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Polémica

Anarquismo

París. Mayo de 1968

París. Mayo de 1968

Lola ITURBE

El Mayo Francés, con su avasallador impulso, con su mística revolucionaria y con la incorporación entusiasta y generosa de una juventud imaginativa y creadora, es un acontecimiento que, aparte de su desenlace, ha dejado profunda huella en el camino de la libertad integral de la humanidad. Publicamos este relato de una mujer, Lola Iturbe, que fue testigo de la grandeza y la miseria de aquellas jornadas apasionantes.

Lola Iturbe (Barcelona, 1902 – Gijón, 1990) fue una destacada anarquista durante la II República. Militante de la CNT, fue una de las fundadoras del movimiento Mujeres Libres. Escribió en Tierra y Libertad las crónicas de guerra en el frente de Aragón. Al acabar la guerra se exilió en Francia, donde formó parte de la Resistencia francesa contra los nazis.

En el Boulevard Saint Germain una muchedumbre, jóvenes en su mayoría, se empujaban para abrirse paso. Había entre aquella fronda humana muchas jóvenes, unas vestidas con minifalda y otras con pantalones vaqueros. En ellas y ellos se apreciaba un descuido natural o afectado en el vestir; en otros, el negligé más completo.

En la acera del jardín de los restos del antiguo monasterio de Cluny, había un gran tablado y sobre él, un joven melenudo peroraba. Muchos transeúntes se detenían a escucharle atentamente. El tráfico de vehículos estaba interrumpido y la calzada obstruida por los nutridos grupos que escuchaban a los improvisados oradores callejeros.

Una buena parte del empedrado arrancado y utilizado como proyectiles y barricadas ya había sido reparado y grandes trechos de negro y aún caliente asfalto se adhería a las suelas de los zapatos de los viandantes. Las rejas que protegían las bases de los árboles, se hallaban rotas y amontonadas en discretos rincones. Los árboles habían sido cercenados y resaltaban a la vista sus cortes blancos, lisos y pulidos, hechos casi con delicado esmero.

¿Qué huracán pasó por allí? Por todo el Barrio Latino había huellas de las luchas de la juventud estudiantil en rebelión contra el Gobierno del general De Gaulle. Boulevard Saint Michel, rue Gay-Lussac, Saint Jacques, Le Goff, Carrefour de Saint Germain des Pres, Ecole de Medicine fueron lugares en los que hubo lucha entre estudiantes y policía en aquella noche del 10 de mayo que fue llamada «La noche de las barricadas». con incendios, cócteles Molotoff, brutales palizas y bombas lacrimógenas; la noche en que se popularizó el nombre de los Talky-Walky y en la que hubo más de 800 heridos.

Cruzamos el Boulevard Saint Germain, siempre presos entre una gran muchedumbre, y llegamos a la Sorbona, ocupada por los estudiantes. En la amplia acera de su entrada había un montón de cenizas y papeles medio quemados; libros húmedos y chamuscados, de los que algunos aún podían leerse, eran afanosamente buscados y llevados por los curiosos. Supuse que los cogían como un recuerdo histórico, como sucedió antaño con las piedras de la Bastilla. Confieso que tuve deseos de rebuscar en el montón y llevarme mi papelote. Todo este material provenía de un incendio ocurrido días antes en los sótanos de la Sorbona, en plena ocupación estudiantil. El incendio, al parecer, no fue intencionado.

Unos pasos más adelante, paquetes de periódicos por el suelo. Chicos y chicas que iban y venían, ofreciéndolos a voces: L ’Enragé, Le Pavé, Action. Otros pedían solidaridad en metálico para proseguir la propaganda. Pudimos entrar, al fin, en la Sorbona.

La inmensa sala que meses antes había visitado y admirado como un templo de la Cultura con sus venerables estatuas y sus decorados antiguos, apareció ante mi vista como un incendio de colores rojos y negros, verdes agresivos. Una percalina en el frontispicio; fondo negro y letras rojas, CNT-AIT. En los muros, pasquines y cuadros; uno de ellos La Gioconda, con el rostro del ministro André Malraux. En el ambiente, un griterío ensordecedor. Movimiento. Mucha juventud con pelambreras. La primera consigna: L’imagination au pouvoir. Un gran letrero con la efigie de Mao. En un puesto de propaganda, unos jóvenes reparten hojas con textos que ponen a Mao por las nubes.

Subimos unos peldaños de la inmensa sala. A mi izquierda, una puerta en la que se leía Garderie pour enfants. Al otro extremo, al final de un amplio corredor, volvimos a subir unas escaleras y nos hallamos en el precioso anfiteatro Richelieu, con techos y muros adornados de bellas pinturas. Estaba abarrotado de público; mujeres, muchas mujeres y niños. Observé el hecho y pensé que era una temeridad traer niños a este ambiente electrizado de pasiones, en el que podían producirse toda clase de accidentes. Después, observando los rostros de aquellas madres, tan atentas a los discursos, me convencí que las madres habían llevado conscientemente a sus hijos para que presenciaran un momento trascendental de la vida de su nación que, al recordarlo, pudiesen decir con orgullo: «Yo estuve allí».

En el estrado había una gran mesa y a su alrededor unos jóvenes que con un magnetófono retransmitían una conferencia del sabio Jean Rostand sobre la paz. Otros muchachos acomodaban a quienes entraban en los asientos vacíos. Algunos dormían fatigados sobre los bancos. Escuchamos la conferencia y salimos.

Bajamos los escalones y enfilamos un largo corredor. Siguen los letreros: ¡Visca Catalunya Lliure!, Plus je fais la Revolution, plus j’ais envie de faire l’amour. En uno de ellos se pedía un voluntario para hacer la limpieza (que, a decir verdad, hacía mucha falta). Otro, que nos hizo sonreír, recomendaba al visitante hacer el amor allí mismo, en el suelo, sin avanzar un paso más adelante. A nuestra derecha, en una puerta cerrada había escrito Katanga. Más tarde supimos que allí acampaban mercenarios que habían hecho la guerra en aquel país. Luego los katangueses fueron expulsados de la Sorbona por los mismos estudiantes. A nuestra izquierda se hallaba la Secretaría de la CNT española. Al final de este corredor nos encontramos con un amplio tablero con vasos encima. A los lados, en el suelo, cubos llenos de agua y grandes cestos llenos de pan. Sobre un banco de madera dormía una muchacha. La miré. Era muy bonita.

