitado a Barcelona para realizar una conferencia en el Ateneu Barcelonés acerca de Richard Wagner y su música. En ella, Stravinsky, tras una disertación que promovió momentos de tensión con el auditorio, concluyó con la siguiente afirmación: «... y en definitiva, señores, debo afirmar que en La donna é mobile, del Rigoletto verdiano, hay más inspiración que en toda la Tetralogía wagneriana... ». Finalmente, se armó un escándalo y el amplio local de la institución se pobló de gritos e insultos contra el maestro ruso, quien en el curso de su explicación había afirmado también que «Wagner son tres instantes sublimes en medio de una inmensa hojarasca vulgar Stravinsky conocía muy bien el carácter de aquella institución de la gran burguesía catalana, propietaria también del Gran Teatre del Liceu y protectora, financieramente hablando, de la Asociación Wagneriana de la ciudad. Aquella clase social, la gran burguesía, ligada a la industrial textil, se decía wagneriana, pero acudía a presenciar y escuchar las óperas de Giuseppe Verdi, que eran las más representadas. Aún hoy, las estadísticas no engañan: la ópera más exhibida en la historia del Coliseo liceístico barcelonés sigue siendo Aída, seguida de Rigoletto, y a considerable distancia la primera de Wagner, Lohengrin (la más «italiana» de sus óperas), la cual tiene delante suyo óperas de otros autores, como por ejemplo Il barbiere di Siviglia, de Giacomo Rossini, o La favorita, de Gaetano Donizetti, o Tosca y La boheme, ambas de Giacomo Puccini.

Wagner: el arte metafísico

Richard Wagner CLeipzig, 1813-Venecia, 1883) fue en sus años jóvenes un revolucionario de tendencia ligada a un incipiente anarquismo que participó en las llamadas Revoluciones de 1848 a las que luego criticaría y despreciaría): un conjunto de revueltas sociales y políticas producidas en Europa contra la preeminencia del poder de la aristocracia como clase dirigente. Fueron esencialmente, aquellas revueltas, movimientos urbanos auspiciados por las burguesías, que utilizaron como fuerza de choque a un incipiente movimiento obrero para poder sustituir a la nobleza como clase preponderante en plena Revolución Industrial. Finalmente, la historiografía ha sintetizado tales movimientos sociales como las «Revoluciones Burguesas», triunfantes en zonas de Europa occidental, pero no en Alemania, donde apenas hubo alborotos. Alemania estaba entonces integrada en la Confederación que formaba el ámbito del Imperio Austríaco y allí funcionaba el llamado Capitalismo Renano, un capitalismo paternalista: debe recordarse que Bismarck, primer ministro, implantó allí formas de jubilación para los obreros, construyó miles de viviendas para esa clase social y fundó escuelas ... , mientras que donde dominaba el Capitalismo Manchesteriano o Liberal (básicamente en Gran Bretaña) la situación de la clase obrera era espantosa: jornadas laborales de 15 horas diarias, salarios ínfimos, analfabetismo, chabolas y chozas en los arrabales de Liverpool, Manchester, Londres... Recordemos que en 1830 el empresario Robert Owen, creador del Movimiento Cartista, que exigía el sufragio universal, fundador del cooperativismo y creador de las Trade Unions, los sindicatos obreros aún vigentes, llamaba a los liberales «esas bestias salvajes».

Pues bien, volviendo al tema central que nos ocupa, en aquella Alemania dominada por la aristocracia, Wagner se despojó de sus veleidades juveniles anarquistas, se alineó con antisemitas como el francés Gobineau y el inglés Chamberlain, y se convirtió en el músico de la Corte de Luis II de Baviera, episodio este último perfectamente retratado por Luchino Visconti en su film Ludwig, donde el oportunismo de Wagner queda específicamente retratado. Y no es banal recordar que muchos años después, el III Reich hizo de Wagner uno de sus símbolos, avalando los llamados Festivales de Bayreuth, ciudad que aún hoy alberga una temporada anual wagneriana.

Por otra parte, de los años ácratas arrancaba la amistad de Wagner con Friedrich Nietzsche, quien se sintió momentáneamente subyugado por las primeras obras de aquél. Sin embargo, a medida que Wagner se fue introduciendo en las instancias de la nobleza y el trono Nietzsche comenzó a despreciarle, a él como persona y también su producción musical, y acabó por publicar el famoso folleto Contra Wagner (1889), donde pueden leerse fragmentos como: «Una juventud rebelde para acabar convertido en un sirviente y un lacayo de los reyes... » o «iTanto trabajo para generar una música metafísica y cristianófila! Ciertamente, no valía la pena y yo reniego de mi antigua admiración por alguien que no fue otra cosa que un farsante... ». Unos años antes, Nietzsche, que ya le había repudiado como individuo y como compositor, le escribió una carta que significó la ruptura final, en la cual, al final decía: « ... Y te recomiendo que vayas a Italia, a ver si aquellos aires te liberan de tanta infamia... ». Curiosamente, Wagner falleció en Venecia en 1883.

Aunque yo, como aficionado a la opera, no me siento atraído ni por la música ni las producciones wagnerianas, naturalmente respeto las opiniones de sus partidarios y las célebres creaciones de esforzados intérpretes como

Kirsten Flagstad, Birgitt Nilsson (luego pasada a la ópera italiana), Joseph Gostic, Wolfgang Wingdasen... o batutas como las de Wilhelm Fürtwangler, Karl Boehm, Bruno Walter (exiliado a USA con la llegada de Hitler al poder), Hans Kazpentsbusch... Un respeto por una producción artística que, sin embargo, dejó de interesarme apenas la conocí: momento decisivo fue Parsifal..., un monumento a la metafísica cristiana más tronada que dura icinco interminables horas y pico...! Recuerdo que aquel día, por el 1978 o 1979, la cafetería del Liceu estaba repleta de gente tomando copas o cafés, mientras la representación seguía su curso en la sala teatral.

Verdi: el arte vitalista

Giuseppe Verdi (La Roncole, 1813-Milán, 1901) nació en el seno de una familia campesina y, curiosamente, el mismo año que Richard Wagner. Yal morir, legó, aparte su obra musical, una nutrida correspondencia, especialmente interesante en los años en que se le intentó menoscabar frente a la entonces llamada «originalidad wagneriana». En una de aquellas cartas, dirigida a quien fue inicialmente uno de sus críticos, para luego colaborar con el maestro como libretista, es decir, Arrigo Boito, Verdi explica lo siguiente:

La música germánica surge vinculada al instrumento, con Juan Sebastián Bach; en cambio, la música italiana lo hace vinculada a la voz humana, y lo hace con Claudio Monteverdi. Desde entonces han seguido dos caminos distintos.

Ellos, los germanos, dan prioridad al instrumento sobre la voz; nosotros, damos preferencia a la voz sobre el instrumento musical... Y en ese sentido debo destacar que Mozart aparece como una excepción en el ámbito germánico, pues su instrumentación proporciona, en sus óperas, un sustento a las voces ... y tampoco Beethoven se nos asemeja muy germánico, por esa vitalidad ostentosa que encierran sus sinfonías.

Por eso... querido Boito, cada uno debe seguir su tradición sin renunciar a incorporar aquello que se considere un progreso.

Hubo una tendencia de la crítica musical a considerar cierta influencia wagneriana en Verdi, únicamente en sus óperas postreras: se trata concretamente de Othello y Faltasff, creadas una vez superada la fase romántica del compositor (la trilogía Rigoletto, Il trovatore, La Traviata). Y, sin embargo, eso no es cierto: en Othello la voz sigue siendo el factor preponderante y especialmente exigente en la amplitud de sus registros (la interpretación del tenor italiano Mario del Monaco es en ese sentido paradigmática), pero el tratamiento orquestal cobra también aquí un elevado protagonismo, superior al de las óperas anteriores. Es decir, Verdi buscó un equilibrio entre la gran voz y la gran orquestación, sin subordinar una a la otra, lo cual hace de aquella ópera un joya única en todo el repertorio universal. Por otra parte, con Othello, Verdi abrió vías hacia el realismo musical, que en Italia cobró el nombre de verismo (Giacomo Puccini sería el gran compositor de esa corriente, junto a Pietro Mascagni y Ruggero Leoncavallo).

Falstaff, la postrera ópera de Verdi, es punto yaparte. Aquí quiso demostrar que era capaz de dominar también la subordinación de la voz a la orquestación. Es como si el ya anciano compositor de La Roncole, hubiera querido proporcionar una lección a los wagnerianos con sus mismas normas. Por ello, Stravinsky pudo señalar un día: «Falstaff pudo haber sido la mejor ópera de Wagner, pero no es la mejor de Verdi».

Convertido Verdi en una referencia de la lucha del pueblo italiano por su independencia (1848), su célebre canto coral Va pensiero, de la ópera Nabucco, fue el himno clandestino de quienes combatían por escindir a Italia del Imperio Austríaco apoyando las sublevaciones de Mazzini y Garibaldi. Y, por si hubiera dudas al respecto, en las ciudades italianas las paredes despertaban un día tras otro pintadas con una palabra: VERDI.. ¿Por qué? Veamos: V de «Vittorio»; E de «Emanuelle»; R de «Rey»; D de «de», e I de «Italia». VERDI, repito.

Fueron los sectores independentistas monárquicos los que utilizaron aquel slogan, aun sabiendo que Verdi era partidario de la República. Por ello, cuando finalmente Italia alcanzó el status de nación-estado, el rey Vittorio Emanuelle le ofreció el título de marqués, que Verdi rechazó.

En los últimos años, viudo y sin hijos, invirtió parte de su fortuna en una casa de acogida para músicos jubilados y carentes de recursos, y musicalmente ya no compuso más óperas, sino un extraordinario Réquiem que El Vaticano se apresuró a incluir en el índice de Obras Prohibidas, por «irreverente y sensualista», y que hoy constituye una obra maestra en su género, tan escuchada como sus mejores óperas. Y puestos a hablar de censuras, debe señalarse que Wagner jamás tuvo problemas con los poderes absolutistas establecidos en la Confederación Germánica, y en cambio Verdi sí.

