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Camillo Berneri

Camillo Berneri

Claudio VENZA

En Italia, y no sólo allí, se vuelve a descubrir la personalidad de Camilo Berneri, asesinado en Barcelona, en mayo de 1937, a los cuarenta años de edad. En los últimos tiempos se han dedicado a su figura varios libros y congresos, ensayos y públicos recuerdos, entre otros una reciente y vivaz obra de teatro. En la valoración de este protagonista de la lucha antifascista y antiestalinista ha jugado un destacado papel el Archivo Famiglia Bemeri de Reggio Emilia que, desde hace décadas, recoge la documentación y la bibliografía relacionada con el personaje.

¿Qué aspectos de su agitada vida han despertado más interés?

Hasta hace pocos años Berneri era conocido ante todo por el hecho de haber sido asesinado. Y el homicidio había sido justamente denunciado por los anarquistas y otros revolucionarios, y la responsabilidad fue atribuida a los estalinistas italianos, que por otro lado lo habían reivindicado públicamente. Véase, por ejemplo, lo que escribía a finales de mayo de 1937 en Il grido del popolo, periódico de la emigración italiana en Francia, controlado por ellos.

En los últimos tiempos se ha evidenciado la profundidad de su doble compromiso: antifascista y antiestalinista. En contra del régimen de Mussolini, Berneri apoyó la línea del antifascismo de acción. Con muchos anarquistas, y también con militantes de Giustizia e Liberta, el movimiento liberal socialista y revolucionario de Carlo Rosselli, afirmó la necesidad y la urgencia de realizar ataques precisos a las estructuras de la dictadura, dentro y fuera de Italia. El régimen fascista se había hecho con el poder en Italia gracias a la violencia de los «escuadristas», y se mantenía con un poderoso aparato policiaco y judicial: todo eso justificaba ampliamente el recurso a métodos de lucha radicales y frontales. En contra del estalinismo, Berneri propuso la superación de las incertidumbres de muchos militantes del movimiento obrero, por ejemplo socialistas y republicanos, que aceptaban el papel protector que aparentemente jugaba la Unión Soviética a nivel internacional. Desde las páginas del periódico Guerra di Classe, publicado en Barcelona desde el octubre 1936, denunciará sin reticencia la represión que se estaba montando con los juicios farsa en la URSS y las amenazas en España hacia los militantes del POUM, difundidas junto a calumnias infamantes. Y eso en el marco de un evidente asalto efectuado por los agentes de Stalin al poder estatal, tanto el militar como el propagandístico. Estos artículos antiestalinistas provocaron las protestas de los diplomáticos rusos, y la consiguiente inserción del nombre de Berneri en la lista de los «enemigos del pueblo». Un motivo más para eliminarlo.

Hubo también otros aspectos de su actividad que llamaron la atención de intelectuales e historiadores atentos a las biografías revolucionarias. Se ha evidenciado su precoz militancia socialista: a los 15 años, y dejó un positivo recuerdo en el ambiente proletario que frecuentaba por la seriedad y la integridad moral de su compromiso político. Otros investigadores han analizado el conflicto interior que le acompañó durante toda su vida: por un lado una fuerte atracción hacia sus afectos familiares, y por el otro las necesidades de la lucha revolucionaria, que le llevaron a conocer, como otros muchos militantes libertarios (no solamente ellos), detenciones y condenas, fugas precipitadas y clandestinidad, cárceles y expulsiones.

Se ha subrayado también cierta ingenuidad imprudente, que lo expuso a las provocaciones de los agentes del fascismo, o su generosidad y capacidad de superar sus notables limites biológicos, tanto visuales como auditivos, así como su escasa resistencia frente a los esfuerzos físicos. Así, por ejemplo, en el exilio francés cargó con trabajos pesados en la construcción y en las trincheras de Monte Pelato, y en el frente aragonés se arriesgó a combatir con las armas en la mano. En ambos casos tuvieron que convencerlo sus compañeros de que su puesto de lucha estaba en otro tipo de tareas.

¿Cuáles son los temas centrales de su pensamiento multiforme?

Una insaciable curiosidad empujaba Berneri a seguir líneas de investigación polivalentes, y según varios críticos, dispersas. Su manera de enfocar los problemas le llevaba a no conformarse con fáciles respuestas estereotipadas a la cuestión central: las posibilidades reales de la revolución libertaria, su gran objetivo, utópico y concreto a la vez. En las discusiones sobre filosofía o psicología, sobre sociología o historia antigua, él pedía que le proporcionaran ejemplos efectivos de los milenarios esfuerzos titánicos de la humanidad oprimida. Y se interrogaba sobre las pequeñas conquistas y grandes derrotas de los que habían intentado rebelarse al poder dominante en nombre de la dignidad humana.

También sus estudios sobre las religiones, la ética y las reflexiones sobre el papel de la mujer y de la sexualidad en la historia social eran utilizados para comprender los grandes obstáculos encontrados en el largo camino para emanciparse de la explotación. En su reelaboración original del pensamiento anarquista, del cual sentía la necesidad de una puesta al día, sacaba útiles elementos de fuentes adicionales a la tradicional lucha de clases. Por eso, por ejemplo, consideraba importante la valorización del federalismo por parte de un burgués progresista lombardo como Carlo Cattaneo, o la especial contribución de un pensador y político radical como Gaetano Salvemini, que había sido su docente de referencia. Su continua curiosidad intelectual le llevaba a rechazar la cómoda respuesta del sectarismo y del esquematismo, que encontraba también en las filas de los anarquistas, ya intentar superar todas las tendencias al conformismo y a la superficialidad, precursoras de un nuevo dogmatismo simplista.

Cabe recordar que la compleja personalidad intelectual de Berneri ha sido recientemente y forzadamente reinterpretada, por lo menos en Italia, en clave de ideología neoliberal. Se ha dicho que sus reflexiones teóricas y sus redefiniciones políticas lo pondrían en una condición de sustancial equidistancia entre anarquismo y liberalismo. Creo que esta interpretación no está bien fundamentada, sea por las constantes referencias criticas de Berneri a los valores fundamentales del anarquismo clásico (por así llamarlo), sea porque no se pueden valorar correctamente cada una de las frases de un intelectual militante fuera del contexto colectivo del movimiento en el cual participa. Desde este doble punto de vista de la referencia crítica y del contexto, Berneri mantuvo su rechazo a la jerarquía política y su aceptación del principio de igualdad entre los seres humanos. Se trata claramente de principios coherentes con el proyecto anarquista de liberación social con el cual Camillo Berneri se identificó completamente, hasta el punto de arriesgar su propia vida.

Intelectual inorgánico, por supuesto, y militante sui generis. Pero eso es lógico y previsible en el interior de un movimiento, el libertario, que siempre ha valorado la divergencia individual y la simbiosis entre organización e individuo, entre eficacia y autonomía, entre aspiraciones colectivas y dimensión personal.

La convivencia en Berneri del intelectual y el militante nos reenvía a una singular coincidencia: desaparecen casi simultáneamente tres grandes personalidades del movimiento obrero italiano e internacional. El 3 de mayo se conmemoraba con respeto en Radio Barcelona la figura de Antonio Gramsci, fallecido unos días antes tras un largo periodo de reclusión en una cárcel fascista. El 6 de mayo el mismo Berneri fue encontrado cadáver en la Plaza de la Generalitat. Al rededor de un mes más tarde, Carlo Rosselli, con su hermano Nello, era eliminado por una escuadra de fascistas franceses a las ordenes del régimen fascista italiano.

La eliminación de Berneri y Rosselli en particular, ambos victimas de juegos estatales en torno a la guerra civil en España, tuvo notables consecuencias en la debilitación de dos movimientos socialistas antiautoritarios italianos. En la Italia de 1945 estas dos personalidades habrían podido pesar mucho, por su experiencia y capacidad de proyección, en la reorganización de un espacio autónomo en el movimiento obrero, dominado ya por un PCI de ciega obediencia estalinista. Carlo Rosselli no estará presente durante la reconstrucción del movimiento Giustizia e Libertá, que se había transformado, durante la Resistencia armada del 1943, en el Partito d'Azione. Esta formación política, con posiciones radicalmente laicas y progresistas, desaparecerá después de pocos años. Camillo Berneri habría podido ofrecer una importante contribución a la actualización del anarquismo italiano, en la práctica marginado por la polarización, también a escala nacional, entre los dos bloques, el occidental capitalista y el oriental comunista de Estado.

La historia de los movimientos de emancipación está enlazada a las iniciativas colectivas de los pueblos, pero no comprenderíamos muchas cosas fundamentales sin considerar de manera adecuada cada importante acontecimiento individual. y la vida y la muerte de Berneri, y por supuesto de Andreu Nin, nos proporcionan muchos estímulos en ese sentido.

La prensa anarquista bajo el franquismo

La prensa anarquista bajo el franquismo

Paco MADRID

A lo largo de la historia, una de las características del poder y del Estado es el control de la información independientemente del régimen político existente. Las consecuencias de esta coerción varían en función del sistema político, pero el objetivo final es el mismo, eliminar toda crítica al poder. 

En la historia de la prensa clandestina podemos, en principio, establecer un corte cronológico que nos posibilite el encuadramiento de la prensa en la lucha antifranquista. Hasta mediados de los años cincuenta, la prensa clandestina se confeccionaba e imprimía en su casi totalidad en el interior de nuestro país. Parte de ella incluso se confeccionaba en las cárceles de forma manuscrita. Desde esas fechas, sin que podamos precisar en qué momento, la prensa comienza a ser elaborada en el exterior (Francia) y se introduce en España a través de los pasos fronterizos. Antonio Téllez, en su libro sobre Facerías, afirma que cuando se escriba la historia del Movimiento Libertario en España bajo el franquismo, se comprobará que es a partir de la caída del Comité Nacional de la CNT, cuyo secretario general era Cipriano Damiano y que tuvo lugar en el mes de junio de 1953, cuando se inicia la decadencia de la CNT en España, para un largo período...

Será difícil, creo, establecer con precisión el corte entre la prensa editada en el interior y la que se imprimía en el exilio y se introducía en España. De todos modos se pueden fijar aproximaciones por varios métodos. Por ejemplo, Solidaridad Obrera de octubre 1958 tiene un formato distinto de las anteriores, casi DIN-A-3, mientras sus antecesoras se editaban en tamaño cuartilla, lo que hace poco probable que en España se pudiera encontrar una imprenta que editara este ejemplar, además está mucho mejor impreso e incluye en su primera página un facsímil de la primera página de Solidaridad Obrera del 4 de noviembre de 1910 en la cual se hace referencia al congreso obrero nacional del cual surgió la CNT y era bastante improbable que este ejemplar pudiera encontrarse en el interior, etc. Nosotros vamos a ceñirnos a esta primera época clandestina, aunque la relación estará basada necesariamente en las sucesivas caídas de imprentas, con la consiguiente desaparición del correspondiente órgano u órganos que en ella se imprimían.

La propaganda anarquista clandestina comenzó casi inmediatamente después del triunfo fascista. En un principio mediante octavillas, manifiestos u hojas volantes. Ya a finales de 1939 o principios de 1940, el 2° comité nacional publicó un boletín de propaganda y de información que circuló bastante, sobre todo por las barriadas y las prisiones, llevando la fe y la esperanza a una militancia perseguida y martirizada, según palabras de Juanel.

Las primeras «imprenticas» –como diría Felipe Alaiz–, que comenzaron a funcionar después de terminada la guerra en abril de 1939, no fueron otra cosa que simples máquinas de escribir, copiando una y mil veces los textos cuya distribución implicaba, en algunos casos, comparecer ante un piquete de ejecución y siempre largos años de condena. Los pioneros fueron el resto de jóvenes libertarios de la generación de 1936 que lograron esquivar la cárcel en la primera oleada represiva. En la ciudad de Valencia fundaron alrededor del primer Comité Nacional de la CNT, en la clandestinidad, el aparato de propaganda que lo fue a la vez de falsificación de documentos oficiales con los que se salvaba a los individuos en peligro. La lista de los salvados en esas condiciones sería larga, pero no podemos silenciar el nombre de Esteban Pallarols Xirgu (José Riera), primer Secretario General de la CNT en la clandestinidad, detenido a finales de 1939 y fusilado en Barcelona el 8 de julio de 1943.

De la máquina de escribir se pasó, ya en septiembre de 1939, a la imprenta de verdad, gracias a la colaboración de impresores artesanos que pusieron sus «minervas» a disposición del movimiento clandestino libertario. Algunos de aquellos impresores pagaron su abnegación con condenas de cárcel de 30 años, como fue el caso del que colaboró con el grupo de la CNT que animó Salvador Gómez Talón desde mayo a septiembre de 1939.

Sin embargo, no hay que creer que todo eso era fácil y que bastaba sólo con comprar los materiales necesarios para la edición. El papel, la tinta, los tipos y todo cuanto estaba relacionado con la rama de imprimir estaba intervenido y su adquisición no era posible nada más que comprándolo en el «mercado negro», cosa tampoco fácil. Los caminos, aunque más expuestos, eran el pasar clandestinamente de Francia esos materiales o robarlos en las imprentas. Los viejos militantes del Sindicato de Artes Gráficas de la CNT de aquella época, podrían, cada uno de ellos, contar su aventura personal...

Para concluir, analizaré dos periódicos representativos de aquella difícil época.

Solidaridad Obrera

En 1942, según tenemos referencias –pero que desgraciadamente no hemos podido verificar ofreciendo la prueba material– se publicó ya Solidaridad Obrera en Barcelona a multicopista. Y en el mismo año, durante el ejercicio en el Comité Nacional de la CNT, de Manuel Amil, se publicó, también en multicopista, CNT, en Madrid.

Pero la época de oro de la prensa clandestina fue entre los años 1944 a 1946, fecha que coincidía con el fin de la guerra mundial, y por ello la contaminación del miedo en las esferas gubernativas y el entusiasmo en las filas clandestinas: «Sólo la CNT –escribe Juan García Durán en su libro Por la Libertad– sacaba de manera regular un semanario en Madrid, CNT y Juventud Libre; Barcelona, Solidaridad Obrera; Valencia, Fragua Social. Y de manera irregular en Canarias, Asturias, Extremadura, Andalucía, Aragón y una sola vez en Galicia».

En 1946 vinieron a agregarse a los paladines existentes, Ruta, órgano de las Juventudes Libertarias de Cataluña y Tierra y Libertad, órgano peninsular de la Federación Anarquista Ibérica (FAI).

El 9 de mayo de 1955 se produce la caída de la imprenta clandestina de Solidaridad Obrera cuando se divulgaba el número 39 (segunda quincena de abril de 1955). Volvió a aparecer tres meses después. El número 40 lleva la fecha 1 a quincena de agosto.

Ruta

En noviembre de 1945 se creó un nuevo comité regional juvenil de Cataluña, el cual decidió enviar a Francia a su secretario Manuel Fernández Rodríguez, aprovechando la celebración del 11 congreso de la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL) que se iba a inaugurar el 8 de marzo de 1946, en Toulouse. Mientras, en Barcelona, los otros miembros del Comité Regional (CR) trabajaban por conseguir imprenta. Después de diversas gestiones tuvieron que abandonar la pretensión de encontrar imprenta simpatizante o compañero que estuviera dispuesto a imprimir la propaganda clandestina.

A través de uno de los miembros del CR (Miguel), que adelantó 6.500 pesetas, se adquirieron prensa, tipos de imprenta, papel y algunos accesorios indispensables. Lo instaló en su propio domicilio. Así se inició Ruta en esta nueva etapa.