Entramos en el patio de la Sorbona. El ambiente era inenarrable. Aquel ruido ensordecedor debía parecerse al de las cataratas del Niágara. La muchedumbre nos asfixiaba. Yo, que soy pequeña, andaba sumergida por hombros y cabezas. Sólo podía ver el cielo. Avanzando, llegamos a poder ver los stands de propaganda que se hallaban instalados a lo largo del patio. Discursos, griterío, hojas, periódicos, libros, muchos libros. fotografías y dibujos de las efigies de Trotski, Lenin, Che Guevara y Mao; Mao, sobre todo. También vimos un puesto de exposición y venta de propaganda anarquista. Allí estaba expuesto el jupon noir de Luisa Michel, la falda negra que vestía. Una mujer voceaba Le Monde Libertaire. Subida a la estatua de Víctor Hugo, una muchacha discurseaba. El público no le hacía mucho caso, pero ella seguía hablando de la miseria que sufría la clase obrera.

Cuando salimos a la calle vimos un espectáculo curioso. En un rincón, no muy visible, había un enorme montón de tapaderas de plástico de los cubos de basura. Habían servido de escudos de protección en las luchas contra la policía. A la salida grupos de jóvenes voceaban los periódicos.

Nos encaminamos hacia la calle Ecole de Medecine. En esta calle había otro edificio de la Sorbona en cuya verja de entrada había un gran letrero: Antene Chirurgicale sobre una insignia de la Cruz Roja. Este local sirvió de hospital de sangre. Allí llevaban a curar a los manifestantes heridos en la noche de las barricadas, para sustraerlos a los peligros de identificación y detención. Algunos heridos se paseaban, vendados, por el patio.

Continuamos nuestra peregrinación. Llegamos al teatro Odeón. A todo lo largo de su fachada un letrero: Theatre Ocupé. En las estatuas que emergen de su techo había banderas rojas y banderas negras de los anarquistas. Otros jóvenes se paseaban debajo de los pórticos voceando prensa subversiva. Nos pidieron un franco de entrada. Lo dimos y entramos.

El teatro es muy hermoso, de estilo clásico, con palcos circulares tapizados de terciopelo granate y adornos de metal dorado. La lámpara central es hermosísima. Las pinturas del plafón muy buenas, de colores suaves y atractivos.

Al penetrar nosotros, el teatro se hallaba lleno a estallar por un enorme gentío. Un vaho y una espesa humareda de tabaco nos azotó el rostro. Por todo había letreros: lnterdit de fumer. y tenían razón. No sé la hecatombe que se habría producido de ocurrir un incendio en la circunstancia tan especial de la ocupación del teatro. En el escenario unos jóvenes discurseaban. Pensé: ¿Es que esos muchachos han estado privados del habla, que ahora usan de tal ejercicio con tanta euforia y desesperación? Después de unos breves instantes de respirar aquella atmósfera cargada de pasiones, de protestas y griterío salimos a la calle. A otro mundo.

Primeras reflexiones

Me pareció observar en el aspecto de la Sorbona ocupada un reflejo de la casa CNT-FAI en los primeros días que nosotros la ocupamos, en julio de 1936. En aquel ambiente de movimiento frenético, de pasión y de fraseología enardecida, existía alguna similitud con el gesto exterior de la revuelta. Es posible que esta analogía, nacida de un exaltado recuerdo, fuese sólo el decorado, la mise en scene. Lo nuestro fue mucho más profundo, más grandioso: fue una Revolución. Nuestros milicianos no llevaban pelambreras y vestían el mono azul de los obreros, llevando encima el correaje con la pistola al cinto y el fusil al hombro. No se trató entonces de la lucha contra la policía, armada de matracas y bombas lacrimógenas, sino de hacer frente a poderosas fuerzas militares, bien entrenadas y equipadas con sólido armamento al servicio del fuerte poder de la reacción.

Un aspecto de la ocupación me produjo admiración y emoción sincera. El ver a la juventud, sobre todo femenina, desligada de las futilidades y frivolidades del cotidiano vivir, luchando con resolución y entusiasmo en defensa de una causa social y política que exigió de ellas muchos sacrificios de todo orden.

La algarabía de la ocupación tenía un aspecto folclórico. En el interior, en salas de ambiente más sosegado, estudiantes y profesores estudiaban la creación de nuevos métodos escolares en función de la modernización de la enseñanza, febrilmente y con tal tesón y continuidad, que un profesor que vivió ese clima de la Sorbona, se preguntó: ¿cuándo comen y duermen esos muchachos? Allí nadie se ocupaba de la comida, que consistió en bocadillos, durante semanas enteras.

Fue famosa la actividad que se realizó en la Escuela de Bellas Artes en la producción de material de propaganda; redacción e impresión de periódicos, manifiestos, dibujos, pintura y pasquines. ¡Qué derroche de energías y de talento! Esas jornadas no se olvidarán fácilmente y fueron representativas del esfuerzo que es capaz de realizar el ser humano cuando es impulsado por la fuerza de un ideal.

En la Sorbona ocupada ofrecieron espectáculos los más grandes artistas franceses; notabilidades de las ciencias, las letras y la política, entre ellos, Jean Rostand, Leprince-Ringuet, Jean Paul Sartre, Luis Aragón, el premio Nobel Jacques Monod, al que también se le vio en la calle la noche de las barricadas, asistiendo a los estudiantes heridos, Jean Maitrón, gran historiador y sociólogo, Gastón Leval, Daniel Guerin, una monja, Francisca Vandermesch, directora de la revista Echanges. Estos nombres son sólo una muestra, pues fueron muchas las personalidades de gran valor intelectual que hablaron aquellos días en la Universidad que fundó el monje Robert Sorbon, en 1253.

