Blogia

Polémica

Erich Mühsam y la revolución de Baviera

Erich Mühsam y la revolución de Baviera

Roland LEWIN

Este artículo fue publicado originalmente en Recherches libertaires (n.º 4, septiembre de 1967). Posteriormente apareció una versión italiana en Volontá (noviembre, 1967). Esta versión publicada en Polémica (n.º 11, marzo, 1984) es la primera en lengua española. 

 

Erich Mühsam (1878-1934) es una de las figuras más atrayentes del movimiento libertario alemán. Nació el 6 de abril de 1878 en Berlín, en el seno de una familia judía. Su padre ejercía la profesión de farmacéutico. La familia se instaló en Lübeck, donde el joven Erich realizó sus estudios secundarios. Su ánimo rebelde y su gusto por la acción se manifestarán bastante pronto. Publicó en el periódico socialdemócrata de la ciudad diversos artículos anónimos sobre la vida del internado; sus descripciones eran poco académicas pero justas, y sus críticas no ofendían a nadie, aunque hicieron mucho ruido. Fue descubierto y expulsado del colegio por «actividades socialistas», trasladándose a Parchin, donde finalizó el bachillerato. Su padre le aconsejó que siguiera el mismo camino que él, Erich aceptó y fue durante algún tiempo aprendiz de farmacéutico.

Pronto conoció a Gustav Landauer, el célebre escritor y militante anarquista, pasando a ser su amigo y discípulo. Participó con él en la Nouvelle Communauté, un grupo literario liberal que ejerció más tarde una gran influencia en la vida intelectual alemana. Además de Gustav Landauer y Erich Mühsam, este círculo cultural estaba formado también por los hermanos Hart, Peter Hille, Paul Scheerbart...

Erich Mühsam viajó a Suiza, Italia, Austria y Francia. En 1909 se instaló en Munich, donde se ganaba la vida colaborando en diversos periódicos, especialmente en Jugend y en Simplicissimus. En abril de 1911 fundó y animó la revista mensual Kain, que dejó de publicarse al estallar la Primera Guerra Mundial (una nueva serie aparecería de noviembre de 1918 hasta abril de 1919). Durante los diez años que precedieron al conflicto, publicó también muchas obras: un ensayo sobre la homosexualidad, cuentos para niños, antología de poemas, obras de teatro...

En enero de 1918, los obreros de las fábricas de municiones deciden manifestarse en contra de la guerra y declaran una huelga general que se extiende a toda Alemania. Esta acción fue, sin embargo, de corta duración. Erich Mühsam aprobó esta forma de lucha y arengó a los trabajadores de las fábricas Krupp en Munich. Más tarde se negó a incorporarse al servicio auxiliar patriótico que acababa de ser instaurado. La policía lo detuvo y lo envió a Travenstein, donde permaneció bajo arresto domiciliario. Fue puesto en libertad el 5 de noviembre. Durante los tres días que siguieron a su liberación pronunció discursos pacifistas delante de los cuarteles de Munich.

La oleada revolucionaria se despliega por toda Alemania. En la noche del 7 al 8 de noviembre, el rey de Baviera abdica y se proclama la República. El socialista independiente Kurt Eisner forma un gobierno de coalición con los socialdemócratas mayoritarios y apoyándose en los Consejos obreros rompe las relaciones con el poder central de Berlín. Sin embargo, pronto cede a las presiones de su ala derecha y no tarda en practicar una política de concesiones que le granjea la hostilidad de la extrema izquierda.

Erich Mühsam vuelve a publicar la revista Kain, y funda la Unión de internacionalistas revolucionarios, y al mismo tiempo es miembro del Consejo de obreros y soldados, que se transforma muy pronto en un comité central revolucionario. Gustav Landauer y el poeta Ernest Tollel formaron, asimismo, parte del Consejo. El 7 de diciembre, cuatrocientos hombres conducidos por Erich Mühsam y el marinero Rudolf Eglhofer, uno de los principales responsables de la sublevación de Kiel, ocuparon los locales de la prensa de Munich. En vano intentaron obtener la dimisión del ministro del Interior, Aver, que representaba el ala derecha del gobierno de Baviera. En su monumental Historia del Ejército alemán, M. Benoist-Méchin evoca así este episodio:

Inquietos por el avance creciente de la contrarrevolución e inspirados por el ejemplo de sus émulos berlineses, Eglhofer y Mühsam deciden pasar a la acción antes de que sea demasiado tarde.

En la noche del 7 de diciembre se libran de su propio jefe. Acompañados por cuatrocientos hombres armados invaden las salas de redacción de los principales periódicos de Munich y manifiestan su deseo de instaurar la dictadura del proletariado. Eisner, despertado en plena noche, se viste deprisa y corriendo y se dirige al lugar de los hechos para calmar los ánimos y oponerse a la violencia. Impresionados por su arrogancia, los Guardias rojos se dirigen entonces a casa de Auer, al Ministerio del Interior, donde fuerzan las puertas. En medio de gritos y abucheos exigen al ministro su dimisión. Bajo la amenaza de los revólveres, Auer se ve obligado a firmar la siguiente declaración: «en la noche del 7 de diciembre he sido asaltado por cuatrocientos hombres armados y he sido forzado a renunciar a mi cargo. Cediendo a la violencia, anuncio mi dimisión del cargo de Ministro del Interior».

Entonces las tropas fieles al Gobierno saltan a los camiones y se van a toda prisa hacia el Ministerio del Interior. Suben los peldaños de las escaleras de cuatro en cuatro, irrumpen en el despacho de Auer, dispersan a los extremistas y acaban por adueñarse de la situación

El 11 de diciembre los espartaquistas fundaron su primer grupo de Munich. Hasta la primavera de 1919 tuvieron menos influencia en Baviera que en los otros Estados alemanes, pues durante muchos meses la presencia y la acción de los anarquistas constituyó un obstáculo para su desarrollo en esta región. El 29 de diciembre de 1918 el Spartakusbund se fusionó con la izquierda radical y se convirtió en el Partido Comunista Alemán.

El 10 de enero de 1919, temiendo que se produjeran disturbios con ocasión de las elecciones legislativas, Kurt Eisner arrestó a Erich Mühsam y a once militantes revolucionarios más. El Consejo de obreros le obligó, sin embargo, a ponerlos en libertad al día siguiente. El escrutinio se hizo el 12 de enero. Los socialistas independientes fueron vencidos en todas las circunscripciones. No recogieron más que el 2,5% de votos. Los electores volcaron masivamente sus votos en los candidatos socialdemócratas mayoritarios (tendencia del poder central) y en los del Bayerische Volksparteis (católicos). Animada por estos resultados la burguesía se mostró cada vez más exigente e intentó derribar al gobierno. El 21 de febrero, cuando iba a presentar su dimisión, Kurt Eisner fue asesinado en la calle por un joven oficial, el conde Arco-Valley. La conciencia popular hizo de él un mártir. Alrededor de unas cien mil personas asistieron a su entierro.

El mismo día de su muerte. el Comité central revolucionario decretó el estado de sitio y la huelga general en toda Baviera. Por otra parte, un nuevo Gobierno fue formado inmediatamente, presidido por el socialista mayoritario Hoffmann. Este último hizo algunas concesiones que la extrema izquierda juzgó muy pronto insuficientes. A principios de abril los Consejos obreros de Augsborg declararon una huelga política encabezada por Erich Mühsam. Esta acción se basaba en los siguientes puntos: dictadura ilimitada del proletariado, creación de una República de Consejos, alianza con la Rusia y la Hungría soviéticas, ruptura de las relaciones con el gobierno central de Berlín, formación de un ejército revolucionario. Muchas ciudades de Baviera secundaron el movimiento. Apoyado por Gustav Landauer y Ernest Toller, Erich Mühsam invitó al Comité central revolucionario a proclamar sin dilación la República de Consejos. La propuesta fue adoptada por 234 votos contra 70. Los comunistas la rechazaron, pues la juzgaron prematura al considerar que la coyuntura económica y política no se prestaba todavía a la realización de un proyecto de ese tipo.

La República bávara de Consejos fue proclamada en la noche del 6 al 7 de abril. Hoffmann y los miembros de su gabinete se refugiaron en Bamberg, en donde organizaron una contraofensiva. En Munich se formó inmediatamente un Consejo de Comisarios del Pueblo que fue presidido por Ernest Toller. Gustav Landauer se convirtió en comisario de Instrucción Pública. A pesar de las solicitudes de sus amigos, Erich Mühsam no quiso ocupar más que un puesto secundario. El nuevo gobierno tuvo una breve existencia: no duró más que seis días. Este corto período fue de alguna manera el reino del idealismo puro. M. Erich Otto Wolkmann lo relata de la siguiente manera:

Toller y Mühsam establecen los principios del nuevo arte. Este arte debe situarse al servicio de los ideales sociales revolucionarios, impregnar de manera uniforme todas las manifestaciones del espíritu humano: arquitectura, urbanismo, escultura, literatura, pintura y periodismo, y conducir a los hombres hacia un orden superior de civilización. El teatro debe pertenecer al pueblo. «El mundo debe florecer como una pradera en donde cada uno pueda hacer su cosecha».

Landauer reforma el régimen de instrucción y de educación. Declara: «Cada uno trabajará según lo que le parezca bien; toda sumisión es suprimida, el espíritu jurídico ya no dispone de tribunales». Los maestros y funcionarios serán sustituidos lo más pronto posible, los exámenes y títulos universitarios serán reducidos al mínimo posible: todo ciudadano de 18 años cumplidos posee el derecho de frecuentar las universidades.

Un comisario del pueblo designado para el régimen de vivienda ordena la requisa de todos los alquileres en el territorio de Baviera. Cada familia sólo tendrá derecho en adelante a un comedor, al lado de la cocina y de habitaciones.

Otras disposiciones tuvieron como fin la socialización total, con renovación integral del sistema de finanzas y de divisas.

Ciertas iniciativas fueron excelentes. A otras les faltó realismo. A pesar de la buena voluntad de sus protagonistas la República bávara de Consejos no se apoyaba en bases sólidas. Más tarde, Ernest Toller se refirió a los obstáculos prácticamente insuperables a los Que se tuvo que hacer frente:

La incapacidad de sus jefes, la oposición del Partido Comunista, la discordia que existía entre los socialistas, la desorganización en la administración, la penuria creciente de víveres, el desorden de los soldados, todos estos elementos contribuyeron a provocar su caída.

El 13 de abril el primer gobierno de Consejos fue depuesto por las tropas que el gabinete Hoffmann logró rehacer. Una parte de la guarnición de Munich, apoyados por los Guardias republicanos (socialistas mayoritarios), ocupó los principales edificios públicos de la capital de Baviera. Erich Mühsam y doce comisarios del pueblo fueron arrestados y conducidos por una escolta a la prisión de Ebrach, cerca de Bamberg. El mismo día, los obreros y soldados bajo el mando de Ernest Toller aplastarán al ejército contrarrevolucionario. En la confusión que siguió, un nuevo gobierno de Consejos fue formado bajo la égida de tres comunistas rusos: Leviné, Levien y Axelrod, quienes separarán a Gustav Landauer de toda responsabilidad. Ernest Toller, demasiado popular para ser completamente arrinconado, fue nombrado comandante en jefe del sector norte de Munich. El cargo de comandante militar supremo fue asignado al marinero Rudolf Eglhofer. Algunos días más tarde, Hoffmann reunió a sus tropas y se lanzó en dirección a la capital de Baviera. Ernest Toller hizo fracasar esta segunda ofensiva contrarrevolucionaria en Dachan el 16 de abril.

Hoffmann y los miembros de su gabinete solicitaron la colaboración del gobierno central de Berlín, Gustav Noske, el ministro de defensa nacional aceptó ir en su ayuda y supervisar personalmente las operaciones, y mandó hacia Baviera un importante ejército fuertemente equipado, al frente del cual se hallaban los generales Von Lüttwitz y Von Oven. El ataque general comienza el 27 de abril. Las tropas revolucionarias resistieron valientemente pero no pudieron contener el avance enemigo. El 1 de mayo, el ejército gubernamental ocupó Munich y desencadenó una severa represión. Hubo alrededor de setecientas ejecuciones. Gustav Landauer, Rudolf Eglhofer y Eugen Leviné estuvieron entre las primeras víctimas. Axelrod y Levien huyeron a Austria antes de la toma de la ciudad. En cuanto a Ernst Toller fue arrestado y condenado a cinco años en una fortaleza; habiéndose beneficiado de una cierta clemencia por haber impedido la ejecución de algunos prisioneros.

El proceso de Erich Mühsam y de sus doce camaradas tuvo lugar el mes de julio en Munich. Duró ocho días. El tribunal militar condenó a Erich Mühsam a quince años de prisión. Fue encarcelado en Ansbach y después en la fortaleza de Niederschonenfeld. Durante su cautiverio escribió Homenaje a Gustav Landauer, poemas, y su célebre drama Judas, que fue incluido más tarde en el repertorio de Erwin Piscator .

Como Ernest Girauh y tantos otros militantes libertarios, Erich Mühsam creyó que la Revolución de Octubre reconciliaría al marxismo con el anarquismo. En 1920 escribió a este respecto:

Las tesis teóricas y prácticas de Lenin sobre la realización de la revolución y las tareas comunitarias del proletariado han dado a nuestra acción una nueva base... No más obstáculos insuperables para una unificación de todo el proletariado revolucionario.

Sus ilusiones fueron de corta duración. Después del aplastamiento de Kronstadt y del movimiento Majnovista, comprendió que era imposible superar la división entre las dos corrientes del movimiento obrero. Hasta el final de su vida porfió, sin embargo, por unir sus esfuerzos en la lucha contra la burguesía y el nacionalsocialismo. Por necesidades para su propaganda, los comunistas lo presentaron, por otra parte, como un compañero en ruta. Explotaron con éxito su buena voluntad y su actitud conciliadora.

Erich Mühsam fue amnistiado el 21 de diciembre de 1924. Millares de obreros berlineses lo esperaban en la estación al día siguiente. Durante seis meses recorrió Alemania y habló en favor de los prisioneros políticos. Se ocupó, posteriormente, de casos individuales y tomó particularmente la defensa del célebre militante comunista Max Holz, que había sido condenado a cadena perpetua. Participó también en la campaña para la liberación de Sacco y Vanzetti. En octubre de 1926 fundó la revista mensual Far il, que tuvo cinco años de existencia. Creó igualmente su propia casa editorial y publicó algunas obras: sus recuerdos de la República bávara de Consejos, una selección de sus encuentros literarios, un ensayo sobre el anarco-comunismo... Hasta la llegada del III Reich participó en numerosos mítines y exhortó a los trabajadores alemanes a unirse contra el nacional-socialismo.

El28 de febrero de 1933, algunas horas después del incendio del Reichstag, fue arrestado cuando se proponía dejar Alemania. Permaneció en algunas cárceles hitlerianas: prisión de Lehrterstrasse (Berlín), campo de Sonnenburg, prisión de Ploetzensee (Berlín), campo de Bradenburg, campo de concentración de Oranienburg. La propaganda nazi atribuyó a Erich Mühsam la ejecución de veintidós rehenes en Munich el 30 de abril de 1919. Como hizo notar a sus verdugos, esta acusación no resistía el examen. En efecto, había sido arrestado y conducido a la prisión de Ebrach el 13 de abril... Esta leyenda sirvió de pretexto para justificar los peores tratos. A pesar de las humillaciones y torturas, Erich Mühsam conservó siempre una actitud muy digna. Su calvario duró diecisiete meses. Fue asesinado en el campo de Oranienburg en la noche del 9 al 10 de julio de 1934. Los nazis pretendieron hacer creer que se había suicidado. Diversos detalles y muchos testimonios probaron que fue fríamente asesinado por la SS. Fue enterrado en el cementerio de Dahlem el 16 de julio de 1934.

El mismo día, su compañera dejó Alemania y se refugió en Checoslovaquia. Algunos meses más tarde fue invitada a la URSS. Llevó todos los manuscritos de su marido, pues le habían prometido publicar una edición completa de sus obras. Cometió la imprudencia de confiar sus documentos a los archivos soviéticos, donde es probable que todavía se encuentren... La censura autorizó solamente la aparición de algunos poemas y recuerdos literarios. Zensi Mühsam no tardó en desengañarse y no lo disimuló. En las purgas estalinianas de 1936 fue arrestada, deportada y condenada a ocho años de trabajos forzados. No salió del infierno de los campos de concentración hasta quince años más tarde... Por entonces se encontraba gravemente enferma y comenzaba a perder la razón. Fue enviada a Alemania oriental, donde le concedieron algunas medallas y una pensión. El régimen de Pankow le hizo firmar manifiestos y utilizó su nombre varias veces. Murió en Berlín Este el 10 de marzo de 1962.

La historia del movimiento libertario alemán está todavía por escribir. Sin embargo, es sorprendente constatar que la mayoría de libros sobre anarquismo no hacen ninguna alusión a Gustav Landauer y a Erich Mühsam. Estos dos militantes revolucionarios han desempeñado un papel importante que nos parece útil e interesante conocer. Sus principales obras merecen, a nuestro parecer, ser traducidas y difundidas, pues constituyen actualmente un excelente instrumento de reflexión y de discusión. Gracias a recientes trabajos de algunos compañeros, la vida y la obra de Gustav Landauer ha sido sacada del olvido. Esperamos que pase lo mismo con Erich Mühsam.

Traducción de Mª LL. Tortellà

La evolución del pensamiento filosófico y político de Bakunin

La evolución del pensamiento filosófico y político de Bakunin

Ángel J. CAPPELLETTI

El mesianismo, del que ni aún los más furibundos iconoclastas suelen escapar, tiene una irracional inclinación a la creación de mitos y arquetipos referidos a teóricos o a hombres de acción singularizados por su militancia en los afanes filosóficos, políticos o revolucionarios del pasado.

Quizás sea legítimo presentar estas figuras desde su más alto nivel intelectual o revolucionario, por cuanto son sus análisis o gestas lo que importa potenciar, por encima de otras anécdotas o circunstancias secundarias. Sin embargo, bueno será conocer siquiera sea para confirmar la teoría de la evolución, que no todos los teóricos nacieron con la ciencia infusa en sus meninges ni en las venas de los hombres de acción había pólvora en vez de sangre.

Así va pasando, de generación en generación, el cliché de un Tolstoi casi angélico, de un Kropotkin generoso y fraterno, de un Proudhon proteico y de inagotable facundia o un Bakunin tronante y demoledor.

El meritorio estudio del profesor Ángel J. Cappelletti sobre Bakunin, que publicamos seguidamente, es una prueba concluyente de cuanto decimos

 

 

A diferencia de Kropotkin, en cuyo pensamiento no hubo cambios bruscos y radicales (si se exceptúa su alejamiento de la concepción tradicional del mundo y su ruptura con la fe cristiana), Bakunin sufrió una larga evolución, tanto en lo filosófico-religioso como en lo socio-político.

En ella se pueden reconocer tres etapas bien definidas:

  1. La etapa idealista-metafísica, que va desde 1834 a 1841.
  2. La etapa idealista-dialéctica, que se extiende desde 1842 a 1864.
  3. La etapa materialista, que comprende de 1864 hasta la muerte en 1876.

Si se prescinde de los años de la niñez y la adolescencia, en los cuales Bakunin, aunque hijo de un aristócrata relativamente liberal, educado en universidades de occidente, recibe la educación propia de todo educando de la nobleza de la época, y acepta la doctrina cristiana tal como la interpreta la Iglesia ortodoxa (lo cual implica el reconocimiento del sagrado derecho del zar a gobernar su imperio), puede decirse que su pensamiento se despierta, hacia 1834, esto es, cuando tiene veinte años, gracias al contacto con la filosofía idealista alemana.

Nicolás Stankevich, poeta y filósofo malogrado, lo inicia en la ardua lectura de Kant. A través de una bastante nutrida correspondencia, cuyos destinatarios principales son sus propias hermanas, el joven Miguel demuestra un entusiasmo casi sin límites por la filosofía trascendental. Puede decirse que dentro de la primera etapa idealista, el Kantismo constituye la primera subetapa. Ésta se inicia con la visita a Premujino de Stankevich, en octubre de 1835. Bakunin estudia la Crítica de la razón pura. Al año siguiente (1836), el entusiasmo metafísico, que alcanza ribetes místicos, según lo demuestran las cartas de la época, se desplaza hacia Fichte. Es la exaltación de la eticidad absoluta, del yo como creador del mundo espiritual. He aquí la segunda subetapa. Lee la Guía de la vida feliz y traduce el tratado Sobre el destino del sabio. Conviene advertir que en Fichte, para el cual ninguna acción puede considerarse moral si responde a un imperativo ajeno al Yo, pudo encontrar ya el joven Bakunin un germen de su afirmación anarquista de la personalidad como valor supremo.

Por una evolución bastante lógica y hasta, si se quiere, necesaria, de Fichte pasa pronto a Hegel (1837). La actitud de euforia metafísica y entusiasmo místico continúa y aún, si cabe, se hace más ardiente. Se trata de un Hegel romántico, en el cual la laboriosa trama dialéctica importa menos que el ímpetu ontológico, de un Hegel hecho a la medida para quien desea revolucionar todo el pensamiento sin cambiar nada de la realidad social y política. Este es, sin duda, un Hegel bastante diferente todavía del que cultivan los jóvenes hegelianos; el Hegel de la derecha hegeliana, el Hegel quizás del propio Hegel, aun cuando intelectualmente diluido y minimizado. Es la tercera subetapa. Lee la Fenomenología, la Enciclopedia y la Filosofía de la Religión. Traduce fragmentos de Hegel, de Marheincke, de Goschel (Jeanne-Marie, Michel Bakounine, Une vie d’homme, Geneve, 1976, p. 33).

El hegelianismo sirve en aquel momento (la década del 30) en Rusia como nuevo y adecuado instrumento intelectual para justificar la autocracia zarista. El principio de la racionalidad de lo real concluye sustentando la racionalidad del Estado y del Estado absoluto.

