El sindicalismo del porvenir
Ricardo CID
Sobre el sindicalismo del siglo XXI cabría decir casi lo mismo que respondió Gandhi cuando le preguntaron sobre la civilización occidental: que sería una buena idea. Porque al igual que en la respuesta del líder de la lucha por la independencia de la India, lo que se ponía en cuestión era la existencia misma de una «civilización occidental», en nuestro caso el talón de Aquiles del sindicalismo radica en la duda sobre la existencia hoy de una clase trabajadora, el mito del proletariado como agente de transformación social que ha informado la historia del movimiento obrero desde el siglo XIX.
Estamos ante una sospecha que ha movido ríos de tinta en distintas épocas y circunstancias, desde la temprana «utopía» que describió Paul Lafargue bajo el título de «El derecho a la pereza», publicada en 1880, hasta las últimas obras de estudiosos como Andre Gorz, quien en su libro la Metamorfosis del trabajo y, sobre todo, en Adiós al proletariado, deconstruye el concepto para concluir que el porvenir de los asalariados, la asunción de una plena soberanía sobre sus vidas, puede estar precisamente en el rechazo del principio del trabajo. Como advertencia, Gorz nos recuerda que la palabra «trabajo» viene de «tripalium», una expresión con la que se designaba a un aparato de tortura.
Pero lo que a nosotros nos interesa es el sindicalismo, término compuesto de syn (con) y de dike (justicia), o sea el sistema de organización que se dieron los obreros para luchar contra la explotación en el mundo del trabajo. Teleología aún vigente, ya que a pesar de los impresionantes avances materiales, técnicos y científicos, la desigualdad en el trabajo y en el reparto social de los frutos del trabajo pervive como uno de los pilares del sistema de dominación capitalista. Un modelo éste muy cuestionado en estos momentos, aunque posiblemente padezca una crisis tan intensa, pero no más, como la del propio sindicalismo que pretende combatirlo. De ahí que la indagación sobre las causas de esa deserción podría servir para, sensu contrario, avizorar por dónde pueden discurrir los elementos para fundar el sindicalismo del siglo XXI. Porque no cabe ninguna duda que el sindicalismo del futuro habrá de ser un sindicalismo de nueva planta, que utilizará su legado para construir la honda con la que David obrero se enfrentará al Goliat del capital sin reproducirlo ventrílocuamente.
En este sentido, lo primero a constatar es que ya no estamos en el reino del «industrialismo puro y duro», un sistema productivo caracterizado por la coexistencia de una producción en masa y una masa de productores. Ese universo, que sirvió a Jeremías Bentham para idear su famoso panóptico desde el que se controlaban todos los rincones de la fábrica, es hoy una antigualla. Salvo algunos sectores «anacrónicos» que aún practican un trabajo en cadena (industria automovilística, construcción, textil, etc.) o sistemas productivos tecnológicamente deficitarios, el capitalismo trabaja en red y con red, y cada productor tiene su propio ámbito de desempeño, lo que conlleva retribuciones brutas acordes con esa función que, a su vez, le aíslan de otros productores de su entorno, prójimos distintos y distantes. La masificación cuna del sindicalismo clásico es un valor en retirada. Las relaciones de producción ya no impelen conciencia de clase porque el trabajador a tiempo parcial (8/24) se ha mistificado y complejizado con el consumidor para toda la vida (24/24) que todos llevamos dentro. y las formas de explotación degradadas de hoy en día (trabajo precario, inmigrantes, menores, mujeres, etc.) a menudo se encuentran neutraliza das por la indiferencia competitiva de la dualización laboral de las sociedades modernas (entre trabajadores fijos e intermitentes) que actúa como colchón social para la patronal y las centrales, en una nueva edición del sindicalismo vertical de otras épocas.
La cuestión social ha dejado de ubicarse en la perspectiva de la democracia industrial que exploraran Sidney y Beatrice Web en el célebre trabajo del mismo nombre publicado en 1898. La experiencia obrera no es un camino para la autonomía y la autoestima, esa especie de gimnasia revolucionaria que avanzaba la doctrina de un control obrero anticapitalista. La aceptación de la realidad del mundo del trabajo como único referente y la participación en el consumo parecen haber hecho posible ese equilibrio general entre clases, rectificando el por otra parte la siempre incumplida autorregulación entre oferta y demanda en el terreno de la teoría económica. Obreros y empresarios, productores y consumidores son vasos comunicantes. Y, sin embargo, es ahora cuando una redefinición de la «condición obrera» que reivindicaba Simone Weill podría ser más eficaz en la lucha por la justicia social (syndike). Los «empleadores» –un angelismo, como denominar Benemérita a la Guardia Civil– necesitan del consumo de los trabajadores para mantenerse, pero a su vez tienen que jibarizar su coste laboral para competir.
Se trata de una contradicción en sus términos que terminaría estallando si no existieran organizaciones sindicales verticalizadas, mercantilizadas y profesionalizadas para encauzar ese malestar y derivarlo a la esfera de la protección de intereses. La institucionalización de las centrales como un derecho fundamental en todas las constituciones democráticas es una conquista política pero también una prueba de la desactivación del sindicalismo, ya que como sostiene Jon Elster en «Ulises desatado» las constituciones conforman sobre todo campos de restricciones, en la misma línea de lo que recientemente sostiene Sheldon S. Wolin en «Democracia S.A.» respecto a la constitución americana de 1787. Aquí, el sindicalismo ha seguido el mismo camino que los de partidos políticos, que tras alcanzar legitimidad de ejercicio a través de los réditos de la representación se han convertido en organizaciones consustanciales al sistema, en el que habitan y prosperan, sin cuestionarlo de raíz. Moisei Orstrogorski y Robert Michels, en el siglo pasado, y Robert Dahl en su última investigación «La igualdad política», tienen científicamente probado el carácter conservador consustancial a toda gran estructura organizativa.
Hasta la altura de los años 70 la presión de las organizaciones sindicales había sido un elemento determinante en la configuración del Estado de Bienestar que se traducía en un reparto más equitativo de la riqueza social entre trabajo y capital y un cierto rearme moral. Sin embargo, coincidiendo con la primera crisis de la energía y el auge del neoliberalismo como baluarte doctrinal de las clases dominantes, se dio al traste con esa situación de rivalidad y por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial pudo verse a una clase obrera que asumía la cultura política del adversario. El posmarxista Gorz lo expresaba diciendo que «en el curso de los últimos veinte años se ha roto el hilo entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el desarrollo de las contradicciones de clase», y constataba que «el capitalismo ha hecho nacer una nueva clase obrera (en un sentido más amplio: un asalariado) cuyos intereses, capacidades y cualificaciones están en función de las fuerzas productivas, funcionales a su vez con relación a la única racionalidad capitalista». Para concluir que el «sindicalismo no puede perpetuarse como movimiento portador de futuro más que si no limita su misión a la defensa de los intereses específicos de los trabajadores asalariados».
La prédica neoliberal, potenciada hasta niveles de auténtica ofensiva tras la desintegración de la Unión Soviética en el periodo 1989-9991, frenó en seco las tímidas políticas niveladoras y de extensión de derechos socio económicos comprometidas en la lógica de una economía que había llegado a un nivel de eficacia productiva nunca antes lograda, debido sobre todo a los continuos avances en el campo tecnológico. Atrás quedaban propuestas de socialización de la riqueza y reparto del tiempo de trabajo como factores de madurez civilizatoria. Así, en un documento de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), sobre «La ordenación de la jornada de trabajo», editado en Ginebra en 1977, podía leerse cosas como que «en la actualidad se trata de saber cómo trabajar menos, de manera diferente y mejor, para que el tiempo consagrado al trabajo, sin perjuicio para la producción y la productividad, se armonice con el tiempo de descanso y de ocio, de manera que satisfaga a la vez al individuo y a la comunidad». De ahí que no resultara chocante la información que el mismo documento de la OIT ofrecía referida a que «la Confederación Europea de Sindicatos (CES), en su segundo congreso estatutario, celebrado en Londres en abril de 1976, ha hecho suya, entre los medios propuestos para luchar contra el desempleo y la inflación, la sugerencia de reducir en todos los países de Europa la duración de la semana laboral a treinta y cinco horas y ampliar a cincos semanas las vacaciones pagadas». El viejo sueño de los Webb de aunar en un sólo afán la democracia política, la democracia del trabajo y la democracia industrial parecía maduro.
Por el contrario lo que tomó el relevo fue su reverso, aprovechando el aburguesamiento que el consumismo propiciaba entre amplias capas de la población y la inclusiva política de diálogo social y patriótico suscrito entre sindicatos y patronal. En palabras del intelectual anarquista Mercier Vega, «aunque cambió la situación material pero no la existencia [...] el gran proyecto de la emancipación colectiva está reemplazado por la esperanza más próxima del ascenso individual». y el profesor italiano Christian Marazzi, por su parte, da esta lapidaria definición: «el problema no es el capitalismo en sí; sino el capitalismo en mí». De esta manera se cortaba el nudo gordiano que había hecho de la solidaridad Oa eclipsada fraternidad republicana) una de las constantes de las reivindicaciones obreras, facilitando una dinámica que liquidaba las experiencias en la base como factor de dinámica social y concentraba en el aparato del sindicato y sus cúpulas la administración de la casuística laboral de sus afiliados.