Por ejemplo, Rigoletto: en un principio uno de los personajes centrales era «Francisco 1», que fuera rey de Francia (tiempos de Carlos V en España), y con ello Verdi intentaba forjar una metáfora contra las monarquías absolutistas; sin embargo, no pudo ser, pues la censura le obligó a sustituir al presunto monarca y él lo convirtió en el «Duque de Mantua». Asimismo tuvo problemas con Un ballo in maschera, un homenaje a los conspiradores antimonárquicos italianos, y debió cambiar el escenario de los hechos: de su Italia natal a los Estados Unidos de América del Norte. E igual ocurrió con la ópera I mesnadieri (Los mesnaderos), un homenaje a los «bandidos» y con la extraordinaria Simón Boccanegra, homenaje a los piratas. Además, cabe citar una curiosidad poco conocida: en el célebre «Cuarteto» del último acto de Rigoletto, donde combinan el tenor, o sea el «Duque de Mantua» (un déspota libertino), el barítono, es decir, el jorobado «Rigoletto» (bufón de la corte), la soprano, que es su hija «Gilda» (pretendida y violada por el duque) y bajo que interpreta a un sicario llamado Sparafuccille que debía asesinar al duque... Pues en ese «Cuarteto», el Duque de Mantua dice, refiriéndose a su amada Gilda: Con un detto de tua mano, la mia pena consolare ... En la versión original, Verdi escribió y musicó esa frase como: Con un detto de tua mano IL MIO PENE CONSALARE. La censura eclesiástica lo tomó como una ofensa y obligó al compositor a introducir la corrección.

Volviendo al tema de Falstaff, tal como he señalado antes, cabe preguntarse el por qué de una ópera cómica como broche final a una colección de alrededor de cuarenta óperas todas ellas dramáticas... ¿Por qué Falstaff...? Quizás el escepticismo dominó los ánimos de un Verdi anciano, viudo y solo, aislado de la política y distante de la Corte de Vittorio Emanuelle, y quizá por ello esas palabras que cierran la ópera, es decir, las últimas palabras de la última ópera que Verdi musicó pronunciadas por su personaje «Falstaff»: Tutto n'el mondo é burla. Y la obra acaba con una risotada sarcástica.

El Movimiento de Transición.

El Movimiento de Transición.

Juan DEL RÍO

La actual crisis económica ha destruido la ilusión del consumo ilimitado para la gran mayoría de la sociedad occidental, pero a pesar del descalabro, son muchos los que todavía se empeñan en creer a los oráculos del sistema que insisten en que, muy pronto, volverán los tiempos de bonanza y vacas gordas y, ciegos ante la cruda realidad, niegan la necesidad de un cambio radical que pueda garantizar nuestra supervivencia.

 

Como autoorganizarse para cambiar el paradigma del consumismo en un mundo complejo y finito

Os propongo un pequeño ejercicio. Levantad la mirada y observad atentamente a vuestro alrededor. ¿Qué veis? ¿Existe alguna relación entre los objetos, personas o cosas que os rodean? ¿Qué relación tenéis con vuestro entorno?

Así es, vivimos en un mundo basado en la interdependencia. Cada uno de los elementos existentes depende de una u otra manera de otros elementos, formando así sistemas de todo tipo y escala, que a su vez se relacionan entre sí. Por ejemplo, no podemos entender la economía si no es dentro de una sociedad, y a su vez no puede existir ninguna sociedad si no es dentro de un medio natural que lo sustenta. Es ésta visión sistémica la que nos permite comprender que no somos seres aislados del mundo físico y natural, sino que formamos parte de sistemas socio-ecológicos complejos y dinámicos. En otras palabras, pueblos, ciudades o comunidades habitadas por personas y otros organismos vivos, que se encuentran en continua evolución y donde abundan las propiedades emergentes, existe un elevado grado de incertidumbre y los cambios pueden ser irreversibles.

Un concepto clave para comprender el funcionamiento de los sistemas socio-ecológicos, nuestras comunidades, es la resiliencia. Entendemos por resiliencia la capacidad, inherente a cualquier sistema, de absorber los choques externos y reorganizarse mientras se produce el cambio, de manera que el sistema mantiene esencialmente la misma función, estructura e identidad.[i]

Existen evidencias científicas, como el informe sobre los límites del equilibrio planetario,[ii] promovido por el Stockholm Resilence Centre, que nos demuestran que nuestro sistema socioeconómico está sobrepasando la capacidad de carga de nuestro planeta alterando gravemente el sistema Tierra. Consecuencias actuales de esta relación disfuncional, dominante entre la sociedad industrial y la naturaleza, son el cambio climático, la desaparición acelerada de la diversidad cultural y natural del planeta, y con ello la disminución alarmante de la resiliencia, y las crisis sociales y económicas asociadas.

Efectivamente, el hambre extrema en el cuerno de África, la catástrofe de las centrales nucleares en Japón, el gran aumento de las desigualdades sociales, el crecimiento poblacional, el agotamiento de los recursos, el cambio climático, etc. son parte de una misma crisis. Una crisis de sostenibilidad global, y de percepción de la realidad, que tiene su origen en el desarraigo con la naturaleza y en el consecuente ímpetu de nuestra sociedad por controlarla. Una sociedad basada en el crecimiento acelerado y el consumismo desmesurado de todo tipo de recursos. Por ello, la recuperación de un equilibrio global pasa por la reconstrucción de resiliencia socioambiental mediante el decrecimiento consciente de nuestras economías y la relocalización de nuestros modos de vida, y para conseguirlo es necesario transformar nuestra relación con el entorno natural, con los otros y con nosotros mismos. Lo que implica, como señala el filosofo Jordi Pigem, una transición cultural, es decir un cambio de mentalidad y valores.[iii]

Una sociedad adicta al petróleo

Sin petróleo barato no estarías leyendo este artículo ahora. No se podrían haber escrito estas palabras en un ordenador y no se podría haber impreso la revista que tienes ahora en tus manos. La mayoría de cosas a nuestro alrededor dependen del petróleo barato para su manufacturación y transporte: nuestros muebles, nuestro entretenimiento, nuestra comida, nuestras medicinas, nuestra casa,… Efectivamente, nuestro bienestar y riqueza económica están directamente relacionados con el petróleo y es justamente esta gran adicción por la poción mágica de nuestros tiempos la que nos hace tan vulnerables.

El pico de producción del petróleo o peak oil, punto a partir del cual disminuye su producción, significa que a partir de ese momento la disponibilidad va a ir reduciéndose de manera gradual pero continua. Atendiendo al comportamiento de los yacimientos actuales y de los nuevos descubrimientos petrolíferos, los diferentes estudios científicos lo sitúan entre el 2007 y el 2015.[iv] Sin embargo, en este caso, lo verdaderamente importante no es la fecha exacta, dado que se trata de un hecho inevitable, sino el hecho de que ocurrirá pronto y aun no hemos empezado ni a pensar realmente en ello ni a organizarnos para ello. En palabras del investigador Richard Heinberg, el peak oil, debido a nuestra extrema dependencia del petróleo, a su demanda creciente y a que no hay perspectivas de encontrar un sustituto mejor, se trata del mayor reto social y económico desde la revolución industrial.[v]

El mundo está cambiando; caminemos juntos

Albert Einstein decía que «los problemas no pueden resolverse con la misma visión que los creó». Siguiendo ese cambio de mentalidad existen un cada vez más amplio abanico de iniciativas y movimientos, que trabajan a diferentes escalas y con diferentes enfoques por un objetivo común: la transición hacia un modelo de desarrollo social y ambientalmente justo y sostenible. Cooperativas de consumo, centros sociales, el movimiento del Decrecimiento,[vi] o el movimiento Transition Towns[vii] son sólo algunos ejemplos. Sin embargo, hasta ahora, la dispersión de estos movimientos y a veces su estrecha mirada ha hecho que, en vez de trabajar conjunta y complementariamente, se aislasen perdiendo así gran parte de su fuerza y alcance. Por todo ello, en estos momentos cruciales de la historia, resulta imprescindible ampliar esa mirada viendo la problemática socioambiental desde una perspectiva sistémica, buscando la manera de conectarse y colaborar, aumentando así la masa crítica y favoreciendo el aprendizaje entre unos y otros.

Es ese enfoque inclusivo e integral es el que persigue el Movimiento de Transición y uno de los aspectos que lo emparenta con el reciente Movimiento del 15M. Con un carácter eminentemente práctico y propositivo el Movimiento Transition Towns, que se centra en las problemáticas interrelacionadas del pico de producción del petróleo y el cambio climático, y que enfoca su respuesta hacia la reconstrucción de resiliencia comunitaria, está sabiendo ejercer de paraguas y pegamento de forma que iniciativas muy diversas trabajen conectadas y comiencen juntas el proceso de cambio.

El concepto de transición

El concepto de transición parte del intento de aplicar el diseñó de la permacultura[viii] a asentamientos y ciudades. Su germen aparece en el 2005 con el proyecto Kinsale 2021,[ix] producto de un curso bianual de permacultura impartido por Rob Hopkins, posterior cofundador del movimiento Transition Towns. Dicho proyecto piloto supuso el primer intento de llevar a cabo un plan participativo e integral de descenso energético (EDAP),[x] en el que se trabajaba visionando un futuro positivo y autosuficiente en un mundo sin petróleo, para la población sudirlandesa de Kinsale. Poco después, se creaba en Totnes, un pueblo del suroeste de Inglaterra, la primera iniciativa en transición, Transition Town Totnes.[xi]

Desde ese momento, e impulsadas por la posterior creación de la Transition Network[xii] (Red de iniciativas en Transición) y la publicación del Transition Handbook[xiii] (Manual para la Transición), las iniciativas en transición han ido emergiendo y evolucionando en todo el mundo a partir del trabajo a nivel comunitario, y con las siguientes premisas:

  • Que la vida con un descenso dramático del consumo energético es inevitable y, por tanto, mejor prevenir que ser cogido por sorpresa.
  • Que la falta de resiliencia social actual hace que en estos momentos nuestras comunidades no estén preparadas para afrontar los choques que provocará el pico de producción del petróleo.
  • Que debemos actuar colectivamente y debemos hacerlo ahora.
  • Que dando rienda suelta a la creatividad de la comunidad podemos proactivamente diseñar nuestro descenso energético y construir modos de vida más interrelacionados y ricos que reconozcan los límites físicos de nuestro planeta.

Un reto colectivo

Efectivamente la transición es un gran reto colectivo que implica actuaciones a muy distintos niveles. Jóvenes y mayores, instituciones, comerciantes y sociedad civil, en general, deben actuar conjuntamente dando rienda suelta a su creatividad, y éste es uno de los grandes logros del movimiento de transición: conseguir, mediante la creación de redes, el uso de dinámicas participativas, el ejemplo práctico y el visionado conjunto de un futuro posible y mejor, la paulatina inclusión de los diferentes actores en el proceso de cambio.

El movimiento de transición nos enseña lo importante que es asociar imágenes, para así tener una visión clara sobre cómo queremos que sea nuestro futuro. ¿Qué pasaría si en vez de imaginarnos un futuro lleno de desastres y catástrofes le diésemos la vuelta y lo viésemos como un futuro lleno de extraordinarias oportunidades? Oportunidades de reinventar, repensar y reconstruir un futuro abundante en tiempo, en salud y en felicidad. Un futuro más local, comunitario y autosuficiente. Para ello como indica R. Hopkins,[xiv] es necesario crear nuevas historias y mitos que nos permitan avanzar en las próximas décadas, como por ejemplo de la ciudad que tiene su propia moneda o del pueblo que cambia los aparcamientos de coches por huertos comunitarios. En definitiva, historias de la comunidad que descubre que vivir con menos es vivir mejor.