Durante unas semanas fue la fiesta del intelecto; una explosión de entusiasmo por conocer las nuevas ideologías de vanguardia. Marcuse. Marcuse, el gran símbolo para la juventud. La euforia de la Universidad se comunicó a la calle. Todo el mundo sintió la necesidad de exteriorizar sus opiniones. El Ágora de los helenos revivió en Francia en 1968 convulsionada ahora por el acontecimiento.

La prensa rivalizó en artículos enjundiosos sobre los problemas de una sociedad con ansias de transformación abundantemente ilustrados con fotos emocionantes y bellísimas, con imágenes de la juventud enardecida, desfilando por las calles.

Primeros chispazos

¿Pudo prevenirse la explosión de mayo? Las opiniones son divergentes. El malestar, la agitación en los medios universitarios era muy aguda en los últimos años. Recordemos las revueltas estudiantiles en los Estados Unidos y en Europa. Dice la profesora Jeanne Durry (Le Monde, 11-12-68): «La catástrofe de mayo pudo haberse evitado si los precedentes ministros de Instrucción Pública hubiesen podido contar con los créditos que le han sido atribuidos al señor Edgard Faure. En ese caso las Facultades habrían sido dotadas, año tras año, de los locales necesarios que los profesores reclamaban. Una Facultad que en 1968 llega a tener 41.000 estudiantes como la Sorbona-Letras, es un monstruo que no debió haber nacido jamás y que no puede conducir nada más que a las revoluciones».

A las convulsiones de mayo, precedió la revuelta universitaria de Nanterre. Ésta no surgió tampoco por generación espontánea. La agitación estudiantil de esa Universidad ya se había manifestado en varias protestas. ¿Motivos? Ya los hemos apuntado: repercusión de los movimientos estudiantiles de América y Europa. Los que aducía la profesora Durray: defectos del profesorado y la necesidad de adaptar la enseñanza a las nuevas exigencias de la sociedad industrial y tecnológica y otros más poderosos: la influencia y presión que ejercían sobre la juventud universitaria la propaganda marxista; y también, un sentimiento de frustración ante tanto sacrificio en los estudios para tan inciertas posibilidades de ejercer.

La encuesta dirigida por el ministro Misofle para tomar el pulso a la juventud, reveló ya muchos signos que debieron haber alarmado a educadores y gobernantes; sobre todo a estos últimos. Entre protestas, más o menos intensas y minimizadas casi siempre por el Gobierno, llegó la conmoción del 22 de marzo en la Universidad de Nanterre. El nombre de Daniel Cohn-Bendit. estudiante de 23 años que se decía anarquista, llegó a ser conocido del gran público. El Gobierno y la prensa en general no dieron mayor importancia al acontecimiento. Aunque en Nanterre ocurrieron hechos muy serios, se quiso dar la impresión de que era una algarada juvenil sin importancia. Sin embargo, el Ministro de Instrucción Pública. Misofle, ya había tenido algún disgusto de Cohn-Bendit.

Las fuerzas subversivas de mayo

PSU (Partido Socialista Unificado), SNES (Sindicato Nacional de Enseñanza Superior), UNEF (Unión Nacional de Estudiantes de Francia) y la UEC (Unión de Estudiantes Comunistas). Estas fueron las organizaciones mayoritarias que actuaron como detonantes de la explosión. A ellas se agregaron los llamados grupúsculos: UJCML (Unión de Juventudes Comunistas Marxistas Leninistas), PCMLF (Partido Comunista Marxista Leninista de Francia), JCR (Juventudes Comunistas Revolucionarias), FJR (Federación de Juventudes Revolucionarias), Movimiento 22 de Marzo, MAU (Movimiento de Acción Universitaria), EUS (Estudiantes Unificados Socialistas), OCI (Organización Comunista Internacionalista), CRER (Comité de Relaciones de Estudiantes Revolucionarios), CVB (Comité del Vietnam de Base), CAL (Comité de Acción de los Liceos), CREOC (Comité de Relaciones de Estudiantes Obreros y Campesinos). A estos hay que agregar los grupos de Le Monde Libertaire, Grupo Luisa Michel, CNT (Confederación Nacional del Trabajo francesa). Intervinieron también, muchas veces, a pesar de sus dirigentes, la CGT (Confederación General del Trabajo) –comunista–, CFT (Confederación Francesa del Trabajo), CFTC (Confederación Francesa de Trabajadores Cristianos), FO (Fuerza Obrera) y CGC (Confederación General de Cuadros).

Enseñanzas a retener

La experiencia de mayo demuestra las posibilidades existentes para desintegrar el complicado mecanismo de una sociedad fuertemente industrializada y un Gobierno sólidamente implantado, como el de Francia, en 1968.

La fuerza que confiere la sólida unión de obreros, técnicos, intelectuales y campesinos se reveló en mayo con una eficacia tremenda para desorganizar la máquina estatal.

Por unos días, Francia estuvo al borde de una verdadera revolución producida por el enorme poderío de las citadas fuerzas unidas. Éstas pudieron lanzar diez millones de trabajadores a la huelga. Las centrales sindicales que paralizaron toda Francia fueron, durante más de un mes, los árbitros de la vida nacional y tuvieron en las manos sus resortes económicos y se constató también, que la Francia de la Revolución, con su gran lema de «Una e indivisible», no ha logrado imponer esa divisa, después de dos siglos de existencia.

La política del general De Gaulle

Francia llevaba, en 1968, diez años sometida a las presiones e influencia de la Rusia comunista. Todas las actividades de la nación, políticas, culturales y artísticas fueron contaminadas por la ideología marxista-leninista y ello con la complacencia del general De Gaulle, que se recreó viendo ascender la marea con el secreto designio de utilizar diques de contención en el momento más propicio, a fin de aparecer como el salvador de la France Eternelle.