No hay duda en el Bakunin de estos años, según lo que puede inferirse de su correspondencia, el más ligero asomo de crítica social o política, sino más bien una adhesión por lo menos tácita al statu quo. Todo su entusiasmo está reservado para la metafísica, lo único que le interesa es la espiritualidad trascendente y la infinitud interior. Más aún, según anota en sus cuadernos hegelianos (citado por Carr), cree que: «No existe el mal; el Bien está en todas partes. Lo único malo es la limitación del ojo espiritual. Toda existencia es vida del Espíritu; todo está penetrado del Espíritu; nada existe más allá del Espíritu; el Espíritu es el conocimiento absoluto, la libertad absoluta, el amor absoluto y, en consecuencia, la felicidad absoluta».

La segunda etapa o época de la evolución del pensamiento de Bakunin se inicia con su viaje a Berlín, para seguir allí los cursos universitarios de filosofía, o, por mejor decir, con su alejamiento de Berlín en 1842.

En 1840, el joven aristócrata, que ha tenido serios conflictos con su padre y ha renunciado a su carrera militar, prefiriendo ser soldado raso de la filosofía alemana antes que oficial de la artillería rusa, inicia un contacto directo con figuras importantes del idealismo. No llega a ser discípulo de Hegel, quien ya no enseña en Berlín, pero escucha las clases de Schelling, otro de los tres grandes de la filosofía poskantiana. Algunos historiadores han sugerido la posibilidad que en el aula de Schelling se encontraran juntos en un momento dado, Bakunin, Stirner y Kierkegaard.

La enseñanza del viejo filósofo, cada vez más inclinado a la mitología y a la teosofía, parece haber defraudado las expectativas del ardiente ruso. Después de un año y medio aproximadamente, se cansa y decide desertar de los cursos universitarios. Aunque su propósito inicial, al dirigirse a Berlín, había sido completar allí sus estudios hasta doctorarse y retornar luego a la patria para enseñar filosofía en la universidad de Moscú, tal propósito está ya enteramente olvidado.

Dice E.H. Carr (Bakunin, Barcelona, 1970, p. 120): «El proceso de la metamorfosis de la rebelión doméstica en rebelión política que se operó en Bakunin en la Alemania de 1842 puede ser descrito en los simples términos de la literatura y la filosofía germánicas. Bakunin, junto con la mayor parte de sus compatriotas contemporáneos, había estado sujeto –antes de su traslado a Alemania– a dos importantes influencias teutonas: el romanticismo germánico y la filosofía de Hegel. Cuando llegó a Berlín, en el año 1840, esas influencias seguían todavía disfrutando del mayor favor por parte de los alemanes, y el ambiente intelectual que encontró en Alemania no era en esencia diferente (aunque, tal vez, de nivel más elevado) del que había dejado en Rusia. El primer año de su permanencia en Berlín representó el final de su periodo ruso más bien que el principio de su período europeo».

En el año 1842, después de su viaje a Dresde, se inicia, pues, en rigor la segunda etapa de la evolución del pensamiento de Bakunin.

Así como el iniciador de la primera etapa fue Stankevich, el de la segunda fue Ruge.

Este, que había de ejercer también fuerte influencia sobre el joven Marx, era algo así como el portavoz de la izquierda hegeliana a través de su periódico Hallische Jahrbu cher.

En realidad, los llamados «jóvenes hegelianos» eran radicales, dedicados sobre todo a la crítica de la cultura y de la religión, para lo cual se valían del método dialéctico de Hegel, desestimando su sistema metafísico. No negaban que todo lo real es racional, pero insistían en subrayar la idea de que lo más real es el devenir (que se produce de acuerdo a un ritmo dialéctico), por lo cual la realidad (y, por ende, la racionalidad) debe ser concebida como una perpetua transformación y nada hay menos real que el estancamiento y la perpetuación del status. De esta manera, convertían al Hegel histórico que, por lo menos en sus últimos años, se demostró un pensador altamente conservador y aun reaccionario, en un verdadero filósofo de la revolución. La dialéctica, en manos de los jóvenes hegelianos, se constituye así en un ariete contra la tradición, la monarquía, la Iglesia, el feudalismo, el Estado.

Bajo el seudónimo de Jules Elysard, publica el joven ruso su primer ensayo importante, La reacción en Alemania, típico ejemplo de la literatura de la izquierda hegeliana, y según Carr, «el escrito más conveniente y más sólidamente razonado que salió de la pluma de Bakunin».

Con esta obra concluye la primera subetapa del segundo período del pensamiento de Bakunin, es decir, la época en que es un miembro de la izquierda hegeliana stricto sensu. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que en sentido general sigue siendo un dialéctico durante todo el segundo período, es decir durante veinte años más, aun cuando las referencias explícitas a Hegel y a la dialéctica sean cada vez más raras. Feuerbach, desde aquí, no deja nunca de estar presente.

Así como la primera etapa juvenil, metafísica, que se desarrolló en Rusia, puede denominarse la etapa conservadora, desde el punto de vista político-social (aun cuando se tratara más bien de un conservadurismo implícito) así la segunda etapa entera (ya en Alemania, ya en Francia, ya de nuevo en las prisiones rusas o en el destierro siberiano), que en lo filosófico se caracteriza por una dialéctica básicamente idealista, debería llamarse en el aspecto político-social, el período demócrata-socialista.

La segunda subetapa de este segundo período se inicia con la lectura del libro de Stein, El socialismo y el comunismo en la Francia contemporánea, a través del cual se pone en contacto con las ideas de Saint-Simon, Leroux, Fourier y Proudhon. Casi al mismo tiempo conoce al poeta Herwegh, quien lo relaciona, a su vez, con el movimiento de «La joven Alemania» y le presenta a George Sand. Es, en verdad, el momento del descubrimiento de la cultura y el espíritu francés para Bakunin. Durante su permanencia en Suiza conoce, sin embargo, la obra, el pensamiento y, más tarde, la persona misma de G. Weitling, sastre, hijo natural de un soldado francés y una doncella alemana que en cierta manera representa la síntesis de las dos naciones que sucesivamente más admiró Bakunin: Alemania y Francia. El libro de Weitling, titulado Garantías de la armonía y de la libertad (1842), defendía un comunismo que casi podía llamarse «anárquico», puesto que, según él, en la sociedad ideal el gobierno es sustituido por la administración y la ley por la obligación moral. En París, en 1844, conoce a Lamennais, a Leroux, a Considerant, a Cabet, a Blanc, esto es, a la plana mayor del socialismo utópico. Pero conoce, sobre todo, a los dos hombres que más han de influir en la formación de su pensamiento definitivo y maduro, Carlos Marx y Pedro José Proudhon (un alemán y un francés, vale la pena recordarlo); el primero como el polo negativo; el segundo como el positivo de su actividad intelectual.

De todas maneras, pese a todo lo que de ambos aprende y a la admiración que manifiesta por ellos, no se puede decir que Bakunin sea en estos años marxista ni proudhoniano. Su ideología, un tanto difusa, corresponde más bien al ambiente romántico demócrata-socialista que precede a la revolución de 1848 y, en términos muy generales, a un idealismo ético-social cada vez más alejado en la forma y en el lenguaje del idealismo de los jóvenes hegelianos, aunque no enteramente ajeno a él en el fondo. No sin cierta razón, su amigo el escritor ruso Belinski escribe sobre él en este momento: «Es un místico nato y morirá siendo místico, idealista y romántico, porque el haber renunciado a la filosofía no significa que haya cambiado de genio» (citado por Carr).

La tercera subetapa del segundo período, que se inicia con su viaje a Alemania y su asistencia al Congreso Eslavo celebrado en Praga, en junio de 1848, se caracteriza por la aparición (o, quizás sería mejor decir, por el afloramiento) del nacionalismo eslavo y del paneslavismo. Las posiciones filosóficas siguen siendo las mismas, aunque cada vez resultan más implícitas, y tampoco se niegan los ideales democráticos y socialistas.

A diferencia de muchos de los líderes políticos de los pueblos eslavos sujetos a Turquía, que ven en el imperio ruso la única fuerza capaz de liberarlos del yugo musulmán y que, por consiguiente, no tienen objeciones contra la autocracia zarista, Bakunin insiste, como los miembros de la Joven Alemania y como casi todos los nacionalistas de la época, en vincular el nacionalismo con la democracia. La pugna esencial y la contradicción básica se produce, según Bakunin y esta mayoría de demócratas nacionalistas, entre dinastía y patria, entre Rey y nación, entre soberanía del monarca y soberanía del pueblo. En términos políticos es la lucha de un individuo (el monarca) y una pequeña minoría (los nobles) contra una inmensa mayoría (el pueblo). En términos éticos es nada menos que la pelea entre el vil egoísmo y la generosa amplitud. «Patria» es no sólo libertad sino también igualdad y fraternidad. Por otra parte, en este momento, después del fracaso de la revolución de 1848, se define ya claramente su actitud antiburguesa. Como se ve en Llamamiento a los eslavos, la burguesía constituye para él una clase esencialmente contraria a la revolución, mientras los llamados a realizarla son los campesinos (clase sin duda ampliamente mayoritaria no sólo en Rusia y los países eslavos sino en toda Europa).

Desde mayo de 1849 hasta agosto de 1861 permanece primero preso en Sajonia, después en Austria, luego en Rusia y, por fin, confinado en Siberia. Su actividad literaria (si se exceptúa la Confesión al Zar) es prácticamente nula durante toda esta época. Podemos inferir, sin embargo, que al llegar a Londres en 1861 trae las mismas ideas y propósitos que cuando es aprehendido en 1849, puesto que casi inmediatamente se pone a conspirar en pro de la libertad de Polonia y trabaja en la preparación de una expedición a este país. Parece como si, durante doce años, su pensamiento hubiera estado congelado, hecho que no resulta difícil de explicar cuando se tiene en cuenta que la mente de Bakunin necesita el estímulo de los hechos sociales para funcionar y para cambiar en realidad, un cambio importante –de hecho, el más importante de todos, puesto que lo conduce hacia su forma última y más característica– sólo se da cuando, fracasada la expedición a Polonia, Bakunin, desilusionado de los nacionalistas polacos, se aleja también de todo nacionalismo, aunque no sin antes haber pagado todavía un tributo de admiración a Garibaldi, libertador de Italia, visitándolo en Caprera, a comienzos de 1864.

La Tercera y última etapa de su evolución intelectual se inicia poco después, en Florencia, donde se establece. Ella se caracteriza por el materialismo y el ateísmo en lo filosófico, por el colectivismo en lo económico; por el anarquismo en lo político.

Fácil es advertir que esta evolución de Bakunin tiene un sentido inverso a la que se suele dar en la mayoría de los pensadores y militantes sociales o políticos. Mientras la mayor parte de los que cambian y evolucionan suelen pasar de la izquierda a la derecha, del culto a la revolución (o, por lo menos, del reformismo) a la reacción y al conservadurismo, al pasar de la juventud a la edad madura y la vejez, Bakunin pasa, precisamente al revés, desde el conformismo tradicional de su adolescencia hacia el anarquismo revolucionario de sus últimos años, del idealismo metafísico al materialismo ateo o antiteo.

La tercera y última etapa de la evolución del pensamiento bakuninista podría subdividirse, como las dos anteriores, en tres subetapas:

  1. La florentina (1864-1865).
  2. La napolitana (1865-1867).
  3. La suiza (1867-1876).

Aquí se hace sentir, por una parte, la influencia de Proudhon y Marx; por la otra, la del cientifismo materialista de la época. La primera subetapa puede considerarse aún como un momento de transición. El ateísmo o, por mejor decir, el antiteísmo es ya claro. Escribe por entonces: «Dios existe; por consiguiente, el hombre es su esclavo. El hombre es libre; por lo tanto no hay Dios» (cit. por Carr).

No es difícil notar, por lo demás, que el ateísmo y el materialismo de todo el último período no están libres de la influencia de la dialéctica hegeliana. La sombra de ésta persiste en Bakunin hasta el fin. Y su materialismo, que por su contraposición al de Marx y Engels, suele denominarse «mecanicista», no deja de ser también, en alguna medida dialéctico. Igualmente, en el terreno político, durante la primera subetapa florentina, persisten algunas ideas y posturas nacionalistas. Dice E.A. Carr:

El entusiasmo que por el nacionalismo italiano sentía pareció por un momento que iba a compensarle de la desilusión sufrida por las aspiraciones polacas. Pero pronto hubo de darse cuenta de lo falso de la compensación. La victoria del nacionalismo, lejos de traer tras sí la victoria de la revolución, no había ni rozado siquiera la cuestión social. Una vez liberada, en lugar de superar a las demás naciones en «prosperidad y grandeza», Italia las superó solamente en pordiosería. Los principales dirigentes políticos italianos fueron perdiendo su tinte revolucionario... Ni Garibaldi ni Mazzini tenían nada de revolucionarios. En su persecución de un ideal se estaban conduciendo de la manera más irresponsable, lo mismo uno que el otro bando. Se estaba acercando la hora en que los revolucionarios de todos los países se verían obligados a defender sus postulados ante la retórica patriótica-burguesa «de aquellos figurones.

En realidad, como añade el citado historiador, «el Catecismo revolucionario es el primer documento en el que se proclama el renunciamiento del nacionalismo como factor revolucionario y en el que aparece perfilado con toda claridad el credo anarquista de Bakunin». Pero ni siquiera aquí saca todas las consecuencias lógicas de este credo. Todavía no hay una radical negación del Estado ni un rechazo categórico del parlamentarismo.

En Florencia funda Bakunin una fraternidad que, según Woodcock, «ha pasado a la historia como una organización nebulosa», concebida «como una orden de militantes disciplinados, entregados a la propagación de la revolución».

La subetapa napolitana se refleja en el citado Catecismo revolucionario, que Bakunin escribe para los miembros de otra organización, más sólida y más definitivamente anarquista por su programa: la Fraternidad Internacional. Esta es partidaria del federalismo y de la autonomía comunal en lo político, del socialismo o colectivismo en lo económico-social y declara imposible la revolución sin el uso de la fuerza, aunque en su organización interna revela una estructura jerárquica y, como anota Woodcock, pone «un énfasis nada libertario en la disciplina interna».

Si la subetapa florentina puede considerarse como la transición entre nacionalismo y anarquismo, la segunda, napolitana, debe caracterizarse como la del federalismo colectivista o socialismo anárquico incipiente, no enteramente ajena a ideas que, desde un punto de vista lógico, son incompatibles con el anarquismo; no totalmente desprovista de contradicciones y vacilaciones.

Al final de este período, la intervención personal de Bakunin en el Congreso por la paz y la libertad, de Ginebra, donde al principio es calurosamente acogido por Garibaldi y por la flor y nata del liberalismo europeo, sirve para demostrar a esta misma élite intelectual y a Europa entera, que el luchador ruso se encuentra ya más allá del liberalismo y de la democracia y se ha pasado definitivamente al campo de la revolución social.

La tercera subetapa, que transcurre en su mayor parte en la Confederación Helvética, y se extiende desde este Congreso, en 1867, hasta la muerte en 1876, puede tenerse por la época de la consolidación final del materialismo ateo, del colectivismo y del federalismo, esto es, de la concepción anarquista de Bakunin.

A este período corresponde la fundación de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista, cuyo programa, como anota Woodcock, es más explícitamente anarquista que el de la Fraternidad Internacional napolitana, y muestra la influencia de la Asociación Internacional de Trabajadores. Al comienzo de esta última subetapa de su evolución ideológica y de su vida, Bakunin escribe una de sus obras más orgánicas y representativas: Federalismo, socialismo y antiteologismo. En ella el mismo título revela el programa y sintetiza el pensamiento de su autor:

  1. En lo político, abolición del Estado unitario y centralizado, que ha de ser reemplazado por una federación de comunas libres y libremente federadas entre sí.
  2. En lo económico, socialización de la tierra y de los medios de producción, que han de pasar de los terratenientes y capitalistas a las comunidades de trabajadores (no al Estado).
  3. En lo filosófico, materialismo basado en las ciencias de la naturaleza y negación de toda divinidad personal y de toda religión positiva.

La primera tesis va dirigida contra toda ideología de gobierno propiamente dicho, pero especialmente contra el nacionalismo, que pretende una república unitaria, con Mazzini. La segunda ataca en general a la sociedad burguesa y capitalista, pero de un modo particular a los ideólogos que se conforman con la independencia nacional y la democracia política, olvidando la desigualdad social, la miseria del pueblo, la explotación de los trabajadores. La tercera impugna toda cosmovisión teísta y espiritualista, pero quiere refutar de un modo directo las ideas religiosas de Mazzini y de la «Falanga Sacra».

Entre los tres principios, federalismo, socialismo, y antiteologismo encuentra Bakunin un vínculo de interna solidaridad. No se trata, para él, como para Marx, de señalar una estructura y una superestructura en la sociedad. No se trata de acabar primero con el capitalismo, para que al fin se derrumben también el Estado y la religión. Se trata, más bien, de enfrentar a un único enemigo que tiene tres caras (tres horrendas caras por cierto, según él las ve): la propiedad privada (que es la sin razón y la prepotencia económica), el Estado (que es la sin razón y la prepotencia política) y la religión (que es la sin razón y la prepotencia espiritual). La vinculación entre lo dos últimos se hace particularmente clara en otro escrito editado con el título de Dios y el Estado, después de la muerte de su autor, «Es la lucha contra Dios lo que condiciona todos los combates contra el poder político: resulta imposible abatir el poder temporal sin demoler al propio tiempo la religión. Toda la violencia del ateísmo de Bakunin deriva de esta razón dirimente» (H. Arvon, Bakunin, Absoluto y Revolución, Barcelona, 1975, p. 55). Este ateísmo está bajo el signo de Feuerbach y de Proudhon, autores cuya influencia sobre Bakunin se remonta, como vimos, a la etapa anterior.

Período idealista metafísico

(1835-1841)

Idealismo trascendental (kantiano) – 1835
Idealismo absoluto (fichteano) – 1836
Idealismo absoluto (hegeliano) – 1837-1841

Período idealista dialéctico

(1842-1864)

Izquierda hegeliana – 1842
Democracia socialista – 1842-1848
Nacionalismo democrático (paneslavismo) – 1848-1864

Período materialista

(1864-1876)

Transición del nacionalismo al anarquismo – 1864-1865
Inicios del anarquismo y del materialismo – 1865-1867
Anarquismo colectivista y ateo – 1867-1876

 

Publicado en Polémica, n.º 8, agosto de 1983

La Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas. Recuerdos de una experiencia

La Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas. Recuerdos de una experiencia

Armando LÓPEZ

A las jóvenes generaciones obreras que tanto oyeron hablar a sus mayores de la legendaria CNT, se les hace difícil entender que ésta, al morir Franco, no lograra recuperar, como ocurrió al finalizar la dictadura primorriverista, la importancia que siempre le confirió su condición de central obrera mayoritaria. Haber llegado a la decepcionante situación actual, incita a volver la mirada atrás para detenerla en el tramo histórico que da título a estas cuartillas y tratar de extraer del mismo la lección que nos deparan algunas de sus fechas. Tal, la creación en octubre de 1944 de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas, acaso una de las de mayor relevancia entre tantas como aureolan la abundante, ruda y apasionante clandestinidad de la CNT.

No se trata de describir detalladamente los avatares que la Alianza protagonizó en el transcurso de su existencia, sino de dar una breve aproximación de su contenido y significación, para que no queden, como tantas otras cosas, sepultadas en el anonimato de un olvido imperdonable.

La Alianza nace alentada por la conjunción de militantes del interior que ven en la reunión de las fuerzas antifascistas, la única actitud válida frente al fascismo franquista. Su más decidido impulsor fue el entonces secretario del Comité Nacional de la CNT, Sigfrido Catalá.[i] A su alrededor conjunta las fuerzas que venían luchando dispersas, descohesionadas, sin inquietar, por ello, al poderoso aparato del franquismo, ni tampoco poder ofrecer a los gobiernos aliados, que decían apoyarla, una alternativa idónea de cambio, acordada al de sus tímidas, vacilantes y escurridizas democracias.

Antes de entrar en el tema, creo de interés y de justicia traer a colación los nombres de los que inicialmente la integraron, lamentando que mi memoria no alcance a completar la relación en su totalidad. Salvado este fallo, diré que fueron, con el ya nombrado Sigfrido Catalá, el republicano Régulo Martínez, los cenetistas Luque, Leyva, García Durán, los socialistas Gómez Egido y Orche, secundados en línea de modestia, que no de méritos, por el compañero Barranco desde su refugio de la embajada británica, quienes hicieron posible, por primera y única vez en plena clandestinidad, la presencia de un organismo que dejaba sin argumentos a los que, dentro y fuera de España, se resistían a condenar al régimen de Franco, alegando la inexistencia de una opción que recogiera mayoritariamente el sentir y la solución anhelada por el pueblo español.

Julio de 1944 presencia el desembarco aliado en las playas de Normandie. El establecimiento de la cabeza de puente abre el esperado segundo frente, y depara a los resistentes españoles la oportunidad y el momento psicológico apropiado para presentar la Alianza ante la opinión mundial. La CNT, por entonces fuerza preponderantemente mayoritaria, asume el compromiso. Desde la plataforma de sus 60.000 cotizantes en toda España y la presión propagandística de sus órganos de prensa que alcanzan tiradas de hasta 30.000 ejemplares, desarrolló una intensa y sistemática campaña en favor de la Alianza, culminada con la publicación del documento cuyo texto sancionaba oficialmente los acuerdos alcanzados.

Del efecto o impacto –como ahora se diría– producido en los distintos estamentos del país y de las importantes acciones que por entonces se producían, pueden dar idea dos anécdotas que creo de interés ofrecer a los lectores. Hace referencia una de ellas, a la petición de entrevista que Juan March, el multimillonario banquero del franquismo, formula a Sigfrido Catalá, ofreciéndole un cheque en blanco, a condición de ser avisado con tiempo para poner a salvo sus cuantiosos intereses. Ofrecimiento que, claro está, y más conociendo la reciedumbre moral del compañero Catalá, es rechazado de plano.[ii]

La otra se relaciona con Solidaridad Obrera, de siempre «distinguida» con feroz saña por la policía franquista. Su obsesión por impedir que la Soli llegara a manos del pueblo, tan sólo era comparable, en sentido contrario, claro, al denuedo y entusiasmo que los compañeros desplegaban para impedir que cayera en sus garras. Pese a lo cual, por un desgraciado accidente, no pudo evitarse que en una de las frecuentes razzias con que la policía nos obsequiaba, ésta se apoderase de la totalidad de la edición, a punto ya de ser distribuida. Entre los detenidos en aquella redada, figuraba un militante al que la policía, mal informada, atribuía la responsabilidad de la edición. Era preciso exonerarle de la injustificada acusación. Para ello se precisaba poder desmontar el trabajo policíaco. Nada mejor, se pensó, que poner en la calle, urgentemente, otra edición, siquiera restringida, de la Soli. Así se hizo y apenas transcurridas 48 horas, para desesperación y bochorno de la «Social», que no acababa de creerlo, estaba circulando nuevamente.[iii] La furiosa reacción de los sicarios, no es para describirla. Algunos de los compañeros que por entonces se alojaban en los calabozos de la Jefatura Superior, pagaron en forma de insultos y palizas la impotencia policial, que, para mayor inri, hubo de soportar la vergü̈enza de recibir en la propia Jefatura, por correo, los ejemplares de la nueva Soli.