Raúl Carballeira y Amador Franco, que a la sazón se encontraban en Barcelona, contribuyeron a la confección del primer número que fue editado en muy deficientes condiciones y que llevaba el número 9 y la fecha 15 junio 1946 para dar tiempo a preparar los números siguientes, luego semanales.

Para evitar sorpresas se desligó la publicación Ruta de las demás labores del CR. Al efecto se alquiló un modesto local en la calle Fuente del Remedio, en el barrio del Carmelo.

Una vez instalado el material tipográfico, papel, etc., lo indispensable era garantizar la salida normal del periódico, o sea todos los jueves. Se procuró la colaboración fija de un cajista y de un matrimonio simpatizante, pero que no mantenía ningún contacto con el resto de la organización clandestina.

La difusión de Ruta consiguió adquirir cierta importancia: sin contar Cataluña tenía corresponsales en Zaragoza, Valencia, Madrid, Sevilla y Granada. Se enviaban además al gobierno civil, gobierno militar, redacciones de periódicos y también a personas diversas, sin olvidar, por supuesto, el jefe de la Brigada político social, Eduardo Quintela Bóveda.

En la caída general de mediados de agosto de 1946, fue incautada la imprenta donde se tiraba Tierra y Libertad, pero las precauciones que se tomaron con la que imprimía Ruta (se dejó de imprimir cautelarmente a raíz de esta represión), hizo que esta no cayera en esos momentos.

Después de que un comité juvenil escisionista imprimiera los números 18 y 19 de Ruta, de nuevo es retomada por el comité de las juventudes de Cataluña y en octubre se imprimía el número 20. Por un cúmulo de circunstancias fortuitas que sería prolijo relatar, las precauciones tomadas no sirvieron a la postre para nada y en los primeros días de diciembre era descubierta la imprenta y clausurada junto con la detención de numerosos compañeros.

Nota:

Este trabajo es una versión sintetizada de un estudio que presentó el autor a unas jornadas y que fue publicado en el libro colectivo La oposición libertaria al régimen de Franco, 1936-1975, Fundación Salvador Seguí, Madrid, 1993, 918 páginas. Los interesados encontrarán allí una relación bastante amplia de las publicaciones clandestinas.

El federalismo integral de Bakunin

El federalismo integral de Bakunin

Ángel J. CAPPELLETTI 

La vigorosa e inquietante personalidad de Bakunin y, lo que es más importante, la claridad de su pensamiento, han movido a numerosos escritores y calificados sociólogos, al estudio de sus ideas y de su trayectoria humana.

Pocos, sin embargo, han alcanzado el rigor analítico y la valoración profunda con que el profesor Ángel J. Cappelletti estudia la obra bakuniniana. Este trabajo trata un importante aspecto del pensamiento de Bakunin, cuya actualidad nos parece oportuna con respecto al proceso socio-político español.

La doctrina federalista no es, sin duda, una invención de Bakunin. Son muchos los autores que, antes que él, han hablado de federalismo (aun sin utilizar siempre este nombre) en la historia del pensamiento europeo moderno.

Ya Godwin, en su Investigación acerca de la justicia política, y aún antes Helvetius y Rousseau, habían propuesto como único remedio a la concentración del poder y a lo que llamaríamos hoy «imperialismo», el ideal de una multitud de pequeños Estados (más o menos vinculados entre sí por pactos y acuerdos mutuos).

Pero el gran campeón de la idea federal en la primera mitad del siglo pasado, el que la llevó hasta sus últimas consecuencias sociales y económicas fue sin duda, P.J. Proudhon, quien reivindica para sí su paternidad, cuando dice, al comienzo de El principio federativo: «La teoría del sistema federal es nueva; creo hasta poder decir que no ha sido formulada por nadie».

Con Bakunin, sin embargo, el federalismo adquiere nuevos matices, al vincularse al colectivismo por una parte y a la idea de la revolución por la otra.

Con ocasión del Congreso realizado en 1867 por la «Liga de la paz y la libertad», en Ginebra, Bakunin trató de aclarar el concepto de federalismo, llevándolo hasta sus últimas consecuencias lógicas. El principio del federalismo fue adoptado por dicho Congreso de modo unánime. Sin embargo, no ha sido bien formulado en las resoluciones. Según Bakunin, que indudablemente quiere ir más allá de los congresistas, pese a que dice interpretar su «sentimiento unánime», se debe proclamar:

  • Que para salvaguardar la paz y la justicia sólo hay un medio: constituir los Estados Unidos de Europa.
  • Que estos Estados no podrán formarse jamás con los Estados tal como al presente existen.
  • Que una confederación de monarquías es una burla, impotente para garantizar la paz y la libertad, tal como se demostró en la Confederación Germánica.
  • Que ningún Estado centralizado, burocrático y militar, aunque sea republicano, podría integrar una confederación internacional, ya que al estar fundado en un acto de violencia sobre sus propios miembros no podrá fundarse en la paz y en la justicia en sus relaciones con otros Estados.
  • Que en cada país es necesario sustituir la vieja organización vertical por una nueva, cuyas únicas bases sean los intereses y necesidades de los pueblos, y cuyo único principio sea la federación de los individuos en comunas, de las comunas en provincias, de las provincias en naciones, de las naciones en los Estados Unidos de Europa, primero, y del mundo, más tarde.
  • Renuncia total al llamado derecho histórico de los Estados.
  • Reconocimiento del derecho de toda nación, de todo pueblo, de toda provincia, de toda comuna a una completa autonomía, siempre que no amenace la autonomía ajena.
  • El derecho de la libre reunión y de la secesión igualmente libre de un país con respecto a otro es el primero y principal de los derechos políticos.
  • Ningún partido democrático europeo podrá aliarse con los Estados monárquicos, ni siquiera para lograr la independencia de un país oprimido.
  • La Liga debe proclamar su simpatía por toda insurrección nacional contra cualquier clase de opresión, sea ésta externa o interna, con tal que tal insurrección se realice en interés del pueblo y no con la intención de fundar un Estado.
  • La Liga combatirá lo que se denomina gloria y potencia de los Estados, a las cuales opondrá la gloria de la inteligencia humana.
  • La Liga reconocerá la nacionalidad como un hecho natural, pero no como un principio.
  • El patriotismo que tiende a la unidad prescindiendo de la libertad es negativo y funesto para los intereses del pueblo, por lo cual la Liga no reconocerá sino la unidad que surja libremente por la federación de las partes autónomas en el todo.

Para Bakunin, éstas son «las consecuencias necesarias de ese gran principio del federalismo que ha proclamado solemnemente el Congreso de Ginebra», y tales son, además, las condiciones absolutas, aunque no únicas, de la libertad y de la paz. Cuando Bakunin escribe esto –estamos citando su obra titulada Federalismo, socialismo, y anti-teologismo– hace muy poco que ha concluido en los Estados Unidos de Norteamérica la Guerra de Secesión. En su deseo de dar a los miembros de la Liga (que reúne, por cierto, a lo más granado de la intelectualidad liberal de Europa, como Stuart Mill, John Bright, etc.) una concepción integral del federalismo, que supere los estrechos límites del federalismo político, apela precisamente a la situación que originó esa guerra civil reciente. Los Estados del sur han sido siempre federalistas; su organización política era, por eso, más libre aún que la de los Estados del Norte, «y sin embargo, últimamente se han atraído la reprobación de los partidarios de la libertad y de la humanidad en el mundo, y por la guerra inicua y sacrílega que han fomentado contra los Estados republicanos del Norte derribaron y destruyeron la más hermosa organización política que haya existido jamás en la historia».

La causa de este hecho no es política sino enteramente social: tan magnífica organización política tiene, como las repúblicas de la antigü̈edad, una mancha que la afea y echa a perder. En dichos Estados, en efecto, «la libertad de los ciudadanos ha sido fundada en el trabajo forzoso de los esclavos». y esto basta para transformar la más bella democracia política en el más hipócritamente tiránico de los regímenes. Una libertad política que se funda en la opresión social debe considerarse enteramente falsa.

En el mundo moderno el antagonismo fundamental se da igual que en el antiguo, entre ciudadanos y esclavos, porque si en América recién se acaba con la esclavitud propiamente dicha, en Europa subsiste una esclavitud no de derecho sino de hecho, que obliga a las grandes masas proletarias a vender su trabajo a los dueños de los medios de producción. Puede suceder, por cierto, que así como los Estados antiguos perecieron por la esclavitud, los modernos mueran por el proletariado.

La lucha de clases constituye, pues, para Bakunin, un hecho fundamental en la sociedad antigua y moderna. En esto su posición aparece muy próxima a la de Marx, aun cuando Bakunin no acepte el materialismo histórico en cuanto implica una filosofía monista de la historia. Considera la lucha de clases como uno de los motores –con frecuencia el principal–, pero no como el único motor del acontecer histórico.

La existencia de las clases no puede ponerse en duda para él. Es inútil argüir que el antagonismo que las separa es más ficticio que real o que no se puede establecer una línea que divida las clases propietarias de las desposeídas, según hacían –y, en cierto sentido, siguen haciendo– muchos sociólogos y economistas burgueses. El hecho de que existan entre unas y otras, matices intermedios no significa que la división no se pueda establecer con claridad, del mismo modo que el hecho de que, entre plantas y animales y entre animales y hombres se den también muchos estados de transición, no impide, que en general, se diferencie con certeza entre una planta y un animal, entre un animal y un hombre. «A pesar de las posiciones intermedias que forman una transición insensible de una existencia política y social a otra, la diferencia de las clases, sin embargo, es muy marcada, y todo el mundo sabe distinguir la aristocracia nobiliaria de la aristocracia financiera, la alta de la pequeña burguesía, y ésta última de los proletarios de las ciudades y de las fábricas; lo mismo el gran propietario latifundista, el rentista, el campesino propietario que cultiva la propia tierra, el granjero, el simple proletario del campo».

Todas estas diferencias se reducen, para Bakunin, en la sociedad de su tiempo, a un antagonismo fundamental: las clases propietarias de la tierra y de los medios de producción o, por lo menos, de la educación burguesa, a las cuales llama clases políticas, y las que carecen de capital, de tierra y de instrucción, a las que denomina clases obreras. «Habría que ser un sofista o un ciego para negar la existencia del abismo que separa hoy esas dos clases. Como el mundo antiguo, nuestra civilización moderna, que comprende una minoría comparativamente muy restringida de ciudadanos privilegiados, tiene por base el trabajo forzado (por el hambre) de la inmensa mayoría de las poblaciones, consagradas fatalmente a la ignorancia y a la fatalidad».

Contra lo que suponen muchos reformistas burgueses y hasta algunos socialistas, Bakunin considera enteramente vana la esperanza de salvar dicho abismo por la instrucción del pueblo. No niega la utilidad de las escuelas populares, pero con sentido realista se pregunta si el proletario abrumado por el trabajo –en 1868 las jornadas eran en la industria de todos los países europeos de 10 y 12 horas, por lo general– querrá enviar los hijos a la escuela o si preferirá ponerlos a trabajar lo antes posible para aliviar la difícil situación de la familia. En el mejor de los casos los mandará durante uno o dos años, con lo cual aprenderán a leer, escribir y contar. Pero tal nivel de instrucción evidentemente no bastará, ni mucho menos, para salvar el abismo que los separa de la cultura burguesa.

El problema de la educación y la cultura de los proletarios requiere, pues, un planteamiento inverso, siguió Bakunin: «Es evidente que la cuestión tan importante de la instrucción y de la educación populares depende de la solución de esta otra cuestión tan difícil de una reforma radical en las condiciones económicas actuales de las clases obreras. Modificad las condiciones de trabajo, dad al trabajo todo lo que según la justicia le corresponde y, por consiguiente, dad al pueblo la seguridad, la comodidad, el ocio, y entonces, creedlo, se instruirá y creará una civilización más vasta, más sana, más elevada que la vuestra».

Los economistas y sociólogos burgueses arguyen que el mejoramiento de la clase obrera depende del progreso general y del incremento de la industria y el comercio, lo cual supone la más completa libertad para la empresa privada. Los librecambistas de 1868 argumentaban, como se ve, de modo análogo a los desarrollistas de hoy.

Bakunin, que no deja de recordar a veces que habla a burgueses –burgueses liberales, pero burgueses al fin–, no ataca la libertad de la industria y el comercio, que éstos reclaman, pero les recuerda que «mientras existan los Estados actuales y mientras el trabajo continúe siervo de la propiedad y del capital, esa libertad, al enriquecer una mínima porción de la burguesía en detrimento de la inmensa mayoría del pueblo, no producirá más que un solo bien, el de enervar y desmoralizar más completamente al pequeño número de los privilegiados, el de aumentar la miseria, los agravios y la justa indignación de las masas obreras, y por eso mismo, el de acercar la hora de la destrucción de los Estados».

Es necesario reconocer, según Bakunin, que en el mundo moderno la civilización de una pequeña minoría, se basa, igual que en el mundo antiguo, sobre el trabajo forzado y la barbarie de la mayoría.

Esto no quiere decir –aclara– que las minorías no trabajen en absoluto, pero la índole del trabajo que realizan, infinitamente más grato o mejor retribuido, les permite el ocio, condición indispensable del desarrollo intelectual y moral, ocio del cual no disponen jamás los proletarios. Bakunin contrapone el trabajo manual –que llama «trabajo muscular»– y el trabajo intelectual –que denomina «trabajo nervioso»–. Esta división, «no ficticia sino muy real, que constituye el fondo de la situación presente tanto política como social», tiene la siguiente consecuencia: «Para los representantes privilegiados del trabajo nervioso (que, entre paréntesis, en la organización actual están llamados a representar la sociedad, no porque sean los más inteligentes, sino sólo porque han nacido en medio de las clases privilegiadas), todos los beneficios, pero también todas las corrupciones de la civilización actual: la riqueza, el lujo, el confort, el bienestar, las dulzuras de la familia, la libertad política exclusiva con la facultad de explotar el trabajo de los millones de obreros y de gobernarlos a capricho y en su interés propio, todas las creaciones, todos los refinamientos de la imaginación y del pensamiento... y, con el poder de convertirse en hombres completos, todos los venenos de la humanidad pervertida por el privilegio. Para los representantes del trabajo muscular, para esos innumerables millones de proletarios y también de pequeños propietarios de la tierra ¿qué queda? Una miseria sin salida, sin las alegrías de la familia siquiera, porque la familia se convierte en una carga para el pobre; la ignorancia, una barbarie forzosa, casi una bestialidad, diríamos, con el consuelo de que sirven de pedestal a la civilización, a la libertad y a la corrupción de un pequeño número. Por el contrario, han conservado la frescura de espíritu y de corazón. Moralizados por el trabajo, aunque forzado, han conservado un sentido de la justicia muy distinto de la justicia de los jurisconsultos y de los códigos; miserables ellos mismos, compadecen todas las miserias, han conservado un buen sentido no corrompido por los sofismas de la ciencia doctrinaria ni por las mentiras de la política, y como no han abusado ni siquiera de la vida, tienen fe en la vida».

Ahora bien, la única diferencia esencial que hay entre la sociedad moderna y las sociedades del pasado a este respecto consiste en que, desde la Revolución Francesa, han tomado conciencia de la existencia del abismo que media, entre las clases y, cada vez más, de la necesidad de colmarlo y superarlo. De aquí surgirá el socialismo.

Pero, ante todo, Bakunin quiere dejar en claro que no puede hablarse de federalismo en el sentido pleno y auténtico de la palabra, allí donde dicho abismo subsiste. En todo caso, se tratará de un federalismo parcial o, por mejor decir, abstracto, lo cual equivale a mutilado y falso.