En todo caso su inconmensurable orgullo debió sentirse lastimado. La lealtad de los militares a su persona la tuvo que pagar a base de sufrir la humillación de tener que liberar al general Salan y a los hombres comprometidos en la OAS, además de pedir auxilio a las fuerzas americanas.

Cese en la unidad de objetivos

La multiplicidad de grupos y organizaciones que se lanzaron a la subversión, reclamaron al principio simples reformas universitarias. Bien pronto hicieron conocer otras aspiraciones más ambiciosas. No se reclamaban ya reformas parciales, sino una transformación completa de la sociedad. Había que hacer la Revolución.

Los estudiantes la emprendieron contra la sociedad de consumo. Ella era la gran responsable. ¿Eran también consumistas los smigards (salario mínimo), los ancianos, los habitantes de los Bidonvilles? Lo cierto es que al tomar amplitud nacional la contestación y englobar tanta diversidad de opiniones, surgió el problema. ¿Qué modelo adoptar para la orientación y transformación del nuevo régimen? ¿El modelo soviético, el chino, el cubano o el libertario español? No era fácil escoger un modelo, en aquel maremagnum ideológico de mayo.

Las centrales sindicales, que habían dado al Movimiento su verdadera importancia con el paro de los ferrocarriles y servicios públicos, comenzaron a alarmarse por el extremismo de los estudiantes. La prueba la tuvimos la tarde del 13 de mayo con la manifestación monstruo convocada por las organizaciones sindicales. Según datos de la Prensa concurrieron a ella más de 800.000 manifestantes. En los barrios del cinturón rojo de París se hizo una gran propaganda con diversos medios, para que asistieran a la manifestación los obreros. ¿Se contentaría aquella marea humana enardecida sólo con un paseo por París o se lanzaría al asalto de los edificios gubernamentales, aprovechando aquellas horas de exaltación, para dar comienzo a una verdadera Revolución?

Lo cierto es que se vivieron unas horas de verdadero suspense. El ministro del Interior, Christian Fouchet, en su libro sobre los sucesos de mayo, decía: «Tuvimos que llamar la atención a los periodistas de radio y televisión para que moderaran el tono de las informaciones. Si las radios no cesan ese tono tan exaltado en la información el régimen va a derrumbarse».

Y De Gaulle, hablando con André Malraux, un tiempo después de los hechos de mayo, decía: «En mayo todo me escapaba. No podía ejercer ningún control ni sobre mi propio gobierno. Ciertamente esto cambió cuando pude hacer el llamamiento al País».

El suspense finalizó a las 5 de la tarde del día 13, cuando la muchedumbre de manifestantes llegó a la estación de Saint Lazare y se le dio la orden de disolución por los jefes conductores. Las organizaciones obreras cambiaron su actitud revolucionaria y se bifurcaron en la lucha por reivindicaciones económicas y las negociaciones de Grenelle comenzaron.

Mayo de 1968: ¿fue una revolución?

No lo creo. Aunque la conmoción fuese tan intensa y sensibilizase a toda la nación, la verdadera prueba de fuerza no tuvo lugar. Tanto por parte del Gobierno como de las fuerzas subversivas, hubo una gran moderación en los enfrentamientos. ¿Qué reacción habría tenido el Gobierno si los estudiantes y los obreros hubieran intervenido armados con fusiles y pistolas, en lugar de cócteles Molotoff y tapaderas de los cubos de las basuras? ¿Qué habría sucedido si de buenas a primeras el Gobierno hubiese sacado a las calles de París los tanques del Ejército, como ha hecho la Rusia soviética en Checoslovaquia y Polonia últimamente?

¿Existieron en mayo influencias anarquistas?

Se puede afirmar que sí. Los anarquistas, como ya digo al comienzo de este trabajo, estuvieron en la ocupación de la Sorbona y participaron en la lucha. A lo largo del desarrollo de los acontecimientos, entre las múltiples tendencias ideológicas que apasionaban a la juventud impulsándola a descubrir nuevas rutas de convivencia social, comenzó a emerger con mayor claridad la existencia de tendencias anarquistas. El anarquismo surgió a la superficie de la vida pública en una sociedad capitalista-demócrata, sin la cohorte de truculencias y atentados terroristas del pasado. Los nombres de Kropotkin, de Proudhon y, sobre todo de Bakunin, circularon copiosamente. En artículos y conferencias se comentaron sus teorías. Las ideas anarquistas no fueron consideradas como antaño, sinónimo de violencia y caos. Fueron examinadas muy seriamente por escritores, profesores, periodistas y estudiantes, como una teoría filosóficosocial susceptible de ofrecer respuestas a posibles nuevas estructuras de convivencia humana. Hasta el gauchisme tuvo un tinte anarquizante. En la copiosa bibliografía del movimiento de mayo, varios escritores han profundizado en los principios bakuninistas; entre tantos, Bloch-Lain, Cyrile Carnevon, Guy Michaud. Este dice en un párrafo de su libro sobre Mayo: «las ideas que se estudiaron y debatieron en mayo y en las nuevas estructuras que se propusieron como modelo, se notó un gran interés por el resurgimiento de las grandes corrientes libertarias, bien ancladas en la mentalidad francesa, como son las teorías sobre el federalismo de Proudhon.

Como conclusión podemos opinar que los comunistas en los nuevos organismos que se constituyeron y que tomaron parte en la subversión, no lograron imponer su dominio absoluto, y ello pese a tantos factores que les favorecieron, de los que cabe destacar: la política exterior del general De Gaulle, contraria a la de los Estados Unidos. La organización sindical CGT, dominada por ellos, la gran mayoría de enseñantes de las universidades, la moral de saberse asistidos de las simpatías de 750 millones de chinos y 200 millones de rusos, de los países del Este y de las quintas columnas infiltradas en los estamentos socio-políticos del mundo no comunista.