Pero volviendo a lo principal del asunto, importa insistir acerca de los ambientes de la época. El progresivo desmoronamiento de las posiciones nazi-fascistas, minaba la moral franquista y estimulaba la del pueblo. Al tiempo, o mejor a destiempo, en el exterior, concretamente entre el exilio político español, se desataba una inmoderada corriente de optimismo y de infundadas ambiciones. García Durán, exprofesamente delegado por la Alianza para informar al gobierno republicano en Francia, ha dejado magistral constancia en su libro Por la libertad, de la inconsciente y también sucia irresponsabilidad de algunos de sus componentes, ciegamente convencidos de que sus correligionarios de los gobiernos aliados, iban a entregarles en bandeja al general Franco y sus secuaces. A tal extremo llegaba su desconocimiento de la realidad que se vivía en el interior y el exacerbado engreimiento, que llegaron a tildar a la oposición que representaba el compañero García Durán, de «unos cuantos ilustres desconocidos», sin influencia ni presencia en España. Falta decir –acaso lo pensaron– que las gentes que luchaban y morían en el interior, sólo servían para eso, para luchar y morir y como carnada para aplacar la voracidad de la fiera fascista.

No es de extrañar, pues, que gentes así, torpes y ambiciosas, incapaces de renunciar a un protagonismo que pensaban les correspondía en exclusiva, llegaran a considerar a la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas y a los nuevos valores surgidos de la sangrienta clandestinidad, a su independencia y creciente e indiscutible ascendiente alcanzado entre el pueblo español, como un peligro para sus ambiciones políticas. Consecuentemente –pensaron– se imponía su anulación y a ello dedicaron sus mejores energías.

Sin embargo los ataques más dolorosos, los que más herían, procedían del sector cenetista que en el exilio intentaba su reconstrucción retomando a los ancestros del anarquismo dogmático. Con la colaboración de «ilustres arrepentidos», de despechados, de ingenuos ilusos, que de todo hubo, se orquestó una permanente campaña de descrédito sobre los compañeros del interior, obstaculizando su labor con procedimientos no siempre dignos y honrados. Todo ello, sin detenerse a pensar en el daño que inferían a la causa antifranquista –y aún a ellos mismos– ni menos querer entender lo que la Alianza significaba en aquellos momentos, como testimonio y esperanza para la clase obrera organizada clandestinamente.

Quienes en aquella, como en tantas otras ocasiones, dedicaron su tiempo, su trabajo e inteligencia a destruir y denigrar sañudamente la tarea del interior, habrán tenido oportunidad de reflexionar, a la vista de lo que va quedando de la otrora potente organización obrera, si en verdad eligieron el camino acertado. O más grave, infinitamente más grave, si no contribuyeron a malgastar, malográndola, una espléndida generación juvenil, incitándola a la comisión de hechos cuyos resultados, más que previsibles, eran el de estrellarse frente al muro policíaco. Máxime cuando no se quiso atender debidamente a la creación de una organización fuerte y pertrechada, capaz de arropar el heroísmo y la abnegación de compañeros que, invariablemente, unos tras otros, eran abatidos y aniquilados por los servicios de la policía franquista. Por ahí, en mi opinión, podría iniciarse la busca de las causas cuyos efectos estamos padeciendo ahora...

De esta manera, enfrentada a la confabulación de los políticos profesionales, al permanente acoso policíaco, alanceada por la intransigencia de torpes fanatismos, con sus mejores hombres en cárceles y presidios, la Alianza fue agotando su capacidad de lucha, hasta encallar en los arrecifes de tantas y tan injustas persecuciones. Así, de algún modo, resultó baldío el intento de hacer ver a los ciegos y de escuchar a los sordos. Pero no el esfuerzo desplegado para dar a conocer a los trabajadores la existencia de dos Españas abismalmente antagónicas, en una de las cuales, nosotros, los libertarios, estábamos encuadrados. Era claro, lógico, incuestionable, que los cenetistas, por el inexorable peso de su propia naturaleza nos adscribimos a la España de la dignidad, de la justicia y de la libertad, y pensábamos, entonces –y ahora también– que si para defender la libertad, la nuestra y la de todos, estamos condenados a ocupar una misma barricada con todos los afines, ¿no sería más lógico y conveniente hacerlo en igualdad de condiciones, participando, compartiendo, reclamando, exigiendo derechos y deberes, que no siendo remolque de acontecimientos, en donde nuestra presencia se limite a la contemplación del hecho consumado, sin más opción que el de sufrirlo y sancionarlo o, peor todavía, el del inútil y ridículo derecho al pataleo?

Así lo entendió la Alianza y así siguen entendiéndolo muchos compañeros en la actualidad. Entre otros motivos, por desconocer la existencia de alguna razón que nos confiera a nosotros la exclusiva del acierto o el derecho a menospreciar otras opciones, sensatas o no, por el solo hecho de ser ajenas al dogma propio.

Analizada hoy, con perspectiva casi histórica, la Alianza constituyó, en mi opinión al menos, una experiencia vital, constructiva, destinada a profundizar en el surco que la CNT trazó en noviembre de 1936 cuando, responsablemente, decidió participar en la vida pública. No, como dijera Camus, «Para servir al Gobierno, sino a la justicia; no a la Política, sino a la Moral; no para la dominación del pueblo, sino para su grandeza».



[i] El compañero Sigfrido Catalá, que por su destacada actuación al frente del Comité Nacional de la CNT y de la Alianza, fue detenido, condenado a muerte –conmutado– y permaneció largos años en presidio. Falleció en Valencia en septiembre de 1978.

[ii] Véase la Resistencia antifranquista, de Víctor Alba.

[iii] Esta Soli se imprimió en Valencia, donde los compañeros editaban Fragua Social. La trasladó a Barcelona, por ferrocarril y en dos maletas de viaje –entonces no se disponía de automóviles–, el compañero –también fallecido– Andrés Furió.

Para más información, os podéis descargar este artículo de Juan García Durán

Publicado en Polémica n.º 7, abril de 1983

 

París. Mayo de 1968

París. Mayo de 1968

Lola ITURBE

El Mayo Francés, con su avasallador impulso, con su mística revolucionaria y con la incorporación entusiasta y generosa de una juventud imaginativa y creadora, es un acontecimiento que, aparte de su desenlace, ha dejado profunda huella en el camino de la libertad integral de la humanidad. Publicamos este relato de una mujer, Lola Iturbe, que fue testigo de la grandeza y la miseria de aquellas jornadas apasionantes.

Lola Iturbe (Barcelona, 1902 – Gijón, 1990) fue una destacada anarquista durante la II República. Militante de la CNT, fue una de las fundadoras del movimiento Mujeres Libres. Escribió en Tierra y Libertad las crónicas de guerra en el frente de Aragón. Al acabar la guerra se exilió en Francia, donde formó parte de la Resistencia francesa contra los nazis.

En el Boulevard Saint Germain una muchedumbre, jóvenes en su mayoría, se empujaban para abrirse paso. Había entre aquella fronda humana muchas jóvenes, unas vestidas con minifalda y otras con pantalones vaqueros. En ellas y ellos se apreciaba un descuido natural o afectado en el vestir; en otros, el negligé más completo.

En la acera del jardín de los restos del antiguo monasterio de Cluny, había un gran tablado y sobre él, un joven melenudo peroraba. Muchos transeúntes se detenían a escucharle atentamente. El tráfico de vehículos estaba interrumpido y la calzada obstruida por los nutridos grupos que escuchaban a los improvisados oradores callejeros.

Una buena parte del empedrado arrancado y utilizado como proyectiles y barricadas ya había sido reparado y grandes trechos de negro y aún caliente asfalto se adhería a las suelas de los zapatos de los viandantes. Las rejas que protegían las bases de los árboles, se hallaban rotas y amontonadas en discretos rincones. Los árboles habían sido cercenados y resaltaban a la vista sus cortes blancos, lisos y pulidos, hechos casi con delicado esmero.

¿Qué huracán pasó por allí? Por todo el Barrio Latino había huellas de las luchas de la juventud estudiantil en rebelión contra el Gobierno del general De Gaulle. Boulevard Saint Michel, rue Gay-Lussac, Saint Jacques, Le Goff, Carrefour de Saint Germain des Pres, Ecole de Medicine fueron lugares en los que hubo lucha entre estudiantes y policía en aquella noche del 10 de mayo que fue llamada «La noche de las barricadas». con incendios, cócteles Molotoff, brutales palizas y bombas lacrimógenas; la noche en que se popularizó el nombre de los Talky-Walky y en la que hubo más de 800 heridos.

Cruzamos el Boulevard Saint Germain, siempre presos entre una gran muchedumbre, y llegamos a la Sorbona, ocupada por los estudiantes. En la amplia acera de su entrada había un montón de cenizas y papeles medio quemados; libros húmedos y chamuscados, de los que algunos aún podían leerse, eran afanosamente buscados y llevados por los curiosos. Supuse que los cogían como un recuerdo histórico, como sucedió antaño con las piedras de la Bastilla. Confieso que tuve deseos de rebuscar en el montón y llevarme mi papelote. Todo este material provenía de un incendio ocurrido días antes en los sótanos de la Sorbona, en plena ocupación estudiantil. El incendio, al parecer, no fue intencionado.

Unos pasos más adelante, paquetes de periódicos por el suelo. Chicos y chicas que iban y venían, ofreciéndolos a voces: L ’Enragé, Le Pavé, Action. Otros pedían solidaridad en metálico para proseguir la propaganda. Pudimos entrar, al fin, en la Sorbona.

La inmensa sala que meses antes había visitado y admirado como un templo de la Cultura con sus venerables estatuas y sus decorados antiguos, apareció ante mi vista como un incendio de colores rojos y negros, verdes agresivos. Una percalina en el frontispicio; fondo negro y letras rojas, CNT-AIT. En los muros, pasquines y cuadros; uno de ellos La Gioconda, con el rostro del ministro André Malraux. En el ambiente, un griterío ensordecedor. Movimiento. Mucha juventud con pelambreras. La primera consigna: L’imagination au pouvoir. Un gran letrero con la efigie de Mao. En un puesto de propaganda, unos jóvenes reparten hojas con textos que ponen a Mao por las nubes.

Subimos unos peldaños de la inmensa sala. A mi izquierda, una puerta en la que se leía Garderie pour enfants. Al otro extremo, al final de un amplio corredor, volvimos a subir unas escaleras y nos hallamos en el precioso anfiteatro Richelieu, con techos y muros adornados de bellas pinturas. Estaba abarrotado de público; mujeres, muchas mujeres y niños. Observé el hecho y pensé que era una temeridad traer niños a este ambiente electrizado de pasiones, en el que podían producirse toda clase de accidentes. Después, observando los rostros de aquellas madres, tan atentas a los discursos, me convencí que las madres habían llevado conscientemente a sus hijos para que presenciaran un momento trascendental de la vida de su nación que, al recordarlo, pudiesen decir con orgullo: «Yo estuve allí».

En el estrado había una gran mesa y a su alrededor unos jóvenes que con un magnetófono retransmitían una conferencia del sabio Jean Rostand sobre la paz. Otros muchachos acomodaban a quienes entraban en los asientos vacíos. Algunos dormían fatigados sobre los bancos. Escuchamos la conferencia y salimos.

Bajamos los escalones y enfilamos un largo corredor. Siguen los letreros: ¡Visca Catalunya Lliure!, Plus je fais la Revolution, plus j’ais envie de faire l’amour. En uno de ellos se pedía un voluntario para hacer la limpieza (que, a decir verdad, hacía mucha falta). Otro, que nos hizo sonreír, recomendaba al visitante hacer el amor allí mismo, en el suelo, sin avanzar un paso más adelante. A nuestra derecha, en una puerta cerrada había escrito Katanga. Más tarde supimos que allí acampaban mercenarios que habían hecho la guerra en aquel país. Luego los katangueses fueron expulsados de la Sorbona por los mismos estudiantes. A nuestra izquierda se hallaba la Secretaría de la CNT española. Al final de este corredor nos encontramos con un amplio tablero con vasos encima. A los lados, en el suelo, cubos llenos de agua y grandes cestos llenos de pan. Sobre un banco de madera dormía una muchacha. La miré. Era muy bonita.

Entramos en el patio de la Sorbona. El ambiente era inenarrable. Aquel ruido ensordecedor debía parecerse al de las cataratas del Niágara. La muchedumbre nos asfixiaba. Yo, que soy pequeña, andaba sumergida por hombros y cabezas. Sólo podía ver el cielo. Avanzando, llegamos a poder ver los stands de propaganda que se hallaban instalados a lo largo del patio. Discursos, griterío, hojas, periódicos, libros, muchos libros. fotografías y dibujos de las efigies de Trotski, Lenin, Che Guevara y Mao; Mao, sobre todo. También vimos un puesto de exposición y venta de propaganda anarquista. Allí estaba expuesto el jupon noir de Luisa Michel, la falda negra que vestía. Una mujer voceaba Le Monde Libertaire. Subida a la estatua de Víctor Hugo, una muchacha discurseaba. El público no le hacía mucho caso, pero ella seguía hablando de la miseria que sufría la clase obrera.

Cuando salimos a la calle vimos un espectáculo curioso. En un rincón, no muy visible, había un enorme montón de tapaderas de plástico de los cubos de basura. Habían servido de escudos de protección en las luchas contra la policía. A la salida grupos de jóvenes voceaban los periódicos.

Nos encaminamos hacia la calle Ecole de Medecine. En esta calle había otro edificio de la Sorbona en cuya verja de entrada había un gran letrero: Antene Chirurgicale sobre una insignia de la Cruz Roja. Este local sirvió de hospital de sangre. Allí llevaban a curar a los manifestantes heridos en la noche de las barricadas, para sustraerlos a los peligros de identificación y detención. Algunos heridos se paseaban, vendados, por el patio.

Continuamos nuestra peregrinación. Llegamos al teatro Odeón. A todo lo largo de su fachada un letrero: Theatre Ocupé. En las estatuas que emergen de su techo había banderas rojas y banderas negras de los anarquistas. Otros jóvenes se paseaban debajo de los pórticos voceando prensa subversiva. Nos pidieron un franco de entrada. Lo dimos y entramos.

El teatro es muy hermoso, de estilo clásico, con palcos circulares tapizados de terciopelo granate y adornos de metal dorado. La lámpara central es hermosísima. Las pinturas del plafón muy buenas, de colores suaves y atractivos.

Al penetrar nosotros, el teatro se hallaba lleno a estallar por un enorme gentío. Un vaho y una espesa humareda de tabaco nos azotó el rostro. Por todo había letreros: lnterdit de fumer. y tenían razón. No sé la hecatombe que se habría producido de ocurrir un incendio en la circunstancia tan especial de la ocupación del teatro. En el escenario unos jóvenes discurseaban. Pensé: ¿Es que esos muchachos han estado privados del habla, que ahora usan de tal ejercicio con tanta euforia y desesperación? Después de unos breves instantes de respirar aquella atmósfera cargada de pasiones, de protestas y griterío salimos a la calle. A otro mundo.

Primeras reflexiones

Me pareció observar en el aspecto de la Sorbona ocupada un reflejo de la casa CNT-FAI en los primeros días que nosotros la ocupamos, en julio de 1936. En aquel ambiente de movimiento frenético, de pasión y de fraseología enardecida, existía alguna similitud con el gesto exterior de la revuelta. Es posible que esta analogía, nacida de un exaltado recuerdo, fuese sólo el decorado, la mise en scene. Lo nuestro fue mucho más profundo, más grandioso: fue una Revolución. Nuestros milicianos no llevaban pelambreras y vestían el mono azul de los obreros, llevando encima el correaje con la pistola al cinto y el fusil al hombro. No se trató entonces de la lucha contra la policía, armada de matracas y bombas lacrimógenas, sino de hacer frente a poderosas fuerzas militares, bien entrenadas y equipadas con sólido armamento al servicio del fuerte poder de la reacción.

Un aspecto de la ocupación me produjo admiración y emoción sincera. El ver a la juventud, sobre todo femenina, desligada de las futilidades y frivolidades del cotidiano vivir, luchando con resolución y entusiasmo en defensa de una causa social y política que exigió de ellas muchos sacrificios de todo orden.

La algarabía de la ocupación tenía un aspecto folclórico. En el interior, en salas de ambiente más sosegado, estudiantes y profesores estudiaban la creación de nuevos métodos escolares en función de la modernización de la enseñanza, febrilmente y con tal tesón y continuidad, que un profesor que vivió ese clima de la Sorbona, se preguntó: ¿cuándo comen y duermen esos muchachos? Allí nadie se ocupaba de la comida, que consistió en bocadillos, durante semanas enteras.

Fue famosa la actividad que se realizó en la Escuela de Bellas Artes en la producción de material de propaganda; redacción e impresión de periódicos, manifiestos, dibujos, pintura y pasquines. ¡Qué derroche de energías y de talento! Esas jornadas no se olvidarán fácilmente y fueron representativas del esfuerzo que es capaz de realizar el ser humano cuando es impulsado por la fuerza de un ideal.

En la Sorbona ocupada ofrecieron espectáculos los más grandes artistas franceses; notabilidades de las ciencias, las letras y la política, entre ellos, Jean Rostand, Leprince-Ringuet, Jean Paul Sartre, Luis Aragón, el premio Nobel Jacques Monod, al que también se le vio en la calle la noche de las barricadas, asistiendo a los estudiantes heridos, Jean Maitrón, gran historiador y sociólogo, Gastón Leval, Daniel Guerin, una monja, Francisca Vandermesch, directora de la revista Echanges. Estos nombres son sólo una muestra, pues fueron muchas las personalidades de gran valor intelectual que hablaron aquellos días en la Universidad que fundó el monje Robert Sorbon, en 1253.

Durante unas semanas fue la fiesta del intelecto; una explosión de entusiasmo por conocer las nuevas ideologías de vanguardia. Marcuse. Marcuse, el gran símbolo para la juventud. La euforia de la Universidad se comunicó a la calle. Todo el mundo sintió la necesidad de exteriorizar sus opiniones. El Ágora de los helenos revivió en Francia en 1968 convulsionada ahora por el acontecimiento.

La prensa rivalizó en artículos enjundiosos sobre los problemas de una sociedad con ansias de transformación abundantemente ilustrados con fotos emocionantes y bellísimas, con imágenes de la juventud enardecida, desfilando por las calles.

Primeros chispazos

¿Pudo prevenirse la explosión de mayo? Las opiniones son divergentes. El malestar, la agitación en los medios universitarios era muy aguda en los últimos años. Recordemos las revueltas estudiantiles en los Estados Unidos y en Europa. Dice la profesora Jeanne Durry (Le Monde, 11-12-68): «La catástrofe de mayo pudo haberse evitado si los precedentes ministros de Instrucción Pública hubiesen podido contar con los créditos que le han sido atribuidos al señor Edgard Faure. En ese caso las Facultades habrían sido dotadas, año tras año, de los locales necesarios que los profesores reclamaban. Una Facultad que en 1968 llega a tener 41.000 estudiantes como la Sorbona-Letras, es un monstruo que no debió haber nacido jamás y que no puede conducir nada más que a las revoluciones».

A las convulsiones de mayo, precedió la revuelta universitaria de Nanterre. Ésta no surgió tampoco por generación espontánea. La agitación estudiantil de esa Universidad ya se había manifestado en varias protestas. ¿Motivos? Ya los hemos apuntado: repercusión de los movimientos estudiantiles de América y Europa. Los que aducía la profesora Durray: defectos del profesorado y la necesidad de adaptar la enseñanza a las nuevas exigencias de la sociedad industrial y tecnológica y otros más poderosos: la influencia y presión que ejercían sobre la juventud universitaria la propaganda marxista; y también, un sentimiento de frustración ante tanto sacrificio en los estudios para tan inciertas posibilidades de ejercer.

La encuesta dirigida por el ministro Misofle para tomar el pulso a la juventud, reveló ya muchos signos que debieron haber alarmado a educadores y gobernantes; sobre todo a estos últimos. Entre protestas, más o menos intensas y minimizadas casi siempre por el Gobierno, llegó la conmoción del 22 de marzo en la Universidad de Nanterre. El nombre de Daniel Cohn-Bendit. estudiante de 23 años que se decía anarquista, llegó a ser conocido del gran público. El Gobierno y la prensa en general no dieron mayor importancia al acontecimiento. Aunque en Nanterre ocurrieron hechos muy serios, se quiso dar la impresión de que era una algarada juvenil sin importancia. Sin embargo, el Ministro de Instrucción Pública. Misofle, ya había tenido algún disgusto de Cohn-Bendit.