Autoorganización

Cada iniciativa de transición, formada por gente corriente, como tú y como yo, se autoorganiza, mediante la creación de grupos de trabajo autónomos, sobre aspectos diversos como alimentación, educación, energía, psicología del cambio, etc. A partir de ahí las iniciativas ponen en práctica todo tipo de soluciones, creíbles y adaptadas a su contexto, para disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero y recuperar la resiliencia de su comunidad: huertos urbanos, sistemas de trueque y monedas locales, talleres de reciclaje y recuperación de saberes tradicionales, proyectos de bioconstrucción y aislamiento de casas, creación de bancos de semillas, asesorías de vulnerabilidad al petróleo para los comercios, proyectos sobre energías renovables, cuentos de transición, ferias ecológicas, guías de comida local, plantación de árboles frutales, o la creación de un plan integral de descenso energético (EDAP).

La evolución del Movimiento de Transición

Este es un movimiento joven y en pleno crecimiento. Continuamente, de manera viral y autoorganizada, nuevos grupos locales se adhieren a la idea de comenzar la transición por todo el mundo. Actualmente, aunque la mayoría de iniciativas se encuentran en países anglosajones como Reino Unido, Irlanda, USA, Australia o Nueva Zelanda, ya hay grupos en 31 países como son: Japón, Chile, Portugal, Francia, Finlandia, Alemania, Italia o España. A día de hoy existen ya cerca de 400 iniciativas oficiales y más de mil que están empezando a trabajar en ese mismo camino. Existen pueblos, barrios, ciudades, islas, penínsulas y bosques en transición, cada uno con sus propios proyectos, con su propia personalidad. Continuamente surgen nuevas publicaciones y películas en torno al movimiento Transition Towns, consiguiendo que el concepto de transición, hace un par de años casi desconocido, hoy día esté de total actualidad. En España se encuentra en sus inicios y en plena expansión. La creación de la wiki para el movimiento de transición en habla hispana,[xv] publicaciones como «De la idea a la acción: aprendiendo del movimiento Transition Towns»[xvi] o la emisión de documentales como «Pueblos en Transición»,[xvii] han ayudado de manera muy importante al mejor conocimiento del movimiento y a su dispersión por el territorio. Actualmente existen grupos de trabajo en torno a la transición en unas 20 localidades españolas: Barcelona y Vilanova i la Geltrú, Zarzalejo (Madrid), Mancor del Vall (Mallorca), Vitoria Gasteiz y Coín (Málaga), entre otras.

El concepto de transición, como quedó patente en la última conferencia internacional sobre Transition Towns que tuvo lugar del 9 al 11 de Julio de este año,[xviii] está en continua evolución. Participantes de 12 paises y debates sobre activismo y transición, sobre la necesidad de incluir la crisis financiera entre uno de sus objetivos, la adaptación de sus principios a contextos de pobreza como las favelas de Brasil, o la discusión de todo lo sucedido en las plazas europeas,[xix] mostraron la abertura de un movimiento que está sabiendo adaptarse a nuevos contextos y realidades.

15-M y Movimiento de Transición

Mención especial en el momento de cambio que vivimos, tiene el despertar que ha supuesto el movimiento 15M. En apenas unos días las plazas de España y otros países del mundo se llenaron de gente de todo tipo, proclamando de manera masiva y pacífica su indignación frente a un sistema injusto, dominado por bancos, grandes empresas y gobiernos corruptos. Y, ¿qué mejor manera de hacerlo que con el ejemplo? Niños, jubilados, estudiantes, trabajadores y parados, que dejando de lado sus pequeñas diferencias se pusieron manos a la obra para diseñar y construir a través de la creatividad, la cooperación y la autoorganización, pequeñas comunidades semiautosuficientes en el centro de las ciudades. Comedores, populares, cuidado sanitario, múltiples grupos de trabajo, guarderías, huertos, el uso de la democracia participativa y horizontal o de los principios de la permacultura, o las múltiples actividades culturales, fueron claros ejemplos de que la gente quiere un modelo de vida diferente y que es posible. ¿Acaso no es este un ejemplo increíble de transición?

Lo sucedido en tantas plazas, incluido Wall Street mientras escribo estas líneas, se trata de un gran experimento de transición social, que pese a lo efímero, a puesto a la sociedad de muchos países en plena efervescencia. Pero ¿cómo continuar este cambio? No existen respuestas concretas y evidentemente dependerá de cada lugar y situación, pero lo que está claro es que el movimiento de transición puede tiene un papel crucial en este proceso global de cambio, aportando su visión, metodologías y herramientas, para canalizar constructivamente la indignación actual.

Por un cambio de paradigma

Sabemos que la recuperación de un equilibrio global pasa por la reconstrucción de resiliencia mediante el decrecimiento consciente de las economías, la relocalización de nuestros modos de vida y la reconexión con el medio natural, y que para ello es imprescindible un gran cambio cultural. Donella Meadows[xx] nos explica, que el punto clave en el que hay que actuar para que cambie un sistema es en el cambio de paradigma, es decir aquellas ideas compartidas y asunciones que dan forma a la cultura, que la guían. Cambiar el paradigma consumista actual por el paradigma del «menos es mejor», el de la sostenibilidad, supone un reto inmenso que no puede esperar.

Con ese objetivo y centrándose en el declive del petróleo y en la necesidad de vivir de manera más autosuficiente, el movimiento de transición nos llama a actuar colectivamente, de manera creativa y huyendo del catastrofismo. Nos invita a reaprender y a cambiar nuestros valores: la competitividad por la cooperación, el individualismo por la comunidad, lo lejano por lo local. Nos infunde ánimo para que conjuntamente visionemos y diseñemos nuestro futuro. Nos explica que esta ilusionante, aunque larga, transición de paradigma puede ser increíble. Y nos dice que definitivamente hay que de dejar las diferencias de lado y ponerse ya manos a la obra porque es el momento de pasar todos juntos de la indignación a la acción.

Notas


[i] Walker, B., Hollinger, C.S., Carpenter, S.R. and Kinzing, A. (2004) «Resilience, Adaptability and Transformability in Social-ecological Systems» Ecology and Society.9 (2) p.5.

[ii] Rockström, Johan; W. Steffen, K.; Noone, [et al.] (2009). «Planetary Boundaries: Exploring the safe operating space for humanity», Ecology and Society 14(2), p 32.

[iii] Pigem, J. (2010) «Revalorar el món: els valors de la sostenibilitat» Consell Assessor per al Desenvolupament Sostenible de Catalunya.

[iv] Datos del Oil Depletion Analysis Centre. (http://www.odacinfo. org). Mirar también: http://www.hubbertpeak.com/

[v] Heinberg, R.(2003) «The Prty’s Over, War and the Fate of Industrial Societies». New Society Publishers.

[vi] www.decrecimiento.es

[vii] T. www.transtiontowns.org

[viii] Holmgren, D. (2003). «Permaculture: principles and pathways beyond sustanaibility».Holmgren Design Services.

[ix] http://transitionculture.org/wp-content/uploads/kinsaleenergydescentactionplan. pdf

[x] Energy Descent Action Planning

[xi] http://www.transitiontowntotnes.org/

[xii] http://www.transitionnetwork.org/

[xiii] Hopkins, R. (2008). «The Transition Handbook.From oil dependency to local resilience».Totnes. Green Books.

[xiv] http://www.ted.com/talks/lang/spa/rob_hopkins_transition_to_a_world_without_oil.html

[xv] http://movimientotransicion.pbworks.com. Del Río, J. (2009) «De la idea a la acción: aprendiendo del movimiento TransitionTowns» Máster en Sostenibilidad de la Universidad Politécnica de Catalunya. Se puede descargar en:

[xvi] http://movimientotransicion.pbworks.com/f/De+la+idea+a+la+acci%C3%B3n%3B+Aprendiendo+del+Movimiento+Transition+Towns+-+Juan+Del+R%C3%ADo.pdf

[xvii] http://www.rtve.es/television/20100208/escarabajoverde-pueblos-transicion/317064.shtml

[xviii] https://barcelonaentransicio.wordpress.com/2011/07/20/2011-transition-network-conference/

[xix] http://www.youtube.com/watch?v=80UdS9WuQXA

[xx] Meadows, Donella (2009).«Leverage Points–Places to Intervene in a System».London. Earthscan.

El federalismo integral de Bakunin

El federalismo integral de Bakunin

Ángel J. CAPPELLETTI 

La vigorosa e inquietante personalidad de Bakunin y, lo que es más importante, la claridad de su pensamiento, han movido a numerosos escritores y calificados sociólogos, al estudio de sus ideas y de su trayectoria humana.

Pocos, sin embargo, han alcanzado el rigor analítico y la valoración profunda con que el profesor Ángel J. Cappelletti estudia la obra bakuniniana. Este trabajo trata un importante aspecto del pensamiento de Bakunin, cuya actualidad nos parece oportuna con respecto al proceso socio-político español.

La doctrina federalista no es, sin duda, una invención de Bakunin. Son muchos los autores que, antes que él, han hablado de federalismo (aun sin utilizar siempre este nombre) en la historia del pensamiento europeo moderno.

Ya Godwin, en su Investigación acerca de la justicia política, y aún antes Helvetius y Rousseau, habían propuesto como único remedio a la concentración del poder y a lo que llamaríamos hoy «imperialismo», el ideal de una multitud de pequeños Estados (más o menos vinculados entre sí por pactos y acuerdos mutuos).

Pero el gran campeón de la idea federal en la primera mitad del siglo pasado, el que la llevó hasta sus últimas consecuencias sociales y económicas fue sin duda, P.J. Proudhon, quien reivindica para sí su paternidad, cuando dice, al comienzo de El principio federativo: «La teoría del sistema federal es nueva; creo hasta poder decir que no ha sido formulada por nadie».

Con Bakunin, sin embargo, el federalismo adquiere nuevos matices, al vincularse al colectivismo por una parte y a la idea de la revolución por la otra.