Francia, en el 68, tuvo siempre presente las enseñanzas de sus enciclopedistas como el gran Voltaire, tan enamorado de la libertad; la epopeya de la gran Revolución de 1789, con su lema «Libertad, Igualdad, Fraternidad». Las semanas gloriosas y trágicas de la Comuna de 1871, con militantes tan esclarecidos como Eugene Varlin, Jules Valles, Luisa Michel, Flora Tristán. Y Fourier, Proudhon y los hermanos Reclus del socialismo libertario.

¿Perdurará aún muchos años el dominio del régimen comunista? Tengamos confianza en el futuro y recordemos lo que decía Emma Goldman en el Prólogo de su folleto Dos años en Rusia:

... y nada nos importa de lo que se diga hoy y de la fuerza aparente que el bolchevismo pueda tener. Cuando la marejada del confusionismo y las contradicciones hayan pasado, el bolchevismo pasará también. Ese es el destino de todas las ideas que pretenden servir de puente entre el pasado y el porvenir. El pasado comienza por temerlas y concluye por aceptarlas. El porvenir comienza por adoptarlas y concluye por destruirlas.

Publicado en Polémica en abril de 1983

El asesinato de Salvador Seguí

El asesinato de Salvador Seguí

Manuel Salas

No sentimos inclinación al anulador y pernicioso culto a la personalidad y menos aún, al farisaico sentimiento reverencial de los muertos. Sin embargo, por los ásperos caminos de la historia del movimiento obrero han pasado figuras cuya actuación, sacrificio y capacidad son ineludible punto de referencia para comprender la ejemplaridad de su conducta, la magnitud de las ideas que proclamaron y defendieron y la generosa entrega que de su libertad y aun de su vida hicieron para que esa dignidad que reclamaron para sus compañeros de clase no fuese atropellada por la injusticia y la ambición. Posiblemente, en la creciente degradación de la conciencia colectiva de esta humanidad sometida de grado o por fuerza a sistemas y estándares de vida propiciadores del gregarismo y la masificación, las figuras singulares de aquellos luchadores; hoy son casi impensables. Sería abrumador y doloroso recordar el inacabable censo de hombres y mujeres inmolados en la angustiosa reivindicación de sus derechos y libertades. Al cumplirse en estos días el sesenta aniversario del salvaje asesinato de Salvador Seguí, no hemos podido sustraernos al influjo de su obra militante en la Confederación Nacional del Trabajo, y de su trágica muerte en la tarde del 10 de marzo de 1923, junto al compañero Francesc Comas Paronas, que le acompañaba en aquel infausto momento.

No es infrecuente que algunos filósofos o historiadores quieran atribuir a los militantes libertarios un paralelismo místico cercano al de los mártires del cristianismo. El hecho de que El Noi del Sucre fuese victimado a los 33 años de su vida, al igual que se cuenta del legendario Cristo, podría robustecer esa singular e interesada teoría.

Pero Seguí fue víctima de las bandas de pistoleros del «Libre», de la vesania del poder político y policial al servicio de los intereses de la burguesía y los oligarcas que veían en él al hombre capaz de interpretar y galvanizar a los trabajadores para que éstos fuesen nunca jamás considerados como esclavos o mercancía.[i]

Las actuales generaciones desconocen la existencia de muchos hombres que contribuyeron decisivamente a alcanzar unas libertades y unas condiciones de vida que ellos apenas pudieron disfrutar. De ahí que pretendamos hacer una semblanza del pensamiento y la acción de este hombre singular, cuyo vil asesinato denigrará para siempre a sus victimarios y a sus inductores.

Salvador Seguí Rubinat nació en Lérida el 23 de diciembre de 1886. Sus padres se trasladaron a Barcelona, siendo niño, y en ella permaneció hasta su muerte. Su inquietud le impulsó bien joven a participar en cuantos acontecimientos colectivos se sucedían, bien fueran a nivel de juegos callejeros o en protestas y manifestaciones más definidas, hasta el punto que a los 12 años ya sufrió su primera detención, por curiosear en una refriega entre huelguistas metalúrgicos y la policía. No tarda en formar parte de la Junta de la Sociedad de Pintores, y tras una larga detención, toma parte en los sucesos de «La semana trágica», lo que le obligó a trasladarse al pueblecito de Gualba, donde trabajó como pintor.

Hijo único, su padre hubiera querido que sintiese inclinación por el estudio. No hubo nada que hacer. El afirmaba que «en la calle también se aprende», y a los diez años se obstinó en querer trabajar, contra la voluntad de sus padres. Esa negativa, impulsó a Seguí a estar tres días sin aparecer por su casa. Vagabundeó por el muelle y por Montjuïc, hasta que pudieron localizarlo. Su padre accedió, y lo llevó a trabajar a la panadería donde él trabajaba. La primera amonestación del patrón bastó para que no volviese más. Tras varios trabajos, entre los que hay que señalar el de una refinería de azúcar, que dio motivo a su apodo, aprendió el oficio de pintor. Pero no aguantó órdenes de nadie, cambiando de patrón más que de camisa. Enfermó su padre y, como por ensalmo, toda su inquietud se calmó y trabajó duro y con tesón hasta que su padre se restableció, y con la salud de su padre él recuperó también su libertad de andar de un lado para otro. En ese trajín constante, conoció a un compañero que le procuró algunos folletos y libros anarquistas. Y eso fue la causa de que, sin renunciar a ese contacto permanente con las gentes y la calle, se entregase con afán a estudiar y aprender cuanto pensaba podía ayudarle en su formación.

Como a tantos otros, la influencia de las lecturas le llevó a un verbalismo demoledor, y con otros amigos, formaron un grupo tan iconoclasta e inconformista que llamaron «Los hijos sin nombre». Inútil decir que en sus reuniones no quedaba títere con cabeza. Su inconformismo verbal era vigoroso e inextinguible; no así sus recursos que, al considerarse hombres libres y no admitir la explotación, les llevaba al olvido del trabajo con que obtener algo para calentar el estómago. Seguí no padeció grandemente esta carencia, pues en su casa siempre tenía un plato de comida, pero muchas veces, su amor propio le hacía renunciar a esa seguridad, pasando las mismas privaciones que sus amigos.