Las fuerzas subversivas de mayo

PSU (Partido Socialista Unificado), SNES (Sindicato Nacional de Enseñanza Superior), UNEF (Unión Nacional de Estudiantes de Francia) y la UEC (Unión de Estudiantes Comunistas). Estas fueron las organizaciones mayoritarias que actuaron como detonantes de la explosión. A ellas se agregaron los llamados grupúsculos: UJCML (Unión de Juventudes Comunistas Marxistas Leninistas), PCMLF (Partido Comunista Marxista Leninista de Francia), JCR (Juventudes Comunistas Revolucionarias), FJR (Federación de Juventudes Revolucionarias), Movimiento 22 de Marzo, MAU (Movimiento de Acción Universitaria), EUS (Estudiantes Unificados Socialistas), OCI (Organización Comunista Internacionalista), CRER (Comité de Relaciones de Estudiantes Revolucionarios), CVB (Comité del Vietnam de Base), CAL (Comité de Acción de los Liceos), CREOC (Comité de Relaciones de Estudiantes Obreros y Campesinos). A estos hay que agregar los grupos de Le Monde Libertaire, Grupo Luisa Michel, CNT (Confederación Nacional del Trabajo francesa). Intervinieron también, muchas veces, a pesar de sus dirigentes, la CGT (Confederación General del Trabajo) –comunista–, CFT (Confederación Francesa del Trabajo), CFTC (Confederación Francesa de Trabajadores Cristianos), FO (Fuerza Obrera) y CGC (Confederación General de Cuadros).

Enseñanzas a retener

La experiencia de mayo demuestra las posibilidades existentes para desintegrar el complicado mecanismo de una sociedad fuertemente industrializada y un Gobierno sólidamente implantado, como el de Francia, en 1968.

La fuerza que confiere la sólida unión de obreros, técnicos, intelectuales y campesinos se reveló en mayo con una eficacia tremenda para desorganizar la máquina estatal.

Por unos días, Francia estuvo al borde de una verdadera revolución producida por el enorme poderío de las citadas fuerzas unidas. Éstas pudieron lanzar diez millones de trabajadores a la huelga. Las centrales sindicales que paralizaron toda Francia fueron, durante más de un mes, los árbitros de la vida nacional y tuvieron en las manos sus resortes económicos y se constató también, que la Francia de la Revolución, con su gran lema de «Una e indivisible», no ha logrado imponer esa divisa, después de dos siglos de existencia.

La política del general De Gaulle

Francia llevaba, en 1968, diez años sometida a las presiones e influencia de la Rusia comunista. Todas las actividades de la nación, políticas, culturales y artísticas fueron contaminadas por la ideología marxista-leninista y ello con la complacencia del general De Gaulle, que se recreó viendo ascender la marea con el secreto designio de utilizar diques de contención en el momento más propicio, a fin de aparecer como el salvador de la France Eternelle.

En todo caso su inconmensurable orgullo debió sentirse lastimado. La lealtad de los militares a su persona la tuvo que pagar a base de sufrir la humillación de tener que liberar al general Salan y a los hombres comprometidos en la OAS, además de pedir auxilio a las fuerzas americanas.

Cese en la unidad de objetivos

La multiplicidad de grupos y organizaciones que se lanzaron a la subversión, reclamaron al principio simples reformas universitarias. Bien pronto hicieron conocer otras aspiraciones más ambiciosas. No se reclamaban ya reformas parciales, sino una transformación completa de la sociedad. Había que hacer la Revolución.

Los estudiantes la emprendieron contra la sociedad de consumo. Ella era la gran responsable. ¿Eran también consumistas los smigards (salario mínimo), los ancianos, los habitantes de los Bidonvilles? Lo cierto es que al tomar amplitud nacional la contestación y englobar tanta diversidad de opiniones, surgió el problema. ¿Qué modelo adoptar para la orientación y transformación del nuevo régimen? ¿El modelo soviético, el chino, el cubano o el libertario español? No era fácil escoger un modelo, en aquel maremagnum ideológico de mayo.

Las centrales sindicales, que habían dado al Movimiento su verdadera importancia con el paro de los ferrocarriles y servicios públicos, comenzaron a alarmarse por el extremismo de los estudiantes. La prueba la tuvimos la tarde del 13 de mayo con la manifestación monstruo convocada por las organizaciones sindicales. Según datos de la Prensa concurrieron a ella más de 800.000 manifestantes. En los barrios del cinturón rojo de París se hizo una gran propaganda con diversos medios, para que asistieran a la manifestación los obreros. ¿Se contentaría aquella marea humana enardecida sólo con un paseo por París o se lanzaría al asalto de los edificios gubernamentales, aprovechando aquellas horas de exaltación, para dar comienzo a una verdadera Revolución?

Lo cierto es que se vivieron unas horas de verdadero suspense. El ministro del Interior, Christian Fouchet, en su libro sobre los sucesos de mayo, decía: «Tuvimos que llamar la atención a los periodistas de radio y televisión para que moderaran el tono de las informaciones. Si las radios no cesan ese tono tan exaltado en la información el régimen va a derrumbarse».

Y De Gaulle, hablando con André Malraux, un tiempo después de los hechos de mayo, decía: «En mayo todo me escapaba. No podía ejercer ningún control ni sobre mi propio gobierno. Ciertamente esto cambió cuando pude hacer el llamamiento al País».

El suspense finalizó a las 5 de la tarde del día 13, cuando la muchedumbre de manifestantes llegó a la estación de Saint Lazare y se le dio la orden de disolución por los jefes conductores. Las organizaciones obreras cambiaron su actitud revolucionaria y se bifurcaron en la lucha por reivindicaciones económicas y las negociaciones de Grenelle comenzaron.

Mayo de 1968: ¿fue una revolución?

No lo creo. Aunque la conmoción fuese tan intensa y sensibilizase a toda la nación, la verdadera prueba de fuerza no tuvo lugar. Tanto por parte del Gobierno como de las fuerzas subversivas, hubo una gran moderación en los enfrentamientos. ¿Qué reacción habría tenido el Gobierno si los estudiantes y los obreros hubieran intervenido armados con fusiles y pistolas, en lugar de cócteles Molotoff y tapaderas de los cubos de las basuras? ¿Qué habría sucedido si de buenas a primeras el Gobierno hubiese sacado a las calles de París los tanques del Ejército, como ha hecho la Rusia soviética en Checoslovaquia y Polonia últimamente?

¿Existieron en mayo influencias anarquistas?

Se puede afirmar que sí. Los anarquistas, como ya digo al comienzo de este trabajo, estuvieron en la ocupación de la Sorbona y participaron en la lucha. A lo largo del desarrollo de los acontecimientos, entre las múltiples tendencias ideológicas que apasionaban a la juventud impulsándola a descubrir nuevas rutas de convivencia social, comenzó a emerger con mayor claridad la existencia de tendencias anarquistas. El anarquismo surgió a la superficie de la vida pública en una sociedad capitalista-demócrata, sin la cohorte de truculencias y atentados terroristas del pasado. Los nombres de Kropotkin, de Proudhon y, sobre todo de Bakunin, circularon copiosamente. En artículos y conferencias se comentaron sus teorías. Las ideas anarquistas no fueron consideradas como antaño, sinónimo de violencia y caos. Fueron examinadas muy seriamente por escritores, profesores, periodistas y estudiantes, como una teoría filosóficosocial susceptible de ofrecer respuestas a posibles nuevas estructuras de convivencia humana. Hasta el gauchisme tuvo un tinte anarquizante. En la copiosa bibliografía del movimiento de mayo, varios escritores han profundizado en los principios bakuninistas; entre tantos, Bloch-Lain, Cyrile Carnevon, Guy Michaud. Este dice en un párrafo de su libro sobre Mayo: «las ideas que se estudiaron y debatieron en mayo y en las nuevas estructuras que se propusieron como modelo, se notó un gran interés por el resurgimiento de las grandes corrientes libertarias, bien ancladas en la mentalidad francesa, como son las teorías sobre el federalismo de Proudhon.

Como conclusión podemos opinar que los comunistas en los nuevos organismos que se constituyeron y que tomaron parte en la subversión, no lograron imponer su dominio absoluto, y ello pese a tantos factores que les favorecieron, de los que cabe destacar: la política exterior del general De Gaulle, contraria a la de los Estados Unidos. La organización sindical CGT, dominada por ellos, la gran mayoría de enseñantes de las universidades, la moral de saberse asistidos de las simpatías de 750 millones de chinos y 200 millones de rusos, de los países del Este y de las quintas columnas infiltradas en los estamentos socio-políticos del mundo no comunista.

Francia, en el 68, tuvo siempre presente las enseñanzas de sus enciclopedistas como el gran Voltaire, tan enamorado de la libertad; la epopeya de la gran Revolución de 1789, con su lema «Libertad, Igualdad, Fraternidad». Las semanas gloriosas y trágicas de la Comuna de 1871, con militantes tan esclarecidos como Eugene Varlin, Jules Valles, Luisa Michel, Flora Tristán. Y Fourier, Proudhon y los hermanos Reclus del socialismo libertario.

¿Perdurará aún muchos años el dominio del régimen comunista? Tengamos confianza en el futuro y recordemos lo que decía Emma Goldman en el Prólogo de su folleto Dos años en Rusia:

... y nada nos importa de lo que se diga hoy y de la fuerza aparente que el bolchevismo pueda tener. Cuando la marejada del confusionismo y las contradicciones hayan pasado, el bolchevismo pasará también. Ese es el destino de todas las ideas que pretenden servir de puente entre el pasado y el porvenir. El pasado comienza por temerlas y concluye por aceptarlas. El porvenir comienza por adoptarlas y concluye por destruirlas.

Publicado en Polémica en abril de 1983

El asesinato de Salvador Seguí

El asesinato de Salvador Seguí

Manuel Salas

No sentimos inclinación al anulador y pernicioso culto a la personalidad y menos aún, al farisaico sentimiento reverencial de los muertos. Sin embargo, por los ásperos caminos de la historia del movimiento obrero han pasado figuras cuya actuación, sacrificio y capacidad son ineludible punto de referencia para comprender la ejemplaridad de su conducta, la magnitud de las ideas que proclamaron y defendieron y la generosa entrega que de su libertad y aun de su vida hicieron para que esa dignidad que reclamaron para sus compañeros de clase no fuese atropellada por la injusticia y la ambición. Posiblemente, en la creciente degradación de la conciencia colectiva de esta humanidad sometida de grado o por fuerza a sistemas y estándares de vida propiciadores del gregarismo y la masificación, las figuras singulares de aquellos luchadores; hoy son casi impensables. Sería abrumador y doloroso recordar el inacabable censo de hombres y mujeres inmolados en la angustiosa reivindicación de sus derechos y libertades. Al cumplirse en estos días el sesenta aniversario del salvaje asesinato de Salvador Seguí, no hemos podido sustraernos al influjo de su obra militante en la Confederación Nacional del Trabajo, y de su trágica muerte en la tarde del 10 de marzo de 1923, junto al compañero Francesc Comas Paronas, que le acompañaba en aquel infausto momento.

No es infrecuente que algunos filósofos o historiadores quieran atribuir a los militantes libertarios un paralelismo místico cercano al de los mártires del cristianismo. El hecho de que El Noi del Sucre fuese victimado a los 33 años de su vida, al igual que se cuenta del legendario Cristo, podría robustecer esa singular e interesada teoría.

Pero Seguí fue víctima de las bandas de pistoleros del «Libre», de la vesania del poder político y policial al servicio de los intereses de la burguesía y los oligarcas que veían en él al hombre capaz de interpretar y galvanizar a los trabajadores para que éstos fuesen nunca jamás considerados como esclavos o mercancía.[i]

Las actuales generaciones desconocen la existencia de muchos hombres que contribuyeron decisivamente a alcanzar unas libertades y unas condiciones de vida que ellos apenas pudieron disfrutar. De ahí que pretendamos hacer una semblanza del pensamiento y la acción de este hombre singular, cuyo vil asesinato denigrará para siempre a sus victimarios y a sus inductores.

Salvador Seguí Rubinat nació en Lérida el 23 de diciembre de 1886. Sus padres se trasladaron a Barcelona, siendo niño, y en ella permaneció hasta su muerte. Su inquietud le impulsó bien joven a participar en cuantos acontecimientos colectivos se sucedían, bien fueran a nivel de juegos callejeros o en protestas y manifestaciones más definidas, hasta el punto que a los 12 años ya sufrió su primera detención, por curiosear en una refriega entre huelguistas metalúrgicos y la policía. No tarda en formar parte de la Junta de la Sociedad de Pintores, y tras una larga detención, toma parte en los sucesos de «La semana trágica», lo que le obligó a trasladarse al pueblecito de Gualba, donde trabajó como pintor.

Hijo único, su padre hubiera querido que sintiese inclinación por el estudio. No hubo nada que hacer. El afirmaba que «en la calle también se aprende», y a los diez años se obstinó en querer trabajar, contra la voluntad de sus padres. Esa negativa, impulsó a Seguí a estar tres días sin aparecer por su casa. Vagabundeó por el muelle y por Montjuïc, hasta que pudieron localizarlo. Su padre accedió, y lo llevó a trabajar a la panadería donde él trabajaba. La primera amonestación del patrón bastó para que no volviese más. Tras varios trabajos, entre los que hay que señalar el de una refinería de azúcar, que dio motivo a su apodo, aprendió el oficio de pintor. Pero no aguantó órdenes de nadie, cambiando de patrón más que de camisa. Enfermó su padre y, como por ensalmo, toda su inquietud se calmó y trabajó duro y con tesón hasta que su padre se restableció, y con la salud de su padre él recuperó también su libertad de andar de un lado para otro. En ese trajín constante, conoció a un compañero que le procuró algunos folletos y libros anarquistas. Y eso fue la causa de que, sin renunciar a ese contacto permanente con las gentes y la calle, se entregase con afán a estudiar y aprender cuanto pensaba podía ayudarle en su formación.

Como a tantos otros, la influencia de las lecturas le llevó a un verbalismo demoledor, y con otros amigos, formaron un grupo tan iconoclasta e inconformista que llamaron «Los hijos sin nombre». Inútil decir que en sus reuniones no quedaba títere con cabeza. Su inconformismo verbal era vigoroso e inextinguible; no así sus recursos que, al considerarse hombres libres y no admitir la explotación, les llevaba al olvido del trabajo con que obtener algo para calentar el estómago. Seguí no padeció grandemente esta carencia, pues en su casa siempre tenía un plato de comida, pero muchas veces, su amor propio le hacía renunciar a esa seguridad, pasando las mismas privaciones que sus amigos.

Ese período de su vida está lleno de anécdotas interesantes que reflejan el hombre vital, directo y sincero que fue toda su vida. Ese sarampión al que pocos jóvenes escapan, afortunadamente, pasó y dio lugar a otro período de reflexión y serenidad, que puso en su conocimiento la hondura y la amplitud necesaria. «Los hijo sin nombre» quedaron olvidados en su propio anonimato y una tertulia que se mantenía en el Café Español, fue la Universidad en la que El Noi se consolidó y aumentó día tras día, despertaron el interés de numerosos intelectuales, que acudían a ella con frecuencia. Entre los escritores, Camba, Baroja y otros fueron visitantes bastante asiduos, junto con una fauna cosmopolita de bohemios, nihilistas, socialistas, trashumantes... También era un lugar, bien conocido por la policía, que sabía que en cualquier momento, siempre encontraría allí inquilinos para los calabozos de sus comisarías y cárceles.

Eran los tiempos duros en que el terrorismo empezó a ensangrentar las calles de Barcelona. La época siniestra de Martínez Anido, Arlegui y el barón de Koening, con sus bandas de pistoleros y confidentes.

Salvador Seguí era ya un militante destacado y capaz en las filas de la Confederación Nacional del Trabajo. Conferenciante brillante, recorrió la geografía peninsular en actos de propaganda y mítines. En el Congreso de la Comedia, en 1919, asistió como delegado y pronunció junto con Pestaña, sendas conferencias en la capital madrileña. Su popularidad fue pasto de periodistas. Un reportero, despistado, le abordó para preguntarle el porqué de su nombre. «¡Hombre!, pues de tan dulce como soy. ¿Qué no ve que atraigo hasta las moscas?»

Su intensa militancia y su firmeza, junto a una intuición sorprendente de las situaciones, hicieron de él uno de los más valiosos dirigentes de la CNT. Polemista agudo e incisivo, su gran corpachón culminado por un rostro en el que campeaba la nobleza, imponía un gran respeto a sus adversarios que no encontraban fisuras por donde resquebrajar su integridad.

En julio de 1916, la CNT invitó a la UGT a un cambio de impresiones para la alianza de las dos fuerzas sindicales. Seguí participó en ellas y fue detenido con todos los demás representantes sindicales asistentes a la misma.

En noviembre de 1916 se produce un paro general de 24 horas en toda España, de ambas fuerzas, y en agosto de 1917, se declara la huelga general en todo el país que tuvo resonancias importantísimas, aun cuando las dilaciones por parte de la UGT pusieron en grave riesgo este movimiento.[ii]

El Congreso Regional de 1918, en Sants, marca el paso de las antiguas sociedades obreras a Sindicatos Únicos, y en él Seguí hace una brillante y razonada exposición de la conveniencia de este cambio.

En esas fechas, los conflictos sociales se incrementan, culminando en el de La Canadiense, con el que el Gobierno quiere dar la batalla a la CNT, y es de nuevo la intuición de Seguí, en el memorable discurso de Las Arenas, que desbarata y hace posible el final positivo de aquel gravísimo y prolongado conflicto.[iii]

Entre detenciones y espacios de libertad, Seguí sigue trabajando infatigablemente y dando muestras de su claro concepto del Sindicato y de la lucha obrera, hasta que es detenido y conducido al penal de La Mola, en Mahón, junto con otros sindicalistas y políticos. Allí pronunciaría su importante conferencia sobre «Anarquismo y Sindicalismo», el 31 de diciembre de 1920, alguna de cuyas ideas reproducimos en este emocionado recuerdo y homenaje al destacado luchador y organizador que fue Salvador Seguí El Noi del Sucre.

Es creencia general que Sindicalismo no significa nada. Los equívocos que se han formado son tantos y de tal magnitud, algunos, que conviene de una vez para siempre deshacerlos. Que el Sindicalismo no sería nada sin la espiritualidad irradiada del Anarquismo, como algunos afirman, condicionalmente es verdad. Nada más que condicionalmente.

Qué es el anarquismo

Anarquismo es una gradación del pensamiento humano. Diríamos mejor, es la más alta gradación del pensamiento humano. Es una lógica consecuencia de las diversas fases que a través del tiempo han sufrido las ideas, tamizadas por el sentimiento.

Todas las ideas, sin los hombres que las crean, no son nada. La Anarquía, repitámoslo, no es anterior al hombre, porque si así fuere, los anarquistas dejarían de ser espiritual y moralmente lo que fueron y lo que son, para rendir culto fanáticamente a lo sobrenatural. En tal caso, los principios anarquistas no se diferenciarían de los principios deístas.

Y precisamente, por ser las ideas creadas y concebidas por los hombres, tienen constancia y valor humano. De lo contrario serían un valor negativo. Toda idea que no pase por los procesos de la evolución, no será sino una elucubración mental. El Anarquismo debió pasar por ese proceso evolutivo para poder ser concebido como manifestación humana.

Todas las ideas, desde las más modestas hasta las más audaces, han pasado por ese proceso. Lo demuestra el hecho de que ni una sola ha sido plasmada en realidad, llevada a la práctica, en su concepción primitiva y en su integridad. Así las religiones, todas las concepciones filosóficas, económicas y políticas, así también nuestras ideas. Ahora bien; con cuanta más fe y más íntegramente sea planteada la lucha, más pronto y más felizmente se llegará a la realización de las ideas. Tened en cuenta también que aquéllas pierden la integridad de su concepción originaria, y pueden bifurcarse para ser llevadas a la práctica, por nuevos caminos abiertos para su inmediata realización.

Una idea puede dar margen a nuevas concepciones ideológicas, y puede ser motivo para crear organizaciones que basándose en la concepción espiritual de la misma, cree otras nuevas. Y aun cuando no sean las mismas, fundamentalmente en nada pueden diferenciarse...

Qué es el sindicalismo

Eso ocurre con el Sindicalismo. Este es la base, la orientación económica del Anarquismo. Porque la Anarquía no es un ideal de realización inmediata... Hagamos otra afirmación diciendo que siendo la concepción ideal de la vida de los hombres, no llegará a tener realización porque es una perfección extraordinaria del pensamiento. El Anarquismo no llegará a plasmar en realidad en su verdadera filosofía. Sería tanto como definirlo y limitarlo. No tiene un origen material. No nace en un punto para morir en otro. Es propio de la inteligencia y del sentimiento. Por esa razón, Anarquismo es ya individualismo. Y en él hay también la concepción colectivista que acepta aquellas cosas del Anarquismo de más fácil realización.

¿Y qué significación tiene el Sindicalismo?

Históricamente, es la condensación del pensamiento al que dieron vida los compañeros de la Internacional; prácticamente es el instrumento del Anarquismo para llevar a la práctica lo más inmediato de su doctrina.

"Hay quien dice que el Sindicato no es nada. Es un error esta afirmación. El Sindicato es cerebro y brazo. No se comprende el uno sin el otro. El Sindicalismo tiende a usufructuar las prerrogativas que le son propias en el orden social.

También se afirma que el Sindicalismo no tiene ideas propias. Eso no es cierto. En los Congresos de los años 1910, 1915, 1916, 1918 y 1919, el Sindicalismo llegó a precisar que se apoderaría de los instrumentos de trabajo. El Sindicalismo recibió del Anarquismo alma y espíritu. ¿Quién niega que el Sindicalismo plantea y resuelve el problema económico? ¿Y quién puede negar que el Sindicalismo revolucionario y libertario en su concepción económica, es el auxiliar feliz y poderoso del Anarquismo?

He aquí la virtualidad del Sindicalismo: relevar y sustituir los factores del capitalismo y de la burguesía. Por esa razón no estamos de acuerdo con los socialistas. Ellos hacen hombres que no creen en su personalidad, y con la obra que realizan retardan el momento de la posesión integral de las prerrogativas sociales del hombre.

Mientras haya quien crea que los problemas no los debemos resolver por nosotros mismos, sino que su solución depende de otros, el hombre no hará jamás nada. Quien crea en la organización estatal es un esclavo. [...] Sindicalismo es la agrupación natural orientada de los elementos de una misma profesión, y esta organización orientada en un sentido revolucionario y libertario, se acerca al Anarquismo. ¿Quiénes, sino los trabajadores, pueden llevar a cabo un movimiento de renovación?