Por más avanzada que parezca la constitución política de los estados del Sur de Norteamérica, toda ella queda desvirtuada por la infame e infamante institución de la esclavitud. ¿Cómo podría considerarse realmente «federal» un régimen que se sustenta en el trabajo forzado y la compraventa de seres humanos, siendo el federalismo, por definición, el producto del mutuo acuerdo y del libre pacto?

Si en algo se equivocó Bakunin, al juzgar a la Guerra Civil norteamericana, fue sin duda en el excesivo aprecio que demuestra por la constitución política y aun por las condiciones sociales de los Estados Unidos. Bakunin, que no conocía ese país sino de paso, conservaba una imagen romántica de la libre, republicana y laboriosa América, frente a la Europa de las monarquías absolutas, del feudalismo y del capitalismo opresivo.

Más aún, sobrevaloraba la constitución política de la confederación, las instituciones educacionales y hasta la situación de la clase obrera, siempre por contraposición con el viejo continente. Pero su claro instinto libertario le permitió ver desde el principio (cosa que no sucedió con Proudhon) el carácter «sacrílego» de la causa del Sur y la falsedad de su pretendido y cacareado «federalismo». En realidad, tal pretensión no era del todo nueva, ya que 70 años antes, durante los años de la Primera República francesa, los girondinos, que defendían los intereses de la burguesía provincial, también habían apelado al «federalismo» en beneficio de dicha burguesía y contra los intereses del pueblo, según lo hará notar Kropotkin en su gran obra histórica sobre la Revolución francesa.

La tesis de Bakunin puede resumirse diciendo que el federalismo político supone necesariamente lo que cabría llamarse un federalismo social y económico, o, dicho en otros términos, un socialismo libertario.

Así como no hay verdadero socialismo que no sea federalista, así no puede haber verdadero federalismo que no sea socialista.

Con irrebatible consecuencia, aunque sin duda también con excesivo optimismo en la apreciación de los hechos históricos, dice, en El oso de Berna y el oso de San Petersburgo: «La abolición de todo Estado político, la transformación de la federación económica, nacional e internacional; hacia ese objetivo marcha actualmente Europa».

Orobón Fernández y la Alianza Obrera

Orobón Fernández y la Alianza Obrera

Ramón ÁLVAREZ

La figura de Valeriano Orobón Fernández deja una profunda huella de su paso por el campo obrero internacional. Max Nettlau y Rodolfo Rocker reconocieron en él cualidades inestimables de talento y visión revolucionaria. Como escritor muy pocas plumas del obrerismo militante podrían comparársele. Si seguimos la valoración autorizada de Manuel Buenacasa, fundador de la CNT y primer historiador libertario, después de Anselmo Lorenzo, acaso Quintanilla podría ser candidato a la comparación, tanto por su vastísima cultura como por las excepcionales disposiciones de ambos para escribir y ocupar la tribuna.

Orobón Fernández fue sin duda el agente más poderoso del milagro operado por la CNT madrileña, acabando con el monopolio del socialismo parlamentario en la capital española.

Ningún militante de la «antigua CNT», como suelen decir despectivamente elementos carentes de historia y méritos que hablen por ellos, puede ignorar la enorme y eficaz actividad desplegada por Orobón en los años de la segunda República, desde las filas del cenetismo madrileño, participando en actos públicos y escribiendo en las columnas de La Tierra, periódico combativo en el que colaboraron valiosos elementos del periodismo confederal –Eduardo de Guzmán, José García Pradas, Ezequiel Enderiz– o las paginas de CNT de Madrid, órgano de la Confederación Nacional del Trabajo, dirigido por otro valor intelectual libertario –Avelino G. Mallada– como Valeriano, caído en el más lamentable de los olvidos.

Cuando conocí a Orobón, encontrábase la república española del 31 en una encrucijada política. El socialismo salía arrepentido y malherido de los largos años de colaboración ministerial, con un balance realmente desconsolador para los gobernantes y trágico para la clase trabajadora, que no pudo hallar satisfacción a ninguna de sus reivindicaciones legítimas e inaplazables.

El paro obrero, lejos de atenuarse alcanzó dimensiones insospechadas, y hablar de hambre no era retórica demagógica. Mientras tanto, el capitalismo, capitaneado por elementos como Juan March, juiciosamente calificado de «Pirata del Mediterráneo» por Benavides, en un libro muy leído, así como los generales reaccionarios, que habían pasado a la reserva con paga íntegra al amparo de un decreto del ministro de la Guerra, Manuel Azaña, conspiraban abiertamente y con inusitado descaro contra el nuevo régimen.

Puede admitirse, como elemento de análisis ya utilizado por los historiadores de la burguesía, que las protestas populares seguidas de grandes huelgas abanderadas por la Confederación precipitaron la caída de la república, inevitable de todas las maneras, al anunciarse las elecciones de noviembre de 1933 a las que los aliados de la víspera, se presentaron en orden disperso. Republicanos de un lado y socialistas por el otro, acudieron al sufragio popular achacándose mutuamente las responsabilidades del fracaso de la experiencia gubernamental, rica en discursos académicos y demasiado tímida para adoptar las medidas de carácter económico, social y militar que exigía el cambio de rumbo de nuestra historia.

La CNT en el Pleno Nacional de Regionales, celebrado en Madrid el 30 de octubre y primeros días de noviembre, se pronunció por el desarrollo de una intensa campaña de abstención electoral, queriendo demostrar el grave error de republicanos y socialistas gobernando el país, amenazado por la derecha, y contra los intereses básicos de la clase trabajadora, voluntariamente asociada a los combates que la CNT entablaba para salir del callejón de la miseria, puesto que la UGT estaba vinculada a la política republicana a través de la participación de sus dirigentes en las tareas ministeriales. Largo Caballero, secretario general de la UGT ocupó el Ministerio de Trabajo y desde allí realizó una política discriminatoria y sectaria, provocando infinidad de conflictos al intentar imponer a la CNT lo laudos de los famosos Jurados Mixtos, creados por él. Sin menoscabo de nuestras convicciones aliancistas debemos traer a la explicación histórica de las causas que engendraron la guerra civil el hecho evidente de las leyes, arbitrarias y humillantes, elaboradas por el parlamento republicano con la intención de desmantelar a la CNT a favor de la Unión General de Trabajadores.

Duele recordar la sistemática y brutal represión ejercida en el proceso político de la conjunción republicano-socialista, aunque pueda parecer un juego de niños comparado con los métodos de exterminio aplicados por el franquismo triunfante. Pero los imperativos históricos obligan a trazar la imagen real de la época, cualquiera que pueda ser la repercusión psicológica en la mente de los numerosos españoles nacidos después y, por tanto, prácticamente desconocedores de la verdad con tenida en las doloridas versiones de los que, pese a todo, nos consideramos privilegiados por haber sobrevivido a los momentos trágicos de la vida nacional, protagonizando los acontecimientos que han influido con fuerza en la marcha de los pueblos.

Es indudable que la reacción española disfrutaba de un trato de favor por parte de la república, con el inconfesado e ingenuo propósito de atraer al capitalismo, y a su brazo armado, el ejército, al camino de una mayor comprensión, pretendiendo alejar la posibilidad de un «pronunciamiento» que los militantes de la CNT dábamos por descontado a plazo no muy largo. De otra parte, resultaba evidente que las fuerzas fascistas se preparaban para el asalto al Poder ayudadas por la Iglesia y las oligarquías dominantes.

La fracción caballerista del partido socialista español empezó a desinteresarse del juego político al uso y a desarrollar una agitación de tono revolucionario, acercándose a las conclusiones analíticas del movimiento libertario, que también templaba el ánimo con vistas a un choque armado que juzgaba inevitable a la vista del cuadro general que ofrecía la sociedad española. Un ejército prácticamente en rebeldía contra las órdenes del gobierno; idas y venidas sospechosas de elementos derechistas a los países que habían de apoyar, después, el levantamiento militar; conspiraciones descaradas de militares y políticos que simbolizaban la revancha y la esperanza del regreso a la dictadura.

Había compenetración plena en los militantes de la CNT y del anarquismo español –el más realista de cuantos integran el movimiento internacional en apreciar que el proceso de maduración revolucionaria alcanzaba su punto culminante, pero nos separaba la elección del método adecuado para hacer frente a la situación, de manera que la clase trabajadora lograse la victoria en la prueba de fuerza cada día más visible y cercana.

La Confederación Regional del Trabajo de Asturias, León y Palencia siempre reflexiva –lo que proporcionaba mayor eficacia a sus decisiones– presentía con mucha claridad que el fulminante que había de poner en marcha arrolladora el mecanismo de la lucha entre el proletariado y lo más avanzado del liberalismo político de un lado, y el fascismo apoyado en la «espina dorsal de la nación», como así se calificó después al ejército, se situaba en el resultado de las elecciones convocadas para el mes de noviembre de 1933.

Con vistas al acontecimiento y por mandato expreso de los organismos calificados y representativos de la CNT de Asturias, sostuvimos en el Pleno Nacional de Regionales ya citado que, como primera e inaplazable tarea, se imponía ahondar en las formulaciones políticas de aquellos hombres del socialismo español que más influían en las orientaciones de la Unión General de Trabajadores y que, como Largo Caballero, amenazaban con la revolución. Según el criterio desarrollado en aquel comicio, era de nuestra incumbencia iniciar rápidamente, a escala nacional, una campaña pública a través de mítines –en los cuales participasen los militantes más capaces y prestigiosos– y en la prensa, con la colaboración de las plumas más brillantes y ágiles del movimiento libertario español, para llevar al ánimo del socialismo parlamentario y especialmente de la clase trabajadora enrolada en la UGT, francamente frustrada por los dos años de experiencia gubernamental, que no quedaba más vía de salvación que oponerse por la fuerza a la agresión que preparaban nuestros enemigos. Urgía tomar la delantera para hacer abortar los crecientes preparativos del fascismo. La mayoría de la militancia confederal asturiana estábamos seguros que una acción concertada y enérgica del proletariado de ambas centrales sindicales, aunque no triunfase plenamente, impediría al ejército sincronizar sus planes y elegir la coyuntura favorable para lanzarse a su operación exterminadora.

Pienso que cualquier observador imparcial puede verificar ahora la certera visión que reflejaban nuestros análisis de entonces.

La estrategia revolucionaria que triunfó en aquel pleno memorable frente a los agotadores esfuerzos de la Delegación asturiana, consideraba como temerario «reformismo» amancebarse con la UGT, cuando nosotros estábamos preparados y dispuestos para implantar el comunismo libertario. En todo caso, si los socialistas, según sosteníamos nosotros, estaban inclinados a conquistar en las barricadas lo que fatalmente iban a perder en las urnas, era oportuna y conveniente la alianza; los demás delegados al pleno se contentaban con proclamar unánimemente que en la calle nos encontraríamos.

En tales manifestaciones de seguridad en nuestra fuerza había no poca estridencia inoportuna, aunque no tanta como habíamos de ver más tarde al correr los años y ya terminada la guerra civil. Pero eso es ya otra historia.

Nadie salvo Valeriano Orobón Fernández, quiso escuchar nuestras intervenciones animadas por la voluntad de convencer, advirtiendo del peligro que suponía para el porvenir de la clase trabajadora derrochar a destiempo y en proyectos subversivos forzosamente limitados, el precioso caudal de energías atesorado entonces por la CNT, sin intentar siquiera ganar a nuestros afanes a una fuerza no despreciable como la representada por la Unión General de Trabajadores, y precisamente en el instante histórico en que la organización obrera hermana se acercaba a nuestra interpretación estratégica, aumentando considerablemente las posibilidades del triunfo proletario.

Nosotros preconizábamos ya la necesidad y la urgencia de la Alianza, pese a que la inmensa mayoría de los historiadores, equivocando el camino de las fuentes informativas, sitúen en otra zona de España y a cargo de grupos no libertarios, la iniciativa que doró el blasón revolucionario de la región asturiana.

Una noche, al salir del pleno, con pocas esperanzas de reducir la oposición de los delegados a nuestra tesis y de lograr adhesiones a la línea asturiana, Orobón Fernández que, con Eusebio Carbó, representaba a la AIT en el comicio nacional, me paró en la escalera hablándome en éstos o parecidos términos:

—Oye, una cosa: ¿el criterio que estás defendiendo en el pleno frente a la totalidad de las otras delegaciones, refleja en realidad el mandato de tu Regional?

Al contestarle afirmativamente, me aseguró que compartía totalmente el análisis del momento que vivía España formulado por la Regional Asturiana y nuestras conclusiones prácticas, añadiendo que podía contar con su apoyo en los debates, aunque carecía de voto como delegado informativo. «Para empezar –me dijo– estaré presente en todas las sesiones,  evitando que Carbó, orador brillante y demagogo, te abrume con sus intervenciones.

«Si no tienes compromiso –prosiguió– podíamos cenar juntos y comentar la situación». Ver de cerca a un hombre de aquella talla intelectual e integridad moral, valor auténtico que no cedía a la tentación vanidosa y que sabía desafiar la impopularidad cuando la conciencia lo determinaba, constituía una de mis mayores satisfacciones personales. Porque Orobón fue un ejemplo de entereza, como Quintanilla, Ascaso, Peiró y algunos más que conocí en más de 50 años de experiencia, hombres que no tenían nada en común con figuras hechas a base de contradicciones o renuncias, que han sabido componérselas para nadar siempre a favor de la corriente, aunque la razón y los intereses generales señalasen otro rumbo más positivo, estando más atentos a evitar perder el fervor fanático y partidista de los exaltados, que a potenciar la vida del movimiento obrero revolucionario.

En un bodegón madrileño, muy próximo al lugar donde tenían lugar las sesiones del pleno –oficinas de nuestro órgano nacional CNT– pasé hora y media de charla inolvidable y amena que sirvió para acabar de identificarme con Orobón, hombre de palabra fácil, facilísima tendría que decir. Ni un tropiezo en su cuidada construcción gramatical. Belleza de expresión, tono firme e imágenes perfectas. Me parecía escuchar a Quintanilla, pero en más combativo, con temperamento más recio y voluntad más acerada, con lo cual tenemos una mejorada representación de la galanura brillante del que fue nuestro maestro y educador.

En el transcurso de la conversación, desarrolló el tema de la Alianza –que yo venía defendiendo en el pleno con una seguridad, un dominio del tema y una convicción que predispusieron mi ánimo para aceptar con menos pesar el acuerdo adverso. Regresé a Gijón bien armado moralmente para continuar batallando por la alianza, al lado de José Mª Martínez, Avelino G. Entralgo y otros muchos del amplio ramillete de militantes que consiguieron llevar al convencimiento del proletariado asturiano la estrategia revolucionaria del aliancismo, que había de dar al mundo el ejemplo revolucionario más importante en la historia obrera del país hasta entonces. Experiencia que sirvió luego a muchos de sus enemigos para cosechar aplausos de multitudes enfebrecidas por el acontecimiento y que ignoraban el cambio de chaqueta operado por los oportunistas, que también abundan en el campo de los extremistas más radicalizados, lo que viene a confirmar nuestra opinión respecto a las gentes que aprovechan los aciertos de los otros para cubrirse de gloria.