Esa mutación implica la asimilación de una cultura de resignación por parte de los trabajadores que, añadida a la cada vez más patente dimensión consumista de los «desposeídos» de otros tiempos, hace posible que en momentos como el de la crisis sistémica actual, contagiada por la voracidad depredadora del capitalismo financiero, la ciudadanía acepte como normal que el rescate del capital privado fallido y bribón se haga a costa del dinero público sin más contrapartidas que vagas promesas de la clase gubernamental que ha pilotado de oficio la operación Robin Hood al revés, expropiar a los pobres para capitalizar a los ricos. y choca más si tenemos en cuenta el contexto de devastación del mundo del trabajo en España y la política procapitalista con que se está gestionando la crisis. A la altura de mayo de 2009 ese marco significa: un paro del 17,3% de la población activa (el doble que la media de la Unión Europea), cifra que alcanza al 29,5% en el caso de los jóvenes de menos de 25 años; más de 1 millón de personas sin subsidio de desempleo y otro millón de familias que tienen a todos sus miembros en paro; un 30% de contratos de trabajo temporales; 11 millones de empleados con un salario mensual inferior a 1.100 euros y, por contraste, más de 3 millones de funcionarios trabajando en las distintas administraciones del Estado.
La deriva del sindicalismo de tradición transformadora hacia el verticalismo sindical de consenso y pacto ha tenido en el caso de España uno de sus principales referentes a partir de los Pactos de La Moncloa firmados por los partidos en 1977 y secundados por las centrales sindicales llamadas representativas (con una de las tasas de afiliación más bajas de Europa) empotradas en las formaciones políticas de izquierda proclives a la reforma democrática. A partir de ese momento, y particularmente tras la aprobación del Estatuto de los Trabajadores, que formalmente desterraba la etapa antisindicalista de la dictadura, las pautas del neoliberalismo fueron ganando terreno hasta instaurar un modelo productivo de socialización de las pérdidas, privatización de las ganancias y sistemática destrucción de la calidad del empleo como excusa contra la inflación. La clave de las sucesivas reformas laborales emprendidas durante la democracia ha consistido en una transferencia de renta real del trabajo al capital, con solidando una economía de tipo rentista, subsidiada, neoproteccionista, intensiva en mano de obra precaria y barata, escasamente innovadora y empresarialmente conservadora. Limitaciones en los tiempos y cuantías de la percepción del desempleo; generalización de contratos precarios y otras fórmulas para disminuir las partidas de las prestaciones sociales del trabajador han sido los mecanismos empleados desde la patronal y el gobierno, en consuno a menudo con los sindicatos mayoritarios, para optimizar el relanzamiento económico sin exponer los recursos propios necesarios. La primera medida que propuso la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), el buque insignia de la patronal española, para afrontar la crisis fue disponer del Fondo de Reserva de la Seguridad Social. Lo aventuró su presidente Díaz Ferrán, el mismo que pidiera «abrir un paréntesis en la economía de mercado» como paliativo ante el crac en ciernes y el mismo también que en el acto de su toma de posesión, en presencia de los líderes sindicales, afirmara olímpicamente que «la mejor empresa pública es la que no existe».
El balance del sindicalismo placebo, tras las cinco grandes y sonadas «reformas» habidas en la legislación laboral de la democracia (años 1984, 1994, 1997, 2001 Y 2006) se ha traducido en un claro recorte de derechos, según el título del estudio realizado por la profesora de la Universidad del País Vasco Isabel Otxoa, quien señala como hilo conductor de la involución el hecho de que la filosofía de la igualdad de oportunidades se haya impuesto al principio de la igualdad de derechos. En ocasiones con el apoyo de las centrales y en otras con su oposición, a veces impulsadas por un gobierno de izquierdas y más frecuentemente desde uno conservador, se han suprimido derechos mínimos como el descanso semanal y la imposibilidad de sufrir un despido improcedente durante el periodo de baja; introducido los contratos flexibles; reducido las prestaciones sociales; creado empresas privadas de trabajo temporal y abaratadas las indemnizaciones por despido. En estos mismos momentos existe una conspiración mediática, política y académica para hacer creer a la opinión pública que la única medida eficaz para solucionar la crisis pasa por ampliar la edad de jubilación y reducir nuevamente la indemnización por despido. Poco importa el contrasentido que significa alargar la vida laboral cuando hay millones de personas demandando un puesto de trabajo. Lo que es bueno para el capital es bueno para la sociedad. Aunque el peso de las rentas salariales respecto al PIB hayan retrocedido 2,4 puntos entre 1995 y 2007, mientras en el mismo periodo el de las empresariales no haya dejado de crecer. La sanción legal de los privilegios que esas estadísticas denuncian tuvo su espasmo bufo con la noticia de que la Unión Europea había suspendido la cumbre sobre el empleo por falta de ideas.
El sindicalismo del siglo XXI debe traducir a la conciencia actual, del individuo y de los colectivos, la divisa de la Primera Internacional «la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos», repensando el concepto de «trabajador» y la nueva condición obrera que brota entre los restos de la vieja. Lo que significa ser una organización radical, reivindicativa, reformista, solidaria, integral, garantista de derechos laborales y promotora de extensión de nuevas libertades. El nuevo sindicalismo necesita enrocarse en la defensa de los sectores más vulnerables (emigrantes, mujeres, jóvenes, etc.) y al mismo tiempo trasladar a la ciudadanía, de la que forma parte, un mensaje de compromiso y empatía que rompa el encapsulamiento de intereses que hace del trabajador y del consumidor compartimentos estancos y, por etapas, adversarios irreconocibles. Ha de ser, en suma, un sindicalismo ético y rabiosamente democrático que desarrolle en la práctica diaria valores sostenibles que definan una cultura libertaria y autogestionaria, a cuyo objetivo debe subordinarse cualquier proyecto político. Un movimiento continuo de democracia de proximidad (de abajo-arriba y de dentro-afuera) que, frente a la irracionalidad económica del capital, propicie el establecimiento de la empresa libre como alternativa eficiente y emancipadora para todos los que trabajan por el bienestar de la humanidad.
En ese nuevo sindicalismo por venir puede estar el porvenir del sindicalismo del siglo XXI.
Publicado en Polémica, n.º 96, octubre de 2009
Los Black Panthers y el combate afroamericano
El partido de los Panteras Negras (Black Panthers) fue una de las organizaciones que, en los años sesenta del pasado siglo, surgieron en el seno de la población afroamericana de Estados Unidos para combatir la discriminación y opresión que sufría. Colocada en el punto de mira del FBI, su historia está plagada de violencia, persecución y muerte.
Bernat MUNIESA
El grupo activista de los Black Panthers, en su lucha a favor de los derechos civiles para la población afroamericana de Estados Unidos, representó una de las diversas formas de acción en aquel combate que conmovió a la sociedad estadounidense en los años 1960-1970.
Fundado en 1966 en la Universidad de Merrit como plataforma de autodefensa afroamericana en un ambiente hostil y racial mente segregacionista, sus creadores fueron Huey Newton, Bob Seale y Hilliara, que actuaron inducidos por luchas anteriores que tuvieron otros protagonistas, entre otros, a Malcom X, su precursor, quien en su juventud fue atracador de bancos y permaneció diez años en la cárcel. Vinculado al islamismo sunita, al ser liberado se convirtió en un líder del movimiento panafricanista en Estados Unidos, hasta que fue asesinado por disparos de fusil en 1965, mientras pronunciaba un discurso en un auditorio de Nueva York. Aunque se detuvo a un supuesto asesino, el también ciudadano negro Thomas Hagen, la confusión generada en el proceso judicial por otros implicados acabaría por envolver el asunto en una niebla que nunca se disipó.
Herederos suyos fueron los Black Panthers, plataforma de acción fundada por B. Carter y J . Huiggins, ambos Víctimas de asesinato por un grupo llamado United Slaves, de tendencia fascistizante, episodio que dio lugar a la decadencia y descomposición de la organización. Miembro importante del grupo fue Stockley Carmichael, activista que recorrió USA pronunciando mítines, saliendo ileso de, al menos, tres intentos de asesinato: casado con la célebre cantante Miriam Makeba, se exiliaron finalmente a la República de Guinea, donde el presidente Sekú Turé le nombró vicepresidente honorario de la República. Allí, en Conakry, Carmichael falleció en 1998. Asimismo, debe citarse a Eldridge Cleaver, compañero del anterior, escritor y activista en la lucha por la igualdad racial, que llegó a postularse a la presidencia de los USA con un partido llamado Paz y Libertad. Gran orador, en sus discursos insistía siempre en que no queremos una guerra contra la pobreza, sino una guerra contra los ricos. Afirmaba que los esclavos afroamericanos fueron la mayor fuerza de trabajo del país, con su trabajo gratis: en el mercado que llaman libre, la carne de negro valía a dos peniques la libra. Cleaver tuvo una vida agitada: acusado de ser miembro del prohibido Partido Comunista USA, sufrió prisión bajo la falsa acusación de «traficar con opio», hecho nunca probado, y en 1960 se exilió a Cuba, donde fue asiduo conversador de Fidel Castro. Fue traductor de Marx y, tras vivir un tiempo en Quebec, falleció en 1998 en un pueblecito de Arkansas. Ciertamente, la militante más conocida y popular de los Black Panthers fue Angela Yvonne Davis, más conocida como Ángela Davis, afroamericana que estudió Filosofía y alumna de Herbert Marcuse, sociólogo y pensador alemán exiliado en USA, de ideología anarco-marxista y freudiana (El hombre unidimensional), cuya influencia en las rebeliones juveniles y estudiantiles de finales de los años 60 (siglo XX) en Europa occidental y los USA fue decisiva. Davis defendió ante los tribunales a miembros de los Black Panthers, sufriendo por ello acoso policial. El FBI la acusó de facilitar armas a sus defendidos afroamericanos, uno de los cuales logró fugarse, pero ese hecho nunca fue probado. Sin embargo, el neofascista o neoliberal (las distancias son mínimas) Ronald Reagan, entonces gobernador de California, vetó el ingreso de Davis en una universidad de su estado, acusándola de «marxista».