Mas dudo haya nadie que crea asistir a la derrota de los valores económicos del mundo capitalista, de las viejas y falsas concepciones burguesas, sustituyendo valores y concepciones con los problemas que en su integridad plantea el Anarquismo. La misión de los anarquistas en los Sindicatos está en velar por la vida de éstos y orientarlos. Sin embargo, no son los grupos anarquistas ni las organizaciones estatales quienes tienen que organizar y regularizar la producción. Son los Sindicatos. A los Sindicatos han de ir a darles fuerza y relieve los sectores de la acción y la educación.

Se nos presenta otro punto importante que el proletariado debe resolver. El de la cultura. ¿Qué harán los trabajadores al día siguiente de la revolución con respecto a ese problema? ¿Qué harán de los Ateneos, de las Escuelas, de las Bibliotecas, de los Institutos profesionales?

Si nuestra preparación es lo fecunda que deseamos, al día siguiente de la revolución, destruiremos todo cuanto en el orden de la cultura nos pueda ser perjudicial. En previsión, hemos de crear nuestras Universidades y nuestros Ateneos.

Si no podemos, si los acontecimientos nos sorprendieran, nos aprovecharíamos de lo que hubiese realizado la burguesía en este sentido. Lo que sí haremos, aun en último caso, es arrancar de cuajo lo malo, lo perverso y lo inútil...

Y ahora, amigos míos, dejadme que diga esta noche mis últimas palabras. Que en estas horas en las que nos une el dolor y una luminosa esperanza de manumisión económica y espiritual, hagamos una profesión de fe, de constancia en el propósito y de confianza en nosotros mismos. No creáis en los hombres, en cuanto eso pueda significar una hipoteca de vuestra voluntad; creed, mejor, en cada uno de vosotros...

Pese a su total entrega y a la ejemplaridad de su conducta, Seguí, como tantos otros; no pudo escapar a la destructora ponzoña de las insidias y la maledicencia.

El permanente afán de Seguí de capacitarse y aprender para que su labor fuese más consciente en la defensa de sus ideas, le llevó a relacionarse con periodistas, intelectuales y políticos de izquierda. Su amistad con Oriol Martorell, concejal del Ayuntamiento de Barcelona, en los años 1908-1909, fue motivo para que empezase a circular la especie de que Seguí iba a fundar con algunos intelectuales un «Partido posibilista». El hecho de que El Noi frecuentase la peña intelectual del Café Suizo, en las Ramblas, a la que acudían los Alomar, Iglesias, Gener, Albert, Tintoré, etc., fue pretexto para urdir las más absurdas e interesantes calumnias. No andaban ajenos a estos afanes elementos de la gran patronal que hicieron circular la noticia de que Seguí y Pestaña, «con el dinero de las cuotas de los trabajadores» habían comprado casa propia nada menos que en el Paseo de Gracia barcelonés.

El relevante papel que Seguí desempeñaba en la Organización con federal[iv] era a causa de todas las especulaciones, a las que siempre fue ajeno. A raíz de la campaña electoral subsiguiente al fracaso de la huelga general de 1917, Julián Besteiro, intentó incluir a Seguí en la lista de candidatos, junto a Largo Caballero, a lo que El Noi del Sucre se negó rotundamente.

Junto a García Oliver y Antonio Amador, en un mitin celebrado en Reus, en 1921, Seguí, de manera clara y rotunda, reafirmó los principios apolíticos de la CNT, responsabilizando a los políticos de parte de la represión desatada en aquellas fechas contra los Sindicatos y militantes confederales.

Es bien conocida la campaña orquestada por el periodista Paco Madrid en la que se afirmaba la inclusión de Seguí en la lista de candidatos republicanos a diputados. Cuando, ante el silencio de Seguí, que raramente hacía caso de esas campañas, la organización requirió al periodista para que aclarase el origen de su «información», éste respondió diciendo que, en periodismo, lo importante era la «primicia informativa», y que eso era lo que él había perseguido con sus artículos.

Incluso el propio Pestaña, recién llegado de Argel, se mostró hostil a Seguí, acusándole de «reformista». Pestaña, en aquella época, parecía ser el exponente del Anarquismo y Seguí del Sindicalismo, en el seno del movimiento confederal.

No siempre fue paciente la actitud de Seguí, frente a estas manifestaciones periodísticas. Cuenta Manuel Buenacasa que, a raíz de una huelga general de la Construcción, ganada por la acción directa de los trabajadores, el corresponsal de un diario madrileño, insinuó que el Comité se había vendido a los patronos. «Fue Seguí quien vino a verme, y tras leerme el artículo en cuestión, me preguntó: "¿Y qué pensáis hacer?" Me encogí de hombros, no sabiendo qué responderle. Me cogió por un brazo, llevándome hasta un café, frente a Canaletas, y señalando a un "cliente", me dijo: "Ahí tienes al tipo que ha querido deshonrarnos", y sin más espera, le atizó dos sonoras bofetadas que el "periodista" encajó sin rechistar. Se organizó un gran escándalo, y a un policía que acudió para ver lo que pasaba, lo echó a un lado, diciéndole: "Usted calle y escuche", mientras decía al periodista: "Usted va a desmentir ahora mismo lo que ha dicho; y si no ya sabe lo que le toca". Por descontado que el diario hizo pública la rectificación al día siguiente.»

Otro rasgo descollante en Seguí era el generoso tributo de su solidaridad y compañerismo. En los tiempos normales, en que El Noi podía vivir con su familia, raro era el día que no acarreaba a su casa un par de invitados, si no eran más. Teresa Montaner, su compañera, con un niño y una niña pequeños, atendía lo mejor que podía a cuantos allí buscaban refugio y solidaridad.

La sistemática persecución de militantes por las bandas de pistoleros libreños, aconsejó a Seguí trasladarse a la región levantina, donde los compañeros albergaron a la familia Seguí durante algún tiempo. Aun en esa situación, El Noi no vacilaba en hacer cuanto hiciese falta por la organización. A raíz de un suceso provocado por un teniente de la Guardia Civil que, al clausurar la Escuela Racionalista en Cullera, había maltratado a los miembros del Comité comarcal, a uno de los cuales propinó un brutal puntapié en el vientre que le produjo una peritonitis traumática, por lo que hubo de ser hospitalizado, siendo procesado el doctor Salgado que certificó el diagnóstico. Seguí visitó a un abogado en Valencia para obtener la revisión de aquel arbitrario atropello. Llevó su aliento a los compañeros presos en la cárcel levantina y pensó que era ya tiempo de regresar a Barcelona, pues su presencia en Cullera ya había sido detectada hasta el punto de que pudo ser abortado un atentado en Sollana merced a la atenta vigilancia de los militantes de aquella comarca.

El 1 de marzo de 1923 pronunció en Manresa su última conferencia. Los compañeros le aconsejaron que no debía regresar a Barcelona, temerosos de la situación cada vez más grave que se creaba a los militantes cenetistas, principalmente. Tranquilizó a los compañeros, asegurándoles que pensaba regresar para conseguir marchar al extranjero.

No pudo hacerlo. Emilio Junoy, senador liberal destacado, que se complacía con la amistad de Seguí, comparándolo con Bakunin afirmó de él: «A Seguí lo ahorcarán en Barcelona –no si yo estoy con vida– o lo asesinarán por la espalda»

Y por la espalda lo mataron el 10 de marzo de 1923.



[i] Aun cuando la nómina de los asesinos a sueldo que integraban las bandas de pistoleros subvencionados por prepotentes caciques de la burguesía, como Graupera, Muntadas y otros, difícilmente podrá ser conocida, hay datos suficientes para probar la intervención directa, en el asesinato de Seguí, del confidente lnocencio Feced que, años más tarde, quiso chantajear a Pestaña, ofreciéndole por una crecida cantidad de dinero, documentos en los que se citaban los nombres de quienes habían organizado, pagado y ejecutado todos los asesinatos de militantes de la CNT. La negativa de Pestaña, no impidió que, pasado el tiempo, se publicasen dichos documentos, en los que curiosamente el nombre de Feced no aparecía implicado, salvo en el de Seguí, respecto del cual había afirmado: «A ese lo mato yo».

[ii] En junio de 1917, y como consecuencia de los compromisos existentes entre la CNT y la UGT para la declaración de la huelga general revolucionaria para derrocar al régimen, y ante la injustificada tardanza de los socialistas para fijar la fecha de la misma, tiene lugar en Las Planas, en plena montaña, una reunión clandestina a la que asiste por la UGT, su vicepresidente Largo Caballero. Las explicaciones de éste fueron poco convincentes, ya que quedaban subordinadas a los resultados políticos de la Asamblea de Parlamentarios, mientras que la intensa actividad de los hombres de la CNT en la preparación material del movimiento ponía en grave riesgo los planes y los medios que se iban acumulando. El intento de Largo Caballero para apaciguar a la CNT fue inútil. En una reunión previa celebrada en los locales de la calle Mercaders, se había mantenido la postura de que en la reunión con los socialistas se fijase la fecha de la huelga general. Finalizada la reunión, y mientras Seguí esperaba al compañero que había de conducirle a Las Planas, inesperadamente, se dio aviso de que la policía se dirigía a los locales de la CNT. Cada uno salió como pudo del local, y Seguí, al saltar por un balcón a la calle, se dislocó una pierna, lo que dificultó su huida. Ayudado Por el compañero Arnó, de Mataró, fue atendido en casa de otros compañeros, no pudiendo acudir a Las Planas. Cuando, por la noche, se informó a Seguí de los resultados de la reunión, dijo: «Me parece que debíamos haber emplazado definitivamente a la UGT y desligarnos de compromisos si no se tiene la seguridad de un aceleramiento; nuestros hombres y nuestra organización están expuestos en cualquier momento, a ser copados». Esta actitud determinó un rápido viaje a Madrid para fijar la fecha y la contraseña que se publicaría en El Socialista y toda la prensa nacional, con la frase: «Cosas veredes, que dijo el Cid», con lo que quedaba fijado el compromiso y la fecha para la huelga de 1917.

[iii] La huelga de La Canadiense fue un exponente de la capacidad y recursos de los Sindicatos. La ordenación y desarrollo del paro, fue un alarde de eficacia y de solidaridad. La estrategia empleada desconcertaba a la burguesía y a los gobernantes. Un día los transportes, otro los servicios públicos, la implantación de la «censura obrera», en la que los tipógrafos se negaban a componer las noticias tendenciosas sobre la huelga, rompían la resistencia patronal. De ahí que indujesen a elementos provocadores para instigar a los obreros a actitudes desesperadas. Seguí se dio cuenta de este intento de llevar a los trabajadores a actos que fueran pretexto para una masacre sangrienta, y usó de su persuasión y de su influencia moral, para conducir el final de aquella huelga por cauces legales y directos que pusieron al descubierto los planes siniestros de aquella patronal inhumana.

[iv] Fue secretario general de la misma en algún período.

Artículo publicado en Polémica, n.º 7, abril de 1983.

El estigma del paro

El estigma del paro

Reproducimos esta serie de tres artículos que Félix Carrasquer publicó en Polémica en 1985. Más de un cuarto de siglo después sus análisis sobre el origen del problema, sus consecuencias y las opciones para hallar la solución siguen plenamente vigentes.

Félix Carrasquer

Mucho se viene hablando y con sobradas razones de esa lacra del Capitalismo que es el paro; aunque suele hacerse mayormente en términos cuantitativos y marcando el acento, sobre todo, en los aspectos socioeconómicos que atañen más directamente a la política del Estado.

Desde estas columnas pues, sin que ello signifique desdén por ese aspecto económico que nos afecta a todos y reconociendo que el paro es la consecuencia lógica de un sistema que tiene sus fundamentos en la especulación competitiva y en el egoísmo, abordaremos el tema a partir de otra de sus caras que es a mi modo de ver, la más inquietante. Me refiero a la fenoménica psicosocial que esa suerte de cáncer puede generar agravando nuestras relaciones y magnificando el desconcierto.

El parado, aparte de que carece de medios para subvenir a sus necesidades más perentorias y las de los suyos cuando se halla al frente de una familia, no sabe cómo emplear su tiempo y sus energías por faltarle una actividad tan necesaria para el equilibrio sicosomático de la persona humana.

Los primeros efectos de esas carencias, si bien con diferencias muy notorias de unos casos a otros, no tardan en ponerse de manifiesto; en general el parado comienza a sentirse como algo inútil, incluso cuando en su fuero interno reconoce que no lo es y lucha con dignidad y valentía contra una situación que él considera inmerecida e injusta. Esto empero, la sensación de impotencia que poco a poco hace mella en su ánimo, corroe sus pensamientos y suele dañar muy gravemente la identidad de su persona.

Porque todo parado, tanto más si es joven y si la desocupación se prolonga, es siempre un candidato a determinadas alteraciones del psiquismo, más o menos profundas; ya que en primer término y casi invariablemente va instalándose en él un complejo de inferioridad acompañado del sentimiento de culpa que de forma insidiosa puede dar lugar a que el individuo se considere olvidado o despreciado de los demás, cuando no, como en casos extremos de desesperación –éstos menos frecuentes– perseguido o amenazado de todos los peligros... De cualquier modo, sea cual fuere el grado de intensidad de este fenómeno, una cosa no varía: que la sensación de abandono y de menosprecio que asedia al desocupado va socavando su voluntad, sus ilusiones y su alegría; estado síquico por el que cualquier sujeto –mujer u hombre– queda expuesto a toda suerte de stress y, sobre todo, a caer en un triste escepticismo y una total indiferencia ante la exaltación de cuanto se considera humano y eleva al hombre.

Si analizásemos con suficiente detalle el amplio abanico de los efectos que el paro produce en la personalidad del parado, constataríamos la aparición de muchos y muy variados desórdenes del carácter, entre los que destacan los más típicos y corrientes: inestabilidad manifiesta, nerviosismo mal contenido y falta de humor para establecer la comunicación, desarrollar la curiosidad y cultivar la amistad de manera sencilla y espontánea. Con estos datos es fácil comprender que en semejantes condiciones de insatisfacción y de ansiedad, el individuo, no sólo pierda el interés por la relación y el conocimiento sino que tienda a buscar remedio para sus males en estimulantes sicotrópicos o alucinógenos como el alcohol, las drogas blandas y duras u otros sucedáneos y que éstos, al enajenar más de lo que estaban su voluntad y la capacidad crítica de su conciencia, acaben de convertir su ya precaria existencia en una verdadera ruina.

Pero si toda esa panoplia patológica es desastrosa en sí misma para la vida del propio sujeto, la repercusión que ésta tiene dentro de la familia puede ser de consecuencias mucho más graves, ya que si el parado es el padre y de su salario depende el sostén del hogar, a la penuria económica y al nivel de vida infrahumano que ella conlleva hay que añadir el malestar y la inseguridad que emanan de su persona cuando llevado de la desesperación y la angustia ha perdido el timón de su propia conducta. Entonces el descontento, el mal humor, los gestos desabridos y las voces estridentes se adueñan del hogar y van eliminando el afecto, la alegría y cuanto era motivo de satisfacción en anteriores circunstancias, las relaciones de la pareja se crispan, el contacto con los hijos pierde espontaneidad y ternura el individuo ayer responsable se aleja de la casa en la que ya no halla la calidez reconfortante de otrora y todo va deteriorándose a pasos agigantados, sin hablar de los efectos traumatizantes que ejerce el alcoholismo u otro tipo de drogadicción cuando el padre o la madre sucumbe a la tentación de evadirse por esos derroteros.

La verdad es que para nadie resulta totalmente nuevo esto que vengo diciendo, si bien son pocos aún los que han reflexionado sobre las causas de tantos desórdenes síquicos y sociológicos y sobre la alternativa que se le ofrecen al hombre para remediarlo o, mejor aún, para evitar que puedan seguir produciéndose.

Ya he insinuado al comienzo de estas líneas que el paro y sus secuelas, es una entre tantas de la muchas injusticias que se derivan de un sistema –el Capitalismo– basado en la explotación del hombre por el hombre. Lo que no he dicho todavía es que el paro seguirá aumentando y que los trabajadores que hoy tienen un puesto pueden perderlo mañana mismo; lo que quiere decir, que cuantos de alguna manera, dependen de un salario son víctimas de esa lacra y que en mayor o menor grado todos viven la angustia de la inseguridad y del riesgo.

Tanto es así que ello constituye en estos momentos el mayor freno que viene ejerciendo su impacto en el ámbito laboral como no ocurrió nunca en nuestras luchas sindicales de la preguerra; pues hoy son legión los trabajadores que haciendo dejación de su derecho y yendo en contra de los propios intereses de clase se vienen acomodando a condiciones de trabajo alienantes y a salarios indignos por miedo a perder un puesto; pasándose por alto el deber de solidaridad que vis a vis de su compañeros tienen y que un trabajador no debería olvidar nunca ya que es en la acción solidaria donde reside la fuerza que ha de permitirnos avanzar en nuestra conquista hacia un mundo mejor para todos.

Por consiguiente, para situarse mejor de cara a otras perspectivas más risueñas en esta sociedad que parece navegar a la deriva, los trabajadores deberían preguntarse muy seriamente de dónde procede el paro, por qué los Gobiernos no consiguen atajarlo y cuál es el papel que podrían desempeñar los sindicatos, si quienes han de vivir de su trabajo tomaran conciencia de que pueden llegar a ser una fuerza determinante unidos en haz solidario para exigir los cambios estructurales que ese mundo más justo al que todos aspiramos precisa.

Y tendrán que convencerse de una vez por todas que el drama del paro se mantendrá en pie como un insulto a la conciencia humana mientras no sean ellos quienes le den solución con ademán solidario y resuelto. Entretanto, esa tragedia seguirá teniendo consecuencias, cada vez más alarmantes a medida que los jóvenes en edad para trabajar, tanto manual como intelectualmente, vayan engrosando a diario las filas de los parados, que se cuentan ya por millones. Sí, millones de jóvenes en el Mundo que no pueden integrarse a la sociedad de los adultos por carecer de un sitio desde el que sentirse útiles aportando su saber y su valer al acervo colectivo; por estar desprovistos de capacidad económica y, en consecuencia no gozar de oportunidad para afirmar su independencia, y porque todo ello, que implica grave desconsideración hacia su persona, los expone a caer en muchas de las tentaciones ya expuestas, pasando –¿cómo no? y valga la redundancia– por el llamado pasotismo, esa dolencia que como una plaga ha venido extendiéndose por los pueblos de Europa y de América, tras haberse extinguido en ellos la curiosidad, la ilusión y el entusiasmo, valores que constituyeron en todos los tiempos el horizonte dinámico de la juventud.

Es cierto que en el pasotismo va implícito un gesto de protesta contra un sistema social que los jóvenes rechazan, y ello, a quienes venimos laborando siempre por un cambio estructural profundo que dando paso al apoyo mutuo, humanamente concertado borrara de nuestras relaciones la agresividad explotadora, nos parecería una actitud altamente positiva, en el caso de que esa juventud contestataria lograra superar esa pasividad amorfa que la caracteriza y que es la negación misma de la persona humana.

Pero desgraciadamente no ocurre así, aunque no por ello los hacemos culpables, ya que ese marasmo que actualmente afecta a tantos jóvenes, ha sido determinado por una serie de condicionamientos sociales –políticos, pedagógicos, históricos, filosóficos, ambientales– a los que hay que añadir en los últimos años el paro. Por ejemplo, es corriente oír decir a los universitarios de acá y de allá nuestras fronteras: «para qué esforzarse en estudiar si cuando salgamos de aquí no tendremos más alternativa que el paro». Está claro que no todos los estudiantes reaccionan del mismo modo, aunque sí un gran porcentaje, y ese halo de apatía e indiferencia que una escuela aburrida y castradora no supo corregir a tiempo ha ido impregnando el ánimo de los jóvenes en todos los ámbitos.

En virtud, pues, de esa escuela impositiva y libresca que mató en ciernes la curiosidad y la capacidad creadora de los jóvenes, gran parte de ellos, cuando salen de la universidad y no obtienen rápidamente un puesto de trabajo, ¿qué otra cosa pueden hacer sino aburrirse? y dado que el aburrimiento es mal consejero, máxime cuando la tónica de la sociedad en la que hoy nos desenvolvemos es generalmente de indiferencia, desconfianza y consumismo y demasiado frágil la armadura moral de estos jóvenes no debe extrañarnos el hecho de que en el intento de romper su aislamiento reuniéndose en pequeños grupos, unos caigan en la tentación de identificarse por medio del consumo de droga, otros a través de una singular comunión mística que ha dado lugar a la aparición de sectas tan diversas y a la vez tan parecidas por los métodos que todas ellas emplean para condicionar a los jóvenes alienando su voluntad y su conciencia crítica y someterlos por medio de prácticas tan aberrantes como ansiógenas y absurdas.

Si al trauma del paro se juntan tantos elementos demoledores de la autenticidad juvenil, tenemos la obligación de no abandonar alegremente a nuestros jóvenes y de ayudarles a desbrozar el camino abriendo nuevos horizontes susceptibles de incentivar su curiosidad, su generosa predisposición y su esperanza.

Por descontado que para esa función no nos sirve el panorama político del presente, copiado punto por punto del marchamo cansino del pasado, ya que por conquistar el poder se han venido matando a través de los tiempos históricos, griegos, romanos, cartagineses, godos, musulmanes, cristianos, monarquías, repúblicas, liberales, socialistas, tanto en el Este como en el Oeste. Desde siglos, las gentes que observan y son capaces de imaginar han constatado que el poder corrompe, que deforma a los hombres haciéndolos esclavos de su ambición y que ese combatir por conquistar las palancas del Estado ha generado las guerras y todas las injusticias del mundo. ¿Qué incentivo puede ofrecer a una juventud que critica ese panorama de luchas políticas por el Poder cuando a la postre éste sólo ha generado desigualdad, injusticia y paro?

Hemos de hallar otros paradigmas, cosa que intentaremos en números sucesivos.

 

Siguiendo el hilo de mis preocupaciones he de advertir, para empezar, que si en el número anterior al hablar del paro ponía cierto énfasis en la juventud pese a que dicho problema está afectando a las trabajadoras y trabajadores de todas las edades, era, por considerar que, desde siempre los jóvenes han sido los menos condicionados a la obediencia pasiva y los genuinos portadores de generosidad, entusiasmo y voluntad innovadora frente al inveterado conformismo de los adultos.