Con ocasión del Congreso realizado en 1867 por la «Liga de la paz y la libertad», en Ginebra, Bakunin trató de aclarar el concepto de federalismo, llevándolo hasta sus últimas consecuencias lógicas. El principio del federalismo fue adoptado por dicho Congreso de modo unánime. Sin embargo, no ha sido bien formulado en las resoluciones. Según Bakunin, que indudablemente quiere ir más allá de los congresistas, pese a que dice interpretar su «sentimiento unánime», se debe proclamar:

  • Que para salvaguardar la paz y la justicia sólo hay un medio: constituir los Estados Unidos de Europa.
  • Que estos Estados no podrán formarse jamás con los Estados tal como al presente existen.
  • Que una confederación de monarquías es una burla, impotente para garantizar la paz y la libertad, tal como se demostró en la Confederación Germánica.
  • Que ningún Estado centralizado, burocrático y militar, aunque sea republicano, podría integrar una confederación internacional, ya que al estar fundado en un acto de violencia sobre sus propios miembros no podrá fundarse en la paz y en la justicia en sus relaciones con otros Estados.
  • Que en cada país es necesario sustituir la vieja organización vertical por una nueva, cuyas únicas bases sean los intereses y necesidades de los pueblos, y cuyo único principio sea la federación de los individuos en comunas, de las comunas en provincias, de las provincias en naciones, de las naciones en los Estados Unidos de Europa, primero, y del mundo, más tarde.
  • Renuncia total al llamado derecho histórico de los Estados.
  • Reconocimiento del derecho de toda nación, de todo pueblo, de toda provincia, de toda comuna a una completa autonomía, siempre que no amenace la autonomía ajena.
  • El derecho de la libre reunión y de la secesión igualmente libre de un país con respecto a otro es el primero y principal de los derechos políticos.
  • Ningún partido democrático europeo podrá aliarse con los Estados monárquicos, ni siquiera para lograr la independencia de un país oprimido.
  • La Liga debe proclamar su simpatía por toda insurrección nacional contra cualquier clase de opresión, sea ésta externa o interna, con tal que tal insurrección se realice en interés del pueblo y no con la intención de fundar un Estado.
  • La Liga combatirá lo que se denomina gloria y potencia de los Estados, a las cuales opondrá la gloria de la inteligencia humana.
  • La Liga reconocerá la nacionalidad como un hecho natural, pero no como un principio.
  • El patriotismo que tiende a la unidad prescindiendo de la libertad es negativo y funesto para los intereses del pueblo, por lo cual la Liga no reconocerá sino la unidad que surja libremente por la federación de las partes autónomas en el todo.

Para Bakunin, éstas son «las consecuencias necesarias de ese gran principio del federalismo que ha proclamado solemnemente el Congreso de Ginebra», y tales son, además, las condiciones absolutas, aunque no únicas, de la libertad y de la paz. Cuando Bakunin escribe esto –estamos citando su obra titulada Federalismo, socialismo, y anti-teologismo– hace muy poco que ha concluido en los Estados Unidos de Norteamérica la Guerra de Secesión. En su deseo de dar a los miembros de la Liga (que reúne, por cierto, a lo más granado de la intelectualidad liberal de Europa, como Stuart Mill, John Bright, etc.) una concepción integral del federalismo, que supere los estrechos límites del federalismo político, apela precisamente a la situación que originó esa guerra civil reciente. Los Estados del sur han sido siempre federalistas; su organización política era, por eso, más libre aún que la de los Estados del Norte, «y sin embargo, últimamente se han atraído la reprobación de los partidarios de la libertad y de la humanidad en el mundo, y por la guerra inicua y sacrílega que han fomentado contra los Estados republicanos del Norte derribaron y destruyeron la más hermosa organización política que haya existido jamás en la historia».

La causa de este hecho no es política sino enteramente social: tan magnífica organización política tiene, como las repúblicas de la antigü̈edad, una mancha que la afea y echa a perder. En dichos Estados, en efecto, «la libertad de los ciudadanos ha sido fundada en el trabajo forzoso de los esclavos». y esto basta para transformar la más bella democracia política en el más hipócritamente tiránico de los regímenes. Una libertad política que se funda en la opresión social debe considerarse enteramente falsa.

En el mundo moderno el antagonismo fundamental se da igual que en el antiguo, entre ciudadanos y esclavos, porque si en América recién se acaba con la esclavitud propiamente dicha, en Europa subsiste una esclavitud no de derecho sino de hecho, que obliga a las grandes masas proletarias a vender su trabajo a los dueños de los medios de producción. Puede suceder, por cierto, que así como los Estados antiguos perecieron por la esclavitud, los modernos mueran por el proletariado.

La lucha de clases constituye, pues, para Bakunin, un hecho fundamental en la sociedad antigua y moderna. En esto su posición aparece muy próxima a la de Marx, aun cuando Bakunin no acepte el materialismo histórico en cuanto implica una filosofía monista de la historia. Considera la lucha de clases como uno de los motores –con frecuencia el principal–, pero no como el único motor del acontecer histórico.

La existencia de las clases no puede ponerse en duda para él. Es inútil argüir que el antagonismo que las separa es más ficticio que real o que no se puede establecer una línea que divida las clases propietarias de las desposeídas, según hacían –y, en cierto sentido, siguen haciendo– muchos sociólogos y economistas burgueses. El hecho de que existan entre unas y otras, matices intermedios no significa que la división no se pueda establecer con claridad, del mismo modo que el hecho de que, entre plantas y animales y entre animales y hombres se den también muchos estados de transición, no impide, que en general, se diferencie con certeza entre una planta y un animal, entre un animal y un hombre. «A pesar de las posiciones intermedias que forman una transición insensible de una existencia política y social a otra, la diferencia de las clases, sin embargo, es muy marcada, y todo el mundo sabe distinguir la aristocracia nobiliaria de la aristocracia financiera, la alta de la pequeña burguesía, y ésta última de los proletarios de las ciudades y de las fábricas; lo mismo el gran propietario latifundista, el rentista, el campesino propietario que cultiva la propia tierra, el granjero, el simple proletario del campo».

Todas estas diferencias se reducen, para Bakunin, en la sociedad de su tiempo, a un antagonismo fundamental: las clases propietarias de la tierra y de los medios de producción o, por lo menos, de la educación burguesa, a las cuales llama clases políticas, y las que carecen de capital, de tierra y de instrucción, a las que denomina clases obreras. «Habría que ser un sofista o un ciego para negar la existencia del abismo que separa hoy esas dos clases. Como el mundo antiguo, nuestra civilización moderna, que comprende una minoría comparativamente muy restringida de ciudadanos privilegiados, tiene por base el trabajo forzado (por el hambre) de la inmensa mayoría de las poblaciones, consagradas fatalmente a la ignorancia y a la fatalidad».

Contra lo que suponen muchos reformistas burgueses y hasta algunos socialistas, Bakunin considera enteramente vana la esperanza de salvar dicho abismo por la instrucción del pueblo. No niega la utilidad de las escuelas populares, pero con sentido realista se pregunta si el proletario abrumado por el trabajo –en 1868 las jornadas eran en la industria de todos los países europeos de 10 y 12 horas, por lo general– querrá enviar los hijos a la escuela o si preferirá ponerlos a trabajar lo antes posible para aliviar la difícil situación de la familia. En el mejor de los casos los mandará durante uno o dos años, con lo cual aprenderán a leer, escribir y contar. Pero tal nivel de instrucción evidentemente no bastará, ni mucho menos, para salvar el abismo que los separa de la cultura burguesa.

El problema de la educación y la cultura de los proletarios requiere, pues, un planteamiento inverso, siguió Bakunin: «Es evidente que la cuestión tan importante de la instrucción y de la educación populares depende de la solución de esta otra cuestión tan difícil de una reforma radical en las condiciones económicas actuales de las clases obreras. Modificad las condiciones de trabajo, dad al trabajo todo lo que según la justicia le corresponde y, por consiguiente, dad al pueblo la seguridad, la comodidad, el ocio, y entonces, creedlo, se instruirá y creará una civilización más vasta, más sana, más elevada que la vuestra».

Los economistas y sociólogos burgueses arguyen que el mejoramiento de la clase obrera depende del progreso general y del incremento de la industria y el comercio, lo cual supone la más completa libertad para la empresa privada. Los librecambistas de 1868 argumentaban, como se ve, de modo análogo a los desarrollistas de hoy.

Bakunin, que no deja de recordar a veces que habla a burgueses –burgueses liberales, pero burgueses al fin–, no ataca la libertad de la industria y el comercio, que éstos reclaman, pero les recuerda que «mientras existan los Estados actuales y mientras el trabajo continúe siervo de la propiedad y del capital, esa libertad, al enriquecer una mínima porción de la burguesía en detrimento de la inmensa mayoría del pueblo, no producirá más que un solo bien, el de enervar y desmoralizar más completamente al pequeño número de los privilegiados, el de aumentar la miseria, los agravios y la justa indignación de las masas obreras, y por eso mismo, el de acercar la hora de la destrucción de los Estados».

Es necesario reconocer, según Bakunin, que en el mundo moderno la civilización de una pequeña minoría, se basa, igual que en el mundo antiguo, sobre el trabajo forzado y la barbarie de la mayoría.

Esto no quiere decir –aclara– que las minorías no trabajen en absoluto, pero la índole del trabajo que realizan, infinitamente más grato o mejor retribuido, les permite el ocio, condición indispensable del desarrollo intelectual y moral, ocio del cual no disponen jamás los proletarios. Bakunin contrapone el trabajo manual –que llama «trabajo muscular»– y el trabajo intelectual –que denomina «trabajo nervioso»–. Esta división, «no ficticia sino muy real, que constituye el fondo de la situación presente tanto política como social», tiene la siguiente consecuencia: «Para los representantes privilegiados del trabajo nervioso (que, entre paréntesis, en la organización actual están llamados a representar la sociedad, no porque sean los más inteligentes, sino sólo porque han nacido en medio de las clases privilegiadas), todos los beneficios, pero también todas las corrupciones de la civilización actual: la riqueza, el lujo, el confort, el bienestar, las dulzuras de la familia, la libertad política exclusiva con la facultad de explotar el trabajo de los millones de obreros y de gobernarlos a capricho y en su interés propio, todas las creaciones, todos los refinamientos de la imaginación y del pensamiento... y, con el poder de convertirse en hombres completos, todos los venenos de la humanidad pervertida por el privilegio. Para los representantes del trabajo muscular, para esos innumerables millones de proletarios y también de pequeños propietarios de la tierra ¿qué queda? Una miseria sin salida, sin las alegrías de la familia siquiera, porque la familia se convierte en una carga para el pobre; la ignorancia, una barbarie forzosa, casi una bestialidad, diríamos, con el consuelo de que sirven de pedestal a la civilización, a la libertad y a la corrupción de un pequeño número. Por el contrario, han conservado la frescura de espíritu y de corazón. Moralizados por el trabajo, aunque forzado, han conservado un sentido de la justicia muy distinto de la justicia de los jurisconsultos y de los códigos; miserables ellos mismos, compadecen todas las miserias, han conservado un buen sentido no corrompido por los sofismas de la ciencia doctrinaria ni por las mentiras de la política, y como no han abusado ni siquiera de la vida, tienen fe en la vida».

Ahora bien, la única diferencia esencial que hay entre la sociedad moderna y las sociedades del pasado a este respecto consiste en que, desde la Revolución Francesa, han tomado conciencia de la existencia del abismo que media, entre las clases y, cada vez más, de la necesidad de colmarlo y superarlo. De aquí surgirá el socialismo.