¿Qué defendieron los Black Panthers en tanto que plataforma activista? De sus programas cabe destacar los siguientes puntos: libre vida y destino para la comunidad afroamericana; lucha social contra la segregación laboral impuesta por los blancos; combate contra la rapiña del hombre blanco; lucha por viviendas dignas y por el fin de los ghettos; combate por una educación libre y gratuita; lucha por una sanidad eficaz y gratuita; oposición y deserción contra el servicio militar (el boxeador Muhamed Alí, Casius Clay fue uno de los más célebres desertores del Ejército USA en los tiempos de la guerra de Vietnam); fin de la violencia policial contra los afroamericanos y defensa contra ella en caso de persistir; liberación de los presos afroamericanos víctimas de la dictadura blanca, y acceso de la población afroamericana a los tribunales judiciales.
Aunque no tuvo relación con el movimiento de los Black Panthers, Martin Luther King fue asimismo otra de las figuras por la liberación afroamericana en el seno de la sociedad estadounidense. Pastor bautista, se erigió en líder de un movimiento pacifista a favor de los Derechos Civiles de la población de color de su país, manifestándose reiteradamente contra la Guerra de Vietnam. Junto a intelectuales blancos y gentes afroamericanas, en 1963 estuvo al frente de la Marcha sobre Washington: dos millones de ciudadanos acudieron a la capital para exigir el fin de la guerra vietnamita y la igualdad racial. Al llegar a las escalinatas de la Casa Blanca, el escritor Norman Mailer se dirigió por altavoz a la muchedumbre protestataria: «Conciudadanos: el sueño americano no ha existido nunca. El sueño americano es una pesadilla inventada por la oligarquía política y económica que nos dicta, con el apoyo de lo más mediocre de la sociedad norteamericana, esas clases medias egoístas e ignorantes...».
Martin Luther King, que en 1964 recibió el Premio Nobel de la Paz, falleció asesinado, víctima de un atentado perpetrado por un blanco miembro de una organización segregacionista, llamado James Earl Ray. El episodio ocurrió en un auditorio de Memphis, donde el líder pro derechos civiles pronunciaba una conferencia. La investigación del FBI, como siempre ocurrió en los USA con los asesinatos de los hermanos John y Bob Kennedy, «individualizó» el tema y fue acusado un individuo llamado James Earl Ray, al que se desvinculó de cualquier complot organizativo. y el tema fue enterrado, a pesar de la insistencia del reo en declarar su inocencia.
Los diez puntos del Programa de los Black Panthers
- Queremos la libertad, queremos el poder de determinar el destino de nuestra comunidad negra.
- Queremos pleno empleo para nuestra gente.
- Queremos el fin de la rapiña de nuestra comunidad negra por parte del hombre blanco.
- Queremos viviendas decentes, adaptadas al ser humano.
- Queremos para nuestra gente una educación que muestre la verdadera naturaleza de esta sociedad americana decadente. Queremos una educación que enseñe nuestra verdadera historia y nuestro papel en la sociedad actual.
- Queremos una sanidad gratuita para todos los hombres negros y la gente oprimida.
- Queremos que todos los hombres negros seamos exentos del servicio militar.
- Queremos el fin inmediato de la brutalidad policial y del asesinato de la gente negra.
- Queremos la libertad para todos los hombres negros detenidos en las prisiones y en las cárceles federales, estatales, de condado y municipales.
- Queremos que toda la gente negra enviada a juicio sea juzgada en tribunales paritarios o de gente de la comunidad negra, como está previsto en la constitución de los Estados Unidos.
El ocaso de los panteras negras
En agosto de 1967 el FBI, dirigido todavía por el tristemente famoso J. Edgar Hoover, decide actuar para poner fin al desarrollo del movimiento de los Panteras Negras. Para ello se utiliza el llamado programa de contrainteligencia «COINTELPRO», creado en 1956, que tenía como objetivo destruir organizaciones contrarias al sistema y que a lo largo de su existencia se empleó contra grupos tan diversos como el Partido Comunista o el Ku-Klux-Klan. Sus métodos consistían en infiltrar agentes, promover enfrentamientos, sobornar y corromper a dirigentes y generar la división interna, además de emitir falsas informaciones para distorsionar la imagen del grupo o de sus militantes.
El 17 de enero de 1969 Bunchy Carter y John Huggins, jefes de la organización en Los Ángeles son asesinados por miembros del grupo Inited Slaves, una organización afroamericana fundada en California en 1965 por Ron Karenga.
El 2 de abril de 1969 se desencadena una persecución generalizada contra los Panteras Negras en prácticamente todas las ciudades donde tenían presencia. Agentes del FBI registran oficinas y locales, y detienen a numerosos militantes –algunos mueren al resistirse–. El FBI acusó formalmente a 21 de los detenidos. Tras dos años de cárcel en espera de juicio, todos ellos fueron absueltos y puestos en libertad sin cargos.
A partir de 1970 el movimiento se divide en facciones que se enfrentan entre sí frenando la actividad de la organización. En 1989 un sector se escinde del partido y constituye en Dallas (Texas) el New Black Panther Party, que una década más tarde se integrará en Nation of Islam. Desde 2004 un grupo de antiguos militantes intenta revitalizar el movimiento a través de la National Alliance of Black Panthers.
La deuda ecológica española
El consumo irreflexivo, en que vivimos, nos lleva a una ceguera, que nos oculta las consecuencias negativas que se generan en nuestro entorno y a nivel global. Esta destrucción y expolio de la naturaleza, liderada por las multinacionales, se agrava en los países pobres proveedores de materias primas, sin que exista una contrapartida a la actividad depredadora del capital. La deuda social y ecológica generada durante siglos por el capital debe ser reconocida por todos y exigida a sus responsables
Miquel ORTEGA CERDÀ
Más allá de nuestras fronteras Todos sabemos que vivimos en un entorno cada vez más globalizado y que los fenómenos más evidentes de esta globalización se dan en la economía. Hoy en día el nivel de internacionalización de la economía española tiene ya unos niveles muy importantes, tanto en cuanto al número de empresas españolas que están al exterior y las empresas extranjeras en España, como con respecto a los productos importados y exportados. Esto, como veremos, tiene implicaciones ambientales muy importantes más allá de nuestras fronteras.
En España la economía ha tenido en pocas décadas cambios estructurales de primera magnitud. Durante los últimos 75 años ha pasado de ser una economía casi aislada del exterior a ser una economía totalmente integrada en el contexto internacional. De hecho, actualmente España es una de las economías más internacionalizadas del mundo, con un grado de apertura de bienes y servicios[i] próximo al 67%, por encima de países como Francia, Italia o el Reino Unido. Igualmente la inversión española en el exterior ha crecido a un ritmo medio acumulativo del 34,2% durante el periodo 1993-2004. El número de empresas españolas con inversiones al exterior ya supera las 4.000 y el valor estimado de la inversión acumulada fuera de nuestras fronteras es de 114.000 millones de euros.[ii]
Estas constataciones no son nuevas en el análisis de la economía española; lo que no es tan habitual es tratar de comprender cuales son las consecuencias de nuestro modelo económico en el exterior, desde la perspectiva de los impactos sociales y ambientales.
En este artículo explicaremos en primer lugar mediante qué mecanismos afectamos al medio ambiente y a los ciudadanos de los países que nos rodean; para hacerlo utilizaremos el concepto de deuda ecológica. En segundo lugar ilustraremos la exposición general realizada en el apartado anterior con el ejemplo del papel y cartón.
La deuda ecológica
El conjunto de impactos ambientales negativos producidos por nuestro modelo económico sobre los países empobrecidos, y sus derivaciones sociales, cuando no son reconocidos por los actores responsables, se denominan deuda ecológica.[iii] Esta deuda ecológica se genera principalmente mediante tres mecanismos:
1. El alto nivel de consumo de recursos naturales en España
El nivel de consumo actual requiere no sólo la sobreexplotación de los recursos naturales interiores sino también la importación de numerosos recursos del exterior. A veces los recursos son obtenidos de los países empobrecidos sin que las empresas importadoras ni los consumidores finales se responsabilicen de los impactos ambientales y sociales negativos producidos en los procesos de extracción o producción. Así, se adquiere un producto de bajo coste monetario a expensas de adquirir una alta deuda ecológica. En este artículo presentaremos el caso de la producción de la celulosa para su importación a Europa.
2. Un segundo mecanismo por el cual se genera deuda ecológica consiste en los residuos generados por nuestro modelo económico y nuestro modelo de vida que tienen impactos en los países empobrecidos
De especial importancia son las emisiones de C02. Es bien conocido que actualmente España no cumple los límites máximos de emisiones establecidos en el Protocolo de Kyoto. De hecho excedemos el nivel de emisiones pactado en un 37%.[iv] A pesar este nivel de incumplimiento, la discusión normalmente se centra en los costes que se derivan del cumplimiento del Protocolo. Lo que sistemáticamente se ignora es que estos niveles de emisiones ya están perjudicando, y lo continuarán haciendo durante muchos años, a todas las partes del mundo, especialmente en los países empobrecidos que emiten proporcionalmente mucho menos que nosotros y tienen menos recursos para disminuir los impactos. Un indio actualmente emite aproximadamente una séptima parte de las emisiones de un europeo; a pesar de no ser los principales responsables, los ciudadanos de los países empobrecidos reciben igualmente las consecuencias del cambio climático. Se produce, por lo tanto, una transferencia de costes e impactos entre países industrializados y países empobrecidos. Al no reconocer los impactos asociados y continuar potenciando políticas que aumentan las emisiones de gases que aceleran el cambio climático (por ejemplo mediante los actuales planes de infraestructuras o los planes energéticos estatales y catalanes) adquirimos una deuda ecológica que no reconocemos, aunque existe y perjudica a miles de personas.