Considerando además, que son ellos los que en mayor escala y de manera irreversible muchas veces tienen que sufrir los estigmas de una sociedad que no sabe crear estímulo solidarios ni dar cauces idóneos al dinamismo juvenil, quisiera decirle de aquí, que, si bien no han de sentirse culpables de una situación en la que ellos no han tenido arte ni parte, sí en cambio como seres inteligentes que son, han de aprender a afrontarla con voluntad decidida y consciente mediante la adquisición de un mayor conocimiento de los fenómenos psicosociales y puesta la confianza en el futuro; un futuro a cuya construcción han de contribuir con su participación inteligente y activa; es decir: no cayendo en actitudes de puro y simple rechazo; no dejándose arrastrar por corrientes de pasotismo u otras formas de evasión; ni tampoco dejándose llevar por ninguno de cuanto slogans circulan en momentos de agitación social y de confusionismo y que, generalmente sólo conducen a posiciones equívocas y a resultados negativos; porque obedecen a consignas elaboradas con fines políticos desde la cumbre de algún partido sin que tales consignas respondan en absoluto a lo verdaderos intereses del pueblo trabajador; siendo lo más lamentable del caso la existencia de líderes políticos que aún siguen utilizando al sindicato como correa de transmisión de un determinado partido.

De ahí, pues, la urgente necesidad de que los trabajadores todos y en especial los jóvenes pongan a contribución toda su capacidad crítica e innovadora para no dejarse manipular como si fueran simples marionetas, y que a la hora de secundar una acción nunca olviden fundamentalmente, dos cosas: que el deliberado propósito de todo partido sea cual fuere su signo político, es en primer lugar llegar al poder, o defenderlo y mantenerlo contra viento y marea para seguir en él si ya lo detenta, presentándose como el legítimo defensor de la clase trabajadora y autoerigiéndose en poseedor exclusivo de la receta mágica que ha de salvarnos a todos.

Frente, por tanto, a esta falacia de los partidos políticos, la clase trabajadora debería hacer suya aquella atinada afirmación de la Primera Internacional de Trabajadores que señala que: «la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos» y que estuvo siempre presente en el sindicalismo español de la acción directa.

Adentrémonos, pues, en el problema del paro que es el tema central de este artículo. El paro; ese fenómeno social que no sólo llena de angustia a los trabajadores y trabajadoras de todos los sectores de la producción y de los servicios, sino que dada la amplitud que ha ido tomando en estos últimos años está siendo motivo de preocupación para gobiernos dueños o gestares de empresas tanto públicas como privadas. Antes de entrar en materia sobre posibles alternativas, vamos a hacer un breve resumen histórico al objeto de poder comprobar dónde tiene sus principales raíces y qué circunstancia han concurrido últimamente para verlo incrementado de manera casi explosiva en todos los países más o menos industrializados del mundo.

¿Es responsable del paro la automoción? La automoción no hace sino acelerar el proceso y empeorar las consecuencias. Lo que sí podemos afirmar es que, en ese ciclo entre la prosperidad y la crisis que ha venido alternando el Capitalismo desde sus orígenes, el paro se produce en la medida que van quedando saturados los mercados. De ahí el hecho monstruoso de tener que reducir la producción y de echar trabajadores a la calle mientras más de una mitad de la población mundial está sometida a unas condiciones infrahumanas y carece del mínimo indispensable para sobrevivir. Y esto sucede porque el móvil de la empresa capitalista no es producir para satisfacer las verdaderas necesidades de la población humana, s¡no obtener beneficios y acumular poder económico, aún a costa de producir algunas veces cosas superfluas y hasta dañinas para la vida.

«Automatización –dijo años atrás el director de una de las tres grandes empresas americanas de automóviles– es cualquier operación que desplace hombres de la empresa productiva. Pero no añadan mi nombre a esta definición. Tenemos que pensar en lo conflictos laborales».

Si bien no puede decirse que sea totalmente exacta esta definición –ya que la automoción es algo más y muy importante, pues gracias a ella y a muchos descubrimientos científicos de los últimos cuarenta años cientos de veces más rápidos que lo que se realizaron anteriormente estamos en condiciones hoy para acabar con toda la pobreza en el mundo– al menos refleja muy claramente que cuando el empresario se decide a introducir la automoción en su empresa, lo que persigue es reducir los costos de producción reduciendo mano de obra y, en definitiva, aumentar el margen de beneficio o declarar la guerra de precios a sus competidores.

Algunos empresarios tratan de restar dramatismo al proceso aludiendo a cierto fenómeno compensador –dicen– que se da en nuestro sistema económico. Por ejemplo: la automoción reduce los costos de la mano de obra; esto lleva a una reducción de los precios, lo que repercute en que mucha más gente puede comprar los artículos fabricados. Entonce para satisfacer la demanda hay que ampliar la producción y esto permite emplear de nuevo a los trabajadores que habían sido desplazados al principio; pero este razonamiento, aparte de su ambigü̈edad, no es exacto. El proceso tal como acabamos de describir tuvo lugar en cierto modo durante el siglo XIX, en el que a veces los avances técnicos llegaron a desplazar del trabajo a miles de personas que no tardaban en encontrar empleo en cualquier otra parte. Y aunque hubo momentos difíciles en los que la industria pasaba por una fase de depresión y el número de parados crecía de manera alarmante, de vez en cuando aumentaba la demanda de mercancías, y aunque esto ocurría de manera esporádica y desordenada, la productividad era incrementada de nuevo.

Pero las cosas no marcharon tan bien entre las dos grandes guerras. Cuando se introdujeron las cadenas de montaje y todas las nuevas técnicas y métodos a los que se dio en llamar «racionalización», ocasionando avances en la productividad, si no tan grandes sí comparables a los proporcionados por la automatización, los industriales y economistas admitieron que sería desplazada mucha mano de obra, pero aseguraban que el propio mecanismo de autoajustamiento expansionaría la producción con la suficiente rapidez para mantener a todo el mundo ocupado. No vieron que la economía como un todo había entrado en una nueva etapa en la que el viejo mecanismo económico ya no funcionaría. Las industrias se ampliaron, es cierto, si bien, al producirse la gran crisis de los años treinta, muchas de ellas tuvieron un desenlace dramático; haciéndose patente una vez más la incapacidad del Capitalismo para aumentar al unísono producción y demanda.

Con el fenómeno del pleno empleo que se produce a partir de 1939, renace en las gentes la esperanza. Asimismo, gobernantes y empresarios piensan que utilizando el método de Keynes han encontrado la fórmula para eliminar la amenaza del paro de una vez por todas y sin tener que realizar cambios importantes en el sistema económico. Sin embargo, dadas las circunstancias tan especiales que concurrieron en aquellos años, no tardarían mucho tiempo en darse cuenta de lo infundado de su optimismo; pues dichos años se caracterizaron por los siguientes períodos:

  1. el de la Segunda Guerra Mundial,
  2. el de la reconstrucción de la postguerra,
  3. el rearme.

De donde arrancaba el dinamismo económico y el pleno empleo en tan dramáticas circunstancias es algo que salta a la vista del más profano en la materia: con las exigencias de la guerra –construcción de artículos destructores y que a la vez estaban destinados a ser destruidos– el problema de tener que buscar clientes no se planteó durante los dos primeros períodos, y cuando en 1950, la amenaza de un mercado insuficiente planeaba de nuevo sobre la industria, el mundo occidental iniciaría el rearme y, otra vez la salvación del viejo problema quedaba descartada.

Pese a la superficialidad de este examen histórico, en él podemos observar que desde 1900 aproximadamente, la economía capitalista, cuando no se hallaba ocupada en una guerra, en prepararla o en reponerse de ella, se veía amenazada por el problema de la venta de sus productos; esto ocurría, porque le era muy fácil producir artículos en cantidades crecientes, pero no sabía, o mejor dicho, no podía ni podrá nunca encontrar la manera de distribuir entre las gentes el necesario poder adquisitivo para tener suficientes compradores; es decir, para que todo lo que la industria moderna es capaz de producir, sea absorbido de modo natural por un mercado potencial.

Mas volviendo a nuestra historia, el rearme no pudo impedir que ocurriera lo inevitable y ya en 1955, tanto en Estados Unidos como en el Viejo Continente, había indicios de que el viejo problema se planteaba nuevamente; hasta el punto de que el Gobierno americano decide primar a sus agricultores para que no aumenten con exceso la producción agrícola. En la prensa de la época pueden leerse comentarios como el que hacía el Birminghan Post del 6 de agosto de 1959:

«Ni siquiera la economía americana puede soportar demasiada prosperidad, ya que desde la gran crisis de 1929, se teme que una prosperidad excesiva pueda conducirla, automáticamente, a otra depresión como la de 1933»

Los principales países exportadores habían estado compitiendo durante años por ver quién conseguía arrojar mayor cantidad de mercancías a los mercados importadores; pero éstos, que en un principio parecieron insaciables, tuvieron que adoptar medidas restrictivas al objeto de limitar sus importaciones.

Desde entonces hasta hoy el conflicto se ha intensificado; de tal modo que con la aplicación de la informática, la robótica y otros avances electrónicos, la verdadera solución del paro y de todos los problemas que a él van ligados no puede venir de una economía capitalista, dado que es casi imposible ya acomodar los resultados del progreso tecnológico a este entramado social –viejo de tantos siglos– que, firmemente anclado en el pasado, sigue empeñado en resistir a los embates del tiempo.

Pero todo lo hace el hombre, y aunque los trabajadores tengan que enfrentarse duramente con los mecanismos de defensa y la resistencia que opondrán dueños y directores de empresa, en connivencia con los Estados, habrán de hacerlo porque no hay más cera que la que arde y porque nadie mejor para atajar el mal, que quienes se ven afectados por él tan directamente.

¿Soluciones? Dentro de un sistema económico basado en la codicia de una minoría explotadora y en el que la rivalidad prima por encima de toda consideración solidaria, hay muy pocas. Una, que en algunos países de industria más avanzada se está experimentando es la reducción de la jornada laboral sin que se vea afectada la cuantía del salario. Sin embargo, para que esta medida sea todo lo eficaz que debiera ser se tendría que seguir reduciendo la jornada progresivamente y tantas horas como fueren necesarias hasta que no quedara ni un sólo trabajador privado de empleo; aunque sin perder de vista esa otra sociedad a la que no renunciamos por ello.

Pero de esta y de otras alternativas, así como de los métodos organizativos que los trabajadores deben utilizar para llevar a buen término sus aspiraciones hablaremos en el próximo número.

 

Al enhebrar por tercera vez el hilo de nuestro análisis a propósito del paro, he de hacerlo centrando nuevamente la atención sobre la problemática juvenil. Y lo hago por varias razones:

  1. En primer lugar, porque han sido siempre los jóvenes, al menos desde que los grupos humanos estructuraron instituciones formales, los que tuvieron que subordinarse a las normas impuestas por los adultos. Bástenos recordar a este respecto la importancia de los ritos de iniciación en todas las sociedades recensadas por los etnólogos. Estos ritos, a los que eran sometidos los jóvenes al entrar en su adolescencia, tenían que dejar en ellos una huella imborrable. Para ello, la imposición de la autoridad tomaba a menudo la forma de una marca exterior –incisiones, mutilaciones ligeras, exposición a los riesgos de la selva, etc.– y también interior. A este objeto, en una atmósfera dramática y angustiante impregnada de misterio, el joven era sometido a las duras pruebas que la Autoridad de los adultos –representantes a u vez de una Autoridad más alta y sagrada– le imponían. Este acondicionamiento, que a menudo se prolongaba durante días o semanas, terminaba con la adhesión del sujeto a los valores de su sociedad, a los que quedaba sometido para el resto de su vida, so pena de ser excomulgado por haberlos infringido; y una vez excluido del grupo no tenía otra salida que la muerte al verse privado de la protección de la Autoridad dominadora que hasta entonces había ordenado sus menores gestos, dando a cada uno de ellos un significado.
  2. En segundo lugar porque se cuentan ya por millones en el mundo los jóvenes, de entre 14 y 25 años, cuya inserción en la sociedad que les ha tocado vivir está resultando cada día más difícil por no decir imposible, dada la necesidad urgente de estructurar nuevas adaptaciones psicosociológicas a los cambios vertiginosos que, por la fuerza determinante del progreso tecnológico, se han venido produciendo en los último decenios.
  3. Tercero, porque causa pavor contemplar el cuadro de esos jóvenes, acorralados contra el muro de una prolongada adolescencia, sin poder disfrutar de un puesto de trabajo que les permita una independencia económica digna, y frecuentemente rotas las amarras con los adultos por estar demasiado condicionados éstos a un pasado sociocultural que los jóvenes rechazan de plano.

En lo que se refiere a lo padres, arrastrados éstos por el hundimiento de los viejos valores e instituciones, y sintiéndose impotentes para dominar el mundo nuevo que emerge ante sus ojos, han perdido la confianza en sí mismos y de ahí esa actitud de dimisión que se observa a todos los niveles y que es percibida por los jóvenes, no sin cierta carga de angustia y con una buena dosis de confusionismo; ya que en el ámbito de las relaciones humanas, la pérdida de confianza en sí por parte de los adultos no puede acarrear más que pérdida de confianza de los hijos vis a vis de sus padres y una inseguridad manifiesta que lo sitúa en pésimas condicione para orientar sus pasos con acierto hacia ese mundo de libertad, de solidaridad y de paz que reiteradamente y con ardor vienen proclamando a gritos los jóvenes desde todas las áreas geográficas del Planeta.

Valorar en toda su magnitud la complejidad de este fenómeno exigiría un análisis exhaustivo del proceso socializador del hombre a lo largo de su historia, partiendo a ser posible, de los primeros albores de su hominización; pero no es ese mi propósito. Sólo quiero recordar el carácter sagrado de los condicionamientos socioculturales a lo que hemos estado sometidos durante milenios y el proceso desacralizador que en poco más de un siglo se ha venido realizando; concretamente a partir de la era industrial y sus reglas de oro: máximo rendimiento, eficacia técnica, concentración de la mano de obra, movilidad de la población, nuevos hábito de vida, profesionalización de la mujer, escolarización masiva de los jóvenes, etc.

En virtud de ese proceso que llega a desarrollarse aceleradamente gracias al uso cada vez más extendido del método científico y a la rapidez en la difusión de las informaciones y de las obras culturales por los medios de comunicación de masas –la televisión especialmente– la estructura de autoridad fundada sobre la edad, la tradición o la sumisión a una trascendencia sobrenatural, han dado paso, en aras del éxito industrial y del progreso tecnológico, a estructuras de autoridad basadas en la competencia técnica. De ahí que pueda darse con bastante frecuencia el hecho, inconcebible en otras épocas, de que un hijo esté en condiciones óptimas para enseñar al padre y darle un consejo en momento oportuno. Por ejemplo: un joven agricultor que haya sido formado en una escuela agrónoma estará en mejores condiciones que el padre para explotar inteligentemente la propiedad familiar, por lo que este último pese a considerarse el depositario de toda la sabiduría y experiencia de sus antepasados dará prioridad a las iniciativas del hijo.

Este ejemplo puede trasladarse a cualquier otra profesión de la que hayan hecho avance rápidos en el orden técnico o científico y lo mismo puede decirse del ámbito sociológico, en el que no siempre un hombre de 60 años puede aconsejar idóneamente a un joven de 20; pues el primero, por haber crecido en un ambiente tradicional demasiado rígido y por lo mismo tener grandes dificultades para liberarse de los determinismos socioculturales a los que ha sido condicionado, puede hallarse anclado en un pasado caduco y no estar en condiciones de evolucionar adaptándose a las exigencias de su tiempo. De ese hombre podemos decir que vive fuera de la realidad y que establecer con él un diálogo constructivo resultará difícil, si no imposible.

Sí, múltiples cosas se han derrumbado al paso del tiempo: el antiguo proceso de transmisión de la cultura y otros muchos viejos valores e instituciones. Consecuencia de todo ello ha sido el que la joven generación, ante el debilitamiento de la Autoridad tradicional y de la imagen paterna que encarnó siempre dicha autoridad a todos los niveles –religioso, familiar, cultural– y ante la revolución tecnológica que parece escapar al dominio del hombre y arrastrarnos hacia un mundo desconocido y angustiante, los jóvenes –repito– no han logrado identificarse con sus mayores –a lo que consideran impotentes para dominar la situación– experimentando al mismo tiempo grandes dificultades para integrarse en una sociedad que es percibida por ellos como algo amenazante.

No es preciso aclarar, que estos fenómenos nuevos sólo han podido surgir cuando el conjunto de fuerzas condicionantes que venían pesando obre los jóvenes se fueron aligerando y gracias a las numerosas y contradictorias informaciones que les van llegando de todas partes contribuyendo a estimular el ejercicio de sus capacidades críticas. Y en esto se funda mi esperanza; sobre todo por haber tenido la suerte de encontrar en mi camino jóvenes con suficiente talento y generosidad para no haber caído en actitudes regresivas de puro rechazo y que empujados por un afán constructivo e ilusionado no cejan en su empeño de descubrir alternativas satisfactorias y viables al modelo de sociedad que heredaron de los adultos.

Otro fenómeno importante en el plano sociológico es la agrupación masiva de niños y adolescentes en la institución escolar, por la que se ha llegado a la constitución de un grupo social bien diferenciado –grupo de edad– al que la sociedad adulta ya no puede permitirse el lujo de tener marginado. Es éste un fenómeno que se inicia con la concentración de los escolares en las escuelas cuartel del siglo XIX –en las que por primera vez los jóvenes ya no vivirían separados como los pequeños aprendices de antaño– y que adquiere toda su amplitud en nuestros días gracias a la escolarización obligatoria, prolongada en mucho países hasta la edad de 16 años, y también por el uso de técnicas modernas que incitan al trabajo en equipo.

Tiene importancia este fenómeno porque, así como la fábrica agrupaba a los trabajadores y éstos, reconociendo su fuerza, sus intereses comunes y la solidaridad que debía unirles, irían desarrollando una conciencia social que se opuso a la ideología dominante, del mismo modo, la institución escolar, agrupando a la juventud, ha hecho posible que ésta vaya desarrollando, frente al mundo adulto y a su ideología, una conciencia de clase; clase social que dejada al margen, jamás superaría ese estadio de rechazo e insumisión a ultranza que en estos momentos la caracteriza.

Sería pues, muy torpe de nuestra parte, negligir el potencial inteligente y renovador que la juventud atesora y que puede evolucionar: bien hacia estructuras de hipersumisión –el fascismo– o bien hacia la construcción de formas sociales nuevas no autoritarias, según el trato que la sociedad adulta sepa darle. En definitiva todo dependerá del rumbo pedagógico que tome la escuela, demasiado inclinada por ahora sobre la eficacia en la adquisición de conocimientos y muy poco sobre el aprendizaje de la cooperación como instrumento indispensable para poder edificar una sociedad solidaria.

Ni que decir tiene que el problema del paro preocupa a todo el mundo: a los gobiernos, que no saben darle solución, a los parados en general y, singularmente a los jóvenes, doblemente víctimas por la discriminación de que vienen siendo objeto por una sociedad que los margina y les teme. Como prueba de que esta situación no es aceptada por los jóvenes con resignada apatía, tenemos, entre otras manifestaciones el testimonio del encuentro internacional celebrado en Barcelona durante el mes de julio del presente año, y al que asistieron jóvenes de ambos sexos de los cinco continentes, con el propósito de analizar su problemática y de aportar iniciativas para una acción conjunta que permita encontrar una salida.

Como casi siempre, la crítica al sistema dominante fue acertada y dura, y tampoco se quedaron cortos, tanto los ponentes como quienes intervinieron en los debates, en señalar negligencias y necesidades que es preciso satisfacer con urgencia: la falta de trabajo, de participación directa en los asuntos sociales, de una preparación idónea y de las ayudas indispensables para llevar a cabo ciertos proyectos y realizar investigaciones sin tener que someterse a los dictados que las instituciones del Estado en detrimento de la propia creatividad y de la plena expansión del joven. A propósito de la acción inmediata por el logro de las consabidas reivindicaciones, los debates giraron alrededor de recomendaciones como éstas: lucha por una mayor libertad, por la conquista de la dignidad, por una solidaridad efectiva y por la paz, aunque todo quedó en proclamas más o menos estereotipadas pero sin llegar al fondo de cuanto implican esos cuatro valores. La falta de espacio nos exige dejar este comentario para otra ocasión.

Debo decir sin embargo, que el solo hecho de que jóvenes de todo el mundo acudieran a su convocatoria, me parece un avance de extraordinaria magnitud por lo que pueden suponer esos contactos para trenzar lazos de amistad y conocerse mejor, intercambiar experiencias y acabar con las políticas tribales y, al estar animados de las mismas aspiraciones de libertad y de justicia, poder cooperar solidariamente para establecer en el mundo una paz duradera.

Aun cuando en el Congreso ya se puso de manifiesto la incapacidad de los gobernantes, tanto en los países capitalistas como en los de corte totalitario marxista para resolver el problema del paro y otros muchos de cuantos afectan al desarrollo de la integridad personal de los jóvenes, yo me atrevería a brindarles unas cuantas urgencias por si alguno de ellos se digna recogerlas y en un futuro congreso... ¿quién sabe?

Estas son las modestas reflexiones que me permito hacer: las agrupaciones juveniles deberían enfocar sus aspiraciones hacia metas de convivencia autogestionada. Ahora bien, como la vida exige resoluciones cada día –el drama del paro, por ejemplo, las exige sin demora– los jóvenes deberían robustecer con su presencia el sindicato de la acción directa, que basado en la dinámica autogestionaria y en la solidaridad más estricta, constituye para los trabajadores el instrumento por antonomasia para lograr satisfacción a sus reivindicaciones inmediatas y a otras aspiraciones menos apremiantes aunque de gran importancia.

En lo que respecta al paro, la solución que los trabajadores de los países más industrializados proponen es reducir las horas de trabajo. Con 30 horas semanales, y sin que resultara catastrófico para las empresas podrían resolverse de momento muchos de los dramas familiares que tan caótica situación vienen acarreando. De cualquier modo, a más o menos largo plazo, según los países –Estados Unidos, Alemania y Francia ya han experimentado en mayor o menor cuantía una reducción de la jornada laboral– esa será la solución que se impondrá en virtud de la capacidad productiva de las nuevas máquinas introducidas en mucha empresas. Por cierto que me ha extrañado el hecho de que en el Congreso no se hiciera la menor alusión a esta medida –si la ha habido yo no me he enterado y pido disculpa– cuando a diario se viene hablando de la sociedad del ocio a la que estamos abocados fatalmente, y de la que pienso ocuparme en otro número por considerar que es el aspecto de mayor trascendencia que lleva consigo la revolución tecnológica.