Pocos de esos aprovechados de las acciones revolucionarias ajenas, que suelen utilizarlas como relleno retórico de discursos falsamente ardientes, emocionados y doloridos, podrán –cuando recuerden el octubre asturiano adelantar la prueba de afirmaciones previas como las de nuestro inolvidable Valeriano Orobón Fernández en los históricos artículos que publicó en La Tierra, de Madrid, y uno de los cuales comenzaba con frases reveladoras del clima de agitación y zozobra que vivía España en los días que precedieron a la revolución asturiana, incomprendida y abandonada a su triste suerte cuando hubo de sucumbir bajo el peso de la aplastante superioridad del ejército, que ya liberado de preocupaciones en su retaguardia, se volcó brutalmente sobre las ciudades de la región y pueblos de la cuenca minera. Ese artículo al que nos referimos, titulado «Alianza revolucionaria ¡sí! Oportunismo de bandería ¡no!», comenzaba así:

La realidad del peligro fascista en España [para mucha gente eso del fascismo era un cuento de miedo inventado por los aliancistas de Asturias] ha planteado seriamente el problema de unificar al proletariado revolucionario para una acción de alcance más amplio y radical que el meramente defensivo. Reducidas las salidas políticas posibles de la presente situación a los términos únicos y antitéticos de fascismo o revolución social, es lógico que la clase obrera ponga empeño en ganar esta partida. Sabe muy bien lo que se juega en ella.

Por eso, y no en virtud de interesados patetismos de importación [alusión a la farsa unitaria del comunismo], los trabajadores españoles coinciden hoy instintivamente en apreciar la necesidad de una alianza de clase que ponga fin al paqueo interproletario provocado por las tendencias y capacite al frente obrero para realizaciones de envergadura histórica...

De ese instinto de concentración proletaria ante la inminencia del peligro, estaba impregnada la clase trabajadora asturiana y no podía la CNT en la región defraudar las legítimas esperanzas de cuantos las habían depositado en nuestras tradiciones revolucionarias y nuestra inclinación al entendimiento fraternal con la UGT.

Valeriano Orobón Fernández, desde la prensa, en reuniones y correspondencia particular –probablemente desaparecida para siempre con grave daño para la reconstitución de la historia política y revolucionaria de España– apoyaba sin reservas la acción colectiva desplegada por la Regional asturiana. Mantuvo asidua correspondencia con José María Martínez, quien me daba a conocer el contenido de la misma, a partir del ya famoso Pleno Nacional de Regionales, donde se tomó el acuerdo de preconizar la abstención. Acuerdo que Asturias compartía, en materia doctrinal y táctica, aunque comprendíamos mal que, establecida de manera inequívoca la posibilidad de un viraje marxista hacia la inevitable y salvadora acción subversiva, nos obstinásemos en repudiar todo contacto formal con la UGT esperando que el mismo se produjese en las barricadas, barricadas que nadie construyó en España, fuera de Asturias. Frente al criterio de quienes pretendían aprovechar el descontento popular ante la incapacidad y timidez republicana para aplicar los métodos radicales que reclamaban los gravísimos problemas que aquejaban a la nación, creyendo que bastaría organizar una vanguardia de combate para liquidar el sistema capitalista, estaba Valeriano Orobón, la Regional asturiana colectivamente agrupada, y abundantes militantes en las diferentes regiones de España. Ninguno de nosotros compartía la desproporcionada euforia, únicamente basada en una mezcla disparatada de deseos y esperanzas que suelen nublar fatalmente todo sentido analítico, transformando en anticipadas realidades lo que no pasa de ser una ilusión.

Después de una intensa campaña pública pro abstención, realizada en toda España, que por sus dimensiones y eco impresionó a todas las fuerzas políticas –hablaron juntos, por entonces, Durruti y Orobón Fernández en la Plaza Monumental de Barcelona– la Regional de Aragón, Rioja y Navarra se lanzó al combate armado y en bastantes pueblos de la zona se implantó el Comunismo Libertario, como mensaje precursor de lo que había de ocurrir por aquellas tierras al producirse la guerra civil. Fracasado el movimiento, seguido de una terrible represión que alcanzó a la CNT en general, y ya puestos en libertad los encartados, meses más tarde, tuvo lugar en Madrid, en junio de 1934, otro Pleno Nacional de Regionales.

Representamos a la Regional de Asturias, León y Palencia en ese comicio –donde se debatió ampliamente el tema de la Alianza Obrera ya firmada entre nuestra regional –José María Martínez y yo–. Las primeras sesiones se dedicaron a  establecer un minucioso balance del movimiento revolucionario desencadenado en Aragón, en virtud de los acuerdos del anterior Pleno y que, como habíamos previsto los asturianos, produjo una brutal represión que debilitó nuestra potencia, cuando más necesaria resultaba con vistas a los acontecimientos que se nos echaban encima. Buenaventura Durruti –con el que había estado preso en la cárcel de Torrero, en Zaragoza, lo que permitió ya un análisis exhaustivo del levantamiento aragonés– afirmó sin rodeos ni asombros que la única posición consecuente, a la hora de pasar por el tamiz de la crítica el comportamiento de cada Regional, había sido la de los asturianos, que aparte de advertir a tiempo del fracaso que estaba a la vista como elemento de estudio para los delegados, secundaron el levantamiento, declarando la huelga general de apoyo y solidaridad, conforme a la oferta y compromisos suscritos.

Precisamente, cuantos esperábamos en la cárcel de Torrero ser juzgados como promotores de la insurrección aragonesa y sus repercusiones en la península –todos los secretarios regionales fuimos trasladados a Zaragoza bajo buena custodia– se discutía entre los presos el problema de la alianza. Salvo rarísimas excepciones predominaba un clima contrario al pacto entre libertarios y ugetistas, pero la llegada de La Tierra de Madrid, con los sensacionales artículos de Orobón, defendiendo el criterio que nosotros veníamos sosteniendo, empezó a modificar el ambiente y hasta los términos básicos de la cuestión. Orobón era un hombre escuchado y no pecaba de «reformismo», tópico siempre muy socorrido para quienes carecen de bagaje polémico. Es verdad que anduvimos lejos de conquistar la mayoría –aún persistía el estado de exaltación subversiva entre los jóvenes y bravos militantes aragoneses que habían de ser, criminalmente exterminados por los traidores sublevados en julio del 26–, pero gracias a la iniciativa de Orobón, se dispensó mejor acogida a la tendencia aliancista y debe estarnos permitido suponer que, de no haberse precipitado los acontecimientos, la presencia de Valeriano en el campo del aliancismo obrero, hubiese acabado por inclinar la balanza en nuestro favor. Lo prueba el hecho de que la CNT, reacia –como se ha visto– a toda entente formal con la UGT, adoptó una estrategia próxima a la nuestra en el primer Congreso de carácter nacional celebrado después del octubre asturiano, que tuvo lugar en el Teatro Iris, de Zaragoza, a partir del 1 de mayo de 1936. A propósito de ese comicio queremos aportar al acervo histórico algunas precisiones que restablezcan la verdad, a veces falseado lamentablemente, más por precipitación que por malevolencia, como lo revelan afirmaciones carentes de toda verificación. Cuando se dice que Buenaventura Durruti asistió al Congreso de la CNT en Zaragoza, por ejemplo, o que salió de la cárcel de Torrero en la primavera de 1934, por la presión de una huelga general, cuando lo cierto es que obtuvimos juntos la libertad a finales del mes de abril, encontrándonos en el viejo penal de Burgos, al que habíamos sido trasladados –por indisciplina– unos 90 hombres de la CNT entre los que recordamos a Durruti, Isaac Puente, Cipriano Mera, Antonio Ejarque, Joaquín Ascaso, hermanos Ucedo, Francisco Foyos y muchos otros.

Conviene igualmente insistir –sin esperar a la publicación de un libro sobre Octubre de 1934 que puede quedar en proyecto– que uno de los acuerdos fundamentales de aquel Pleno desmiente la pretendida indisciplina de la Regional Asturiana, puesta en circulación a través de la prensa y revistas por gentes que buscaban afanosamente argumentos para una actitud inhibicionista nada recomendable. Las delegaciones al comicio, incapaces de encontrar una fórmula conciliatoria entre nuestro aliancismo arraigado y el exclusivismo manifestado por los demás, juzgaron necesario recurrir a una confrontación de carácter nacional que decidiese en última instancia, por la vía de la consulta y el voto, respecto a nuestra postura colectiva.

En consecuencia. se delegó en el Comité Nacional para que, en el plazo máximo de tres meses procediese a la convocatoria de una conferencia nacional de sindicatos, cuyas decisiones obligarían a todas las regionales, comprometiéndose Asturias a rescindir el pacto aliancista, si tal fuese la voluntad mayoritaria libremente expresada. Por el contrario, si la conferencia se hubiese pronunciado en favor de la tesis asturiana, la Alianza Obrera –que no tenía vigencia fuera de nuestra región– se extendería automáticamente al ámbito nacional.

En el mes de octubre –cuatro meses después del Pleno que comentamos– estalló la insurrección armada en Asturias y no hay indicios de que la prevista conferencia estuviese en vías de realización, lo que dejó totalmente a salvo la responsabilidad, aunque nadie se haya salvado le la derrota.

Otro argumento falso, manejado por quienes se oponían a nuestra interpretación del momento y a la aplicación de la consecuente estrategia impuesta por los resultados del análisis, es el de afirmar que el movimiento revolucionario fue lanzado por la Ejecutiva del socialismo asturiano, residente en Oviedo, limitándose los cenetistas a secundarlo. Cuantos participábamos en los preparativos previos –casi toda la militancia libertaria de la región– sabíamos que el Comité de Alianza CNT-UGT tenía ya escogido el momento: cuando la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) entrase en el gobierno con participación directa. A últimas horas de la noche del día 4 de octubre de 1934, se anunció la entrada de tres ministros de la CEDA en el gobierno presidido por Lerroux, desencadenándose la lucha en la madrugada del día 5, como estaba convenido.

Siempre guiados por los imperativos históricos no podemos dejar en la nebulosa el comportamiento global de la Unión General de Trabajadores y del Partido Socialista Obrero Español, con igual sentido de imparcialidad que veníamos aplicando al examen de lo sucedido entonces en las filas del movimiento libertario español. Las dudas o desconfianzas en la lealtad del socialismo parlamentario y las vacilaciones en el momento culminante de aquel proceso, explica en cierta manera la inhibición de los libertarios fuera de Asturias. En cambio, el derrumbamiento de la fuerzas marxistas comprometidas en la batalla, limitando su presencia en nuestra región, pone de manifiesto una vez más la limitada capacidad revolucionaria de las entidades que lo fían todo a la decisión de los cuadros dirigentes... descuidando voluntariamente la formación de sólidas conciencias individuales que son, finalmente, las que dan vigor a las colectividades.

Rcordamos la intervención de Orobón Fernández, por aquellos días, en un gran mitin organizado por la Confederación en La Felguera, tierra de hombres de antecedentes libertarios nunca desmentidos. Es muy posible que algún periódico asturiano de la época haya reseñado el brillante discurso –magnífico de forma y de fondo, como todos los suyos– pero con el exclusivo auxilio de la memoria, propio de un atento observador, recordamos que resultó un acabado estudio de la realidad sociopolítica de España, que impresionó a la numerosa asistencia por la seguridad con que Orobón manejaba los datos históricos y por el acierto con que describía las amenazas sombrías que acechaban nuestro futuro, confirmadas por los acontecimientos que constituyeron el desenlace trágico de un ciclo histórico.

Cuando la última fase de la enfermedad que acabó por arrebatarle la vida en plena juventud, hizo su brutal aparición, se hablaba, entre la militancia confederal asturiana, de preparar una serie de conferencias a cargo de Orobón Fernández en los centros culturales más reputados de la región. Sin descuidar la indispensable tarea del proselitismo entre los trabajadores asturianos, se intentaba airear valores humanos e intelectuales como el suyo entre los elementos universitarios de la provincia para demostrar –a través del cálido verbo de un hombre que había ocupado la tribuna del Ateneo madrileño, raro privilegio que compartía con Avelino González Mallada, Ángel Pestaña, Salvador Seguí y Eusebio Carbó– el realismo práctico de nuestros ideales, la validez permanente de los métodos de lucha que han hecho del movimiento sindicalista libertario una fuerza potente e insobornable, y la superior concepción moral de nuestro eterno mensaje de lucha por la libertad para todos y en todas partes.

Como homenaje a Orobón Fernández y desoyendo los clamores de mentalidades irreverentes y estrechas, que buscan el nivel humano a ras de tierra, digamos que cada libertario ha de sentir la honda preocupación, el imperativo constante de la conciencia de alzarse hacia el nivel de figuras como la del hombre que hoy recordamos, para mejor servir los afanes emancipadores del proletariado y lograr una expansión de nuestro humano ideario, creando el clima de confianza y fraternidad que prefigure y anticipe nuestra ciudad ideal.

Bakunin y Nechaev

Bakunin y Nechaev

Ángel J. CAPPELLETTI

Una imagen bastante difundida de Bakunin nos la presenta como un revolucionario vinculado al nihilismo y al terrorismo. La imagen es más bien una caricatura, pero como toda caricatura se basa en la deformación o, a veces se diría, en la sublimación de algunos rasgos reales. En este caso, uno de tales rasgos está dado en el hecho de que Bakunin mantuvo relaciones con un célebre terrorista ruso de su tiempo, llamado Nechaev.

Estas relaciones condujeron a una franca ruptura, que reveló un disenso ideológico bastante profundo.

Sergei Gennadievich Nechaev había nacido cerca de Moscú, en 1847, hijo de una costurera y de un pintor de brocha gorda. Trabajó como maestro en San Petersburgo e ingresó en la universidad de esa capital cuando tenía veintiún años. Entre sus condiscípulos había, sin duda, algunos que serían más tarde anarquistas, como Cherkesoff, amigo de Kropotkin y de Malatesta en Londres, pero sus ideas, durante el período universitario, no pueden calificarse precisamente de anarquistas. Todo nos inclina a creer que era un jacobino, que pretendía seguir el camino de Babeuf y de Blanqui «Aunque Nechaev todavía no sabía francés –dice Paul Avrich– participaba en discusiones sobre la historia de Buonarotti de La conspiración de los iguales de Babeuf, un libro que ayudó a encaminar toda una generación de rusos rebeldes, y sus sueños pronto estuvieron dominados por sociedades secretas y la vida conspirativa. Se encontró irresistiblemente atraído por el jacobinismo y el blanquismo y cuando más adelante visitó a Ralli en Suiza, llevaba libros de Rousseau y Robespierre, y sus tendencias autoritarias, su pretensión de conocer "el deseo general" y de "forzar al pueblo a ser libre" ya estaban bien desarrolladas» (Bakunin y Nechaev, Ruta, Caracas, 1975 n.º 25, pp. 5-6).

En el joven Nechaev, que pronto se convirtió en líder de un grupo de estudiantes revolucionarios, pesaba especialmente la tradición del jacobinismo ruso (que, dicho sea de paso, se extiende desde el decembrista Pestel hasta el bolchevique Lenin, es decir, desde 1820 a 1920) y en particular las ideas de Zaichnevsky (autor de Joven Rusia, obra que evoca a los carbonarios, vinculados a Blanqui) y de Kachev, con quien colaboró en la elaboración del Programa de Acción Revolucionaria. Detenido e interrogado por la policía, Nechaev decidió exiliarse, no sin hacer creer a sus compañeros que había sido encerrado en la célebre fortaleza de Pedro y Pablo. De hecho, cruzó la frontera en marzo de 1869 y se dirigió a Suiza donde en seguida buscó a Bakunin y se presentó a él como delegado de una gran fuerza revolucionaria rusa.

Bakunin lo recibió con entusiasmo, no sólo porque este «cachorro de tigre» renovó, como dice Carr, su esperanza revolucionaria, sino también porque confirmaba su fe en las ocultas y tremendas potencialidades del pueblo ruso.