Ese período de su vida está lleno de anécdotas interesantes que reflejan el hombre vital, directo y sincero que fue toda su vida. Ese sarampión al que pocos jóvenes escapan, afortunadamente, pasó y dio lugar a otro período de reflexión y serenidad, que puso en su conocimiento la hondura y la amplitud necesaria. «Los hijo sin nombre» quedaron olvidados en su propio anonimato y una tertulia que se mantenía en el Café Español, fue la Universidad en la que El Noi se consolidó y aumentó día tras día, despertaron el interés de numerosos intelectuales, que acudían a ella con frecuencia. Entre los escritores, Camba, Baroja y otros fueron visitantes bastante asiduos, junto con una fauna cosmopolita de bohemios, nihilistas, socialistas, trashumantes... También era un lugar, bien conocido por la policía, que sabía que en cualquier momento, siempre encontraría allí inquilinos para los calabozos de sus comisarías y cárceles.

Eran los tiempos duros en que el terrorismo empezó a ensangrentar las calles de Barcelona. La época siniestra de Martínez Anido, Arlegui y el barón de Koening, con sus bandas de pistoleros y confidentes.

Salvador Seguí era ya un militante destacado y capaz en las filas de la Confederación Nacional del Trabajo. Conferenciante brillante, recorrió la geografía peninsular en actos de propaganda y mítines. En el Congreso de la Comedia, en 1919, asistió como delegado y pronunció junto con Pestaña, sendas conferencias en la capital madrileña. Su popularidad fue pasto de periodistas. Un reportero, despistado, le abordó para preguntarle el porqué de su nombre. «¡Hombre!, pues de tan dulce como soy. ¿Qué no ve que atraigo hasta las moscas?»

Su intensa militancia y su firmeza, junto a una intuición sorprendente de las situaciones, hicieron de él uno de los más valiosos dirigentes de la CNT. Polemista agudo e incisivo, su gran corpachón culminado por un rostro en el que campeaba la nobleza, imponía un gran respeto a sus adversarios que no encontraban fisuras por donde resquebrajar su integridad.

En julio de 1916, la CNT invitó a la UGT a un cambio de impresiones para la alianza de las dos fuerzas sindicales. Seguí participó en ellas y fue detenido con todos los demás representantes sindicales asistentes a la misma.

En noviembre de 1916 se produce un paro general de 24 horas en toda España, de ambas fuerzas, y en agosto de 1917, se declara la huelga general en todo el país que tuvo resonancias importantísimas, aun cuando las dilaciones por parte de la UGT pusieron en grave riesgo este movimiento.[ii]

El Congreso Regional de 1918, en Sants, marca el paso de las antiguas sociedades obreras a Sindicatos Únicos, y en él Seguí hace una brillante y razonada exposición de la conveniencia de este cambio.

En esas fechas, los conflictos sociales se incrementan, culminando en el de La Canadiense, con el que el Gobierno quiere dar la batalla a la CNT, y es de nuevo la intuición de Seguí, en el memorable discurso de Las Arenas, que desbarata y hace posible el final positivo de aquel gravísimo y prolongado conflicto.[iii]

Entre detenciones y espacios de libertad, Seguí sigue trabajando infatigablemente y dando muestras de su claro concepto del Sindicato y de la lucha obrera, hasta que es detenido y conducido al penal de La Mola, en Mahón, junto con otros sindicalistas y políticos. Allí pronunciaría su importante conferencia sobre «Anarquismo y Sindicalismo», el 31 de diciembre de 1920, alguna de cuyas ideas reproducimos en este emocionado recuerdo y homenaje al destacado luchador y organizador que fue Salvador Seguí El Noi del Sucre.

Es creencia general que Sindicalismo no significa nada. Los equívocos que se han formado son tantos y de tal magnitud, algunos, que conviene de una vez para siempre deshacerlos. Que el Sindicalismo no sería nada sin la espiritualidad irradiada del Anarquismo, como algunos afirman, condicionalmente es verdad. Nada más que condicionalmente.

Qué es el anarquismo

Anarquismo es una gradación del pensamiento humano. Diríamos mejor, es la más alta gradación del pensamiento humano. Es una lógica consecuencia de las diversas fases que a través del tiempo han sufrido las ideas, tamizadas por el sentimiento.

Todas las ideas, sin los hombres que las crean, no son nada. La Anarquía, repitámoslo, no es anterior al hombre, porque si así fuere, los anarquistas dejarían de ser espiritual y moralmente lo que fueron y lo que son, para rendir culto fanáticamente a lo sobrenatural. En tal caso, los principios anarquistas no se diferenciarían de los principios deístas.

Y precisamente, por ser las ideas creadas y concebidas por los hombres, tienen constancia y valor humano. De lo contrario serían un valor negativo. Toda idea que no pase por los procesos de la evolución, no será sino una elucubración mental. El Anarquismo debió pasar por ese proceso evolutivo para poder ser concebido como manifestación humana.

Todas las ideas, desde las más modestas hasta las más audaces, han pasado por ese proceso. Lo demuestra el hecho de que ni una sola ha sido plasmada en realidad, llevada a la práctica, en su concepción primitiva y en su integridad. Así las religiones, todas las concepciones filosóficas, económicas y políticas, así también nuestras ideas. Ahora bien; con cuanta más fe y más íntegramente sea planteada la lucha, más pronto y más felizmente se llegará a la realización de las ideas. Tened en cuenta también que aquéllas pierden la integridad de su concepción originaria, y pueden bifurcarse para ser llevadas a la práctica, por nuevos caminos abiertos para su inmediata realización.

Una idea puede dar margen a nuevas concepciones ideológicas, y puede ser motivo para crear organizaciones que basándose en la concepción espiritual de la misma, cree otras nuevas. Y aun cuando no sean las mismas, fundamentalmente en nada pueden diferenciarse...