Hecha esta observación, debo decir que la clase patronal, en presencia de unas reivindicaciones por las que van a verse recortadas sus ganancia, sólo cederá ante una presión muy fuerte. ¿Y quién está en condicione de ejercer esa presión? No el Gobierno; pues éste, sea de derechas como de izquierdas o de centro, todos por igual están sometidos de facto a otras fuerzas –baluarte inamovible del Estado– que están ahí desde siglos para defender los intereses de la clase dominante.

En un sistema basado sobre la producción, la fuerza está o debe estar realmente en manos de los trabajadores; porque forman el grupo más numeroso y porque constituyen el elemento dinámico de la población. Pero es necesario que tomen conciencia de ello y de que sólo el apoyo mutuo puede salvar al hombre para decidirse a marchar unidos en haz solidario hacia el logro de esas reivindicaciones y, a más largo plazo, hacia la conquista de un mundo mejor para todos los humanos.

Como réplica al Congreso de Barcelona, apenas clausurado éste, el Gobierno soviético convocó otro encuentro de carácter internacional en Moscú al objeto de poner de relieve su preocupación por las condiciones inadecuadas en que viven los jóvenes y, sobre todo, para manifestar una vez más su inclinación pacifista. ¿Se hizo este congreso por una casual coincidencia? Mucho me temo que en vez de un comicio preparado libre y espontáneamente por una necesidad de la juventud, haya sido un espectáculo montado por la cúpula con el deliberado propósito de no perder el tren y de confundir a la opinión internacional. Veamos si no, las contradicciones entre lo que se censuró en el Congreso y la condiciones en la que vive el país desde hace más de sesenta años.

En casi todas las sesiones se puso el acento en el deseo de garantizar la paz en el mundo, lo que, si bien es plausible, se contradice de manera flagrante con la política del Gobierno soviético, quien dedica el 50% de su presupuesto al mantenimiento de un ejército hipermonstruoso, a la fabricación de armamentos y a la investigación en el campo de la balística.

No quiero decir con ello que otros países –Estados Unidos, por ejemplo– no estén haciendo otro tanto, pero lejos de caer en maniqueísmos y rivalidades estúpidas, lo que pretendo destacar es que todos los ejércitos sin excepción son nocivos, que la carrera armamentista puede llevarnos a un suicidio colectivo sin precedentes, por lo que hemos de combatirla en toda partes, y que toda nación –la que sea– convertida en polvorín de funestas armas atómicas, no puede, digna y sinceramente proclamarse defensora de la paz.

En el Congreso de Moscú también se habló del paro, señalando que en Rusia esa lacra no existe, puesto que es un producto del capitalismo. Sin duda es un cáncer del capitalismo aunque de manera más trágica si cabe en el capitalismo de Estado que prohíbe y castiga las manifestaciones de toda índole. Tengo informaciones de primera mano de varios amigos de origen rumano, francés, español o griego y que habían estado trabajando en la URSS como técnicos o especialistas, que afirman que hay cantidades ingentes de ciudadanos soviéticos que al salir de las cárceles, psiquiátricos o campos de concentración se encuentran sin trabajo ni facilidades para obtenerlo, viéndose obligados a realizar tareas sumergidas, a sobrevivir vendiendo clandestinamente por los mercados hortalizas u otros productos. Todo estos rusos marginados no constan en estadísticas; pero están ahí, sufriendo la consecuencia de un sistema que los empuja al lumpemproletariado más indignante.

Asimismo, en Rusia, los reclutas permanecen tres años en el ejército, modo elegante de camuflar el desempleo. Si en España, la duración del servicio militar fuera de tres años, el paro retrocedería de seis a setecientos mil, es decir habría 700.000 parados menos.

Luego está claro que nadie puede defender al capitalismo, cuya deshumanización e incapacidad para estructurar una sociedad equitativa y concertada han quedado demostradas con creces; pero aún así, es mucho más opresiva la sociedad soviética, en donde nadie puede manifestarse libremente puesto que están vedadas toda crítica o protesta. Allí se propaga oficialmente la paz; pero ¿habéis visto manifestarse en la calle a las gentes contra el Pacto de Varsovia? ¿Es siquiera pensable que los marginados sin trabajo fijo ni estatuto de ciudadano normal puedan organizar una manifestación para poner al descubierto su dramática situación?

Bien está que las juventudes del mundo se reúnan, que vayan vigorizando los lazos de la amistad y de entendimiento para mejorar la condición humana, pero con los ojos abiertos y sin dejarse manipular por intereses espurios ni servir causas dogmáticas que van fatalmente en contra de la libertad de los hombres y de la Justicia que será siempre la levadura de la paz.

Los tres movimientos populares en la Argentina del siglo XX

Los tres movimientos populares en la Argentina del siglo XX

Ángel J. Cappelletti

La participación activa del pueblo esto es, de la clases bajas, en la historia argentina ha sido errática y contradictoria. El movimiento que condujo a la independencia no contó, al menos al principio, con la adhesión masiva de gauchos, pardos y negros. Un sector de la burguesía urbana formada por criollos que habían asimilado (hasta cierto punto) la idea de Rousseau y del iluminismo, originó la Primera Junta de Gobierno en mayo de 1810. La plebe urbana vio con indiferencia estos hechos en un primer momento. La exótica y foránea idea de «patria» fue sustituyendo trabajosamente, en los años siguientes, la ideología monárquica, inculcada en las casas señoriales y en los púlpitos. La adhesión posterior de las masas rurales a los caudillos no debe interpretarse, en todo caso, como algo muy distinto de la lealtad de los siervos hacia los señores feudales en el Medioevo.

El primer movimiento popular –y, más específicamente, obrero– que se produjo en la Argentina supone la gran inmigración europea, la incipiente industrialización la conciencia de clase. Este movimiento es el anarquismo o, si se prefiere, el anarco sindicalismo representado por la FORA (Federación Obrera Regional Argentina). El anarquismo dominó el escenario social del país por lo menos hasta fines de la Primera Guerra Mundial, aunque siguió siendo importante hasta 1930 y, perseguido a muerte por la dictadura de Uriburu todavía tuvo peso decisivo en muchas ocasiones hasta la llegada de Perón. Los asalariados de la ciudad –obreros industriales– y del campo se organizaron desde la base, a partir de las uniones locales y de sociedades de resistencia, en un gran organismo federativo, que abarcó todo el territorio nacional y cuya influencia –ideológica y organizativa– se extendió a los países vecinos –Uruguay, Paraguay Bolivia, etc.–. La FORA se proclamó anarco-comunista y adoptó una ideología esencialmente kropotkiniana, aun cuando los primeros núcleos porteños –ya en la década de 1870– se remitían a Bakunin y aun cuando no faltaron nunca los llamados individualistas –a veces directamente stirnerianos– y los enemigos de la organización. La llegada de Malatesta, en los últimos años del siglo XlX, y su incansable obra de difusión de las ideas de organización obrera tuvo, en ese sentido, una influencia decisiva. En todo caso, es indiscutible que el movimiento anarquista predominaba ampliamente hasta 1920 por lo menos –y, tal vez, hasta 1930– entre los trabajadores argentinos organizados y conscientes. Innumerables sindicatos, sociedades de resistencia, centros de estudio social, bibliotecas populares, periódicos, revistas, grupos editores, etc., vinculados o no a la FORA, adoptaban, con matices diferentes, la ideología del anarquismo (Cfr. Iaacov Oved, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, México, 1978). El marxismo que, ni en esos años, ni nunca, fue un movimiento popular en Argentina –y cuya peligrosidad revolucionaria sólo existió después en la mente paranoica de Uriburu, Onganía y Videla– apenas si tenía alguna influencia entre los trabajadores de cuello blanco –bancarios, maestros empleados municipales, etc.– y en ciertos círculos intelectuales, en verdad más inclinados al positivismo y al cientificismo que al materialismo histórico.

El anarquismo queda ampliamente reflejado en la literatura argentina de la época y no sólo en aquellos autores que, como Alberto Ghiraldo, Evaristo Carriego y Florencio Sánchez, adhirieron sin disimulos a sus principios e ideales, sino también en todas las manifestaciones del teatro y de la narrativa que expresan la vida de las clases bajas. El sainete y aun la literatura lunfarda así lo demuestran. Más todavía: un autor que más tarde sería típico exponente del nacionalismo católico y rosista, Manuel Gálvez, cuando describe la vida de los bajos fondos en su Historia de arrabal, no puede menos de personificar el idealismo y la pureza en un obrero anarquista.

No podemos analizar aquí las causas por las que el movimiento anarquista dejó de ser mayoritario entre los trabajadores argentinos. La dura represión de Uriburu la aplicación de la ley de residencia y el creciente prestigio del leninismo tuvieron algo que ver en ello. También podría suponerse que una cierta rigidez principista impidió al sindicalismo anárquico adaptarse a los cambios de la economía y de la sociedad. Sin embargo, las causas más profundas son otras:

  1. El surgimiento de la clase media a partir de la Primera Guerra Mundial, y el ascenso de los hijos de los emigrantes. Surge así el movimiento radical. La democracia directa autogestionaría que propiciaba la FORA, se degrada en la democracia parlamentaria y electoralista de la UCR (Unión Cívica Radical)
  2. Más tarde con la Segunda Guerra Mundial los intereses de los latifundistas, la formación de una nueva burguesía industrial junto con la irrupción de masas rurales sin conciencia de clase en los suburbios de los grandes centros urbanos –configurando un importante núcleo de trabajadores que ya no eran campesinos pero todavía no eran obreros–, hizo que aun esta democracia parlamentaria fuera barrida junto con los últimos restos de la FORA y del auténtico movimiento obrero, por una forma peculiar del corporativismo fascista que se Llamó «peronismo» y, después «justicialismo». La decadencia político-social –unida a la degradación ética y estética– llegó así a su nadir.

El radicalismo argentino, cuyo verdadero fundador fue Leandro Alem, fue en sus orígenes un movimiento liberal de la clase media urbana con fuerte influencia en la población suburbana y sólo excepcionalmente en la clase obrera. Aunque su nombre respondía a una tendencia política que tenía por entonces un auge en Francia, no es fácil encontrar grandes coincidencias ideológicas entre los radicales argentinos de Alem y de lrigoyen y los radicales franceses descendientes de Luis Blanc. Más difícil todavía resulta ver qué tienen en común aquéllos con los radicales españoles de Lerroux o de Ruiz Zorrilla –violentamente anticlericales– o con los italianos que hoy llevan adelante la causa del divorcio, del aborto, de la ecología, etc. En la UCR hubo siempre un fuerte componente nacional y aun nacionalista, pero no debe olvidarse que se trata de un nacionalismo de cuño liberal, más próximo en todo caso al de Mariano Moreno y los enemigos de Fernando VII que al de Juan Manuel de Rosas y los admiradores de Felipe II. No faltan en Argentina historiadores y aun políticos radicales –como algunos afines al grupo FORJA– que quisieran creer lo contrario, pero, pese a la amplia gama ideológica que acogió siempre la UCR –desde el socialismo de Lebensohn al conservadurismo de Balbín–, sería injusto y antihistórico olvidar que se trata de un movimiento básicamente liberal. Este liberalismo se demuestra en los momentos decisivos. En 1947, por ejemplo, los radicales se oponen a la implantación de la enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas argentinas y defienden el laicismo de Sarmiento y de Wilde; en 1958 se resisten a la entrega de la Universidad al clero, propiciada por el tortuoso y desleal Frondizi; desde 1976 luchan contra la teratológica tiranía de Videla y Galtieri. Hubo, sin duda, en las filas del radicalismo, muchos hombres honestos, como Illia, y algunos caudillos populares, como lrigoyen. Cuando se compara a éste con Rosas o con Perón, se le denigra, pero no deja de ser cierto que durante su gobierno se produjo la cruel carnicería de los obreros de la Patagonia, donde parece que el glorioso ejército argentino libró sus primeras escaramuzas en pro de la civilización occidental y cristiana y empezó a prepararse para la heroica guerra librada desde 1974 contra su propio pueblo. El radicalismo fue, sin duda, un movimiento popular y de masas. El hecho de que en 1983, en medio de espantosas contradicciones y de una desesperada situación interna, haya reconquistado el poder no carece de significado. Pero como movimiento liberal y de clase media es también un movimiento de transición.

En 1943 comenzó a ceder terreno ante el tercer movimiento popular, el peronismo, el cual, aunque originado en las más lúcidas mentes de la oligarquía terrateniente y del ejército, aunque apoyado sobre todo en un primer instante por el lumpen de los suburbios porteños, arrastró luego a una gran parte de la clase obrera y campesina.

Del peronismo no puede decirse, sin duda, que tenga orígenes liberales. La heterogeneidad ideológica de sus miembros, las vicisitudes de su política de gobierno, el pendularismo estratégico, etc., han arrojado densa cortina de humo sobre su real significado ideológico. Se le ha caracterizado como populismo, como nacionalismo popular, como democracia cristiana, como socialismo nacional, etc. Sin embargo, si por «peronismo» entendemos –y no podemos dejar de hacerlo– ante todo el proyecto político-social básico del coronel Perón, cuando funda su movimiento y su partido, la caracterización no admite mayores dudas. Al regresar de Italia, en cumplimiento de una misión encomendada por el ejército argentino, es un ferviente admirador de Mussolini. Convencido de que el corporativismo fascista constituye la única alternativa posible al comunismo soviético en el mundo, pero seguro también de la inevitable derrota de las potencias del Eje en la guerra que por entonces se desarrolla en el viejo continente, concibe con rapidez genial un plan para sustraer a la Argentina –y, con ella, a toda Latinoamérica– del infausto destino que amenaza a la humanidad. Se trata de reproducir allí un Estado fuerte –totalitario sin llamarlo nunca así– que organice una sociedad con estamentos jerárquicamente ordenados («la comunidad organizada») y siempre en definitiva regidos por el poder estatal. La finalidad es clara:

  1. Evitar que la lucha de clases desemboque en una revolución y que las masas populares se encaminen decisivamente hacia el socialismo. Mantener, en lo esencial, las instituciones tradicionales: propiedad privada, familia patriarcal, tradición católica, privilegios de los estancieros y de las fuerzas armadas, etc.
  2. Afirmar el papel supremo del Estado, como única garantía contra el igualitarismo real, al cual su formación de militar y su extracción social en la clase terrateniente lo oponían.

La originalidad de Perón –su genialidad, podría decirse– consistió en darse cuenta de que tal proyecto no podía llevarse a cabo en la Argentina –donde había una tradición de medio siglo de luchas obreras en la FORA y otras agrupaciones de izquierda; donde había funcionado la democracia pequeñoburguesa del radicalismo– con el lenguaje y los instrumentos que Mussolini empleara en Italia. Por otra parte, la situación internacional tampoco lo hubiera consentido, dada la derrota del fascismo y del nazismo en Europa. Se trataba pues, de buscar otros medios y otra imagen. Perón comprendió, ante todo que no se podían conservar lo privilegios (del ejército y la Iglesia) y la estructura de clase –fundada en el obvio predominio de una burguesía terrateniente con resabios feudales– sin hacer concesiones a los trabajadores de la ciudad y del campo. Más aún se dio cuenta de que sólo el apoyo masivo de los trabajadores a su proyecto podía asegurar el éxito del mismo. En lugar de organizar fasci di combatimento, creó «unidades básicas»; en vez de asaltar sindicatos, se apoderó de ellos. Pocas veces tuvo que encarcelar, torturar o matar. Su arma preferida era la corrupción y el manoseo sonriente. Sustituyó el aceite de ricino por la botella de sidra y la cachiporra por el pan dulce. Una serie de leyes sociales –que regulaban los salarios con intervención directa de la Secretaría de Trabajo– y un conjunto de reformas –más espectaculares que profundas– concitaron pronto el beneplácito de una amplia mayoría de trabajadores. El peronismo llegó a ser un movimiento de masas, sin duda numéricamente superior a los dos que antes habían aparecido en la Argentina de nuestro siglo. Sin embargo, lo que el peronismo ganó en cantidad lo perdió en cualidad frente a aquéllos. El carácter «simulatorio» (el camouflage) originario no dejó de tener consecuencias. La cohesión social del partido sólo pudo mantenerse a través de la tutela del líder carismático. La coherencia ideológica no existió nunca sino en el proyecto de Perón y, tal vez, de sus más inmediatos colaboradores. Al peronismo llegaron radicales –del grupo FORJA y otros–, conservadores –«populares», a lo Solano Lima–, socialistas –empezando por Dickman y su «vanguarditas»–, comunistas –como Puigrós y su grupo–, trotskistas –de vario pelaje–, demócrata-cristianos, nacionalistas –pertenecientes a la Alianza Libertadora y a otros diversos grupúsculos descaradamente fascistas– y hasta algunos anarquistas y anarcosindicalistas. Perón supo utilizarlos a todos para sus propósitos no sin imbuirles lo esencial de su corporativismo totalitario. Así, todos llegaron a ser –más o menos consciente o inconscientemente– fascistas. El movimiento, en todo caso lo fue y lo sigue siendo.

De este modo, cabría comprobar una tendencia –y, casi, si no fuera excesiva presunción, establecer una ley– en la sucesión de los movimientos políticos de masa en la Argentina del siglo XX: extensión creciente y cualidad (ideológica) decreciente. No cabe duda de que el peronismo enroló en sus filas a un número de afiliados y simpatizantes mayor que el movimiento anarquista y el radical. Tampoco cabe duda, para nosotros, que el paso de una ideología socialista y autogestionaria, que postulaba la democracia directa, hacia otra que se conformaba con una democracia indirecta y representativa vagamente solidarista en lo social representa un descenso y un paso atrás. Tal fue el tránsito del anarquismo al radicalismo. Pero más indudable todavía es que el paso del anarquismo y del radicalismo al peronismo comporta una evidente degradación ideológica. Con el peronismo se hacen carne en los trabajadores argentinos algunas de las ideas más reaccionarias y muchos de los ideales más sórdidos de nuestra época: la simpatía por el falangismo español y por la dictadura latinoamericana –Perón era amigo no sólo de Franco y de Salazar sino también de Stroesner, de Rojas Pinilla, de Pérez Jiménez, de Trujillo, de Somoza, de Duvalier, etc.); la admiración por las fuerzas armadas –nunca desmentida por el peronismo a pesar de todo los golpes recibidos–, el respeto por la Iglesia jerárquica y ultramontana; el nacionalismo fascistoide y candombero; el revisionismo histórico –en el peor sentido del término–; el culto por Rosas y por los señores feudales del caudillaje; el desprecio, lleno de ignorancia, por la Ilustración y por la Revolución Francesa y sobre todo la idea –y el ideal– del Estado todopoderoso, fuente de toda razón y justicia encarnado en el líder; la mentalidad verticalista; el odio a la revolución y el inmovilismo social disfrazado de populismo; la beneficencia gubernamental como sucedáneo de la victoria en la lucha sindical.

Las elecciones de diciembre de 1983 que pusieron fin –al menos formalmente– a la ominosa dictadura militar parecerían indicar que el evidente predominio numérico del peronismo va cediendo en provecho del radicalismo. Si así fuera, al fascismo dadivoso le sucederá la democracia pequeño-burguesa –esta vez contaminada quizá de socialdemocracia–. Para nosotros lo importante no es tanto el triunfo del radicalismo, sino más bien la derrota del peronismo, en la medida en que ello hace posible –aunque se trate todavía de una posibilidad bastante remota– del retorno de un movimiento obrero y popular renovado según el espíritu –ya que no según la letra– del forismo. Tal vez el movimiento de degradación ideológica creciente sea cíclico, y así como se descendió del anarquismo al radicalismo y de éste al peronismo, a lo mejor se pasa ahora del peronismo al radicalismo y, más tarde, otra vez del radicalismo al anarquismo o al anarcosindicalismo.

Artículo publicado en Polémica en el número extra 15-16 de enero-marzo de 1985, año en que, por primera vez en la Argentina, el peronismo fue derrotado en las urnas.

CNT. Ilusión y desencanto en una misma entrega

CNT. Ilusión y desencanto en una misma entrega

Tomás IBÁÑEZ

1. El Yin y el Yan del imaginario colectivo

Si la convulsa trayectoria de la CNT entre los años 1976 y 1979 se hubiese debido simplemente al choque frontal entre posturas divergentes bastaría con relatar el contenido de las discrepancias para dar cuenta de la crisis que acabó destrozándola. Sin embargo, la sospecha de que esa crisis movilizó unos fenómenos simbólicos y afectivos mucho más profundos que los que suscita la simple disparidad de criterios sugiere adoptar una perspectiva menos descriptiva e indagar, quizás, en las complejidades del imaginario social. En efecto, el examen de la ajetreada historia del relanzamiento de la CNT pone de manifiesto la decisiva intervención de dos facetas a la vez complementarias y opuestas del imaginario colectivo.

Por una parte, el potente resurgir de una organización que había estado prácticamente ausente de las luchas obreras durante algo más de dos décadas, muestra que ni el fluir del tiempo ni la meticulosa orquestación del silencio y del olvido consiguen impedir que el imaginario colectivo conserve, intensamente presente, la huella de determinados acontecimientos históricos y sea capaz de espolear el deseo colectivo de reavivar las brasas de la memoria histórica.

Pero, por otra parte, el fulgurante regreso de la CNT a la insignificancia histórica muestra que el imaginario colectivo no solo es capaz de estimular los movimientos populares para que se reapropien su pasado sino que también puede empujar esos movimientos hacia unas trampas mortales confiriendo a la presencia del recuerdo una fuerza destructiva.

Es precisamente la consideración de esta segunda faceta del imaginario la que me hace coincidir con José Martínez cuando en el excelente trabajo que publicó en Cuadernos de Ruedo Ibérico bajo su habitual pseudónimo de Felipe Orero, este afirmaba que todos los gérmenes de la crisis de la CNT ya estaban presentes en la famosa asamblea del 29 de febrero de 1976 en Sant Medir, y que esta crisis empezó en el momento mismo de la reconstrucción.