El mismo Carr escribe: «No fue pura coincidencia que la primera persona con quien Nechaev se encontró a su llegada a Ginebra fuera precisamente Bakunin. El prestigio del veterano revolucionario atrajo al ambicioso joven, quien esperaba conseguir también algún día su prestigio, pero ahora no tenía en su haber más que mucha energía, una fe desmesurada en sí mismo y una fértil imaginación. Como todos los visitantes de Bakunin, Nechaev quedó impresionado por el aspecto gigantesco y la magnética personalidad del viejo luchador, y se propuso impresionarle. Le contó cómo acababa de escaparse de la fortaleza de Pedro y Pablo, donde había estado encerrado como cabecilla del movimiento revolucionario de los estudiantes. Había llegado a Suiza como delegado de un comité revolucionario ruso que tenía su dirección central en San Petersburgo, y estaba esparciendo un reguero de pólvora revolucionaria a través de todo el país... El temperamento de Bakunin no tenía sitio para el escepticismo, por lo que se creyó a pie juntillas todo lo que le dijo Nechaev, y éste, lo mismo que Bakunin, poseía el don de ganarse la admiración y la confianza de sus nuevas amistades. Desde el primer instante se entusiasmó con Nechaev, de la misma manera que tantos otros se habían entusiasmado con Bakunin» (op. cit. pp. 404-405).

Se estableció entre ambos una estrecha amistad que pronto se tradujo en actividad común. En los meses siguientes publicaron una serie de folletos destinados a la propaganda revolucionaria en Rusia. Entre ellos uno, que sin duda escribió el mismo Bakunin, se titula Una palabra a nuestros jóvenes hermanos de Rusia; otro, que es también una exhortación a la juventud estudiosa y se llama Estudiantes rusos, pertenece al poeta Ogarev, amigo de Herzen, que por entonces seguía viviendo con él en Londres; otro, que constituye igualmente un llamado a los estudiantes universitarios, aunque más violento y sanguinario que los anteriores, A los estudiantes de la Universidad, la Academia y el Instituto Técnico, lleva la firma del propio Nechaev, el cual parece ser también autor de otros dos panfletos anónimos: Principios de la Revolución y Cómo se presenta la cuestión revolucionaria (aunque este último bien pudiera ser de Bakunin).

En cuanto al Catecismo del revolucionario otro de los panfletos editados en este momento, su paternidad ha sido objeto de largas discusiones. «Precedido por documentos anteriores del movimiento revolucionario europeo, expresa ideas y sentimientos que ya habían sido propuestos por Zichnevski e Ishutin en Rusia y por los carbonari y la Joven Italia en el Oeste. Pero al llevar hasta un último extremo la crueldad y la inmoralidad de sus predecesores, constituye la mayor declaración de un credo revolucionario que ha ocupado un puesto prominente en la historia revolucionaria por más de un siglo. En el Catecismo, el revolucionario es descrito como un completo inmoral, dispuesto a cometer cualquier crimen, cualquier traición, cualquier bajeza o engaño que pueda traer la destrucción del orden existente» (P. Avrich, op. cit. p. 11).

Se trata, en verdad, como dice Nicolás Walter (citado por el mismo Avrich), de un «documento revoltoso en vez de revolucionario», que constituye la expresión de un «revolucionarismo puro, total, fanático, destructivo, nihilista y derrotista». Sin ninguna clase de vacilación o de escrúpulo, el Catecismo echa por la borda toda la moral de la sociedad contemporánea y sostiene que el revolucionario «sólo considera moral aquello que contribuye al triunfo de la revolución», con lo cual entroniza el principio que por entonces todo el mundo llamaba jesuítico, de que el fin justifica los medios. Según el autor del singular panfleto, quien quiera hacer la revolución debe ahogar en su corazón, con la fría pasión de la causa revolucionaria, «los sentimientos acomodaticios y enervantes de la familia, la amistad, el amor, la gratitud, el honor incluso», y «noche y día su único pensamiento, su meta invariable debe ser... la destrucción despiadada».

En vista de ello, no puede extrañar a nadie que en nuestros días el mencionado Catecismo haya sido leído con entusiasmo y reeditado por el grupo La Pantera Negra.

En cuanto el folleto apareció, los marxistas no tardaron en aprovecharlo como pieza de convicción dentro de su campaña antibakuninista.

Carr, cuyas simpatías por el marxismo corren parejas con su falta de comprensión y de simpatía por Bakunin, está convencido de que el Catecismo fue escrito por éste y que a pesar del desmentido de los anarquistas, en la controversia subsiguiente «el fallo ha sido favorable a los marxistas». He aquí sus argumentos: «Es poco probable que Bakunin, que era un consumado autor de folletos, dejase en manos de un estudiante inexperto la exposición de sus ideas. La evidencia intrínseca de ello es además, concluyente. Los libelos están salpicados de efectos estilísticos y de juegos de palabras característicos de Bakunin ("el revolucionario sin palabrería", "la ocasión está al alcance de la mano", etc.). El Catecismo revolucionario es un típico ejemplo de una de las formas de composición favoritas de Bakunin. Incluso en el folleto firmado con el nombre de Nechaev se nota su huella, porque en él aparece citado en alemán su favorito proverbio hegeliano de los tiempos de su juventud: "Lo que es racional es real; lo que es real es racional". Y es muy dudoso que Nechaev conociera la filosofía de Hegel ni que entendiese el alemán» (op. cit. p. 408).

Si Bakunin no hubiera dejado en manos de Nechaev «estudiante inexperto» la exposición de las ideas sobre la revolución, éste no habría escrito ningún folleto sobre el tema, y sabemos positivamente que sí lo hizo. La evidencia intrínseca, contrariamente a lo que opina Carr está lejos de ser concluyente. El hecho de que en esos folletos aparezcan recursos estilísticos característicos de Bakunin puede significar que Nechaev estaba tan influido por él como para reproducir no sólo sus ideas sino también su modo peculiar de expresarlas.

El Catecismo, por lo demás, no es sólo una de las formas de composición favoritas de Bakunin sino también una de las formas de composición más usuales en la literatura doctrinaria (política, religiosa, etc.) de la época. El hecho de que en la obra se cite el famoso principio, «lo que es racional es real, lo que es real es racional», no significa ninguna especial versación en la filosofía de Hegel, ya que el mismo era ya un lugar común en la literatura filosófica y política de la época.

No es extraño que un marxista como B.P. Kozmin haya atribuido el Catecismo a Bakunin, ya que con ello pretendía desprestigiar al enemigo de Marx. Más raro resulta, en cambio, que también se lo atribuya Nettlau, gran admirador de Bakunin.

En efecto, si las razones internas de carácter estilístico con que se pretende demostrar que Bakunin fue el autor del famoso Catecismo no tienen valor, razones externas hay para demostrar por el contrario, sin dejar lugar a dudas, que no lo fue.

Por una parte, Confino ha puesto de manifiesto, en un preciso análisis comparativo, que este Catecismo del revolucionario tiene un estilo y un lenguaje totalmente diferente del Catecismo revolucionario que Bakunin compuso en 1866.

Por otra parte –y esto es lo realmente decisivo– el mismo Confino ha publicado hace unos años (1966) una carta inédita de Bakunin a Nechaev (hallada en la Biblioteca Nacional de París) en la que aquél condena lo que denomina «tu catecismo» y rechaza taxativamente su concepción revolucionaria, que califica de «sistema jesuítico» (el fin justifica los medios) (Cfr. Avrich, op. cit., pp. 13-14).

No cabe hoy, por tanto, duda alguna al respecto: el famoso Catecismo, antianarquista por jacobino y por amoral, no fue escrito por Bakunin, sino por su ocasional socio Nechaev.

Éste, al volver a Rusia, puso en práctica inmediatamente las ideas del Catecismo y comenzó a valerse del engaño, del chantaje, del terror, de todos los medios inmorales allí propiciados, a través de la sociedad secreta que fundó, La justicia del pueblo. Con la complicidad de algunos de los miembros de esta sociedad llegó hasta asesinar a un honesto estudiante de agronomía, enteramente dedicado a la causa popular, por el solo delito de haber cuestionado su omnímoda autoridad. Este hecho parece suficiente para demostrar que, si alguna ideología era ajena por completo a Nechaev, era precisamente el anarquismo, que no puede reconocer autoridad omnímoda ninguna ni como fin ni como medio. Dostoievski retrata a Nechaev en el personaje del loco nihilista Verkhovenski, en su novela Los endemoniados. Nechaev consiguió escapar, aunque muchos de sus compañeros fueron apresados y condenados a severas penas. Llegó nuevamente a Suiza. Pero allí sus relaciones con Bakunin empeoraron pronto hasta llegar a una verdadera y franca ruptura. En una importante carta, fechada el 2 de junio de 1870, Bakunin reprocha a Nechaev su falta de sinceridad para con él; se opone terminantemente a sus posiciones jacobinas y blanquistas; rechaza su amoralismo y opina que, en el fondo, no está haciendo otra cosa sino preparando una nueva opresión y una nueva explotación para el pueblo; le exhorta, en fin a renunciar a un jesuitismo que considera fatal para la causa revolucionaria. En verdad, como anota Guillaume, Bakunin «había sido víctima de su confianza demasiado grande, y de la admiración que le había inspirado al comienzo la energía salvaje de Nechaev».

A partir de 1870, Bakunin no vio más a Nechaev. Éste vivió un tiempo en Londres, regresó luego a Suiza, donde la policía lo entregó a los agentes del zar. Trasladado a Rusia y juzgado en Moscú, a comienzos de 1873, fue encerrado en la célebre fortaleza de Pedro y Pablo. Allí murió diez años más tarde: el 21 de diciembre de 1882, carcomido por la tisis.

Nechaev fue el prototipo del revolucionario amoral, para el cual no sólo se justifica la violencia sino también cualquier recurso, por vil y repugnante que sea, para lograr los fines de la revolución. Su posición distó mucho hasta de las ideas de Johann Most, el autor de la Revolutionäre Kriegswissenschaft.

No se le puede negar una gran energía, una apasionada constancia y una dedicación absoluta a la causa que había abrazado. Pero es evidente que sus ideas y actitudes tienen muy poco que ver con el anarquismo.

Kropotkin y Malatesta rechazaron en su tiempo con toda energía, en nombre del ideal anarquista, actitudes análogas a las suyas.

El mismo Bakunin, que lo acogió con gran entusiasmo y simpatía y que aún después de la ruptura con él jamás dejó de reconocer su coraje y su fuerza revolucionaria, advirtió a tiempo la incompatibilidad de su jesuitismo (el fin justifica los medios) con el anarquismo y el socialismo.

Si algo ha caracterizado siempre a todos los grandes pensadores anarquistas, y no sólo a Godwin y Proudhon, a Kropotkin y a Malatesta, a Rocker y a Landauer,  sino también al mismo Bakunin (pese a su pasión por la destrucción) es un radical moralismo. Nada más ajeno al anarquismo que la idea de que todos los medios quedan santificados por la santidad del fin. Por el contrario, una buena parte del esfuerzo intelectual de los anarquistas se ha empleado en demostrar, contra los bolcheviques, por ejemplo, que la perversidad de los medios pervierte el fin y que los ideales mismos de la revolución se pudren y corrompen cuando se aspira a concretarlos por medios podridos y corruptos.

De hecho, pese a su ocasional amistad con Bakunin, Nechaev estaba más cerca de los jacobinos y de los blanquistas que del anarquismo.

Erich Mühsam y la revolución de Baviera

Erich Mühsam y la revolución de Baviera

Roland LEWIN

Este artículo fue publicado originalmente en Recherches libertaires (n.º 4, septiembre de 1967). Posteriormente apareció una versión italiana en Volontá (noviembre, 1967). Esta versión publicada en Polémica (n.º 11, marzo, 1984) es la primera en lengua española. 

 

Erich Mühsam (1878-1934) es una de las figuras más atrayentes del movimiento libertario alemán. Nació el 6 de abril de 1878 en Berlín, en el seno de una familia judía. Su padre ejercía la profesión de farmacéutico. La familia se instaló en Lübeck, donde el joven Erich realizó sus estudios secundarios. Su ánimo rebelde y su gusto por la acción se manifestarán bastante pronto. Publicó en el periódico socialdemócrata de la ciudad diversos artículos anónimos sobre la vida del internado; sus descripciones eran poco académicas pero justas, y sus críticas no ofendían a nadie, aunque hicieron mucho ruido. Fue descubierto y expulsado del colegio por «actividades socialistas», trasladándose a Parchin, donde finalizó el bachillerato. Su padre le aconsejó que siguiera el mismo camino que él, Erich aceptó y fue durante algún tiempo aprendiz de farmacéutico.

Pronto conoció a Gustav Landauer, el célebre escritor y militante anarquista, pasando a ser su amigo y discípulo. Participó con él en la Nouvelle Communauté, un grupo literario liberal que ejerció más tarde una gran influencia en la vida intelectual alemana. Además de Gustav Landauer y Erich Mühsam, este círculo cultural estaba formado también por los hermanos Hart, Peter Hille, Paul Scheerbart...

Erich Mühsam viajó a Suiza, Italia, Austria y Francia. En 1909 se instaló en Munich, donde se ganaba la vida colaborando en diversos periódicos, especialmente en Jugend y en Simplicissimus. En abril de 1911 fundó y animó la revista mensual Kain, que dejó de publicarse al estallar la Primera Guerra Mundial (una nueva serie aparecería de noviembre de 1918 hasta abril de 1919). Durante los diez años que precedieron al conflicto, publicó también muchas obras: un ensayo sobre la homosexualidad, cuentos para niños, antología de poemas, obras de teatro...

En enero de 1918, los obreros de las fábricas de municiones deciden manifestarse en contra de la guerra y declaran una huelga general que se extiende a toda Alemania. Esta acción fue, sin embargo, de corta duración. Erich Mühsam aprobó esta forma de lucha y arengó a los trabajadores de las fábricas Krupp en Munich. Más tarde se negó a incorporarse al servicio auxiliar patriótico que acababa de ser instaurado. La policía lo detuvo y lo envió a Travenstein, donde permaneció bajo arresto domiciliario. Fue puesto en libertad el 5 de noviembre. Durante los tres días que siguieron a su liberación pronunció discursos pacifistas delante de los cuarteles de Munich.

La oleada revolucionaria se despliega por toda Alemania. En la noche del 7 al 8 de noviembre, el rey de Baviera abdica y se proclama la República. El socialista independiente Kurt Eisner forma un gobierno de coalición con los socialdemócratas mayoritarios y apoyándose en los Consejos obreros rompe las relaciones con el poder central de Berlín. Sin embargo, pronto cede a las presiones de su ala derecha y no tarda en practicar una política de concesiones que le granjea la hostilidad de la extrema izquierda.

Erich Mühsam vuelve a publicar la revista Kain, y funda la Unión de internacionalistas revolucionarios, y al mismo tiempo es miembro del Consejo de obreros y soldados, que se transforma muy pronto en un comité central revolucionario. Gustav Landauer y el poeta Ernest Tollel formaron, asimismo, parte del Consejo. El 7 de diciembre, cuatrocientos hombres conducidos por Erich Mühsam y el marinero Rudolf Eglhofer, uno de los principales responsables de la sublevación de Kiel, ocuparon los locales de la prensa de Munich. En vano intentaron obtener la dimisión del ministro del Interior, Aver, que representaba el ala derecha del gobierno de Baviera. En su monumental Historia del Ejército alemán, M. Benoist-Méchin evoca así este episodio:

Inquietos por el avance creciente de la contrarrevolución e inspirados por el ejemplo de sus émulos berlineses, Eglhofer y Mühsam deciden pasar a la acción antes de que sea demasiado tarde.