Pero, ante todo, Bakunin quiere dejar en claro que no puede hablarse de federalismo en el sentido pleno y auténtico de la palabra, allí donde dicho abismo subsiste. En todo caso, se tratará de un federalismo parcial o, por mejor decir, abstracto, lo cual equivale a mutilado y falso.

Por más avanzada que parezca la constitución política de los estados del Sur de Norteamérica, toda ella queda desvirtuada por la infame e infamante institución de la esclavitud. ¿Cómo podría considerarse realmente «federal» un régimen que se sustenta en el trabajo forzado y la compraventa de seres humanos, siendo el federalismo, por definición, el producto del mutuo acuerdo y del libre pacto?

Si en algo se equivocó Bakunin, al juzgar a la Guerra Civil norteamericana, fue sin duda en el excesivo aprecio que demuestra por la constitución política y aun por las condiciones sociales de los Estados Unidos. Bakunin, que no conocía ese país sino de paso, conservaba una imagen romántica de la libre, republicana y laboriosa América, frente a la Europa de las monarquías absolutas, del feudalismo y del capitalismo opresivo.

Más aún, sobrevaloraba la constitución política de la confederación, las instituciones educacionales y hasta la situación de la clase obrera, siempre por contraposición con el viejo continente. Pero su claro instinto libertario le permitió ver desde el principio (cosa que no sucedió con Proudhon) el carácter «sacrílego» de la causa del Sur y la falsedad de su pretendido y cacareado «federalismo». En realidad, tal pretensión no era del todo nueva, ya que 70 años antes, durante los años de la Primera República francesa, los girondinos, que defendían los intereses de la burguesía provincial, también habían apelado al «federalismo» en beneficio de dicha burguesía y contra los intereses del pueblo, según lo hará notar Kropotkin en su gran obra histórica sobre la Revolución francesa.

La tesis de Bakunin puede resumirse diciendo que el federalismo político supone necesariamente lo que cabría llamarse un federalismo social y económico, o, dicho en otros términos, un socialismo libertario.

Así como no hay verdadero socialismo que no sea federalista, así no puede haber verdadero federalismo que no sea socialista.

Con irrebatible consecuencia, aunque sin duda también con excesivo optimismo en la apreciación de los hechos históricos, dice, en El oso de Berna y el oso de San Petersburgo: «La abolición de todo Estado político, la transformación de la federación económica, nacional e internacional; hacia ese objetivo marcha actualmente Europa».

Orobón Fernández y la Alianza Obrera

Orobón Fernández y la Alianza Obrera

Ramón ÁLVAREZ

La figura de Valeriano Orobón Fernández deja una profunda huella de su paso por el campo obrero internacional. Max Nettlau y Rodolfo Rocker reconocieron en él cualidades inestimables de talento y visión revolucionaria. Como escritor muy pocas plumas del obrerismo militante podrían comparársele. Si seguimos la valoración autorizada de Manuel Buenacasa, fundador de la CNT y primer historiador libertario, después de Anselmo Lorenzo, acaso Quintanilla podría ser candidato a la comparación, tanto por su vastísima cultura como por las excepcionales disposiciones de ambos para escribir y ocupar la tribuna.

Orobón Fernández fue sin duda el agente más poderoso del milagro operado por la CNT madrileña, acabando con el monopolio del socialismo parlamentario en la capital española.

Ningún militante de la «antigua CNT», como suelen decir despectivamente elementos carentes de historia y méritos que hablen por ellos, puede ignorar la enorme y eficaz actividad desplegada por Orobón en los años de la segunda República, desde las filas del cenetismo madrileño, participando en actos públicos y escribiendo en las columnas de La Tierra, periódico combativo en el que colaboraron valiosos elementos del periodismo confederal –Eduardo de Guzmán, José García Pradas, Ezequiel Enderiz– o las paginas de CNT de Madrid, órgano de la Confederación Nacional del Trabajo, dirigido por otro valor intelectual libertario –Avelino G. Mallada– como Valeriano, caído en el más lamentable de los olvidos.

Cuando conocí a Orobón, encontrábase la república española del 31 en una encrucijada política. El socialismo salía arrepentido y malherido de los largos años de colaboración ministerial, con un balance realmente desconsolador para los gobernantes y trágico para la clase trabajadora, que no pudo hallar satisfacción a ninguna de sus reivindicaciones legítimas e inaplazables.

El paro obrero, lejos de atenuarse alcanzó dimensiones insospechadas, y hablar de hambre no era retórica demagógica. Mientras tanto, el capitalismo, capitaneado por elementos como Juan March, juiciosamente calificado de «Pirata del Mediterráneo» por Benavides, en un libro muy leído, así como los generales reaccionarios, que habían pasado a la reserva con paga íntegra al amparo de un decreto del ministro de la Guerra, Manuel Azaña, conspiraban abiertamente y con inusitado descaro contra el nuevo régimen.

Puede admitirse, como elemento de análisis ya utilizado por los historiadores de la burguesía, que las protestas populares seguidas de grandes huelgas abanderadas por la Confederación precipitaron la caída de la república, inevitable de todas las maneras, al anunciarse las elecciones de noviembre de 1933 a las que los aliados de la víspera, se presentaron en orden disperso. Republicanos de un lado y socialistas por el otro, acudieron al sufragio popular achacándose mutuamente las responsabilidades del fracaso de la experiencia gubernamental, rica en discursos académicos y demasiado tímida para adoptar las medidas de carácter económico, social y militar que exigía el cambio de rumbo de nuestra historia.

La CNT en el Pleno Nacional de Regionales, celebrado en Madrid el 30 de octubre y primeros días de noviembre, se pronunció por el desarrollo de una intensa campaña de abstención electoral, queriendo demostrar el grave error de republicanos y socialistas gobernando el país, amenazado por la derecha, y contra los intereses básicos de la clase trabajadora, voluntariamente asociada a los combates que la CNT entablaba para salir del callejón de la miseria, puesto que la UGT estaba vinculada a la política republicana a través de la participación de sus dirigentes en las tareas ministeriales. Largo Caballero, secretario general de la UGT ocupó el Ministerio de Trabajo y desde allí realizó una política discriminatoria y sectaria, provocando infinidad de conflictos al intentar imponer a la CNT lo laudos de los famosos Jurados Mixtos, creados por él. Sin menoscabo de nuestras convicciones aliancistas debemos traer a la explicación histórica de las causas que engendraron la guerra civil el hecho evidente de las leyes, arbitrarias y humillantes, elaboradas por el parlamento republicano con la intención de desmantelar a la CNT a favor de la Unión General de Trabajadores.

Duele recordar la sistemática y brutal represión ejercida en el proceso político de la conjunción republicano-socialista, aunque pueda parecer un juego de niños comparado con los métodos de exterminio aplicados por el franquismo triunfante. Pero los imperativos históricos obligan a trazar la imagen real de la época, cualquiera que pueda ser la repercusión psicológica en la mente de los numerosos españoles nacidos después y, por tanto, prácticamente desconocedores de la verdad con tenida en las doloridas versiones de los que, pese a todo, nos consideramos privilegiados por haber sobrevivido a los momentos trágicos de la vida nacional, protagonizando los acontecimientos que han influido con fuerza en la marcha de los pueblos.

Es indudable que la reacción española disfrutaba de un trato de favor por parte de la república, con el inconfesado e ingenuo propósito de atraer al capitalismo, y a su brazo armado, el ejército, al camino de una mayor comprensión, pretendiendo alejar la posibilidad de un «pronunciamiento» que los militantes de la CNT dábamos por descontado a plazo no muy largo. De otra parte, resultaba evidente que las fuerzas fascistas se preparaban para el asalto al Poder ayudadas por la Iglesia y las oligarquías dominantes.

La fracción caballerista del partido socialista español empezó a desinteresarse del juego político al uso y a desarrollar una agitación de tono revolucionario, acercándose a las conclusiones analíticas del movimiento libertario, que también templaba el ánimo con vistas a un choque armado que juzgaba inevitable a la vista del cuadro general que ofrecía la sociedad española. Un ejército prácticamente en rebeldía contra las órdenes del gobierno; idas y venidas sospechosas de elementos derechistas a los países que habían de apoyar, después, el levantamiento militar; conspiraciones descaradas de militares y políticos que simbolizaban la revancha y la esperanza del regreso a la dictadura.

Había compenetración plena en los militantes de la CNT y del anarquismo español –el más realista de cuantos integran el movimiento internacional en apreciar que el proceso de maduración revolucionaria alcanzaba su punto culminante, pero nos separaba la elección del método adecuado para hacer frente a la situación, de manera que la clase trabajadora lograse la victoria en la prueba de fuerza cada día más visible y cercana.

La Confederación Regional del Trabajo de Asturias, León y Palencia siempre reflexiva –lo que proporcionaba mayor eficacia a sus decisiones– presentía con mucha claridad que el fulminante que había de poner en marcha arrolladora el mecanismo de la lucha entre el proletariado y lo más avanzado del liberalismo político de un lado, y el fascismo apoyado en la «espina dorsal de la nación», como así se calificó después al ejército, se situaba en el resultado de las elecciones convocadas para el mes de noviembre de 1933.

Con vistas al acontecimiento y por mandato expreso de los organismos calificados y representativos de la CNT de Asturias, sostuvimos en el Pleno Nacional de Regionales ya citado que, como primera e inaplazable tarea, se imponía ahondar en las formulaciones políticas de aquellos hombres del socialismo español que más influían en las orientaciones de la Unión General de Trabajadores y que, como Largo Caballero, amenazaban con la revolución. Según el criterio desarrollado en aquel comicio, era de nuestra incumbencia iniciar rápidamente, a escala nacional, una campaña pública a través de mítines –en los cuales participasen los militantes más capaces y prestigiosos– y en la prensa, con la colaboración de las plumas más brillantes y ágiles del movimiento libertario español, para llevar al ánimo del socialismo parlamentario y especialmente de la clase trabajadora enrolada en la UGT, francamente frustrada por los dos años de experiencia gubernamental, que no quedaba más vía de salvación que oponerse por la fuerza a la agresión que preparaban nuestros enemigos. Urgía tomar la delantera para hacer abortar los crecientes preparativos del fascismo. La mayoría de la militancia confederal asturiana estábamos seguros que una acción concertada y enérgica del proletariado de ambas centrales sindicales, aunque no triunfase plenamente, impediría al ejército sincronizar sus planes y elegir la coyuntura favorable para lanzarse a su operación exterminadora.

Pienso que cualquier observador imparcial puede verificar ahora la certera visión que reflejaban nuestros análisis de entonces.