Qué es el sindicalismo

Eso ocurre con el Sindicalismo. Este es la base, la orientación económica del Anarquismo. Porque la Anarquía no es un ideal de realización inmediata... Hagamos otra afirmación diciendo que siendo la concepción ideal de la vida de los hombres, no llegará a tener realización porque es una perfección extraordinaria del pensamiento. El Anarquismo no llegará a plasmar en realidad en su verdadera filosofía. Sería tanto como definirlo y limitarlo. No tiene un origen material. No nace en un punto para morir en otro. Es propio de la inteligencia y del sentimiento. Por esa razón, Anarquismo es ya individualismo. Y en él hay también la concepción colectivista que acepta aquellas cosas del Anarquismo de más fácil realización.

¿Y qué significación tiene el Sindicalismo?

Históricamente, es la condensación del pensamiento al que dieron vida los compañeros de la Internacional; prácticamente es el instrumento del Anarquismo para llevar a la práctica lo más inmediato de su doctrina.

"Hay quien dice que el Sindicato no es nada. Es un error esta afirmación. El Sindicato es cerebro y brazo. No se comprende el uno sin el otro. El Sindicalismo tiende a usufructuar las prerrogativas que le son propias en el orden social.

También se afirma que el Sindicalismo no tiene ideas propias. Eso no es cierto. En los Congresos de los años 1910, 1915, 1916, 1918 y 1919, el Sindicalismo llegó a precisar que se apoderaría de los instrumentos de trabajo. El Sindicalismo recibió del Anarquismo alma y espíritu. ¿Quién niega que el Sindicalismo plantea y resuelve el problema económico? ¿Y quién puede negar que el Sindicalismo revolucionario y libertario en su concepción económica, es el auxiliar feliz y poderoso del Anarquismo?

He aquí la virtualidad del Sindicalismo: relevar y sustituir los factores del capitalismo y de la burguesía. Por esa razón no estamos de acuerdo con los socialistas. Ellos hacen hombres que no creen en su personalidad, y con la obra que realizan retardan el momento de la posesión integral de las prerrogativas sociales del hombre.

Mientras haya quien crea que los problemas no los debemos resolver por nosotros mismos, sino que su solución depende de otros, el hombre no hará jamás nada. Quien crea en la organización estatal es un esclavo. [...] Sindicalismo es la agrupación natural orientada de los elementos de una misma profesión, y esta organización orientada en un sentido revolucionario y libertario, se acerca al Anarquismo. ¿Quiénes, sino los trabajadores, pueden llevar a cabo un movimiento de renovación?

Mas dudo haya nadie que crea asistir a la derrota de los valores económicos del mundo capitalista, de las viejas y falsas concepciones burguesas, sustituyendo valores y concepciones con los problemas que en su integridad plantea el Anarquismo. La misión de los anarquistas en los Sindicatos está en velar por la vida de éstos y orientarlos. Sin embargo, no son los grupos anarquistas ni las organizaciones estatales quienes tienen que organizar y regularizar la producción. Son los Sindicatos. A los Sindicatos han de ir a darles fuerza y relieve los sectores de la acción y la educación.

Se nos presenta otro punto importante que el proletariado debe resolver. El de la cultura. ¿Qué harán los trabajadores al día siguiente de la revolución con respecto a ese problema? ¿Qué harán de los Ateneos, de las Escuelas, de las Bibliotecas, de los Institutos profesionales?

Si nuestra preparación es lo fecunda que deseamos, al día siguiente de la revolución, destruiremos todo cuanto en el orden de la cultura nos pueda ser perjudicial. En previsión, hemos de crear nuestras Universidades y nuestros Ateneos.

Si no podemos, si los acontecimientos nos sorprendieran, nos aprovecharíamos de lo que hubiese realizado la burguesía en este sentido. Lo que sí haremos, aun en último caso, es arrancar de cuajo lo malo, lo perverso y lo inútil...

Y ahora, amigos míos, dejadme que diga esta noche mis últimas palabras. Que en estas horas en las que nos une el dolor y una luminosa esperanza de manumisión económica y espiritual, hagamos una profesión de fe, de constancia en el propósito y de confianza en nosotros mismos. No creáis en los hombres, en cuanto eso pueda significar una hipoteca de vuestra voluntad; creed, mejor, en cada uno de vosotros...

Pese a su total entrega y a la ejemplaridad de su conducta, Seguí, como tantos otros; no pudo escapar a la destructora ponzoña de las insidias y la maledicencia.

El permanente afán de Seguí de capacitarse y aprender para que su labor fuese más consciente en la defensa de sus ideas, le llevó a relacionarse con periodistas, intelectuales y políticos de izquierda. Su amistad con Oriol Martorell, concejal del Ayuntamiento de Barcelona, en los años 1908-1909, fue motivo para que empezase a circular la especie de que Seguí iba a fundar con algunos intelectuales un «Partido posibilista». El hecho de que El Noi frecuentase la peña intelectual del Café Suizo, en las Ramblas, a la que acudían los Alomar, Iglesias, Gener, Albert, Tintoré, etc., fue pretexto para urdir las más absurdas e interesantes calumnias. No andaban ajenos a estos afanes elementos de la gran patronal que hicieron circular la noticia de que Seguí y Pestaña, «con el dinero de las cuotas de los trabajadores» habían comprado casa propia nada menos que en el Paseo de Gracia barcelonés.

El relevante papel que Seguí desempeñaba en la Organización con federal[iv] era a causa de todas las especulaciones, a las que siempre fue ajeno. A raíz de la campaña electoral subsiguiente al fracaso de la huelga general de 1917, Julián Besteiro, intentó incluir a Seguí en la lista de candidatos, junto a Largo Caballero, a lo que El Noi del Sucre se negó rotundamente.

Junto a García Oliver y Antonio Amador, en un mitin celebrado en Reus, en 1921, Seguí, de manera clara y rotunda, reafirmó los principios apolíticos de la CNT, responsabilizando a los políticos de parte de la represión desatada en aquellas fechas contra los Sindicatos y militantes confederales.