Fue efectivamente la voluntad de reconstruir la mítica organización que aún resplandecía en el pasado, en lugar de intentar construir algo a partir las propias exigencias del presente la que propició finalmente el fracaso de la CNT. Sin embargo, antes de ahondar en la faceta destructiva del imaginario es preciso detenernos brevemente sobre su otra faceta y recalcar que, paradójicamente, también fue esa misma voluntad de reconstrucción la que permitió cosechar los impresionantes éxitos iniciales.

En efecto, fue la fascinación ejercida por la perspectiva de la reconstrucción de la CNT, y no otra cosa, la que aglutinó voluntades, acalló discrepancias, inyectó entusiasmos, movilizó energías y propició la gran confluencia libertaria de Sant Medir, así como el frenético activismo militantes de los meses siguientes. Por supuesto, resucitar la CNT no era la única opción que se podía contemplar, también se podía tildar de puro anacronismo el afán por reconstruir la CNT, y se podía invitar el movimiento libertario a "olvidarse de la CNT", reagrupándose sobre otras bases. Sin embargo, ninguna otra opción hubiera conseguido un poder de convocatoria tan fuerte ni un efecto aglutinante tan decisivo como aquella que proponía relanzar la CNT.

Así mismo, fue la perspectiva de pertenecer a las filas de la mítica CNT reconstruida, y no otra cosa, la que suscitó buena parte de la importante afiliación que se produjo. Está claro, aquí también, que desde el campo libertario otras propuestas organizativas eran posibles, pero ninguna de ellas hubiese despertado tantas adhesiones ni suscitado una respuesta popular tan amplia. Nutridas, entre otras fuentes, por una red de vinculaciones familiares más o menos directas, las raíces de la CNT en la sociedad española eran demasiado profundas para que esta no volviese a brotar con fuerza en cuanto se presentasen circunstancias favorables. La respuesta popular demostraba que los viejos militantes no andaban del todo desencaminados cuando, haciendo gala de una conmovedora ingenuidad, confiaban ciegamente en que la CNT renacería espontáneamente en el preciso instante en que se derrumbase la dictadura.

Existe un amplio consenso para considerar que el movimiento que se inicio a finales de 1975 en Madrid y a principios de 1976 en Barcelona tuvo éxito precisamente porque pretendía reconstruir la CNT, capitalizando la impresionante carga simbólica de la que gozaban una organización y unas siglas ancladas en lo más hondo del imaginario colectivo. Sin embargo, no existe el mismo consenso para considerar que fue una misma causa la que originó tanto al éxito como el fracaso de la CNT, y que ese fracaso se vincula, el también, con la intensa carga simbólica que anidaba en esa organización y en esas siglas.

Quienes se inclinan por acudir a otras razones para explicar ese fracaso suelen privilegiar la heterogenia procedencia de quienes protagonizaron el relanzamiento de la CNT, así como las divergencias sustantivas entre las opciones programáticas presentes en la organización, y por fin, los problemas creados por el nuevo ordenamiento del marco socio-laboral.

No se trata de negar la importancia de estos aspectos que repasaremos a continuación, pero insistiendo en que fue la propia relevancia histórica y simbólica de la CNT la que les confirió la intensidad de su fuerza destructiva.

2. Confluencia heteróclita y divergencias programáticas

Algunos afirman que ya se podía leer la crónica de la muerte anunciada de la CNT en la variopinta procedencia de los sectores que confluyeron en su reconstrucción. La verdad es que la incipiente CNT presentaba una apariencia de cajón de sastre que presagiaba cualquier cosa menos un futuro sosegado y apacible. Hay estaban desde la vieja militancia cenetista que había optado de manera posibilista por utilizar la CNS, hasta los escasos militantes que mantenían una vinculación con uno u otro de los sectores del exilio, pasando por los núcleos de jóvenes anarquistas, sobre todo estudiantes, que habían crecido al calor de la fuerte revitalización (y de la moderada actualización) del anarquismo impulsada por el "Mayo del 68". También estaban los sectores influenciados por las luchas obreras autónomas y auto gestionadas desarrolladas en la primera mitad de los años setenta (las huelgas de Harry Walker, o de la Térmica del Besos por ejemplo) y por las críticas del "68" al vanguardismo, a las burocracias obreras y al dirigismo. Solo falta añadir los grupos libertarios y autogestionarios de "Solidaridad", o los escasos militantes comunistas libertarios para convencernos de que el coctail era efectivamente de lo más heterogéneo.

Sin embargo, esta heterogeneidad inicial no basta ni de buen trozo para explicar la virulencia de los enfrentamientos en el seno de la CNT, ni la intensidad de las fuerzas centrífugas que amenazaban constantemente con disgregarla. Si bien es cierto que las diferencias de sensibilidades y de experiencias eran importantes también es cierto que existía una amplia sintonía en torno a unas opciones que, se diga lo que se diga, eran globalmente de signo indudablemente libertario. Ese común sustrato libertario anunciaba que la convivencia no tenía porque ser fácil pero que tampoco estaba necesariamente abocada a ser un infierno.

Como es sabido, la heterogeneidad inicial desembocó bastante rápidamente en una bipolarización que cristalizó en la constitución de dos grandes bloques claramente enfrentados. Uno de ellos privilegiaba el contenido anarquista de la CNT considerando que esta debía ser esencialmente un instrumento para reivindicar y promover la ideología y las prácticas anarquistas, mientras que el otro ponía el énfasis sobre la dimensión de emancipación proletaria de la CNT concibiéndola ante todo como un instrumento para desarrollar y radicalizar unas luchas obreras autónomas. Esta claro por lo tanto que estos dos bloques albergaban discrepancias importantes en cuanto a estrategias y a modelos organizativos, pero estas no fueron el motor principal de la crisis.

En efecto, si bien es cierto que los dos bloques se oponían sobre un conjunto de cuestiones también es cierto que presentaban, a su vez, una fuerte heterogeneidad interna, y una composición que no dejaba de ser sorprendente en algunos aspectos. De hecho existían casi tantos puntos de divergencia entre algunos sectores de un mismo bloque como entre estos y los sectores del otro bloque. Por ejemplo, aún formando parte de un mismo bloque la afinidad entre los "faistas" y los anarquistas cercanos a los postulados del "68" era tan inexistente como lo pudiera ser en el seno del bloque más sindicalista la coincidencia entre quienes habían pertenecido a la CNS y quienes procedían de los GOA (Grupos Obreros Autónomos). Por el contrario, los anarquistas post 68 y los antiguos GOA, aliados en un primer momento y adversarios más tarde, podían coincidir perfectamente sobre una serie de tópicos tales como, por ejemplo, el valor de las prácticas asamblearias.

Heterogéneo en su composición cada bloque estaba atravesado además por una tensión entre proclividades renovadoras y tendencias conservadoras que contribuían a tender puentes entre sectores y a desdibujar la claridad de su inserción exclusiva en uno solo de los bloques. Por ejemplo, en el bloque obrerista la firme inclinación por conservar los viejos esquemas de la centralidad de la clase obrera acompañaba en algunos casos la disposición a renovar sin complejos ciertas características de la vieja CNT. Así mismo en el bloque anarquista un sector pretendía conservar en sus más mínimos detalles las características de la CNT del "36" mientras que otro sector se mostraba dispuesto a renovar radicalmente sus estructuras.

También se podrían mencionar otras discrepancias como, por ejemplo, las que retomaban la vieja polémica entre sindicalismo y consejismo acerca del papel que debían tener las asambleas en los lugares de trabajo, o las que contraponían una CNT centrada prominentemente en el mundo del trabajo y por lo tanto esencialmente sindicalista en sus orientaciones y en sus estructuras, frente a una CNT que no contribuyese a fragmentar las luchas sino que fundiese lo sindical, lo político y lo cultural en una misma organización integral y global capaz de afrontar todos los aspectos que presenta la dominación en la vida cotidiana. Todas estas discrepancias eran importantes pero no eran ellas las que se debatían largamente en las asambleas de los sindicatos ni las que encrespaban los ánimos hasta el paroxismo, y no fueron por lo tanto las discrepancias programáticas o teóricas las que propiciaron la fractura irreconciliable entre dos sectores de la militancia cenetista. Sin duda, lo que se pretendía reconstruir estaba tan fuertemente investido por valores míticos que muy pronto las cuestiones se plantearon en términos de fidelidad a esos valores o de traición y usurpación de los mismos, imposibilitando cualquier gestión racional de las discrepancias y creando las condiciones optimas para el estallido final de la organización confederal.

3. El nuevo ordenamiento socio laboral

Los Pactos de la Moncloa firmados en 1977 configuraban un nuevo marco laboral y unas nuevas reglas del juego que ya no tenían nada que ver no digamos con la situación de los años 30, sino tampoco con la de la primera mitad de los años setenta donde la posibilidad de negociaciones directas a nivel de empresa aún dejaba cierto margen para las luchas de base asamblearia y de democracia directa. En efecto, el nuevo ordenamiento laboral y sindical pactado entre todas las fuerzas institucionales de la transición garantizaba que solamente las organizaciones "responsables" pudiesen intervenir en las negociaciones laborales y especialmente en la negociación de los convenios, favoreciendo el desarrollo de un sindicalismo corporativista, de mera afiliación y de simple intermediación.

En ese contexto el dilema para la CNT era claro: rechazar la participación en las nuevas reglas del juego (elecciones sindicales etc.) significaba marginarse del ámbito propiamente laboral y desaparecer en tanto que organización sindical, aceptar esas reglas significaba mantener un espacio sin duda menos radical que el anterior pero que aún podía ser significativo, aunque quedase muy lejos del que ocuparían unas centrales sindicales como CCOO y UGT perfectamente adaptadas a la nueva situación. El futuro demostró que ese fue efectivamente el resultado de cada una de las dos opciones, pero hay que reconocer que se podía dudar entonces (y se puede seguir dudando hoy) sobre cual era a la larga la mejor opción para luchar contra la explotación y la dominación. La decisión no era fácil porque fuese cual fuese la opción elegida los costos eran brutales: ceder todo el terreno laboral a los sindicatos de integración en un caso, y renunciar a la radicalidad de la histórica CNT y de las luchas obreras del tardo franquismo, en el otro caso.

La dificultad creada por el nuevo ordenamiento socio laboral hipotecaba decisivamente el futuro de la CNT, pero el hecho mismo de que la decisión no fuese fácil, y el propio margen de dudas que planeaba sobre la mejor manera de afrontar la situación, situaban la discrepancia como algo que era razonable que existiese más que como motivo de una descalificación fulminante del oponente. Lo que convirtió en un autentico barril de pólvora el dilema planteado por la nueva situación fue el enorme peso simbólico que representaban unas siglas y una historia. Este peso no dejaba ningún resquicio para la duda ni ningún espacio para el debate porque cualquiera de las dos opciones era vista, acertadamente, desde la otra opción como portadora de la "destrucción de la CNT" en tanto que la mítica organización que había sido antaño. En efecto, tanto si se la amputaba de sus radicalidad y de su impronta anarquista como si se la amputaba de su arraigo en las masas trabajadoras la CNT dejaba automáticamente de ser "la" CNT. Y, claro, como no se percibía que ambas opciones finiquitaban por igual el legado del pasado lo único que quedaba era que unos militantes de la CNT (los del "otro" bloque) se empeñaban en destruirla. Esto clausuraba inexorablemente toda posibilidad de dialogo.

4. La tensa cotidianidad dentro de la CNT

Después de un primer año donde las energías se volcaron ilusionadamente en la construcción de los sindicatos, en la articulación de las diversas estructuras orgánicas, en la difusión de la presencia de la CNT, o en otras tareas por el estilo, y donde se disfrutaba enormemente viendo como crecían la afiliación y la militancia, o comprobando que se tenía la capacidad de incidir con éxito en algunos conflictos laborales como el de Roca por ejemplo, las tensiones dentro de la CNT fueron aflorando progresivamente hasta convertir en irrespirable el ambiente interno de la organización.

Estas tensiones pasaron por fases álgidas en repetidas ocasiones. En enero de 1977 por las repercusiones internas de la detención de los militantes de la FAI en Barcelona, en Julio de 1977 por las discrepancias que rodearon a las jornadas libertarias, entre septiembre de 1977 y abril de 1978 por la incapacidad de nombrar un nuevo Comité Nacional, en enero de 1978 por las repercusiones, internas y externas, del atentado de la Scala, en septiembre-octubre de 1978 por el desenlace de la segunda huelga de gasolineras, en mayo de 1979 por el cese del director de la Soli y la expulsión de militantes de los GAA (Grupos de Afinidad Anarcosindicalistas), y así hasta diciembre de 1979 por los fuertes enfrentamientos del V Congreso.

Lo cierto es que el éxito de afluencia a los actos públicos organizados por la CNT en el año 1977, así como los debates de las jornadas libertarias, o el éxito en septiembre de 1977 de la primera huelga de las gasolineras, ayudaron considerablemente a soportar unas crecientes tensiones que pasaron a protagonizar casi en exclusiva la vida orgánica a partir del atentado de la Scala en enero de 1978, acabando con las ilusiones y con el entusiasmo desbordante de los primeros tiempos.

El clima que poco a poco fue predominando en la CNT se caracterizaba por la exacerbación de unos conflictos fuertemente emocionales, centrados en enfrentamientos personales y en luchas por el poder orgánico, que hacían subir el tono inmediatamente impidiendo que se pudiese discutir ni dialogar pausadamente. El hecho de que el éxito inicial se debiese al fuerte valor simbólico de las siglas y al prestigio mítico de la organización propició que la actividad militante se volcase intensamente hacia la propia interioridad de la CNT multiplicando las ocasiones para los conflictos. De hecho, salvo contadas excepciones, no hubo propiamente confrontación de estrategias, de modelos o de programas, fueron, efectivamente, los problemas internos y los debates domésticos los que absorbían todas las energías de unas asambleas donde el absentismo de los afiliados dejaba finalmente las decisiones en muy pocas manos.

En un contexto donde se veían conspiraciones por doquier uno de los asuntos que mayores energías absorbía y que provocaba mayor desgaste era el choque frontal por el control de los Comités, aún al precio de establecer alianzas contra natura para conquistarlos o para desestabilizarlos, en un baile de constantes cambios de Comités que les restaba cualquier eficacia organizativa. Estas luchas por el poder orgánico conducían a crear unos escenarios típicos de la caza de brujas donde se multiplicaban las insinuaciones y las descalificaciones personales fomentando prácticas de indagación policíaca en el pasado militante de los compañeros o en su vida privada, sin rehuir el recurso a la difamación (Öque si tal militante se reúne secretamente con Martín Villa, que si tal otro perteneció a la Guardia de Franco, o que si no se sabe quien financia a un tercero que vive sin trabajarÖ). Este clima y estas prácticas fomentaban la proliferación de unos comportamientos violentos, que no dudaban en recurrir a las amenazas, o incluso a las agresiones físicas, imprimiendo a los conflictos internos una violencia y una exacerbación que les dotaba de una desmesurada fuerza destructiva.

5. Las Narrativas de la conspiración y de la traición 

Ni la heterogeneidad de las procedencias, ni la magnitud de las discrepancias, ni tampoco al carácter adverso de la nueva situación socio laboral bastan para explicar las fuertes convulsiones que agitaron la CNT ni el clima de extrema crispación que la caracterizó. El examen del tipo de narrativas que los dos bandos fueron elaborando durante el proceso de la reconstrucción (y que son por cierto extrañamente coincidentes en su estructura argumentativa) indica claramente que los problemas tenían otras raíces y eran de otra índole.

Es fácil comprobar que una de las dos narrativas enfrentadas se basaba en la denuncia de una conspiración permanente encaminada a desvirtuar y a traicionar la dimensión que dio a la CNT su idiosincrasia y su valor esencial, es decir su dimensión propiamente anarquista. Según esta narrativa esta conspiración pretendía vaciar la CNT de su dimensión libertaria y por eso promovía en su seno una implacable "caza al anarquista".

Por su parte, la otra narrativa denunciaba una conspiración simétrica donde el sectarismo ideológico y las actuaciones violentas o marginales se confabulaban para traicionar la dimensión que dio su grandeza a la CNT, es decir su dimensión genuinamente proletaria. Esta conspiración no pretendía otra cosa que vaciar la CNT de su dimensión de clase, y por eso orquestaba en su seno una sistemática "caza al no-anarquista".

Por supuesto, desde dentro de cada una de esas dos narrativas todo lo que provenía de la otra era interpretado inmediatamente en términos que confirmaban la existencia de una conspiración cuidadosamente diseñada.

La primera de esas dos narrativas reivindicaba la trascendental misión de impedir que los conspiradores (por ejemplo los "marxistas" camuflados) robasen el fuego sagrado (es decir, la mítica CNT y sus siglas) y se apropiasen sus poderes para ponerlos al servicio de sus propios fines. Pero la conspiración era polimorfa, también habría que impedir que otros conspiradores (Martín Vila, por ejemplo) que mantenían, por cierto, turbias relaciones con los anteriores, desvirtuasen o instrumentalizasen el fuego sagrado en pos de unos fines inconfesables Finalmente, después de que la numantina resistencia ofrecida por los guardianes anarquistas del fuego sagrado hubiese logrado impedir que este fuese robado o instrumentalizado, la batalla aún debería seguir porque los conspiradores intentarían ahora apagar ese fuego para neutralizarlo y volverlo inofensivo.

Si alguien piensa que estoy caricaturizando o exagerando le recomiendo simplemente que lea el folleto "Proceso político a la CNT" editado por la propia confederación y en donde se relatan, entre otros, los siguientes extremos. La Comisión Provisional nombrada tras la asamblea de Sant Medir estaba en realidad copada por jefes del vertical afines a Martín Villa, hasta que a finales de 1976 el Pleno de Catalunya corrige en parte el error cometido en Sant Medir, pero la mano de Martín Villa sigue estando presente en el nuevo Comité que sale de ese Pleno. Sin embargo, como la huelga de Roca demuestra que la CNT no ha podido ser controlada, el acoso a la CNT adopta ahora la forma de la represión con la detención en enero de 1977 de 53 militantes anarquistas en Barcelona. La caza al anarquista que se desarrolla a raíz de este hecho en el seno de la propia CNT provoca una crisis que se cierra con la elección de un nuevo Comité en el cual ya no figuran los emisarios de Martín Villa pero donde un infiltrado consigue ocupar la Secretaría General. El contubernio para instrumentalizar, neutralizar y, finalmente, destruir la CNT arranca por lo tanto de 1976 y pasa, entre otras cosas, por la creación de una estructura sumergida dentro de la organización (la "paralela") que trabajaba para conseguir nada menos que la "institucionalización de la CNT", es decir para convertirla en un instrumento del sistema.

Este folleto no constituye una manifestación aislada y atípica, recuérdese por ejemplo que Luis Andrés Edo declaraba a "Ajoblanco" en 1978 que si no se hubiese desbaratado los planes de ciertos sectores de la CNT, esta "Öhubiera estado en el Pacto de la Moncloa y hubiera aceptado la unidad sindical". Reacuérdese también el comunicado de la FAI de octubre 1977, en respuesta al documento "A todos los anarquistas", donde se ofrecía una pormenorizada descripción, que no tiene desperdicio, de toda la "mala hierba" que había en la CNT.

La narrativa que elaboró el otro bloque se atribuía la histórica misión de impedir que los conspiradores (tanto los anarquistas dogmáticos como los marginales y los violentos), arrebatasen a la clase obrera su legado más valioso, arruinasen sus esperanzas, y acabasen por destrozar su herramienta emancipadora más prometedora que no era otra en ese momento que la CNT. La visión que se ofrecía era tan dramática y tan maniquea como la que ofrecía el otro sector. En ella la FAI y el exilio maniobraban constantemente para el copo y el control de la CNT impidiendo cualquier renovación de sus estructuras y de sus planteamientos, bloqueando su desarrollo y apartándola de los centros de trabajo.

En un artículo publicado en Solidaridad Obrera de Marzo de 1977, Julio Sanz Oller, (pseudónimo de José Antonio Díaz) describía así la composición de CNT: "Desde los sindicalistas concientes hasta los folklóricos de la bandera negra y la A pintada en el culo, sin olvidar los marxistas libertarios, los "pasaos" de Ajoblanco, los malos copistas del situacionismo, algún ex MIL en vía de regeneración, una cierta gauche anarco-divine, los exilados que han parado su reloj en el 36". Desde esta visión queda claro que la CNT se encontraba en evidente peligro de vaciarse de sus referencias obreras y que su composición clásica, anclada en el mundo del trabajo, se había desvirtuado.

En definitiva, pero por motivos diametralmente opuestos, las dos narrativas situaban "la cuestión del anarquismo" en el epicentro de la problemática de la CNT. No es de extrañar por lo tanto que la actitud que debía tomar la CNT frente a la lucha violenta y al activismo de ciertos grupos anarquistas, así como ante la represión que afectaba a ciertos militantes anarquistas, adquiriese una importancia crucial polarizando buena parte de unos enfrentamientos azuzados por los Comités Pro Presos de CNT.

Desde una de las dos narrativas se exigía que la CNT expresase claramente su solidaridad con los detenidos anarquistas y asumiese incondicionalmente su defensa, considerando que quienes no lo hacían se estaban situando del lado de las fuerzas represivas y estaban evidenciando de hecho su beligerancia contra la dimensión libertaria de la CNT.

Mientras que desde la otra narrativa se reclamaba que la CNT se desmarcase de las actividades de unos grupos que le eran ajenos, como única manera de evitar que un aura de terrorismo y violencia alejase a los trabajadores comprometiendo la dimensión proletaria de la CNT.

En definitiva, si bien las diferencias entre las dos narrativas son llamativas también resulta evidente que les unía una profunda similitud y esto no puede extrañarnos. No en vano ambas tendencias compartieron el entrañable y anacrónico afán de querer reconstruir la CNT y se encontraron atrapadas por lo tanto en la misma espiral de éxito y de fracaso, de fuerza y de debilidad, dibujada por el entrelazamiento de las dos facetas del imaginario colectivo que dio vida a sus sueños a la par que los hizo añicos.

Publicado en Polémica, número 90, marzo 2007