La estrategia revolucionaria que triunfó en aquel pleno memorable frente a los agotadores esfuerzos de la Delegación asturiana, consideraba como temerario «reformismo» amancebarse con la UGT, cuando nosotros estábamos preparados y dispuestos para implantar el comunismo libertario. En todo caso, si los socialistas, según sosteníamos nosotros, estaban inclinados a conquistar en las barricadas lo que fatalmente iban a perder en las urnas, era oportuna y conveniente la alianza; los demás delegados al pleno se contentaban con proclamar unánimemente que en la calle nos encontraríamos.

En tales manifestaciones de seguridad en nuestra fuerza había no poca estridencia inoportuna, aunque no tanta como habíamos de ver más tarde al correr los años y ya terminada la guerra civil. Pero eso es ya otra historia.

Nadie salvo Valeriano Orobón Fernández, quiso escuchar nuestras intervenciones animadas por la voluntad de convencer, advirtiendo del peligro que suponía para el porvenir de la clase trabajadora derrochar a destiempo y en proyectos subversivos forzosamente limitados, el precioso caudal de energías atesorado entonces por la CNT, sin intentar siquiera ganar a nuestros afanes a una fuerza no despreciable como la representada por la Unión General de Trabajadores, y precisamente en el instante histórico en que la organización obrera hermana se acercaba a nuestra interpretación estratégica, aumentando considerablemente las posibilidades del triunfo proletario.

Nosotros preconizábamos ya la necesidad y la urgencia de la Alianza, pese a que la inmensa mayoría de los historiadores, equivocando el camino de las fuentes informativas, sitúen en otra zona de España y a cargo de grupos no libertarios, la iniciativa que doró el blasón revolucionario de la región asturiana.

Una noche, al salir del pleno, con pocas esperanzas de reducir la oposición de los delegados a nuestra tesis y de lograr adhesiones a la línea asturiana, Orobón Fernández que, con Eusebio Carbó, representaba a la AIT en el comicio nacional, me paró en la escalera hablándome en éstos o parecidos términos:

—Oye, una cosa: ¿el criterio que estás defendiendo en el pleno frente a la totalidad de las otras delegaciones, refleja en realidad el mandato de tu Regional?

Al contestarle afirmativamente, me aseguró que compartía totalmente el análisis del momento que vivía España formulado por la Regional Asturiana y nuestras conclusiones prácticas, añadiendo que podía contar con su apoyo en los debates, aunque carecía de voto como delegado informativo. «Para empezar –me dijo– estaré presente en todas las sesiones,  evitando que Carbó, orador brillante y demagogo, te abrume con sus intervenciones.

«Si no tienes compromiso –prosiguió– podíamos cenar juntos y comentar la situación». Ver de cerca a un hombre de aquella talla intelectual e integridad moral, valor auténtico que no cedía a la tentación vanidosa y que sabía desafiar la impopularidad cuando la conciencia lo determinaba, constituía una de mis mayores satisfacciones personales. Porque Orobón fue un ejemplo de entereza, como Quintanilla, Ascaso, Peiró y algunos más que conocí en más de 50 años de experiencia, hombres que no tenían nada en común con figuras hechas a base de contradicciones o renuncias, que han sabido componérselas para nadar siempre a favor de la corriente, aunque la razón y los intereses generales señalasen otro rumbo más positivo, estando más atentos a evitar perder el fervor fanático y partidista de los exaltados, que a potenciar la vida del movimiento obrero revolucionario.

En un bodegón madrileño, muy próximo al lugar donde tenían lugar las sesiones del pleno –oficinas de nuestro órgano nacional CNT– pasé hora y media de charla inolvidable y amena que sirvió para acabar de identificarme con Orobón, hombre de palabra fácil, facilísima tendría que decir. Ni un tropiezo en su cuidada construcción gramatical. Belleza de expresión, tono firme e imágenes perfectas. Me parecía escuchar a Quintanilla, pero en más combativo, con temperamento más recio y voluntad más acerada, con lo cual tenemos una mejorada representación de la galanura brillante del que fue nuestro maestro y educador.

En el transcurso de la conversación, desarrolló el tema de la Alianza –que yo venía defendiendo en el pleno con una seguridad, un dominio del tema y una convicción que predispusieron mi ánimo para aceptar con menos pesar el acuerdo adverso. Regresé a Gijón bien armado moralmente para continuar batallando por la alianza, al lado de José Mª Martínez, Avelino G. Entralgo y otros muchos del amplio ramillete de militantes que consiguieron llevar al convencimiento del proletariado asturiano la estrategia revolucionaria del aliancismo, que había de dar al mundo el ejemplo revolucionario más importante en la historia obrera del país hasta entonces. Experiencia que sirvió luego a muchos de sus enemigos para cosechar aplausos de multitudes enfebrecidas por el acontecimiento y que ignoraban el cambio de chaqueta operado por los oportunistas, que también abundan en el campo de los extremistas más radicalizados, lo que viene a confirmar nuestra opinión respecto a las gentes que aprovechan los aciertos de los otros para cubrirse de gloria.

Pocos de esos aprovechados de las acciones revolucionarias ajenas, que suelen utilizarlas como relleno retórico de discursos falsamente ardientes, emocionados y doloridos, podrán –cuando recuerden el octubre asturiano adelantar la prueba de afirmaciones previas como las de nuestro inolvidable Valeriano Orobón Fernández en los históricos artículos que publicó en La Tierra, de Madrid, y uno de los cuales comenzaba con frases reveladoras del clima de agitación y zozobra que vivía España en los días que precedieron a la revolución asturiana, incomprendida y abandonada a su triste suerte cuando hubo de sucumbir bajo el peso de la aplastante superioridad del ejército, que ya liberado de preocupaciones en su retaguardia, se volcó brutalmente sobre las ciudades de la región y pueblos de la cuenca minera. Ese artículo al que nos referimos, titulado «Alianza revolucionaria ¡sí! Oportunismo de bandería ¡no!», comenzaba así:

La realidad del peligro fascista en España [para mucha gente eso del fascismo era un cuento de miedo inventado por los aliancistas de Asturias] ha planteado seriamente el problema de unificar al proletariado revolucionario para una acción de alcance más amplio y radical que el meramente defensivo. Reducidas las salidas políticas posibles de la presente situación a los términos únicos y antitéticos de fascismo o revolución social, es lógico que la clase obrera ponga empeño en ganar esta partida. Sabe muy bien lo que se juega en ella.

Por eso, y no en virtud de interesados patetismos de importación [alusión a la farsa unitaria del comunismo], los trabajadores españoles coinciden hoy instintivamente en apreciar la necesidad de una alianza de clase que ponga fin al paqueo interproletario provocado por las tendencias y capacite al frente obrero para realizaciones de envergadura histórica...

De ese instinto de concentración proletaria ante la inminencia del peligro, estaba impregnada la clase trabajadora asturiana y no podía la CNT en la región defraudar las legítimas esperanzas de cuantos las habían depositado en nuestras tradiciones revolucionarias y nuestra inclinación al entendimiento fraternal con la UGT.

Valeriano Orobón Fernández, desde la prensa, en reuniones y correspondencia particular –probablemente desaparecida para siempre con grave daño para la reconstitución de la historia política y revolucionaria de España– apoyaba sin reservas la acción colectiva desplegada por la Regional asturiana. Mantuvo asidua correspondencia con José María Martínez, quien me daba a conocer el contenido de la misma, a partir del ya famoso Pleno Nacional de Regionales, donde se tomó el acuerdo de preconizar la abstención. Acuerdo que Asturias compartía, en materia doctrinal y táctica, aunque comprendíamos mal que, establecida de manera inequívoca la posibilidad de un viraje marxista hacia la inevitable y salvadora acción subversiva, nos obstinásemos en repudiar todo contacto formal con la UGT esperando que el mismo se produjese en las barricadas, barricadas que nadie construyó en España, fuera de Asturias. Frente al criterio de quienes pretendían aprovechar el descontento popular ante la incapacidad y timidez republicana para aplicar los métodos radicales que reclamaban los gravísimos problemas que aquejaban a la nación, creyendo que bastaría organizar una vanguardia de combate para liquidar el sistema capitalista, estaba Valeriano Orobón, la Regional asturiana colectivamente agrupada, y abundantes militantes en las diferentes regiones de España. Ninguno de nosotros compartía la desproporcionada euforia, únicamente basada en una mezcla disparatada de deseos y esperanzas que suelen nublar fatalmente todo sentido analítico, transformando en anticipadas realidades lo que no pasa de ser una ilusión.

Después de una intensa campaña pública pro abstención, realizada en toda España, que por sus dimensiones y eco impresionó a todas las fuerzas políticas –hablaron juntos, por entonces, Durruti y Orobón Fernández en la Plaza Monumental de Barcelona– la Regional de Aragón, Rioja y Navarra se lanzó al combate armado y en bastantes pueblos de la zona se implantó el Comunismo Libertario, como mensaje precursor de lo que había de ocurrir por aquellas tierras al producirse la guerra civil. Fracasado el movimiento, seguido de una terrible represión que alcanzó a la CNT en general, y ya puestos en libertad los encartados, meses más tarde, tuvo lugar en Madrid, en junio de 1934, otro Pleno Nacional de Regionales.

Representamos a la Regional de Asturias, León y Palencia en ese comicio –donde se debatió ampliamente el tema de la Alianza Obrera ya firmada entre nuestra regional –José María Martínez y yo–. Las primeras sesiones se dedicaron a  establecer un minucioso balance del movimiento revolucionario desencadenado en Aragón, en virtud de los acuerdos del anterior Pleno y que, como habíamos previsto los asturianos, produjo una brutal represión que debilitó nuestra potencia, cuando más necesaria resultaba con vistas a los acontecimientos que se nos echaban encima. Buenaventura Durruti –con el que había estado preso en la cárcel de Torrero, en Zaragoza, lo que permitió ya un análisis exhaustivo del levantamiento aragonés– afirmó sin rodeos ni asombros que la única posición consecuente, a la hora de pasar por el tamiz de la crítica el comportamiento de cada Regional, había sido la de los asturianos, que aparte de advertir a tiempo del fracaso que estaba a la vista como elemento de estudio para los delegados, secundaron el levantamiento, declarando la huelga general de apoyo y solidaridad, conforme a la oferta y compromisos suscritos.