3. Un tercer aspecto igual (o más) importante es el conjunto de impactos ambientales y sociales negativos que producen directamente algunas de las empresas controladas desde España cuando actúan en el exterior
Empresas como Repsol, Agbar, Unión Fenosa, Endesa, ENCE, etc. causan impactos sociales y ambientales mediante sus actividades ordinarias, que, al no ser reconocidos, se convierten en una deuda ecológica de estas a los ciudadanos de los países dónde actúan.[v] En algunos casos se han llevado a cabo acciones judiciales contra estas empresas, que permiten compensar parcialmente los daños producidos. Sin embargo, muchas veces no se produce ningún tipo de responsabilización, especialmente en aquellos países dónde los ciudadanos tienen una cobertura legal y social más débil. A la ciudadanía española le llega una parte muy pequeña de la información sobre los impactos de las empresas españolas, en buena parte debido a la presión que estas hacen a los medios de comunicación por ocultar las denuncias que las perjudican.
En la medida que la economía española crece, y se implanta más en otros países, si no se toman medidas adecuadas la deuda ecológica también va creciendo, y perjudica cada vez a más y más personas.
El consumo de papel, implicaciones de un consumo excesivo
Como hemos visto en el apartado anterior, una de las razones por las cuales se adquiere una deuda ecológica es que muchos de los productos importados tienen un impacto ambiental y social en los países de origen, pero ni las empresas importadoras ni nosotros como consumidores asumimos la responsabilidad (muchas veces por desconocimiento), ni tomamos las medidas necesarias para evitarlas. Existen muchos productos importados y a algunos se les asocia popularmente a importantes conflictos, como por ejemplo el petróleo o la minería[vi] En este caso, no obstante, ilustraremos esta problemática con un material que habitualmente consideramos inocuo y utilizamos rutinariamente, el papel.
A finales del siglo XIX se consiguió la tecnología para producir celulosa (materia prima de los papeles y cartones) a partir de la madera. Desde aquel momento las cantidades producidas y consumidas de papel y cartón en el mundo no han dejado de aumentar, creándose multitud de nuevos productos: bolsos de papel, papel higiénico y todo tipo de envoltorios que antes no existían. Para hacernos una idea sólo hace falta pensar que el uso mundial de papel creció un 423% entre 1961 y 2002.[vii]
En el caso español cada ciudadano utiliza por término medio 167 kilos de papel al año, en más de 300 usos diferentes. Con este consumo anual por habitante ocupamos el lugar decimosegundo en el ranking mundial, con una tendencia claramente al alza: hace 10 años la media era de 129 kilos por habitante y hace 20 años apenas superaba los 75 kilos por habitante. Desgraciadamente, aun cuando los niveles de consumo han aumentado mucho, el nivel de reciclaje en España todavía es bajo, aproximadamente un 55% frente al 74% en Alemania o el 73% en Finlandia.[viii]
El consumo llega a niveles exorbitantes en países todavía más ricos. Por ejemplo, un ciudadano de Estados Unidos consume 330 kilogramos (un valor similar al de los belgas o los luxemburgueses), y un finlandés, 430 kilos. Al mismo tiempo, se mantiene a niveles muy inferiores en otros países, como por ejemplo Uruguay, país dónde la empresa española ENCE (Empresa Nacional de Celulosa Española) ha tenido un importante conflicto en los últimos meses por la voluntad de la empresa de instalar una planta de celulosa para exportar con potenciales impactos ambientales muy graves, y de dónde finalmente, tras un gran conflicto social, se ha visto obligada a retirarse. En Uruguay el consumo medio se acerca a los 40 kilogramos/año y no se percibe ninguna falta de este producto.[ix]
...Y detrás del papel
Hacia mediados de la década de 1980 el impacto ambiental de la fabricación de papel a partir de la madera empezó a generar una gran preocupación en la opinión pública, principalmente debido a que la principal sustancia química utilizada para separar y blanquear las fibras de madera, el cloro, combinada con la lignina (sustancia que forma parte de la madera) producen compuestos organoclorados, entre los cuales se encuentran las dioxinas, que es uno de los agentes cancerígenos más importantes. Se empezó así a asociar la fabricación del papel con problemas de salud pública y grave contaminación ambiental.
Desde entonces la industria ha desarrollado diferentes tecnologías para el blanqueo del papel, pero ninguna de ellas ha resuelto totalmente la problemática de la contaminación. Tampoco se han podido evitar multitud de accidentes por incumplimiento de las normativas vigentes o problemas técnicos.
Además de los problemas de contaminación generados por la fabricación y blanqueo de la pulpa de celulosa, la producción del papel está asociada fuertemente a otro tema con graves consecuencias ambientales y sociales: las plantaciones forestales. En muchos casos las plantaciones forestales sustituyen campos agrícolas productivos, están asociadas a impactos relacionados con el agotamiento de los acuíferos y también suelen producirse conflictos de tipo laboral en la gestión de la plantación. En muchos países ha habido conflictos con las plantaciones forestales a gran escalera; estas convierten, en lo que se ha denominado un desierto verde, grandes extensiones antes plenamente productivas y diversas.[x]
Para obtener cada tonelada de papel se necesitan entre 2 y 3,5 toneladas de árboles, por lo cual los crecientes niveles de consumo de papel generan crecientes necesidades de madera con un efecto multiplicador.
Hace falta destacar que, aun cuando el consumo se encuentra concentrado en los países más ricos, la producción se desplaza cada vez más a países menos ricos, dónde la mano de obra es barata y las condiciones que se imponen a las empresas, en términos legales y fiscales, son más laxas. Así, la producción global agregada de Estados Unidos y Europa, todavía siendo mayoritaria, ha decrecido del 67% al 62% en los últimos veinte años, mientras que la producción en América Latina y Asia ha aumentado del 11% al 22%.[xi] Los gobiernos de los países más pobres ponen –comparativamente respecto a sus congéneres del norte– barato el precio de la salud y el medio ambiente de sus ciudadanos, y las empresas se sienten con fuerza para generar las condiciones necesarias para maximizar sus beneficios, aunque sea a través de una gran socialización de los costes.
Conclusiones
Cada vez más el actual modelo económico afecta ambiental y socialmente al exterior de nuestro país. Para evitar los impactos negativos hace falta una reflexión crítica sobre los niveles de consumo (lo hemos ejemplificado con el papel), pero también sobre las políticas públicas que promueven la economía en el exterior, y las actuaciones de nuestras empresas más allá de nuestro territorio. Si la economía se globaliza la no actuación en estos tres aspectos lleva inevitablemente a un empeoramiento de la situación actual. El cambio, es posible si los ciudadanos asumimos la necesidad de trabajar colectivamente para conseguir un respeto hacia el medio ambiente y hacia las personas, independientemente de dónde se dé la problemática, y somos capaces de transmitir esta percepción a nuestros representantes políticos.
Miguel Muñiz
Observatorio de la deuda en la Globalización y En medio ambiente y gestión.
miquel.ortega@gmail.com
Notas
[i] Suma de exportaciones e importaciones en relación con el Producto Interior
Bruto.
[ii] «Nuevo Plan de Promoción de la Inversión española en el exterior», Mario
Buisán, Boletín ICE, octubre 2005.
[iii] Se puede encontrar una descripción muy detallada de la deuda ecológica española en La deuda ecológica española. Impactos de la economía española en el exterior, Miquel Ortega (c), Editorial Muñoz Moya, 2005.
[iv] Datos oficiales del 2005.
[v] Véase La deuda ecológica española. Impactos de la economía española en el
exterior, Miquel Ortega Cerda (C), Editorial Muñoz Moya, 2004.
[vi] Para ampliar la información consultar el libro El ecologismo de los pobres,
Joan Martínez Alier, Editorial Icaria, 2005.
[vii] Para ampliar la información consultar el libro: Fábricas de celulosa. Del monocultivo a la contaminación industrial. Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales, Editorial Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales, abril 2005.
[viii] Informe anual 2005 de ASP APEL (Asociación Española de Fabricantes de Pasta, Papel y Cartón).
[ix] Véase el informe «El túnel verde» realizado por el Observatorio de la deuda en la Globalización. www.debtwatch.org
[x] Véase el informe «El túnel verde» realizado por el Observatorio de la deuda en la Globalización. www.debtwatch.org
[xi] Más información a: Fábricas de celulosa. Del monocultivo a la contaminación industrial. Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales, Editorial Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales, abril 2005.
Educación en la sociedad del conocimiento
La educación está en la base del desarrollo de toda sociedad y el sistema educativo debe situar en un plano de igualdad a toda la ciudadanía a este respecto, sin diferencia y discriminaciones. La realidad es otra. Los sistemas políticos vigentes marginan a amplias capas sociales de este derecho, promocionan y perpetúan unas élites del conocimiento en función de los intereses de los grupos dominantes y no de la sociedad en su conjunto
Francisco MARCELLÁN
Es un hecho repetido como un comentario común, que la sociedad del siglo XXI viene identificada con el conocimiento y la movilidad de ideas con unas velocidades inéditas en la historia de la humanidad. El necesario reposo en el asentamiento de las ideas y el contraste social, se contrapesa con una valoración del factor trabajo que va mas allá de la discusión sobre la dualidad trabajo manual-trabajo intelectual sobre la que se articula un discurso predominante en los dos siglos precedentes. El papel de la educación, concebida más allá de un principio de reproducción ideológica, entronca con una tradición de colocar la formación de los individuos no como una preparación para el mercado de trabajo o el ascenso social, sino como una actividad permanente para afrontar los retos que como ciudadanos conscientes deben adoptar en su vida cotidiana. El fenómeno de la «democratización» en el acceso a la educación frente a la concepción elitista ha sido una de las constantes durante el pasado siglo. Pero no debemos analizar sólo la resolución del acceso sino la calidad de un derecho público que debe ser un eje central de las exigencias ciudadanas en el reconocimiento de sus derechos básicos. Por ello, hacer del debate educativo un elemento clave en el discurso social va más lejos de las coyunturas que suponen las transformaciones legales con las que los diferentes gobiernos quieren plasmar sus opciones.