En la noche del 7 de diciembre se libran de su propio jefe. Acompañados por cuatrocientos hombres armados invaden las salas de redacción de los principales periódicos de Munich y manifiestan su deseo de instaurar la dictadura del proletariado. Eisner, despertado en plena noche, se viste deprisa y corriendo y se dirige al lugar de los hechos para calmar los ánimos y oponerse a la violencia. Impresionados por su arrogancia, los Guardias rojos se dirigen entonces a casa de Auer, al Ministerio del Interior, donde fuerzan las puertas. En medio de gritos y abucheos exigen al ministro su dimisión. Bajo la amenaza de los revólveres, Auer se ve obligado a firmar la siguiente declaración: «en la noche del 7 de diciembre he sido asaltado por cuatrocientos hombres armados y he sido forzado a renunciar a mi cargo. Cediendo a la violencia, anuncio mi dimisión del cargo de Ministro del Interior».

Entonces las tropas fieles al Gobierno saltan a los camiones y se van a toda prisa hacia el Ministerio del Interior. Suben los peldaños de las escaleras de cuatro en cuatro, irrumpen en el despacho de Auer, dispersan a los extremistas y acaban por adueñarse de la situación

El 11 de diciembre los espartaquistas fundaron su primer grupo de Munich. Hasta la primavera de 1919 tuvieron menos influencia en Baviera que en los otros Estados alemanes, pues durante muchos meses la presencia y la acción de los anarquistas constituyó un obstáculo para su desarrollo en esta región. El 29 de diciembre de 1918 el Spartakusbund se fusionó con la izquierda radical y se convirtió en el Partido Comunista Alemán.

El 10 de enero de 1919, temiendo que se produjeran disturbios con ocasión de las elecciones legislativas, Kurt Eisner arrestó a Erich Mühsam y a once militantes revolucionarios más. El Consejo de obreros le obligó, sin embargo, a ponerlos en libertad al día siguiente. El escrutinio se hizo el 12 de enero. Los socialistas independientes fueron vencidos en todas las circunscripciones. No recogieron más que el 2,5% de votos. Los electores volcaron masivamente sus votos en los candidatos socialdemócratas mayoritarios (tendencia del poder central) y en los del Bayerische Volksparteis (católicos). Animada por estos resultados la burguesía se mostró cada vez más exigente e intentó derribar al gobierno. El 21 de febrero, cuando iba a presentar su dimisión, Kurt Eisner fue asesinado en la calle por un joven oficial, el conde Arco-Valley. La conciencia popular hizo de él un mártir. Alrededor de unas cien mil personas asistieron a su entierro.

El mismo día de su muerte. el Comité central revolucionario decretó el estado de sitio y la huelga general en toda Baviera. Por otra parte, un nuevo Gobierno fue formado inmediatamente, presidido por el socialista mayoritario Hoffmann. Este último hizo algunas concesiones que la extrema izquierda juzgó muy pronto insuficientes. A principios de abril los Consejos obreros de Augsborg declararon una huelga política encabezada por Erich Mühsam. Esta acción se basaba en los siguientes puntos: dictadura ilimitada del proletariado, creación de una República de Consejos, alianza con la Rusia y la Hungría soviéticas, ruptura de las relaciones con el gobierno central de Berlín, formación de un ejército revolucionario. Muchas ciudades de Baviera secundaron el movimiento. Apoyado por Gustav Landauer y Ernest Toller, Erich Mühsam invitó al Comité central revolucionario a proclamar sin dilación la República de Consejos. La propuesta fue adoptada por 234 votos contra 70. Los comunistas la rechazaron, pues la juzgaron prematura al considerar que la coyuntura económica y política no se prestaba todavía a la realización de un proyecto de ese tipo.

La República bávara de Consejos fue proclamada en la noche del 6 al 7 de abril. Hoffmann y los miembros de su gabinete se refugiaron en Bamberg, en donde organizaron una contraofensiva. En Munich se formó inmediatamente un Consejo de Comisarios del Pueblo que fue presidido por Ernest Toller. Gustav Landauer se convirtió en comisario de Instrucción Pública. A pesar de las solicitudes de sus amigos, Erich Mühsam no quiso ocupar más que un puesto secundario. El nuevo gobierno tuvo una breve existencia: no duró más que seis días. Este corto período fue de alguna manera el reino del idealismo puro. M. Erich Otto Wolkmann lo relata de la siguiente manera:

Toller y Mühsam establecen los principios del nuevo arte. Este arte debe situarse al servicio de los ideales sociales revolucionarios, impregnar de manera uniforme todas las manifestaciones del espíritu humano: arquitectura, urbanismo, escultura, literatura, pintura y periodismo, y conducir a los hombres hacia un orden superior de civilización. El teatro debe pertenecer al pueblo. «El mundo debe florecer como una pradera en donde cada uno pueda hacer su cosecha».

Landauer reforma el régimen de instrucción y de educación. Declara: «Cada uno trabajará según lo que le parezca bien; toda sumisión es suprimida, el espíritu jurídico ya no dispone de tribunales». Los maestros y funcionarios serán sustituidos lo más pronto posible, los exámenes y títulos universitarios serán reducidos al mínimo posible: todo ciudadano de 18 años cumplidos posee el derecho de frecuentar las universidades.

Un comisario del pueblo designado para el régimen de vivienda ordena la requisa de todos los alquileres en el territorio de Baviera. Cada familia sólo tendrá derecho en adelante a un comedor, al lado de la cocina y de habitaciones.

Otras disposiciones tuvieron como fin la socialización total, con renovación integral del sistema de finanzas y de divisas.

Ciertas iniciativas fueron excelentes. A otras les faltó realismo. A pesar de la buena voluntad de sus protagonistas la República bávara de Consejos no se apoyaba en bases sólidas. Más tarde, Ernest Toller se refirió a los obstáculos prácticamente insuperables a los Que se tuvo que hacer frente:

La incapacidad de sus jefes, la oposición del Partido Comunista, la discordia que existía entre los socialistas, la desorganización en la administración, la penuria creciente de víveres, el desorden de los soldados, todos estos elementos contribuyeron a provocar su caída.

El 13 de abril el primer gobierno de Consejos fue depuesto por las tropas que el gabinete Hoffmann logró rehacer. Una parte de la guarnición de Munich, apoyados por los Guardias republicanos (socialistas mayoritarios), ocupó los principales edificios públicos de la capital de Baviera. Erich Mühsam y doce comisarios del pueblo fueron arrestados y conducidos por una escolta a la prisión de Ebrach, cerca de Bamberg. El mismo día, los obreros y soldados bajo el mando de Ernest Toller aplastarán al ejército contrarrevolucionario. En la confusión que siguió, un nuevo gobierno de Consejos fue formado bajo la égida de tres comunistas rusos: Leviné, Levien y Axelrod, quienes separarán a Gustav Landauer de toda responsabilidad. Ernest Toller, demasiado popular para ser completamente arrinconado, fue nombrado comandante en jefe del sector norte de Munich. El cargo de comandante militar supremo fue asignado al marinero Rudolf Eglhofer. Algunos días más tarde, Hoffmann reunió a sus tropas y se lanzó en dirección a la capital de Baviera. Ernest Toller hizo fracasar esta segunda ofensiva contrarrevolucionaria en Dachan el 16 de abril.

Hoffmann y los miembros de su gabinete solicitaron la colaboración del gobierno central de Berlín, Gustav Noske, el ministro de defensa nacional aceptó ir en su ayuda y supervisar personalmente las operaciones, y mandó hacia Baviera un importante ejército fuertemente equipado, al frente del cual se hallaban los generales Von Lüttwitz y Von Oven. El ataque general comienza el 27 de abril. Las tropas revolucionarias resistieron valientemente pero no pudieron contener el avance enemigo. El 1 de mayo, el ejército gubernamental ocupó Munich y desencadenó una severa represión. Hubo alrededor de setecientas ejecuciones. Gustav Landauer, Rudolf Eglhofer y Eugen Leviné estuvieron entre las primeras víctimas. Axelrod y Levien huyeron a Austria antes de la toma de la ciudad. En cuanto a Ernst Toller fue arrestado y condenado a cinco años en una fortaleza; habiéndose beneficiado de una cierta clemencia por haber impedido la ejecución de algunos prisioneros.

El proceso de Erich Mühsam y de sus doce camaradas tuvo lugar el mes de julio en Munich. Duró ocho días. El tribunal militar condenó a Erich Mühsam a quince años de prisión. Fue encarcelado en Ansbach y después en la fortaleza de Niederschonenfeld. Durante su cautiverio escribió Homenaje a Gustav Landauer, poemas, y su célebre drama Judas, que fue incluido más tarde en el repertorio de Erwin Piscator .

Como Ernest Girauh y tantos otros militantes libertarios, Erich Mühsam creyó que la Revolución de Octubre reconciliaría al marxismo con el anarquismo. En 1920 escribió a este respecto:

Las tesis teóricas y prácticas de Lenin sobre la realización de la revolución y las tareas comunitarias del proletariado han dado a nuestra acción una nueva base... No más obstáculos insuperables para una unificación de todo el proletariado revolucionario.

Sus ilusiones fueron de corta duración. Después del aplastamiento de Kronstadt y del movimiento Majnovista, comprendió que era imposible superar la división entre las dos corrientes del movimiento obrero. Hasta el final de su vida porfió, sin embargo, por unir sus esfuerzos en la lucha contra la burguesía y el nacionalsocialismo. Por necesidades para su propaganda, los comunistas lo presentaron, por otra parte, como un compañero en ruta. Explotaron con éxito su buena voluntad y su actitud conciliadora.

Erich Mühsam fue amnistiado el 21 de diciembre de 1924. Millares de obreros berlineses lo esperaban en la estación al día siguiente. Durante seis meses recorrió Alemania y habló en favor de los prisioneros políticos. Se ocupó, posteriormente, de casos individuales y tomó particularmente la defensa del célebre militante comunista Max Holz, que había sido condenado a cadena perpetua. Participó también en la campaña para la liberación de Sacco y Vanzetti. En octubre de 1926 fundó la revista mensual Far il, que tuvo cinco años de existencia. Creó igualmente su propia casa editorial y publicó algunas obras: sus recuerdos de la República bávara de Consejos, una selección de sus encuentros literarios, un ensayo sobre el anarco-comunismo... Hasta la llegada del III Reich participó en numerosos mítines y exhortó a los trabajadores alemanes a unirse contra el nacional-socialismo.

El28 de febrero de 1933, algunas horas después del incendio del Reichstag, fue arrestado cuando se proponía dejar Alemania. Permaneció en algunas cárceles hitlerianas: prisión de Lehrterstrasse (Berlín), campo de Sonnenburg, prisión de Ploetzensee (Berlín), campo de Bradenburg, campo de concentración de Oranienburg. La propaganda nazi atribuyó a Erich Mühsam la ejecución de veintidós rehenes en Munich el 30 de abril de 1919. Como hizo notar a sus verdugos, esta acusación no resistía el examen. En efecto, había sido arrestado y conducido a la prisión de Ebrach el 13 de abril... Esta leyenda sirvió de pretexto para justificar los peores tratos. A pesar de las humillaciones y torturas, Erich Mühsam conservó siempre una actitud muy digna. Su calvario duró diecisiete meses. Fue asesinado en el campo de Oranienburg en la noche del 9 al 10 de julio de 1934. Los nazis pretendieron hacer creer que se había suicidado. Diversos detalles y muchos testimonios probaron que fue fríamente asesinado por la SS. Fue enterrado en el cementerio de Dahlem el 16 de julio de 1934.

El mismo día, su compañera dejó Alemania y se refugió en Checoslovaquia. Algunos meses más tarde fue invitada a la URSS. Llevó todos los manuscritos de su marido, pues le habían prometido publicar una edición completa de sus obras. Cometió la imprudencia de confiar sus documentos a los archivos soviéticos, donde es probable que todavía se encuentren... La censura autorizó solamente la aparición de algunos poemas y recuerdos literarios. Zensi Mühsam no tardó en desengañarse y no lo disimuló. En las purgas estalinianas de 1936 fue arrestada, deportada y condenada a ocho años de trabajos forzados. No salió del infierno de los campos de concentración hasta quince años más tarde... Por entonces se encontraba gravemente enferma y comenzaba a perder la razón. Fue enviada a Alemania oriental, donde le concedieron algunas medallas y una pensión. El régimen de Pankow le hizo firmar manifiestos y utilizó su nombre varias veces. Murió en Berlín Este el 10 de marzo de 1962.

La historia del movimiento libertario alemán está todavía por escribir. Sin embargo, es sorprendente constatar que la mayoría de libros sobre anarquismo no hacen ninguna alusión a Gustav Landauer y a Erich Mühsam. Estos dos militantes revolucionarios han desempeñado un papel importante que nos parece útil e interesante conocer. Sus principales obras merecen, a nuestro parecer, ser traducidas y difundidas, pues constituyen actualmente un excelente instrumento de reflexión y de discusión. Gracias a recientes trabajos de algunos compañeros, la vida y la obra de Gustav Landauer ha sido sacada del olvido. Esperamos que pase lo mismo con Erich Mühsam.

Traducción de Mª LL. Tortellà

La evolución del pensamiento filosófico y político de Bakunin

La evolución del pensamiento filosófico y político de Bakunin

Ángel J. CAPPELLETTI

El mesianismo, del que ni aún los más furibundos iconoclastas suelen escapar, tiene una irracional inclinación a la creación de mitos y arquetipos referidos a teóricos o a hombres de acción singularizados por su militancia en los afanes filosóficos, políticos o revolucionarios del pasado.

Quizás sea legítimo presentar estas figuras desde su más alto nivel intelectual o revolucionario, por cuanto son sus análisis o gestas lo que importa potenciar, por encima de otras anécdotas o circunstancias secundarias. Sin embargo, bueno será conocer siquiera sea para confirmar la teoría de la evolución, que no todos los teóricos nacieron con la ciencia infusa en sus meninges ni en las venas de los hombres de acción había pólvora en vez de sangre.

Así va pasando, de generación en generación, el cliché de un Tolstoi casi angélico, de un Kropotkin generoso y fraterno, de un Proudhon proteico y de inagotable facundia o un Bakunin tronante y demoledor.

El meritorio estudio del profesor Ángel J. Cappelletti sobre Bakunin, que publicamos seguidamente, es una prueba concluyente de cuanto decimos

 

 

A diferencia de Kropotkin, en cuyo pensamiento no hubo cambios bruscos y radicales (si se exceptúa su alejamiento de la concepción tradicional del mundo y su ruptura con la fe cristiana), Bakunin sufrió una larga evolución, tanto en lo filosófico-religioso como en lo socio-político.

En ella se pueden reconocer tres etapas bien definidas:

  1. La etapa idealista-metafísica, que va desde 1834 a 1841.
  2. La etapa idealista-dialéctica, que se extiende desde 1842 a 1864.
  3. La etapa materialista, que comprende de 1864 hasta la muerte en 1876.

Si se prescinde de los años de la niñez y la adolescencia, en los cuales Bakunin, aunque hijo de un aristócrata relativamente liberal, educado en universidades de occidente, recibe la educación propia de todo educando de la nobleza de la época, y acepta la doctrina cristiana tal como la interpreta la Iglesia ortodoxa (lo cual implica el reconocimiento del sagrado derecho del zar a gobernar su imperio), puede decirse que su pensamiento se despierta, hacia 1834, esto es, cuando tiene veinte años, gracias al contacto con la filosofía idealista alemana.