Precisamente, cuantos esperábamos en la cárcel de Torrero ser juzgados como promotores de la insurrección aragonesa y sus repercusiones en la península –todos los secretarios regionales fuimos trasladados a Zaragoza bajo buena custodia– se discutía entre los presos el problema de la alianza. Salvo rarísimas excepciones predominaba un clima contrario al pacto entre libertarios y ugetistas, pero la llegada de La Tierra de Madrid, con los sensacionales artículos de Orobón, defendiendo el criterio que nosotros veníamos sosteniendo, empezó a modificar el ambiente y hasta los términos básicos de la cuestión. Orobón era un hombre escuchado y no pecaba de «reformismo», tópico siempre muy socorrido para quienes carecen de bagaje polémico. Es verdad que anduvimos lejos de conquistar la mayoría –aún persistía el estado de exaltación subversiva entre los jóvenes y bravos militantes aragoneses que habían de ser, criminalmente exterminados por los traidores sublevados en julio del 26–, pero gracias a la iniciativa de Orobón, se dispensó mejor acogida a la tendencia aliancista y debe estarnos permitido suponer que, de no haberse precipitado los acontecimientos, la presencia de Valeriano en el campo del aliancismo obrero, hubiese acabado por inclinar la balanza en nuestro favor. Lo prueba el hecho de que la CNT, reacia –como se ha visto– a toda entente formal con la UGT, adoptó una estrategia próxima a la nuestra en el primer Congreso de carácter nacional celebrado después del octubre asturiano, que tuvo lugar en el Teatro Iris, de Zaragoza, a partir del 1 de mayo de 1936. A propósito de ese comicio queremos aportar al acervo histórico algunas precisiones que restablezcan la verdad, a veces falseado lamentablemente, más por precipitación que por malevolencia, como lo revelan afirmaciones carentes de toda verificación. Cuando se dice que Buenaventura Durruti asistió al Congreso de la CNT en Zaragoza, por ejemplo, o que salió de la cárcel de Torrero en la primavera de 1934, por la presión de una huelga general, cuando lo cierto es que obtuvimos juntos la libertad a finales del mes de abril, encontrándonos en el viejo penal de Burgos, al que habíamos sido trasladados –por indisciplina– unos 90 hombres de la CNT entre los que recordamos a Durruti, Isaac Puente, Cipriano Mera, Antonio Ejarque, Joaquín Ascaso, hermanos Ucedo, Francisco Foyos y muchos otros.

Conviene igualmente insistir –sin esperar a la publicación de un libro sobre Octubre de 1934 que puede quedar en proyecto– que uno de los acuerdos fundamentales de aquel Pleno desmiente la pretendida indisciplina de la Regional Asturiana, puesta en circulación a través de la prensa y revistas por gentes que buscaban afanosamente argumentos para una actitud inhibicionista nada recomendable. Las delegaciones al comicio, incapaces de encontrar una fórmula conciliatoria entre nuestro aliancismo arraigado y el exclusivismo manifestado por los demás, juzgaron necesario recurrir a una confrontación de carácter nacional que decidiese en última instancia, por la vía de la consulta y el voto, respecto a nuestra postura colectiva.

En consecuencia. se delegó en el Comité Nacional para que, en el plazo máximo de tres meses procediese a la convocatoria de una conferencia nacional de sindicatos, cuyas decisiones obligarían a todas las regionales, comprometiéndose Asturias a rescindir el pacto aliancista, si tal fuese la voluntad mayoritaria libremente expresada. Por el contrario, si la conferencia se hubiese pronunciado en favor de la tesis asturiana, la Alianza Obrera –que no tenía vigencia fuera de nuestra región– se extendería automáticamente al ámbito nacional.

En el mes de octubre –cuatro meses después del Pleno que comentamos– estalló la insurrección armada en Asturias y no hay indicios de que la prevista conferencia estuviese en vías de realización, lo que dejó totalmente a salvo la responsabilidad, aunque nadie se haya salvado le la derrota.

Otro argumento falso, manejado por quienes se oponían a nuestra interpretación del momento y a la aplicación de la consecuente estrategia impuesta por los resultados del análisis, es el de afirmar que el movimiento revolucionario fue lanzado por la Ejecutiva del socialismo asturiano, residente en Oviedo, limitándose los cenetistas a secundarlo. Cuantos participábamos en los preparativos previos –casi toda la militancia libertaria de la región– sabíamos que el Comité de Alianza CNT-UGT tenía ya escogido el momento: cuando la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) entrase en el gobierno con participación directa. A últimas horas de la noche del día 4 de octubre de 1934, se anunció la entrada de tres ministros de la CEDA en el gobierno presidido por Lerroux, desencadenándose la lucha en la madrugada del día 5, como estaba convenido.

Siempre guiados por los imperativos históricos no podemos dejar en la nebulosa el comportamiento global de la Unión General de Trabajadores y del Partido Socialista Obrero Español, con igual sentido de imparcialidad que veníamos aplicando al examen de lo sucedido entonces en las filas del movimiento libertario español. Las dudas o desconfianzas en la lealtad del socialismo parlamentario y las vacilaciones en el momento culminante de aquel proceso, explica en cierta manera la inhibición de los libertarios fuera de Asturias. En cambio, el derrumbamiento de la fuerzas marxistas comprometidas en la batalla, limitando su presencia en nuestra región, pone de manifiesto una vez más la limitada capacidad revolucionaria de las entidades que lo fían todo a la decisión de los cuadros dirigentes... descuidando voluntariamente la formación de sólidas conciencias individuales que son, finalmente, las que dan vigor a las colectividades.

Rcordamos la intervención de Orobón Fernández, por aquellos días, en un gran mitin organizado por la Confederación en La Felguera, tierra de hombres de antecedentes libertarios nunca desmentidos. Es muy posible que algún periódico asturiano de la época haya reseñado el brillante discurso –magnífico de forma y de fondo, como todos los suyos– pero con el exclusivo auxilio de la memoria, propio de un atento observador, recordamos que resultó un acabado estudio de la realidad sociopolítica de España, que impresionó a la numerosa asistencia por la seguridad con que Orobón manejaba los datos históricos y por el acierto con que describía las amenazas sombrías que acechaban nuestro futuro, confirmadas por los acontecimientos que constituyeron el desenlace trágico de un ciclo histórico.

Cuando la última fase de la enfermedad que acabó por arrebatarle la vida en plena juventud, hizo su brutal aparición, se hablaba, entre la militancia confederal asturiana, de preparar una serie de conferencias a cargo de Orobón Fernández en los centros culturales más reputados de la región. Sin descuidar la indispensable tarea del proselitismo entre los trabajadores asturianos, se intentaba airear valores humanos e intelectuales como el suyo entre los elementos universitarios de la provincia para demostrar –a través del cálido verbo de un hombre que había ocupado la tribuna del Ateneo madrileño, raro privilegio que compartía con Avelino González Mallada, Ángel Pestaña, Salvador Seguí y Eusebio Carbó– el realismo práctico de nuestros ideales, la validez permanente de los métodos de lucha que han hecho del movimiento sindicalista libertario una fuerza potente e insobornable, y la superior concepción moral de nuestro eterno mensaje de lucha por la libertad para todos y en todas partes.

Como homenaje a Orobón Fernández y desoyendo los clamores de mentalidades irreverentes y estrechas, que buscan el nivel humano a ras de tierra, digamos que cada libertario ha de sentir la honda preocupación, el imperativo constante de la conciencia de alzarse hacia el nivel de figuras como la del hombre que hoy recordamos, para mejor servir los afanes emancipadores del proletariado y lograr una expansión de nuestro humano ideario, creando el clima de confianza y fraternidad que prefigure y anticipe nuestra ciudad ideal.

Bakunin y Nechaev

Bakunin y Nechaev

Ángel J. CAPPELLETTI

Una imagen bastante difundida de Bakunin nos la presenta como un revolucionario vinculado al nihilismo y al terrorismo. La imagen es más bien una caricatura, pero como toda caricatura se basa en la deformación o, a veces se diría, en la sublimación de algunos rasgos reales. En este caso, uno de tales rasgos está dado en el hecho de que Bakunin mantuvo relaciones con un célebre terrorista ruso de su tiempo, llamado Nechaev.

Estas relaciones condujeron a una franca ruptura, que reveló un disenso ideológico bastante profundo.

Sergei Gennadievich Nechaev había nacido cerca de Moscú, en 1847, hijo de una costurera y de un pintor de brocha gorda. Trabajó como maestro en San Petersburgo e ingresó en la universidad de esa capital cuando tenía veintiún años. Entre sus condiscípulos había, sin duda, algunos que serían más tarde anarquistas, como Cherkesoff, amigo de Kropotkin y de Malatesta en Londres, pero sus ideas, durante el período universitario, no pueden calificarse precisamente de anarquistas. Todo nos inclina a creer que era un jacobino, que pretendía seguir el camino de Babeuf y de Blanqui «Aunque Nechaev todavía no sabía francés –dice Paul Avrich– participaba en discusiones sobre la historia de Buonarotti de La conspiración de los iguales de Babeuf, un libro que ayudó a encaminar toda una generación de rusos rebeldes, y sus sueños pronto estuvieron dominados por sociedades secretas y la vida conspirativa. Se encontró irresistiblemente atraído por el jacobinismo y el blanquismo y cuando más adelante visitó a Ralli en Suiza, llevaba libros de Rousseau y Robespierre, y sus tendencias autoritarias, su pretensión de conocer "el deseo general" y de "forzar al pueblo a ser libre" ya estaban bien desarrolladas» (Bakunin y Nechaev, Ruta, Caracas, 1975 n.º 25, pp. 5-6).

En el joven Nechaev, que pronto se convirtió en líder de un grupo de estudiantes revolucionarios, pesaba especialmente la tradición del jacobinismo ruso (que, dicho sea de paso, se extiende desde el decembrista Pestel hasta el bolchevique Lenin, es decir, desde 1820 a 1920) y en particular las ideas de Zaichnevsky (autor de Joven Rusia, obra que evoca a los carbonarios, vinculados a Blanqui) y de Kachev, con quien colaboró en la elaboración del Programa de Acción Revolucionaria. Detenido e interrogado por la policía, Nechaev decidió exiliarse, no sin hacer creer a sus compañeros que había sido encerrado en la célebre fortaleza de Pedro y Pablo. De hecho, cruzó la frontera en marzo de 1869 y se dirigió a Suiza donde en seguida buscó a Bakunin y se presentó a él como delegado de una gran fuerza revolucionaria rusa.

Bakunin lo recibió con entusiasmo, no sólo porque este «cachorro de tigre» renovó, como dice Carr, su esperanza revolucionaria, sino también porque confirmaba su fe en las ocultas y tremendas potencialidades del pueblo ruso.