Crónicas de situación
En España se ha conseguido en los últimos treinta años un acceso generalizado a los niveles de la enseñanza básica pero cualitativamente cabe señalar una serie de problemas que, al margen de los gobiernos, se han convertido en una constante estable:
- Bajos niveles de financiación y apoyo a la enseñanza en relación a los países de nuestro entorno. La inversión en educación ha sido una de las más bajas de la UE en el decenio 1995-2004.
- Desmotivación del profesorado unido a un escaso reconocimiento social de su trabajo y la ausencia generalizada de un modelo de formación y actualización permanente de sus conocimientos y metodologías pedagógicas, excesivamente académicas y alejadas de la realidad escolar cotidiana.
- Modificaciones legales con la pretensión de cambios que en modo alguno han incidido en la raíz de los problemas. En particular, que el centro escolar no es una burbuja social en el proceso de aprendizaje, marginal de la vida familiar y social en la que el estudiante va conformando su personalidad.
- Resistencias del sector privado a la pérdida de su protagonismo como referente social y a las demandas de la financiación por parte de los poderes públicos de sus actividades en un tono de igualdad con el sector no privado.
- Peso creciente de la Iglesia católica en la preservación de sus privilegios concordatarios en materia educativa y reflejados en las demandas financieras crecientes y el impulso para la preservación de la enseñanza de la religión en los espacios públicos educativos con valor académico. Un compromiso más directo por el respeto a los valores y creencias de la ciudadanía al margen de sus consideraciones religiosas, debería convertir a la escuela no en un centro de «adoctrinamiento» religioso para satisfacer las cuotas de las diversas opciones, sino en un ámbito para el debate, no solo teórico sino fundamentalmente práctico, sobre el significado de la ciudadanía, los derechos y deberes que implica y, fundamentalmente, un conocimiento de la realidad más allá de los estereotipos autojustificativos.
- Desmovilización de los sectores comprometidos en una educación pública, laica y científica en paralelo con la pérdida de un norte social colectivo que ha generado un aislamiento individualista y un sálvese quien pueda.
- Desaparición de una conciencia de trabajo y esfuerzo, tanto a nivel individual como colectivo, en el ámbito estudiantil motivada por una sociedad que da soluciones a todos los problemas siempre que se disponga del factor dinero para abordarlo. No se trata sólo de valores, sino de actitudes que fomentan la retirada del espacio público y la búsqueda de representaciones y de representantes externos que eviten el pensar por uno mismo.
- Elevadas tasas de fracaso escolar (el número de abandonos se traduce en que sólo un 66% de los jóvenes de 25 años tenga finalizado el bachillerato o la formación profesional equivalente cuando la media de la OCDE es del 81%) junto con las dificultades reales para reincorporarse a los procesos de formación permanente, que en algunos casos sólo lo permite la jubilación. Experiencias como Universidades populares o Universidades para mayores muestran que el afán por aprender, cuando realmente se siente como una necesidad personal, es una prueba de que la motivación es un eje central en el aprendizaje y no la imposición por el segmento de edad.
- Los contenidos educativos en casi todos los niveles priman la segmentación del conocimiento, la ausencia de la duda metódica frente a las certezas acríticas, el trabajo colectivo para contrastar las reflexiones y análisis individuales, la incapacidad para hacerse oír y entender los argumentos de los otros. La capacidad de asimilación mide «el éxito» del aprendizaje más que la posibilidad de crear un pensamiento y actitudes originales frente a la rutina establecida.
- La nueva composición multicultural de la sociedad española se refleja de manera insuficiente en la capacidad del sistema escolar para asumir las necesidades de estudiantes con perfiles e identidades diferentes, que recogen una riqueza cultural y personal de la que debería beneficiarse el conjunto del sistema educativo. El hecho de que sea el sistema público el que acoge mayoritariamente a los estudiantes de familias emigrantes debería ser motivo de un replanteamiento de los programas de formación de profesores, incorporando conocimientos de otras realidades y culturas que posibiliten una aproximación más directa a las necesidades múltiples de los diversos colectivos estudiantes.
Ciencia, conocimiento y sociedad
Los procesos de aprendizaje deben facilitar a los ciudadanos un mejor conocimiento de la realidad. Sin duda, la ciencia y la tecnología son el soporte de nuestras vidas cotidianas pero desafortunadamente la gran mayoría de los ciudadanos desempeña un papel subsidiario como consumidor del producto científico-tecnológico, produciéndose un fenómeno de alineación que se analiza insuficientemente. La separación entre los generadores de conocimiento y los receptores del mismo conduce a una nueva relación dominante-dominado, experto-ignorante, que ocasiona rupturas sociales importantes. Científicos y tecnólogos preocupados por la dimensión interna de su actividad, constituidos en auténticos bloques corporativos que requieren de inversiones públicas (mayoritarias) para poder avanzar en el conocimiento y su transferencia al sector productivo, escasamente preocupados por la divulgación a la sociedad de sus resultados en una perspectiva autocomplaciente y autojustificadora de sus necesidades inmediatas. La escasa proximidad con la sociedad en la divulgación de su trabajo y los resultados, no en forma de producto consumible, sino de generación de conocimiento, constituyen una de las trabas estructurales para que se asuma el valor de su actividad. Veamos el tiempo que dedican los medios de comunicación, en sus diferentes formatos, a divulgar los avances (y fracasos) en ciencia y tecnología para que los ciudadanos puedan formarse una opinión sobre los mismos y sobre todo, puedan participar en las decisiones sobre las políticas que desarrollan los diferentes organismos públicos responsables de las mismas.
En conclusión, la sociedad del siglo XXI requiere personas con conocimientos maduros, fruto de su propia experiencia de aprendizaje, apoyados en medios inimaginables en otros momentos históricos, críticos con la realidad sobre la base del conocimiento de la misma, y con una voluntad consciente de identificación personal como soporte de proyectos colectivos libremente asumidos y no impuestos por expertos ajenos a las necesidades auténticas de la inmensa mayoría.
Camillo Berneri
Claudio VENZA
En Italia, y no sólo allí, se vuelve a descubrir la personalidad de Camilo Berneri, asesinado en Barcelona, en mayo de 1937, a los cuarenta años de edad. En los últimos tiempos se han dedicado a su figura varios libros y congresos, ensayos y públicos recuerdos, entre otros una reciente y vivaz obra de teatro. En la valoración de este protagonista de la lucha antifascista y antiestalinista ha jugado un destacado papel el Archivo Famiglia Bemeri de Reggio Emilia que, desde hace décadas, recoge la documentación y la bibliografía relacionada con el personaje.
¿Qué aspectos de su agitada vida han despertado más interés?
Hasta hace pocos años Berneri era conocido ante todo por el hecho de haber sido asesinado. Y el homicidio había sido justamente denunciado por los anarquistas y otros revolucionarios, y la responsabilidad fue atribuida a los estalinistas italianos, que por otro lado lo habían reivindicado públicamente. Véase, por ejemplo, lo que escribía a finales de mayo de 1937 en Il grido del popolo, periódico de la emigración italiana en Francia, controlado por ellos.
En los últimos tiempos se ha evidenciado la profundidad de su doble compromiso: antifascista y antiestalinista. En contra del régimen de Mussolini, Berneri apoyó la línea del antifascismo de acción. Con muchos anarquistas, y también con militantes de Giustizia e Liberta, el movimiento liberal socialista y revolucionario de Carlo Rosselli, afirmó la necesidad y la urgencia de realizar ataques precisos a las estructuras de la dictadura, dentro y fuera de Italia. El régimen fascista se había hecho con el poder en Italia gracias a la violencia de los «escuadristas», y se mantenía con un poderoso aparato policiaco y judicial: todo eso justificaba ampliamente el recurso a métodos de lucha radicales y frontales. En contra del estalinismo, Berneri propuso la superación de las incertidumbres de muchos militantes del movimiento obrero, por ejemplo socialistas y republicanos, que aceptaban el papel protector que aparentemente jugaba la Unión Soviética a nivel internacional. Desde las páginas del periódico Guerra di Classe, publicado en Barcelona desde el octubre 1936, denunciará sin reticencia la represión que se estaba montando con los juicios farsa en la URSS y las amenazas en España hacia los militantes del POUM, difundidas junto a calumnias infamantes. Y eso en el marco de un evidente asalto efectuado por los agentes de Stalin al poder estatal, tanto el militar como el propagandístico. Estos artículos antiestalinistas provocaron las protestas de los diplomáticos rusos, y la consiguiente inserción del nombre de Berneri en la lista de los «enemigos del pueblo». Un motivo más para eliminarlo.
Hubo también otros aspectos de su actividad que llamaron la atención de intelectuales e historiadores atentos a las biografías revolucionarias. Se ha evidenciado su precoz militancia socialista: a los 15 años, y dejó un positivo recuerdo en el ambiente proletario que frecuentaba por la seriedad y la integridad moral de su compromiso político. Otros investigadores han analizado el conflicto interior que le acompañó durante toda su vida: por un lado una fuerte atracción hacia sus afectos familiares, y por el otro las necesidades de la lucha revolucionaria, que le llevaron a conocer, como otros muchos militantes libertarios (no solamente ellos), detenciones y condenas, fugas precipitadas y clandestinidad, cárceles y expulsiones.
Se ha subrayado también cierta ingenuidad imprudente, que lo expuso a las provocaciones de los agentes del fascismo, o su generosidad y capacidad de superar sus notables limites biológicos, tanto visuales como auditivos, así como su escasa resistencia frente a los esfuerzos físicos. Así, por ejemplo, en el exilio francés cargó con trabajos pesados en la construcción y en las trincheras de Monte Pelato, y en el frente aragonés se arriesgó a combatir con las armas en la mano. En ambos casos tuvieron que convencerlo sus compañeros de que su puesto de lucha estaba en otro tipo de tareas.