Nicolás Stankevich, poeta y filósofo malogrado, lo inicia en la ardua lectura de Kant. A través de una bastante nutrida correspondencia, cuyos destinatarios principales son sus propias hermanas, el joven Miguel demuestra un entusiasmo casi sin límites por la filosofía trascendental. Puede decirse que dentro de la primera etapa idealista, el Kantismo constituye la primera subetapa. Ésta se inicia con la visita a Premujino de Stankevich, en octubre de 1835. Bakunin estudia la Crítica de la razón pura. Al año siguiente (1836), el entusiasmo metafísico, que alcanza ribetes místicos, según lo demuestran las cartas de la época, se desplaza hacia Fichte. Es la exaltación de la eticidad absoluta, del yo como creador del mundo espiritual. He aquí la segunda subetapa. Lee la Guía de la vida feliz y traduce el tratado Sobre el destino del sabio. Conviene advertir que en Fichte, para el cual ninguna acción puede considerarse moral si responde a un imperativo ajeno al Yo, pudo encontrar ya el joven Bakunin un germen de su afirmación anarquista de la personalidad como valor supremo.

Por una evolución bastante lógica y hasta, si se quiere, necesaria, de Fichte pasa pronto a Hegel (1837). La actitud de euforia metafísica y entusiasmo místico continúa y aún, si cabe, se hace más ardiente. Se trata de un Hegel romántico, en el cual la laboriosa trama dialéctica importa menos que el ímpetu ontológico, de un Hegel hecho a la medida para quien desea revolucionar todo el pensamiento sin cambiar nada de la realidad social y política. Este es, sin duda, un Hegel bastante diferente todavía del que cultivan los jóvenes hegelianos; el Hegel de la derecha hegeliana, el Hegel quizás del propio Hegel, aun cuando intelectualmente diluido y minimizado. Es la tercera subetapa. Lee la Fenomenología, la Enciclopedia y la Filosofía de la Religión. Traduce fragmentos de Hegel, de Marheincke, de Goschel (Jeanne-Marie, Michel Bakounine, Une vie d’homme, Geneve, 1976, p. 33).

El hegelianismo sirve en aquel momento (la década del 30) en Rusia como nuevo y adecuado instrumento intelectual para justificar la autocracia zarista. El principio de la racionalidad de lo real concluye sustentando la racionalidad del Estado y del Estado absoluto.

No hay duda en el Bakunin de estos años, según lo que puede inferirse de su correspondencia, el más ligero asomo de crítica social o política, sino más bien una adhesión por lo menos tácita al statu quo. Todo su entusiasmo está reservado para la metafísica, lo único que le interesa es la espiritualidad trascendente y la infinitud interior. Más aún, según anota en sus cuadernos hegelianos (citado por Carr), cree que: «No existe el mal; el Bien está en todas partes. Lo único malo es la limitación del ojo espiritual. Toda existencia es vida del Espíritu; todo está penetrado del Espíritu; nada existe más allá del Espíritu; el Espíritu es el conocimiento absoluto, la libertad absoluta, el amor absoluto y, en consecuencia, la felicidad absoluta».

La segunda etapa o época de la evolución del pensamiento de Bakunin se inicia con su viaje a Berlín, para seguir allí los cursos universitarios de filosofía, o, por mejor decir, con su alejamiento de Berlín en 1842.

En 1840, el joven aristócrata, que ha tenido serios conflictos con su padre y ha renunciado a su carrera militar, prefiriendo ser soldado raso de la filosofía alemana antes que oficial de la artillería rusa, inicia un contacto directo con figuras importantes del idealismo. No llega a ser discípulo de Hegel, quien ya no enseña en Berlín, pero escucha las clases de Schelling, otro de los tres grandes de la filosofía poskantiana. Algunos historiadores han sugerido la posibilidad que en el aula de Schelling se encontraran juntos en un momento dado, Bakunin, Stirner y Kierkegaard.

La enseñanza del viejo filósofo, cada vez más inclinado a la mitología y a la teosofía, parece haber defraudado las expectativas del ardiente ruso. Después de un año y medio aproximadamente, se cansa y decide desertar de los cursos universitarios. Aunque su propósito inicial, al dirigirse a Berlín, había sido completar allí sus estudios hasta doctorarse y retornar luego a la patria para enseñar filosofía en la universidad de Moscú, tal propósito está ya enteramente olvidado.

Dice E.H. Carr (Bakunin, Barcelona, 1970, p. 120): «El proceso de la metamorfosis de la rebelión doméstica en rebelión política que se operó en Bakunin en la Alemania de 1842 puede ser descrito en los simples términos de la literatura y la filosofía germánicas. Bakunin, junto con la mayor parte de sus compatriotas contemporáneos, había estado sujeto –antes de su traslado a Alemania– a dos importantes influencias teutonas: el romanticismo germánico y la filosofía de Hegel. Cuando llegó a Berlín, en el año 1840, esas influencias seguían todavía disfrutando del mayor favor por parte de los alemanes, y el ambiente intelectual que encontró en Alemania no era en esencia diferente (aunque, tal vez, de nivel más elevado) del que había dejado en Rusia. El primer año de su permanencia en Berlín representó el final de su periodo ruso más bien que el principio de su período europeo».

En el año 1842, después de su viaje a Dresde, se inicia, pues, en rigor la segunda etapa de la evolución del pensamiento de Bakunin.

Así como el iniciador de la primera etapa fue Stankevich, el de la segunda fue Ruge.

Este, que había de ejercer también fuerte influencia sobre el joven Marx, era algo así como el portavoz de la izquierda hegeliana a través de su periódico Hallische Jahrbu cher.

En realidad, los llamados «jóvenes hegelianos» eran radicales, dedicados sobre todo a la crítica de la cultura y de la religión, para lo cual se valían del método dialéctico de Hegel, desestimando su sistema metafísico. No negaban que todo lo real es racional, pero insistían en subrayar la idea de que lo más real es el devenir (que se produce de acuerdo a un ritmo dialéctico), por lo cual la realidad (y, por ende, la racionalidad) debe ser concebida como una perpetua transformación y nada hay menos real que el estancamiento y la perpetuación del status. De esta manera, convertían al Hegel histórico que, por lo menos en sus últimos años, se demostró un pensador altamente conservador y aun reaccionario, en un verdadero filósofo de la revolución. La dialéctica, en manos de los jóvenes hegelianos, se constituye así en un ariete contra la tradición, la monarquía, la Iglesia, el feudalismo, el Estado.

Bajo el seudónimo de Jules Elysard, publica el joven ruso su primer ensayo importante, La reacción en Alemania, típico ejemplo de la literatura de la izquierda hegeliana, y según Carr, «el escrito más conveniente y más sólidamente razonado que salió de la pluma de Bakunin».

Con esta obra concluye la primera subetapa del segundo período del pensamiento de Bakunin, es decir, la época en que es un miembro de la izquierda hegeliana stricto sensu. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que en sentido general sigue siendo un dialéctico durante todo el segundo período, es decir durante veinte años más, aun cuando las referencias explícitas a Hegel y a la dialéctica sean cada vez más raras. Feuerbach, desde aquí, no deja nunca de estar presente.

Así como la primera etapa juvenil, metafísica, que se desarrolló en Rusia, puede denominarse la etapa conservadora, desde el punto de vista político-social (aun cuando se tratara más bien de un conservadurismo implícito) así la segunda etapa entera (ya en Alemania, ya en Francia, ya de nuevo en las prisiones rusas o en el destierro siberiano), que en lo filosófico se caracteriza por una dialéctica básicamente idealista, debería llamarse en el aspecto político-social, el período demócrata-socialista.

La segunda subetapa de este segundo período se inicia con la lectura del libro de Stein, El socialismo y el comunismo en la Francia contemporánea, a través del cual se pone en contacto con las ideas de Saint-Simon, Leroux, Fourier y Proudhon. Casi al mismo tiempo conoce al poeta Herwegh, quien lo relaciona, a su vez, con el movimiento de «La joven Alemania» y le presenta a George Sand. Es, en verdad, el momento del descubrimiento de la cultura y el espíritu francés para Bakunin. Durante su permanencia en Suiza conoce, sin embargo, la obra, el pensamiento y, más tarde, la persona misma de G. Weitling, sastre, hijo natural de un soldado francés y una doncella alemana que en cierta manera representa la síntesis de las dos naciones que sucesivamente más admiró Bakunin: Alemania y Francia. El libro de Weitling, titulado Garantías de la armonía y de la libertad (1842), defendía un comunismo que casi podía llamarse «anárquico», puesto que, según él, en la sociedad ideal el gobierno es sustituido por la administración y la ley por la obligación moral. En París, en 1844, conoce a Lamennais, a Leroux, a Considerant, a Cabet, a Blanc, esto es, a la plana mayor del socialismo utópico. Pero conoce, sobre todo, a los dos hombres que más han de influir en la formación de su pensamiento definitivo y maduro, Carlos Marx y Pedro José Proudhon (un alemán y un francés, vale la pena recordarlo); el primero como el polo negativo; el segundo como el positivo de su actividad intelectual.

De todas maneras, pese a todo lo que de ambos aprende y a la admiración que manifiesta por ellos, no se puede decir que Bakunin sea en estos años marxista ni proudhoniano. Su ideología, un tanto difusa, corresponde más bien al ambiente romántico demócrata-socialista que precede a la revolución de 1848 y, en términos muy generales, a un idealismo ético-social cada vez más alejado en la forma y en el lenguaje del idealismo de los jóvenes hegelianos, aunque no enteramente ajeno a él en el fondo. No sin cierta razón, su amigo el escritor ruso Belinski escribe sobre él en este momento: «Es un místico nato y morirá siendo místico, idealista y romántico, porque el haber renunciado a la filosofía no significa que haya cambiado de genio» (citado por Carr).

La tercera subetapa del segundo período, que se inicia con su viaje a Alemania y su asistencia al Congreso Eslavo celebrado en Praga, en junio de 1848, se caracteriza por la aparición (o, quizás sería mejor decir, por el afloramiento) del nacionalismo eslavo y del paneslavismo. Las posiciones filosóficas siguen siendo las mismas, aunque cada vez resultan más implícitas, y tampoco se niegan los ideales democráticos y socialistas.

A diferencia de muchos de los líderes políticos de los pueblos eslavos sujetos a Turquía, que ven en el imperio ruso la única fuerza capaz de liberarlos del yugo musulmán y que, por consiguiente, no tienen objeciones contra la autocracia zarista, Bakunin insiste, como los miembros de la Joven Alemania y como casi todos los nacionalistas de la época, en vincular el nacionalismo con la democracia. La pugna esencial y la contradicción básica se produce, según Bakunin y esta mayoría de demócratas nacionalistas, entre dinastía y patria, entre Rey y nación, entre soberanía del monarca y soberanía del pueblo. En términos políticos es la lucha de un individuo (el monarca) y una pequeña minoría (los nobles) contra una inmensa mayoría (el pueblo). En términos éticos es nada menos que la pelea entre el vil egoísmo y la generosa amplitud. «Patria» es no sólo libertad sino también igualdad y fraternidad. Por otra parte, en este momento, después del fracaso de la revolución de 1848, se define ya claramente su actitud antiburguesa. Como se ve en Llamamiento a los eslavos, la burguesía constituye para él una clase esencialmente contraria a la revolución, mientras los llamados a realizarla son los campesinos (clase sin duda ampliamente mayoritaria no sólo en Rusia y los países eslavos sino en toda Europa).

Desde mayo de 1849 hasta agosto de 1861 permanece primero preso en Sajonia, después en Austria, luego en Rusia y, por fin, confinado en Siberia. Su actividad literaria (si se exceptúa la Confesión al Zar) es prácticamente nula durante toda esta época. Podemos inferir, sin embargo, que al llegar a Londres en 1861 trae las mismas ideas y propósitos que cuando es aprehendido en 1849, puesto que casi inmediatamente se pone a conspirar en pro de la libertad de Polonia y trabaja en la preparación de una expedición a este país. Parece como si, durante doce años, su pensamiento hubiera estado congelado, hecho que no resulta difícil de explicar cuando se tiene en cuenta que la mente de Bakunin necesita el estímulo de los hechos sociales para funcionar y para cambiar en realidad, un cambio importante –de hecho, el más importante de todos, puesto que lo conduce hacia su forma última y más característica– sólo se da cuando, fracasada la expedición a Polonia, Bakunin, desilusionado de los nacionalistas polacos, se aleja también de todo nacionalismo, aunque no sin antes haber pagado todavía un tributo de admiración a Garibaldi, libertador de Italia, visitándolo en Caprera, a comienzos de 1864.

La Tercera y última etapa de su evolución intelectual se inicia poco después, en Florencia, donde se establece. Ella se caracteriza por el materialismo y el ateísmo en lo filosófico, por el colectivismo en lo económico; por el anarquismo en lo político.

Fácil es advertir que esta evolución de Bakunin tiene un sentido inverso a la que se suele dar en la mayoría de los pensadores y militantes sociales o políticos. Mientras la mayor parte de los que cambian y evolucionan suelen pasar de la izquierda a la derecha, del culto a la revolución (o, por lo menos, del reformismo) a la reacción y al conservadurismo, al pasar de la juventud a la edad madura y la vejez, Bakunin pasa, precisamente al revés, desde el conformismo tradicional de su adolescencia hacia el anarquismo revolucionario de sus últimos años, del idealismo metafísico al materialismo ateo o antiteo.

La tercera y última etapa de la evolución del pensamiento bakuninista podría subdividirse, como las dos anteriores, en tres subetapas:

  1. La florentina (1864-1865).
  2. La napolitana (1865-1867).
  3. La suiza (1867-1876).

Aquí se hace sentir, por una parte, la influencia de Proudhon y Marx; por la otra, la del cientifismo materialista de la época. La primera subetapa puede considerarse aún como un momento de transición. El ateísmo o, por mejor decir, el antiteísmo es ya claro. Escribe por entonces: «Dios existe; por consiguiente, el hombre es su esclavo. El hombre es libre; por lo tanto no hay Dios» (cit. por Carr).

No es difícil notar, por lo demás, que el ateísmo y el materialismo de todo el último período no están libres de la influencia de la dialéctica hegeliana. La sombra de ésta persiste en Bakunin hasta el fin. Y su materialismo, que por su contraposición al de Marx y Engels, suele denominarse «mecanicista», no deja de ser también, en alguna medida dialéctico. Igualmente, en el terreno político, durante la primera subetapa florentina, persisten algunas ideas y posturas nacionalistas. Dice E.A. Carr:

El entusiasmo que por el nacionalismo italiano sentía pareció por un momento que iba a compensarle de la desilusión sufrida por las aspiraciones polacas. Pero pronto hubo de darse cuenta de lo falso de la compensación. La victoria del nacionalismo, lejos de traer tras sí la victoria de la revolución, no había ni rozado siquiera la cuestión social. Una vez liberada, en lugar de superar a las demás naciones en «prosperidad y grandeza», Italia las superó solamente en pordiosería. Los principales dirigentes políticos italianos fueron perdiendo su tinte revolucionario... Ni Garibaldi ni Mazzini tenían nada de revolucionarios. En su persecución de un ideal se estaban conduciendo de la manera más irresponsable, lo mismo uno que el otro bando. Se estaba acercando la hora en que los revolucionarios de todos los países se verían obligados a defender sus postulados ante la retórica patriótica-burguesa «de aquellos figurones.

En realidad, como añade el citado historiador, «el Catecismo revolucionario es el primer documento en el que se proclama el renunciamiento del nacionalismo como factor revolucionario y en el que aparece perfilado con toda claridad el credo anarquista de Bakunin». Pero ni siquiera aquí saca todas las consecuencias lógicas de este credo. Todavía no hay una radical negación del Estado ni un rechazo categórico del parlamentarismo.

En Florencia funda Bakunin una fraternidad que, según Woodcock, «ha pasado a la historia como una organización nebulosa», concebida «como una orden de militantes disciplinados, entregados a la propagación de la revolución».