El mismo Carr escribe: «No fue pura coincidencia que la primera persona con quien Nechaev se encontró a su llegada a Ginebra fuera precisamente Bakunin. El prestigio del veterano revolucionario atrajo al ambicioso joven, quien esperaba conseguir también algún día su prestigio, pero ahora no tenía en su haber más que mucha energía, una fe desmesurada en sí mismo y una fértil imaginación. Como todos los visitantes de Bakunin, Nechaev quedó impresionado por el aspecto gigantesco y la magnética personalidad del viejo luchador, y se propuso impresionarle. Le contó cómo acababa de escaparse de la fortaleza de Pedro y Pablo, donde había estado encerrado como cabecilla del movimiento revolucionario de los estudiantes. Había llegado a Suiza como delegado de un comité revolucionario ruso que tenía su dirección central en San Petersburgo, y estaba esparciendo un reguero de pólvora revolucionaria a través de todo el país... El temperamento de Bakunin no tenía sitio para el escepticismo, por lo que se creyó a pie juntillas todo lo que le dijo Nechaev, y éste, lo mismo que Bakunin, poseía el don de ganarse la admiración y la confianza de sus nuevas amistades. Desde el primer instante se entusiasmó con Nechaev, de la misma manera que tantos otros se habían entusiasmado con Bakunin» (op. cit. pp. 404-405).

Se estableció entre ambos una estrecha amistad que pronto se tradujo en actividad común. En los meses siguientes publicaron una serie de folletos destinados a la propaganda revolucionaria en Rusia. Entre ellos uno, que sin duda escribió el mismo Bakunin, se titula Una palabra a nuestros jóvenes hermanos de Rusia; otro, que es también una exhortación a la juventud estudiosa y se llama Estudiantes rusos, pertenece al poeta Ogarev, amigo de Herzen, que por entonces seguía viviendo con él en Londres; otro, que constituye igualmente un llamado a los estudiantes universitarios, aunque más violento y sanguinario que los anteriores, A los estudiantes de la Universidad, la Academia y el Instituto Técnico, lleva la firma del propio Nechaev, el cual parece ser también autor de otros dos panfletos anónimos: Principios de la Revolución y Cómo se presenta la cuestión revolucionaria (aunque este último bien pudiera ser de Bakunin).

En cuanto al Catecismo del revolucionario otro de los panfletos editados en este momento, su paternidad ha sido objeto de largas discusiones. «Precedido por documentos anteriores del movimiento revolucionario europeo, expresa ideas y sentimientos que ya habían sido propuestos por Zichnevski e Ishutin en Rusia y por los carbonari y la Joven Italia en el Oeste. Pero al llevar hasta un último extremo la crueldad y la inmoralidad de sus predecesores, constituye la mayor declaración de un credo revolucionario que ha ocupado un puesto prominente en la historia revolucionaria por más de un siglo. En el Catecismo, el revolucionario es descrito como un completo inmoral, dispuesto a cometer cualquier crimen, cualquier traición, cualquier bajeza o engaño que pueda traer la destrucción del orden existente» (P. Avrich, op. cit. p. 11).

Se trata, en verdad, como dice Nicolás Walter (citado por el mismo Avrich), de un «documento revoltoso en vez de revolucionario», que constituye la expresión de un «revolucionarismo puro, total, fanático, destructivo, nihilista y derrotista». Sin ninguna clase de vacilación o de escrúpulo, el Catecismo echa por la borda toda la moral de la sociedad contemporánea y sostiene que el revolucionario «sólo considera moral aquello que contribuye al triunfo de la revolución», con lo cual entroniza el principio que por entonces todo el mundo llamaba jesuítico, de que el fin justifica los medios. Según el autor del singular panfleto, quien quiera hacer la revolución debe ahogar en su corazón, con la fría pasión de la causa revolucionaria, «los sentimientos acomodaticios y enervantes de la familia, la amistad, el amor, la gratitud, el honor incluso», y «noche y día su único pensamiento, su meta invariable debe ser... la destrucción despiadada».

En vista de ello, no puede extrañar a nadie que en nuestros días el mencionado Catecismo haya sido leído con entusiasmo y reeditado por el grupo La Pantera Negra.

En cuanto el folleto apareció, los marxistas no tardaron en aprovecharlo como pieza de convicción dentro de su campaña antibakuninista.

Carr, cuyas simpatías por el marxismo corren parejas con su falta de comprensión y de simpatía por Bakunin, está convencido de que el Catecismo fue escrito por éste y que a pesar del desmentido de los anarquistas, en la controversia subsiguiente «el fallo ha sido favorable a los marxistas». He aquí sus argumentos: «Es poco probable que Bakunin, que era un consumado autor de folletos, dejase en manos de un estudiante inexperto la exposición de sus ideas. La evidencia intrínseca de ello es además, concluyente. Los libelos están salpicados de efectos estilísticos y de juegos de palabras característicos de Bakunin ("el revolucionario sin palabrería", "la ocasión está al alcance de la mano", etc.). El Catecismo revolucionario es un típico ejemplo de una de las formas de composición favoritas de Bakunin. Incluso en el folleto firmado con el nombre de Nechaev se nota su huella, porque en él aparece citado en alemán su favorito proverbio hegeliano de los tiempos de su juventud: "Lo que es racional es real; lo que es real es racional". Y es muy dudoso que Nechaev conociera la filosofía de Hegel ni que entendiese el alemán» (op. cit. p. 408).

Si Bakunin no hubiera dejado en manos de Nechaev «estudiante inexperto» la exposición de las ideas sobre la revolución, éste no habría escrito ningún folleto sobre el tema, y sabemos positivamente que sí lo hizo. La evidencia intrínseca, contrariamente a lo que opina Carr está lejos de ser concluyente. El hecho de que en esos folletos aparezcan recursos estilísticos característicos de Bakunin puede significar que Nechaev estaba tan influido por él como para reproducir no sólo sus ideas sino también su modo peculiar de expresarlas.

El Catecismo, por lo demás, no es sólo una de las formas de composición favoritas de Bakunin sino también una de las formas de composición más usuales en la literatura doctrinaria (política, religiosa, etc.) de la época. El hecho de que en la obra se cite el famoso principio, «lo que es racional es real, lo que es real es racional», no significa ninguna especial versación en la filosofía de Hegel, ya que el mismo era ya un lugar común en la literatura filosófica y política de la época.

No es extraño que un marxista como B.P. Kozmin haya atribuido el Catecismo a Bakunin, ya que con ello pretendía desprestigiar al enemigo de Marx. Más raro resulta, en cambio, que también se lo atribuya Nettlau, gran admirador de Bakunin.

En efecto, si las razones internas de carácter estilístico con que se pretende demostrar que Bakunin fue el autor del famoso Catecismo no tienen valor, razones externas hay para demostrar por el contrario, sin dejar lugar a dudas, que no lo fue.

Por una parte, Confino ha puesto de manifiesto, en un preciso análisis comparativo, que este Catecismo del revolucionario tiene un estilo y un lenguaje totalmente diferente del Catecismo revolucionario que Bakunin compuso en 1866.

Por otra parte –y esto es lo realmente decisivo– el mismo Confino ha publicado hace unos años (1966) una carta inédita de Bakunin a Nechaev (hallada en la Biblioteca Nacional de París) en la que aquél condena lo que denomina «tu catecismo» y rechaza taxativamente su concepción revolucionaria, que califica de «sistema jesuítico» (el fin justifica los medios) (Cfr. Avrich, op. cit., pp. 13-14).

No cabe hoy, por tanto, duda alguna al respecto: el famoso Catecismo, antianarquista por jacobino y por amoral, no fue escrito por Bakunin, sino por su ocasional socio Nechaev.

Éste, al volver a Rusia, puso en práctica inmediatamente las ideas del Catecismo y comenzó a valerse del engaño, del chantaje, del terror, de todos los medios inmorales allí propiciados, a través de la sociedad secreta que fundó, La justicia del pueblo. Con la complicidad de algunos de los miembros de esta sociedad llegó hasta asesinar a un honesto estudiante de agronomía, enteramente dedicado a la causa popular, por el solo delito de haber cuestionado su omnímoda autoridad. Este hecho parece suficiente para demostrar que, si alguna ideología era ajena por completo a Nechaev, era precisamente el anarquismo, que no puede reconocer autoridad omnímoda ninguna ni como fin ni como medio. Dostoievski retrata a Nechaev en el personaje del loco nihilista Verkhovenski, en su novela Los endemoniados. Nechaev consiguió escapar, aunque muchos de sus compañeros fueron apresados y condenados a severas penas. Llegó nuevamente a Suiza. Pero allí sus relaciones con Bakunin empeoraron pronto hasta llegar a una verdadera y franca ruptura. En una importante carta, fechada el 2 de junio de 1870, Bakunin reprocha a Nechaev su falta de sinceridad para con él; se opone terminantemente a sus posiciones jacobinas y blanquistas; rechaza su amoralismo y opina que, en el fondo, no está haciendo otra cosa sino preparando una nueva opresión y una nueva explotación para el pueblo; le exhorta, en fin a renunciar a un jesuitismo que considera fatal para la causa revolucionaria. En verdad, como anota Guillaume, Bakunin «había sido víctima de su confianza demasiado grande, y de la admiración que le había inspirado al comienzo la energía salvaje de Nechaev».

A partir de 1870, Bakunin no vio más a Nechaev. Éste vivió un tiempo en Londres, regresó luego a Suiza, donde la policía lo entregó a los agentes del zar. Trasladado a Rusia y juzgado en Moscú, a comienzos de 1873, fue encerrado en la célebre fortaleza de Pedro y Pablo. Allí murió diez años más tarde: el 21 de diciembre de 1882, carcomido por la tisis.

Nechaev fue el prototipo del revolucionario amoral, para el cual no sólo se justifica la violencia sino también cualquier recurso, por vil y repugnante que sea, para lograr los fines de la revolución. Su posición distó mucho hasta de las ideas de Johann Most, el autor de la Revolutionäre Kriegswissenschaft.

No se le puede negar una gran energía, una apasionada constancia y una dedicación absoluta a la causa que había abrazado. Pero es evidente que sus ideas y actitudes tienen muy poco que ver con el anarquismo.

Kropotkin y Malatesta rechazaron en su tiempo con toda energía, en nombre del ideal anarquista, actitudes análogas a las suyas.

El mismo Bakunin, que lo acogió con gran entusiasmo y simpatía y que aún después de la ruptura con él jamás dejó de reconocer su coraje y su fuerza revolucionaria, advirtió a tiempo la incompatibilidad de su jesuitismo (el fin justifica los medios) con el anarquismo y el socialismo.

Si algo ha caracterizado siempre a todos los grandes pensadores anarquistas, y no sólo a Godwin y Proudhon, a Kropotkin y a Malatesta, a Rocker y a Landauer,  sino también al mismo Bakunin (pese a su pasión por la destrucción) es un radical moralismo. Nada más ajeno al anarquismo que la idea de que todos los medios quedan santificados por la santidad del fin. Por el contrario, una buena parte del esfuerzo intelectual de los anarquistas se ha empleado en demostrar, contra los bolcheviques, por ejemplo, que la perversidad de los medios pervierte el fin y que los ideales mismos de la revolución se pudren y corrompen cuando se aspira a concretarlos por medios podridos y corruptos.

De hecho, pese a su ocasional amistad con Bakunin, Nechaev estaba más cerca de los jacobinos y de los blanquistas que del anarquismo.