¿Cuáles son los temas centrales de su pensamiento multiforme?
Una insaciable curiosidad empujaba Berneri a seguir líneas de investigación polivalentes, y según varios críticos, dispersas. Su manera de enfocar los problemas le llevaba a no conformarse con fáciles respuestas estereotipadas a la cuestión central: las posibilidades reales de la revolución libertaria, su gran objetivo, utópico y concreto a la vez. En las discusiones sobre filosofía o psicología, sobre sociología o historia antigua, él pedía que le proporcionaran ejemplos efectivos de los milenarios esfuerzos titánicos de la humanidad oprimida. Y se interrogaba sobre las pequeñas conquistas y grandes derrotas de los que habían intentado rebelarse al poder dominante en nombre de la dignidad humana.
También sus estudios sobre las religiones, la ética y las reflexiones sobre el papel de la mujer y de la sexualidad en la historia social eran utilizados para comprender los grandes obstáculos encontrados en el largo camino para emanciparse de la explotación. En su reelaboración original del pensamiento anarquista, del cual sentía la necesidad de una puesta al día, sacaba útiles elementos de fuentes adicionales a la tradicional lucha de clases. Por eso, por ejemplo, consideraba importante la valorización del federalismo por parte de un burgués progresista lombardo como Carlo Cattaneo, o la especial contribución de un pensador y político radical como Gaetano Salvemini, que había sido su docente de referencia. Su continua curiosidad intelectual le llevaba a rechazar la cómoda respuesta del sectarismo y del esquematismo, que encontraba también en las filas de los anarquistas, ya intentar superar todas las tendencias al conformismo y a la superficialidad, precursoras de un nuevo dogmatismo simplista.
Cabe recordar que la compleja personalidad intelectual de Berneri ha sido recientemente y forzadamente reinterpretada, por lo menos en Italia, en clave de ideología neoliberal. Se ha dicho que sus reflexiones teóricas y sus redefiniciones políticas lo pondrían en una condición de sustancial equidistancia entre anarquismo y liberalismo. Creo que esta interpretación no está bien fundamentada, sea por las constantes referencias criticas de Berneri a los valores fundamentales del anarquismo clásico (por así llamarlo), sea porque no se pueden valorar correctamente cada una de las frases de un intelectual militante fuera del contexto colectivo del movimiento en el cual participa. Desde este doble punto de vista de la referencia crítica y del contexto, Berneri mantuvo su rechazo a la jerarquía política y su aceptación del principio de igualdad entre los seres humanos. Se trata claramente de principios coherentes con el proyecto anarquista de liberación social con el cual Camillo Berneri se identificó completamente, hasta el punto de arriesgar su propia vida.
Intelectual inorgánico, por supuesto, y militante sui generis. Pero eso es lógico y previsible en el interior de un movimiento, el libertario, que siempre ha valorado la divergencia individual y la simbiosis entre organización e individuo, entre eficacia y autonomía, entre aspiraciones colectivas y dimensión personal.
La convivencia en Berneri del intelectual y el militante nos reenvía a una singular coincidencia: desaparecen casi simultáneamente tres grandes personalidades del movimiento obrero italiano e internacional. El 3 de mayo se conmemoraba con respeto en Radio Barcelona la figura de Antonio Gramsci, fallecido unos días antes tras un largo periodo de reclusión en una cárcel fascista. El 6 de mayo el mismo Berneri fue encontrado cadáver en la Plaza de la Generalitat. Al rededor de un mes más tarde, Carlo Rosselli, con su hermano Nello, era eliminado por una escuadra de fascistas franceses a las ordenes del régimen fascista italiano.
La eliminación de Berneri y Rosselli en particular, ambos victimas de juegos estatales en torno a la guerra civil en España, tuvo notables consecuencias en la debilitación de dos movimientos socialistas antiautoritarios italianos. En la Italia de 1945 estas dos personalidades habrían podido pesar mucho, por su experiencia y capacidad de proyección, en la reorganización de un espacio autónomo en el movimiento obrero, dominado ya por un PCI de ciega obediencia estalinista. Carlo Rosselli no estará presente durante la reconstrucción del movimiento Giustizia e Libertá, que se había transformado, durante la Resistencia armada del 1943, en el Partito d'Azione. Esta formación política, con posiciones radicalmente laicas y progresistas, desaparecerá después de pocos años. Camillo Berneri habría podido ofrecer una importante contribución a la actualización del anarquismo italiano, en la práctica marginado por la polarización, también a escala nacional, entre los dos bloques, el occidental capitalista y el oriental comunista de Estado.
La historia de los movimientos de emancipación está enlazada a las iniciativas colectivas de los pueblos, pero no comprenderíamos muchas cosas fundamentales sin considerar de manera adecuada cada importante acontecimiento individual. y la vida y la muerte de Berneri, y por supuesto de Andreu Nin, nos proporcionan muchos estímulos en ese sentido.
La molesta realidad del cambio climático
El cambio climático terrestre, tan de actualidad en estos momentos en nuestra sociedad «de la información» en su vertiente más apocalíptica, es un problema que se arrastra hace décadas pero que se ha silenciado de forma sistemática merced a una serie de razones, la menor de las cuales no es el interés de los países ricos –y por tanto de nosotros mismos– en mantener su estatus energético.
Miguel MUÑIZ
Comenzaré por una anécdota personal. Corría el año 1989, y el que subscribe y un grupo de compañeros preocupados por el medio ambiente, participábamos en un encuentro de fuerzas de izquierda donde se debatían las problemáticas sociales a las que era necesario dar respuesta (aunque solo fuese escrita), referentes a los sindicatos, el movimiento asociativo, feminista, ecologista, etc. Nuestro entusiasmo, aún casi juvenil, hizo que la comisión en la que debatíamos aprobase un redactado sobre ecología en el que, entre otras cosas, se llamaba la atención sobre la problemática de los cambios inmediatos en la temperatura de la Tierra por la emisión a la atmósfera de gases contaminantes. Dicho redactado fue llevado a la mesa donde se leían las conclusiones de cada comisión, y la compañera que sometía las conclusiones a la aprobación de la asamblea leyó el texto. Aún recuerdo su expresión de asombro, su titubeo final y su comentario despectivo al conjunto de la asamblea a micrófono abierto: «Pero, ¡esto es milenarismo...!», fue lo que dijo.
Tal reacción no nos cogía por sorpresa. Cuando organizábamos conferencias para informar sobre los peligros de la energía nuclear (en 1989 aún quedaban restos de lo que fue el potente movimiento antinuclear de Cataluña de mediados de los ochenta, y que pronto se reactivaría a raíz del accidente en la central nuclear de Vandellós 1) y aparecía alguna referencia al incipiente trabajo de investigación sobre los impactos en el clima, las caras de los asistentes cambiaban perceptiblemente. Denunciar los peligros de las nucleares era algo creíble,.en una época en la que aún se recordaba la catástrofe de Chernóbil de 1986; pero aludir al peligro del cambio climático era ... milenarismo de ecologistas alucinados y alucinantes.
Cuando redacto este texto, el 7 de julio del 2007, las portadas en Internet de los principales diarios recogen la noticia del concierto «Live Earth». «Más de 150 artistas actuarán en nueve ciudades del mundo durante 24 horas en el evento impulsado por el Al Gore para luchar contra el cambio climático», dice el de El País. Diariamente, titulares en los que se pone de manifiesto uno u otro aspecto del irreversible proceso que estamos viviendo ocupan un lugar destacado en periódicos, revistas (incluso en la llamada «prensa del corazón») y noticiarios de televisión. Para dar algunos elementos que permitan entender el motivo de este cambio, tan espectacular como aparente, es por lo que he escrito este texto.
Breve repaso a la historia inmediata
A pesar del menosprecio de la compañera que moderaba aquella asamblea, para cualquiera que siguiera la evolución de la crisis ecológica durante los años 80 la problemática del cambio climático no era nada nuevo. Los primeros pronósticos sobre un posible cambio acelerado del clima de la Tierra surgieron de los modelos informáticos de predicción aplicados en el informe «La humanidad en la encrucijada», el Segundo Informe al Club de Roma, publicado en 1974 por los profesores Mihajlo Mesarovic y Eduard Pestel. A 33 años vista resulta impresionante releer ese informe y comprobar que no ha perdido actualidad; comprobar, por ejemplo, que algunas cosas que hoy se reivindican como novedades (como es el caso del «decrecimiento») ya aparecían enunciadas y analizadas con rigor.
De hecho, los datos venían mostrando evidencias preocupantes desde bastante antes. El observatorio de Mauna Loa, en la isla de Hawai, por ejemplo, había ido detectando un incremento continuado de las concentraciones de dióxido de carbono (uno de los gases responsables del efecto invernadero) desde 1958. Así que, cuando la Organización Meteorológica Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) crearon el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC en sus siglas en inglés) en 1988, ya se partía de una base de investigación amplia. El IPCC constituye un grupo de unos 3.000 científicos (meteorólogos en su mayoría) que coordinan el estudio del cambio climático. A partir de 1988, será el IPCC quien recogerá datos de manera sistemática y preparará su primer informe, Preliminary Guidelines for Assessing Impacts of Clima te Change («Pautas preliminares para determinar los impactos del cambio del clima»), para la cumbre del PNUMA de Río de Janeiro de 1992, la que se llamará, en términos bastante melodramáticos y un tanto ridículos, la «Cumbre de la Tierra».