La subetapa napolitana se refleja en el citado Catecismo revolucionario, que Bakunin escribe para los miembros de otra organización, más sólida y más definitivamente anarquista por su programa: la Fraternidad Internacional. Esta es partidaria del federalismo y de la autonomía comunal en lo político, del socialismo o colectivismo en lo económico-social y declara imposible la revolución sin el uso de la fuerza, aunque en su organización interna revela una estructura jerárquica y, como anota Woodcock, pone «un énfasis nada libertario en la disciplina interna».

Si la subetapa florentina puede considerarse como la transición entre nacionalismo y anarquismo, la segunda, napolitana, debe caracterizarse como la del federalismo colectivista o socialismo anárquico incipiente, no enteramente ajena a ideas que, desde un punto de vista lógico, son incompatibles con el anarquismo; no totalmente desprovista de contradicciones y vacilaciones.

Al final de este período, la intervención personal de Bakunin en el Congreso por la paz y la libertad, de Ginebra, donde al principio es calurosamente acogido por Garibaldi y por la flor y nata del liberalismo europeo, sirve para demostrar a esta misma élite intelectual y a Europa entera, que el luchador ruso se encuentra ya más allá del liberalismo y de la democracia y se ha pasado definitivamente al campo de la revolución social.

La tercera subetapa, que transcurre en su mayor parte en la Confederación Helvética, y se extiende desde este Congreso, en 1867, hasta la muerte en 1876, puede tenerse por la época de la consolidación final del materialismo ateo, del colectivismo y del federalismo, esto es, de la concepción anarquista de Bakunin.

A este período corresponde la fundación de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista, cuyo programa, como anota Woodcock, es más explícitamente anarquista que el de la Fraternidad Internacional napolitana, y muestra la influencia de la Asociación Internacional de Trabajadores. Al comienzo de esta última subetapa de su evolución ideológica y de su vida, Bakunin escribe una de sus obras más orgánicas y representativas: Federalismo, socialismo y antiteologismo. En ella el mismo título revela el programa y sintetiza el pensamiento de su autor:

  1. En lo político, abolición del Estado unitario y centralizado, que ha de ser reemplazado por una federación de comunas libres y libremente federadas entre sí.
  2. En lo económico, socialización de la tierra y de los medios de producción, que han de pasar de los terratenientes y capitalistas a las comunidades de trabajadores (no al Estado).
  3. En lo filosófico, materialismo basado en las ciencias de la naturaleza y negación de toda divinidad personal y de toda religión positiva.

La primera tesis va dirigida contra toda ideología de gobierno propiamente dicho, pero especialmente contra el nacionalismo, que pretende una república unitaria, con Mazzini. La segunda ataca en general a la sociedad burguesa y capitalista, pero de un modo particular a los ideólogos que se conforman con la independencia nacional y la democracia política, olvidando la desigualdad social, la miseria del pueblo, la explotación de los trabajadores. La tercera impugna toda cosmovisión teísta y espiritualista, pero quiere refutar de un modo directo las ideas religiosas de Mazzini y de la «Falanga Sacra».

Entre los tres principios, federalismo, socialismo, y antiteologismo encuentra Bakunin un vínculo de interna solidaridad. No se trata, para él, como para Marx, de señalar una estructura y una superestructura en la sociedad. No se trata de acabar primero con el capitalismo, para que al fin se derrumben también el Estado y la religión. Se trata, más bien, de enfrentar a un único enemigo que tiene tres caras (tres horrendas caras por cierto, según él las ve): la propiedad privada (que es la sin razón y la prepotencia económica), el Estado (que es la sin razón y la prepotencia política) y la religión (que es la sin razón y la prepotencia espiritual). La vinculación entre lo dos últimos se hace particularmente clara en otro escrito editado con el título de Dios y el Estado, después de la muerte de su autor, «Es la lucha contra Dios lo que condiciona todos los combates contra el poder político: resulta imposible abatir el poder temporal sin demoler al propio tiempo la religión. Toda la violencia del ateísmo de Bakunin deriva de esta razón dirimente» (H. Arvon, Bakunin, Absoluto y Revolución, Barcelona, 1975, p. 55). Este ateísmo está bajo el signo de Feuerbach y de Proudhon, autores cuya influencia sobre Bakunin se remonta, como vimos, a la etapa anterior.

Período idealista metafísico

(1835-1841)

Idealismo trascendental (kantiano) – 1835
Idealismo absoluto (fichteano) – 1836
Idealismo absoluto (hegeliano) – 1837-1841

Período idealista dialéctico

(1842-1864)

Izquierda hegeliana – 1842
Democracia socialista – 1842-1848
Nacionalismo democrático (paneslavismo) – 1848-1864

Período materialista

(1864-1876)

Transición del nacionalismo al anarquismo – 1864-1865
Inicios del anarquismo y del materialismo – 1865-1867
Anarquismo colectivista y ateo – 1867-1876

 

Publicado en Polémica, n.º 8, agosto de 1983

La Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas. Recuerdos de una experiencia

La Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas. Recuerdos de una experiencia

Armando LÓPEZ

A las jóvenes generaciones obreras que tanto oyeron hablar a sus mayores de la legendaria CNT, se les hace difícil entender que ésta, al morir Franco, no lograra recuperar, como ocurrió al finalizar la dictadura primorriverista, la importancia que siempre le confirió su condición de central obrera mayoritaria. Haber llegado a la decepcionante situación actual, incita a volver la mirada atrás para detenerla en el tramo histórico que da título a estas cuartillas y tratar de extraer del mismo la lección que nos deparan algunas de sus fechas. Tal, la creación en octubre de 1944 de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas, acaso una de las de mayor relevancia entre tantas como aureolan la abundante, ruda y apasionante clandestinidad de la CNT.

No se trata de describir detalladamente los avatares que la Alianza protagonizó en el transcurso de su existencia, sino de dar una breve aproximación de su contenido y significación, para que no queden, como tantas otras cosas, sepultadas en el anonimato de un olvido imperdonable.

La Alianza nace alentada por la conjunción de militantes del interior que ven en la reunión de las fuerzas antifascistas, la única actitud válida frente al fascismo franquista. Su más decidido impulsor fue el entonces secretario del Comité Nacional de la CNT, Sigfrido Catalá.[i] A su alrededor conjunta las fuerzas que venían luchando dispersas, descohesionadas, sin inquietar, por ello, al poderoso aparato del franquismo, ni tampoco poder ofrecer a los gobiernos aliados, que decían apoyarla, una alternativa idónea de cambio, acordada al de sus tímidas, vacilantes y escurridizas democracias.

Antes de entrar en el tema, creo de interés y de justicia traer a colación los nombres de los que inicialmente la integraron, lamentando que mi memoria no alcance a completar la relación en su totalidad. Salvado este fallo, diré que fueron, con el ya nombrado Sigfrido Catalá, el republicano Régulo Martínez, los cenetistas Luque, Leyva, García Durán, los socialistas Gómez Egido y Orche, secundados en línea de modestia, que no de méritos, por el compañero Barranco desde su refugio de la embajada británica, quienes hicieron posible, por primera y única vez en plena clandestinidad, la presencia de un organismo que dejaba sin argumentos a los que, dentro y fuera de España, se resistían a condenar al régimen de Franco, alegando la inexistencia de una opción que recogiera mayoritariamente el sentir y la solución anhelada por el pueblo español.

Julio de 1944 presencia el desembarco aliado en las playas de Normandie. El establecimiento de la cabeza de puente abre el esperado segundo frente, y depara a los resistentes españoles la oportunidad y el momento psicológico apropiado para presentar la Alianza ante la opinión mundial. La CNT, por entonces fuerza preponderantemente mayoritaria, asume el compromiso. Desde la plataforma de sus 60.000 cotizantes en toda España y la presión propagandística de sus órganos de prensa que alcanzan tiradas de hasta 30.000 ejemplares, desarrolló una intensa y sistemática campaña en favor de la Alianza, culminada con la publicación del documento cuyo texto sancionaba oficialmente los acuerdos alcanzados.

Del efecto o impacto –como ahora se diría– producido en los distintos estamentos del país y de las importantes acciones que por entonces se producían, pueden dar idea dos anécdotas que creo de interés ofrecer a los lectores. Hace referencia una de ellas, a la petición de entrevista que Juan March, el multimillonario banquero del franquismo, formula a Sigfrido Catalá, ofreciéndole un cheque en blanco, a condición de ser avisado con tiempo para poner a salvo sus cuantiosos intereses. Ofrecimiento que, claro está, y más conociendo la reciedumbre moral del compañero Catalá, es rechazado de plano.[ii]

La otra se relaciona con Solidaridad Obrera, de siempre «distinguida» con feroz saña por la policía franquista. Su obsesión por impedir que la Soli llegara a manos del pueblo, tan sólo era comparable, en sentido contrario, claro, al denuedo y entusiasmo que los compañeros desplegaban para impedir que cayera en sus garras. Pese a lo cual, por un desgraciado accidente, no pudo evitarse que en una de las frecuentes razzias con que la policía nos obsequiaba, ésta se apoderase de la totalidad de la edición, a punto ya de ser distribuida. Entre los detenidos en aquella redada, figuraba un militante al que la policía, mal informada, atribuía la responsabilidad de la edición. Era preciso exonerarle de la injustificada acusación. Para ello se precisaba poder desmontar el trabajo policíaco. Nada mejor, se pensó, que poner en la calle, urgentemente, otra edición, siquiera restringida, de la Soli. Así se hizo y apenas transcurridas 48 horas, para desesperación y bochorno de la «Social», que no acababa de creerlo, estaba circulando nuevamente.[iii] La furiosa reacción de los sicarios, no es para describirla. Algunos de los compañeros que por entonces se alojaban en los calabozos de la Jefatura Superior, pagaron en forma de insultos y palizas la impotencia policial, que, para mayor inri, hubo de soportar la vergü̈enza de recibir en la propia Jefatura, por correo, los ejemplares de la nueva Soli.

Pero volviendo a lo principal del asunto, importa insistir acerca de los ambientes de la época. El progresivo desmoronamiento de las posiciones nazi-fascistas, minaba la moral franquista y estimulaba la del pueblo. Al tiempo, o mejor a destiempo, en el exterior, concretamente entre el exilio político español, se desataba una inmoderada corriente de optimismo y de infundadas ambiciones. García Durán, exprofesamente delegado por la Alianza para informar al gobierno republicano en Francia, ha dejado magistral constancia en su libro Por la libertad, de la inconsciente y también sucia irresponsabilidad de algunos de sus componentes, ciegamente convencidos de que sus correligionarios de los gobiernos aliados, iban a entregarles en bandeja al general Franco y sus secuaces. A tal extremo llegaba su desconocimiento de la realidad que se vivía en el interior y el exacerbado engreimiento, que llegaron a tildar a la oposición que representaba el compañero García Durán, de «unos cuantos ilustres desconocidos», sin influencia ni presencia en España. Falta decir –acaso lo pensaron– que las gentes que luchaban y morían en el interior, sólo servían para eso, para luchar y morir y como carnada para aplacar la voracidad de la fiera fascista.

No es de extrañar, pues, que gentes así, torpes y ambiciosas, incapaces de renunciar a un protagonismo que pensaban les correspondía en exclusiva, llegaran a considerar a la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas y a los nuevos valores surgidos de la sangrienta clandestinidad, a su independencia y creciente e indiscutible ascendiente alcanzado entre el pueblo español, como un peligro para sus ambiciones políticas. Consecuentemente –pensaron– se imponía su anulación y a ello dedicaron sus mejores energías.

Sin embargo los ataques más dolorosos, los que más herían, procedían del sector cenetista que en el exilio intentaba su reconstrucción retomando a los ancestros del anarquismo dogmático. Con la colaboración de «ilustres arrepentidos», de despechados, de ingenuos ilusos, que de todo hubo, se orquestó una permanente campaña de descrédito sobre los compañeros del interior, obstaculizando su labor con procedimientos no siempre dignos y honrados. Todo ello, sin detenerse a pensar en el daño que inferían a la causa antifranquista –y aún a ellos mismos– ni menos querer entender lo que la Alianza significaba en aquellos momentos, como testimonio y esperanza para la clase obrera organizada clandestinamente.

Quienes en aquella, como en tantas otras ocasiones, dedicaron su tiempo, su trabajo e inteligencia a destruir y denigrar sañudamente la tarea del interior, habrán tenido oportunidad de reflexionar, a la vista de lo que va quedando de la otrora potente organización obrera, si en verdad eligieron el camino acertado. O más grave, infinitamente más grave, si no contribuyeron a malgastar, malográndola, una espléndida generación juvenil, incitándola a la comisión de hechos cuyos resultados, más que previsibles, eran el de estrellarse frente al muro policíaco. Máxime cuando no se quiso atender debidamente a la creación de una organización fuerte y pertrechada, capaz de arropar el heroísmo y la abnegación de compañeros que, invariablemente, unos tras otros, eran abatidos y aniquilados por los servicios de la policía franquista. Por ahí, en mi opinión, podría iniciarse la busca de las causas cuyos efectos estamos padeciendo ahora...

De esta manera, enfrentada a la confabulación de los políticos profesionales, al permanente acoso policíaco, alanceada por la intransigencia de torpes fanatismos, con sus mejores hombres en cárceles y presidios, la Alianza fue agotando su capacidad de lucha, hasta encallar en los arrecifes de tantas y tan injustas persecuciones. Así, de algún modo, resultó baldío el intento de hacer ver a los ciegos y de escuchar a los sordos. Pero no el esfuerzo desplegado para dar a conocer a los trabajadores la existencia de dos Españas abismalmente antagónicas, en una de las cuales, nosotros, los libertarios, estábamos encuadrados. Era claro, lógico, incuestionable, que los cenetistas, por el inexorable peso de su propia naturaleza nos adscribimos a la España de la dignidad, de la justicia y de la libertad, y pensábamos, entonces –y ahora también– que si para defender la libertad, la nuestra y la de todos, estamos condenados a ocupar una misma barricada con todos los afines, ¿no sería más lógico y conveniente hacerlo en igualdad de condiciones, participando, compartiendo, reclamando, exigiendo derechos y deberes, que no siendo remolque de acontecimientos, en donde nuestra presencia se limite a la contemplación del hecho consumado, sin más opción que el de sufrirlo y sancionarlo o, peor todavía, el del inútil y ridículo derecho al pataleo?

Así lo entendió la Alianza y así siguen entendiéndolo muchos compañeros en la actualidad. Entre otros motivos, por desconocer la existencia de alguna razón que nos confiera a nosotros la exclusiva del acierto o el derecho a menospreciar otras opciones, sensatas o no, por el solo hecho de ser ajenas al dogma propio.

Analizada hoy, con perspectiva casi histórica, la Alianza constituyó, en mi opinión al menos, una experiencia vital, constructiva, destinada a profundizar en el surco que la CNT trazó en noviembre de 1936 cuando, responsablemente, decidió participar en la vida pública. No, como dijera Camus, «Para servir al Gobierno, sino a la justicia; no a la Política, sino a la Moral; no para la dominación del pueblo, sino para su grandeza».



[i] El compañero Sigfrido Catalá, que por su destacada actuación al frente del Comité Nacional de la CNT y de la Alianza, fue detenido, condenado a muerte –conmutado– y permaneció largos años en presidio. Falleció en Valencia en septiembre de 1978.

[ii] Véase la Resistencia antifranquista, de Víctor Alba.

[iii] Esta Soli se imprimió en Valencia, donde los compañeros editaban Fragua Social. La trasladó a Barcelona, por ferrocarril y en dos maletas de viaje –entonces no se disponía de automóviles–, el compañero –también fallecido– Andrés Furió.

Para más información, os podéis descargar este artículo de Juan García Durán

Publicado en Polémica n.º 7, abril de 1983