Aunque una visión global del problema no había llegado todavía a lo que se denomina la mayoría de la «opinión pública informada» (de hecho, tardaría aún unos 14 años en llegar), los que sabían de su existencia y evaluaban su gravedad ya estaban tomando posiciones. La única solución consistía en reducir la emisión de los gases que intensificaban el efecto invernadero; lo que planteaba dos cuestiones importantes: cuanto había que reducir y como había que reducir. Aunque citar cifras puede resultar un tanto pesado, hay que revisar esos datos, porque es ahí donde se encuentra la clave que permite entender el paso, aparentemente espectacular, de una postura de inhibición a un protagonismo absoluto.
La eterna discusión entre datos, interpretaciones y el principio de precaución
La primera cuestión era saber cuanto se debía reducir. Resulta interesante repasar las propuestas que se plantearon de cara a la Cumbre de Río. En el informe de Greenpeace El calentamiento del planeta, publicado en 1992 y dirigido por Jeremy Legget, se muestra que el IPCC creía necesaria una reducción en torno al 60% de las emisiones de dióxido de carbono (C02) para estabilizar las concentraciones en los niveles detectados a inicios de los años 90; pero, y atención a este punto, la EPA (la agencia de medio ambiente de EE UU) apuntaba que era necesaria una reducción que iba del 50 al 80% de las emisiones para obtener el mismo objetivo. Todas estas propuestas, que surgían de la aplicación del llamado principio de precaución, implicaban contradicciones (por ejemplo, entre la EPA Y el gobierno de EE UU) y tendrán su importancia a medida de que el debate vaya subiendo de tono.
La segunda cuestión (¿cómo reducir?) era aún más conflictiva. La práctica totalidad de las actividades de las sociedades denominadas «industrializadas» (sería más propio llamarlas sociedades del Norte geopolítico, sociedades del despilfarro o sociedades de los países ricos) se basan en el consumo de ingentes cantidades de petróleo. Nuestra alimentación, nuestro ocio, nuestros vestidos, nuestros productos, y no digamos ya nuestra movilidad, significan la emisión de toneladas de gases con efecto invernadero por habitante y año. La necesaria reducción de un 50, 60 u 80 por ciento de las emisiones de CO2 , propuesta desde el IPCC o la EPA, significaba, ni más ni menos, ahorrar enormes cantidades de energía, cambiar a las fuentes de energía renovables y alterar unas pautas de consumo arraigadas por la propaganda; lo que venía a ser, en pocas palabras, como cambiar la sociedad.
Puestas así las cosas, la Cumbre de Río sería una primera muestra de lo que nos depararía el futuro. Comenzaron a aparecer coaliciones de intereses entre países ricos, países exportadores de petróleo y empresas petroleras que, lideradas habitualmente por EE UU, se dedicarán a la promoción de actividades como la negación o el cuestionamiento de los resultados de la investigación sobre el cambio climático, la creación de confusión sobre la naturaleza del problema, el silenciamiento de la mayoría de las implicaciones, y un largo etcétera que llega hasta proponer medidas que reduzcan el «precio a pagar» (¿?) por las sociedades industrializadas (lo que más adelante se conocerá como «mecanismos de flexibilidad»). Mientras tanto, y para hacer creer al sector interesado de la población que ya se hacían cosas, el documento resultante: la Convención Marco sobre el Cambio Climático, fue firmado por 154 países, acabando su proceso de ratificación en 1994.
Es importante tener en cuenta el ritmo con el que se desarrollarán los acontecimientos a partir de este momento: en general, la urgencia da paso, una vez aceptada la existencia del problema, a un ritmo pausado de intervención. Hasta 1995 no se acaban los preparativos de la organización financiera, técnica etc., de la Convención, con la creación de una serie de encuentros anuales, las Conferencias de las Partes (COP), que serán el órgano de máxima autoridad en todo lo relacionado con la Convención Marco sobre el Cambio Climático. Hasta el año 1996 no se presenta en Ginebra (COP2) el segundo informe del IPCC, que certificaba que las actividades humanas estaban afectando al clima de manera acelerada, introduciendo así el concepto de «cambio climático de origen antropogénico», para diferenciarlo del «cambio climático por evolución natural», que dura miles de años.
El ritmo ralentizado era una de las consecuencias de las resistencias que empezaban a manifestarse. Los 150 países asistentes a la COP2 no habían llegado a un acuerdo sobre cuales debían ser las medidas para reducir las emisiones, así que traspasaron todo el problema a la reunión de la COP3, que debía celebrarse en Kyoto en 1997. De allí saldrá el conocido Protocolo de Kyoto, del que tanto hemos oído hablar.
El Protocolo de Kyoto, su historia e implicaciones
La COP3 debía acordar el porcentaje de las emisiones de CO2 que habían de reducir las zonas emisoras del mundo (para entendernos, «cuantificar» la reducción de consumo de los países ricos). Para calibrar el valor de sus resultados finales, es necesario recordar que el conjunto de organizaciones sociales y ecologistas que asistieron agrupadas en la CAN (Climate Action Network), y que fueron apoyadas por la Alianza de los Pequeños Estados Insulares (AOSIS), entidad que representaba a los países más afectados por el cambio climático, pedían una reducción del 20% de las emisiones de gases con efecto invernadero (GEl, es decir, el CO2 y el grupo de gases industriales más importantes) para el año 2005, en relación a los niveles de 1990. Se trataba de una petición realista (recordemos los 50-60-80% de la EPA y el IPCC) que intentaba una transición energética sin grandes conflictos, pero con cambios en profundidad en el consumo de energía de los países ricos.
Pues bien, el acuerdo final de Kyoto fue alcanzar una reducción media de un 5,2% mundial entre el 2008 y el 2012, en relación a los valores de 1990, para los 38 países más industrializados del mundo. A la Unión Europea, le correspondería una reducción de un 8%; a EE UU, un 7%, y al Japón, un 6%. Se había decidido el «cuanto»; para acordar el «como» deberían pasar 4 años más, y 4 reuniones de la COP sin ningún resultado. Porque ahora la confrontación se trasladaba a la decisión de si la reducción simbólica pactada en Kyoto se hacía aplicando todos los «mecanismos de flexibilidad» (compra-venta e intercambio de emisiones de GEl entre países, transferencias de tecnologías «menos contaminantes», contabilidad de los «sumideros» de cada país; es decir, de las zonas boscosas capaces de «fijar» CO2 en la vegetación, etc.) o si, por el contrario, se limitaban estos «mecanismos» para que cada Estado realizase cambios en su tecnología y en su industria.
Esta confrontación bloqueó la adopción de medidas concretas y provocó que las reuniones de la COP4, COP5 y COP6 acabasen en fracaso. Finalmente, la resistencia a abordar cambios en profundidad, y la presión combinada de las empresas y gobiernos más ligados a la economía del petróleo, forzaron un acuerdo «a la baja» (el sistema de toma de «decisiones» era, naturalmente, el consenso). En el curso de la COP7, celebrada en 2001 en Marrakech, se acordó que se aceptaban todos los «mecanismos de flexibilidad» para contabilizar reducciones de emisiones de CO2, lo que dejaba la simbólica «reducción» del 5,2%, reducida (valga la redundancia) a una nada absoluta.
Además, durante este intervalo se había producido la negativa del Gobierno de EE UU a ratificar el Protocolo. Desde la cumbre de Río, el gobierno de EE UU realizó el clásico enfoque patriótico del problema del cambio climático, presentando las propuestas de reducción de emisiones como un ataque a la libre empresa y al «bienestar», apostando directamente por eliminar el Protocolo. También se produjo una larga negociación con el gobierno ruso para conseguir la ratificación; la nulidad del Protocolo era un hecho si no era ratificado por un mínimo del 50% de los países firmantes, que contabilizasen, además, un mínimo del 50% de las emisiones de GEI.
Para entender toda esta situación hay que subrayar que las reuniones de las COP nunca se han desarrollado completamente de espaldas a la «opinión pública informada», pero sí se han rodeado de lo que se denominaría una «exquisita discreción informativa», que se fue haciendo más y más patente a medida que las reuniones acababan en fracaso. Por ejemplo, las reuniones posteriores a Kyoto no merecieron, en la mayoría de los medios de comunicación, un seguimiento diario, tan solo un resumen final, en el que no se mencionaba ni los puntos clave, ni el resultado obtenido. Se diría que la complejidad de los detalles técnicos agobiaba a los periodistas, y que el contraste entre la gravedad del problema a escala planetaria y el egoísmo de las representaciones en las reuniones de las COP (los «lobbys» energéticos siempre han enviado centenares de representantes a las reuniones de las COP para hacer de «claca») era demasiado fuerte para mostrarlo ante la sensibilidad de la «opinión pública informada».
Un aspecto importante ha sido también la presencia continuada de un discurso informativo que «negaba», parcial o totalmente, la problemática del cambio climático. En esto, las oficinas de prensa de las grandes compañías energéticas, las consultoras de publicidad contratadas por ellas, las falsas ONG organizadas en varios países (pero especialmente en EE UU, principal emisor de GEl), las fundaciones de derechas de diversos Estados y la capacidad de presión del «lobby» energético sobre los medios de comunicación vía gastos en publicidad, se han mostrado particularmente activas y eficaces. En su documental, Una verdad incómoda, Al Gore muestra claramente el contraste entre la falta de apoyo que la negación del cambio climático suscita entre los científicos (ningún científico serio ha osado cuestionar el volumen de evidencias presentado por el lPCC), y la gran cantidad de artículos, noticias, documentales, etc., que circulan regularmente cuestionando su existencia.
Lo que vino después, y así hasta hoy 2001 fue también el año en que el IPCC publicó su tercer informe científico, en que los datos sobre el carácter irreversible del cambio climático se ponían de manifiesto de manera particularmente cruda: aunque los efectos serán generalizados en todo el mundo, el informe mostraba que las principales víctimas del proceso se darán entre las poblaciones de las zonas más pobres, y los ecosistemas y especies más evolucionados y frágiles; ya que son los que se hallan situados en las zonas de mayor impacto y, además, cuentan con menos medios para hacer frente a las emergencias (especialmente a la pérdida de recursos naturales como el agua potable).
Y, como paralelamente a la ausencia de medidas reales por parte de los gobiernos, se han manifestado algunas de las consecuencias más espectaculares en los últimos cuatro años (la rotura de la barrera Larsen y el desprendimiento de grandes masas de hielo en la Antártida, la fragmentación de los hielos árticos, la desaparición o reducción de los glaciares, la subida del nivel del Pacífico con los consiguientes planes de evacuación de algunas islas, la desaparición de las nieves del Kilimanjaro, la regresión de los anfibios, etc.); consecuencias que han sido denunciadas, en la mayoría de los casos, por organizaciones ecologistas o por instituciones científicas, el resultado ha sido que se ha ido rompiendo la barrera de silencio y el problema ha quedado servido para su conversión en espectáculo: una forma particular de respuesta con la que los países ricos y poderosos reaccionan ante problemas que no podrían afrontar de verdad sin poner en cuestión su sistema de vida.
Todo ello ha coincidido con la presentación, en febrero de 2007, del cuarto informe científico del IPCC, informe que confirma y profundiza las conclusiones del tercer informe y que, como no podía ser menos, ha estado rodeado de las maniobras de descalificación y manipulación de los grupos de presión vinculados a empresas y gobiernos que ya han hecho de ese tema su forma de vida.
Porque la realidad del cambio climático tiene, entre otras, esa virtud: nos pone ante la evidencia de que muchas de las cosas que en las sociedades opulentas en las que vivimos se consideran un «derecho» son, en realidad, un privilegio. Las resistencias de los que se benefician del actual modelo energético auguran que los festivales para «Salvar la Tierra» tienen asegurado un futuro prometedor, y que las personas y organizaciones que seguimos trabajando, con la mirada puesta en el Sur, para mitigar los impactos, no podremos tomarnos vacaciones.
Miguel Muñiz es miembro de la Coordinadora TANQUEM LES NUCLEARS
Michel Onfray. Una escuela libertaria y elitista para todos
Nacido en 1959, Michel Onfray dejó la enseñanza en las instituciones públicas para fundar en la localidad de Caen la Universidad Popular. Defensor de una concepción de la vida hedonista y libertaria, ofrecemos a los lectores de Polémica esta breve entrevista publicada en Le Monde de l' Education en agosto de 2005.
LME: En su obra La communauté philosophique usted escribe que «el pedagogo libertario trabaja para su realización personal y cultiva el poder interrogativo de toda subjetividad». ¿Por qué esta concepción se encontraba agotada en el aparato escolar, cuando todavía existen ciertos profesores que consiguen despertar y responder al deseo de saber de los alumnos?
MO: La institución escolar es esquizofrénica: mantiene un discurso determinado, pero tiene una práctica en las antípodas del propio discurso. El discurso es el siguiente: la escuela forma la inteligencia, construye individuos cultivados cuyo saber les permitirá desenvolver juicios esclarecidos, enseña a leer, a escribir, a hacer cuentas, a pensar, forma al ciudadano y lo educa para la libertad. Pero, de hecho, en la práctica, cultiva la negligencia de la inteligencia para privilegiar el ejercicio de la memoria y la repetición en función de un programa hecho para eso. La educación nacional enseña, sobre todo, la sumisión, la docilidad, la hipocresía y lo artificial. Sólo así se puede explicar que en el curso de 7 años de enseñanza del inglés se consiga hacer tan pocos jóvenes bilingü̈es. Lo que se aprende durante aquellas horas interminables de aprendizaje de lenguas no es más que el arte de funcionar dentro de la máquina, que permita el acceso a un nivel superior, y la producción de diplomas útiles para integrarse en el mundo social.
LME: ¿Cuál es la genealogía de esa educación libertaria que usted defiende? ¿Sería la continuación de una tradición que va de Epicuro a Freinet?
MO: Si el término libertario significa «el que educa en libertad» o «el que hace de la libertad el bien supremo», podríamos encontrar los primeros precedentes en la mayéutica socrática, el arte de desarrollar las potencialidades de cada cual y convertirlas en realidades tangibles; podemos continuar con Diógenes y los filósofos cínicos, que usaban un bastón para los que necesitasen un amo; proseguimos con Erasmo, inmenso, y, desde luego, Montaigne, al que tanto debemos a la hora de hablar de educación y tantas otras materias; pasamos después a Nietzsche, que enseña que un buen maestro es aquel que aprende aquello que se desprende de sí. Sería necesario, también, referirse a autores libertarios como Max Stirner y aquel Falso principio de nuestra educación, a Sebastián Faure, que aplicó su método en la escuela La Ruche, y también a A.S. Neill y sus «jóvenes libres de Summerhill», que me hicieron desear ser profesor antes de desilusionarme en la Escuela Superior de Educación. Sería necesario referirse también al excelente libro Advertencia a los estudiantes de Raoul Vaneigem
LME: Una cierta concepción de la pedagogía libertaria, especialmente la que defiende la espontaneidad del alumno ¿no haría el juego al «nuevo espíritu del capitalismo» que pretende apoyar la participación de los «actores», y contribuiría a la creación del idiota útil del neoliberalismo?
MO: Tienes razón... Yo soy un ardiente defensor del mayo del 68 y del espíritu de ese mayo que se definía como una revolución metafísica antiautoritaria. Los dominados pusieron en tela de juicio la dominación. Las parejas tradicionales: mujeres/hombres, jóvenes/viejos, empleados/patrones, esposas/maridos ... dejaron de tener un estatuto divino. Y todo eso fue algo muy bueno. Pero a la negación de los viejos valores no se siguió una afirmación. Los valores libertarios, por ejemplo, merecerían más que los simples elogios de indolencia, espontaneidad, naturalidad... para que esta renuncia a la memoria, al esfuerzo, al trabajo, a la cronología, y a todas esas categorías consideradas reaccionarias hicieran efectivamente el juego al poder, que prefiere tener un rebaño de gente inculta y embrutecida que individuos pertrechados de saber y cultura. La pedagogía libertaria no es la pedagogía liberal posterior a los años 60, que deja al joven libre en la clase, a la vez que da plenos poderes a la competición entre clases sociales, y que es en sí misma generadora de reproducción social...
LME: «Pasamos de una educación autoritaria a una educación clientelar», escribe Vaneigem en un texto reciente, Modestes propositions aux grevistes (ed. Verticales, 2004). «El adoctrinamiento suscitaba, por lo menos, a la revuelta; la propaganda estimulaba a lo opuesto, al deseo de pensar de otra forma. El fetichismo del dinero debilita al pensamiento que ruge e incomoda» ¿Concuerda con este análisis?
MO: Vaneigem es un amigo que me estimula –¡y acaba por sobrepasarme por la izquierda!– Pero no comparto su optimismo, que está en la génesis de su radicalismo político. A mi entender, la autoridad produce una sumisión masiva y, en mayor o menor grado, el temor y el deseo de servidumbre voluntaria. La revuelta no es generada por la dictadura –si así fuera sería conveniente desear la dictadura en cuanto momento dialéctico de las revueltas lógicas...– no obstante, para los temperamentos rebeldes, insumisos, generados por razones existenciales que suponen un psicoanálisis a la manera sartreana (descubrir el proyecto original), ello nos permitiría comprender. Conocí periodos de mi vida, especialmente los 7 años de pensionado, cuatro de los cuales en un orfanato de los salesianos, que hicieron de mi aquello que soy hoy, pero que también han hecho una multitud de individuos castrados de la vida y orgullosos de su ser. Una misma causa no produce los mismos efectos dichosos en todos nosotros. Es necesario tomar en consideración el placer de estar sometido, tal y como lo experimentan tantas personas...
LME: Procurando retomar lo mejor de lo que se encuentra en las tertulias de los cafés filosóficos yen las universidades Oa libertad de los primeros y la seriedad de los segundos) al mismo tiempo que rechazando lo que hay de peor en cada cual (el desbordamiento de unos y la sequía de otros) decidiste fundar la Universidad Popular de Caen, así como también con el propósito de retomar y continuar el ideal nacido en la época del affaire Dreyfus. ¿En que medida es ésta un medio para luchar contra la situación de crisis por la que atraviesa Francia: miseria social, racismo, bloques nacionales-populistas, etc.?
MO: El saber es un poder. Dicho esto, es necesario un saber específico susceptible de permitir la liberación y combatir la alienación. La filosofía no es de hecho un instrumento de liberación: enseñar las ideas platónicas, hablar de la ciudad de Dios de San Agustín, de las tesis tomistas, de la apuesta de Pascal, del ocasionalismo de Malebranche, de la angustia de Kierkegaard y de tantas otras materias de la historia de la filosofía, ayuda más a mantener el poder instalado y permitir el dominio del cristianismo que a emancipar al aprendiz en filosofía ... De ahí el interés en enseñar un saber clásico, pero de manera alternativa, esto es, crítica. La subversión cínica, el hedonismo cirenaico, la liberación epicúrea, la alegría gnóstica, están en la antigü̈edad, son ilustraciones de saberes antiguos. Se trata, pues, de hablar de los saberes clásicos pero de forma alternativa: mostrar que el concepto erróneo presocráticos desvaloriza a los predecesores de Sócrates, presupone una interpretación platónica de la historia de la filosofía; explicar las razones del materialismo de Demócrito (cuya obra completa Platón quería quemar en un auto de fe)... Estos saberes permiten construir una inteligencia crítica, pero también realizar un trabajo sobre otras materias, especialmente las que están asociadas a esa crisis a la que te has referido.