Es bien conocida la campaña orquestada por el periodista Paco Madrid en la que se afirmaba la inclusión de Seguí en la lista de candidatos republicanos a diputados. Cuando, ante el silencio de Seguí, que raramente hacía caso de esas campañas, la organización requirió al periodista para que aclarase el origen de su «información», éste respondió diciendo que, en periodismo, lo importante era la «primicia informativa», y que eso era lo que él había perseguido con sus artículos.

Incluso el propio Pestaña, recién llegado de Argel, se mostró hostil a Seguí, acusándole de «reformista». Pestaña, en aquella época, parecía ser el exponente del Anarquismo y Seguí del Sindicalismo, en el seno del movimiento confederal.

No siempre fue paciente la actitud de Seguí, frente a estas manifestaciones periodísticas. Cuenta Manuel Buenacasa que, a raíz de una huelga general de la Construcción, ganada por la acción directa de los trabajadores, el corresponsal de un diario madrileño, insinuó que el Comité se había vendido a los patronos. «Fue Seguí quien vino a verme, y tras leerme el artículo en cuestión, me preguntó: "¿Y qué pensáis hacer?" Me encogí de hombros, no sabiendo qué responderle. Me cogió por un brazo, llevándome hasta un café, frente a Canaletas, y señalando a un "cliente", me dijo: "Ahí tienes al tipo que ha querido deshonrarnos", y sin más espera, le atizó dos sonoras bofetadas que el "periodista" encajó sin rechistar. Se organizó un gran escándalo, y a un policía que acudió para ver lo que pasaba, lo echó a un lado, diciéndole: "Usted calle y escuche", mientras decía al periodista: "Usted va a desmentir ahora mismo lo que ha dicho; y si no ya sabe lo que le toca". Por descontado que el diario hizo pública la rectificación al día siguiente.»

Otro rasgo descollante en Seguí era el generoso tributo de su solidaridad y compañerismo. En los tiempos normales, en que El Noi podía vivir con su familia, raro era el día que no acarreaba a su casa un par de invitados, si no eran más. Teresa Montaner, su compañera, con un niño y una niña pequeños, atendía lo mejor que podía a cuantos allí buscaban refugio y solidaridad.

La sistemática persecución de militantes por las bandas de pistoleros libreños, aconsejó a Seguí trasladarse a la región levantina, donde los compañeros albergaron a la familia Seguí durante algún tiempo. Aun en esa situación, El Noi no vacilaba en hacer cuanto hiciese falta por la organización. A raíz de un suceso provocado por un teniente de la Guardia Civil que, al clausurar la Escuela Racionalista en Cullera, había maltratado a los miembros del Comité comarcal, a uno de los cuales propinó un brutal puntapié en el vientre que le produjo una peritonitis traumática, por lo que hubo de ser hospitalizado, siendo procesado el doctor Salgado que certificó el diagnóstico. Seguí visitó a un abogado en Valencia para obtener la revisión de aquel arbitrario atropello. Llevó su aliento a los compañeros presos en la cárcel levantina y pensó que era ya tiempo de regresar a Barcelona, pues su presencia en Cullera ya había sido detectada hasta el punto de que pudo ser abortado un atentado en Sollana merced a la atenta vigilancia de los militantes de aquella comarca.

El 1 de marzo de 1923 pronunció en Manresa su última conferencia. Los compañeros le aconsejaron que no debía regresar a Barcelona, temerosos de la situación cada vez más grave que se creaba a los militantes cenetistas, principalmente. Tranquilizó a los compañeros, asegurándoles que pensaba regresar para conseguir marchar al extranjero.

No pudo hacerlo. Emilio Junoy, senador liberal destacado, que se complacía con la amistad de Seguí, comparándolo con Bakunin afirmó de él: «A Seguí lo ahorcarán en Barcelona –no si yo estoy con vida– o lo asesinarán por la espalda»

Y por la espalda lo mataron el 10 de marzo de 1923.



[i] Aun cuando la nómina de los asesinos a sueldo que integraban las bandas de pistoleros subvencionados por prepotentes caciques de la burguesía, como Graupera, Muntadas y otros, difícilmente podrá ser conocida, hay datos suficientes para probar la intervención directa, en el asesinato de Seguí, del confidente lnocencio Feced que, años más tarde, quiso chantajear a Pestaña, ofreciéndole por una crecida cantidad de dinero, documentos en los que se citaban los nombres de quienes habían organizado, pagado y ejecutado todos los asesinatos de militantes de la CNT. La negativa de Pestaña, no impidió que, pasado el tiempo, se publicasen dichos documentos, en los que curiosamente el nombre de Feced no aparecía implicado, salvo en el de Seguí, respecto del cual había afirmado: «A ese lo mato yo».

[ii] En junio de 1917, y como consecuencia de los compromisos existentes entre la CNT y la UGT para la declaración de la huelga general revolucionaria para derrocar al régimen, y ante la injustificada tardanza de los socialistas para fijar la fecha de la misma, tiene lugar en Las Planas, en plena montaña, una reunión clandestina a la que asiste por la UGT, su vicepresidente Largo Caballero. Las explicaciones de éste fueron poco convincentes, ya que quedaban subordinadas a los resultados políticos de la Asamblea de Parlamentarios, mientras que la intensa actividad de los hombres de la CNT en la preparación material del movimiento ponía en grave riesgo los planes y los medios que se iban acumulando. El intento de Largo Caballero para apaciguar a la CNT fue inútil. En una reunión previa celebrada en los locales de la calle Mercaders, se había mantenido la postura de que en la reunión con los socialistas se fijase la fecha de la huelga general. Finalizada la reunión, y mientras Seguí esperaba al compañero que había de conducirle a Las Planas, inesperadamente, se dio aviso de que la policía se dirigía a los locales de la CNT. Cada uno salió como pudo del local, y Seguí, al saltar por un balcón a la calle, se dislocó una pierna, lo que dificultó su huida. Ayudado Por el compañero Arnó, de Mataró, fue atendido en casa de otros compañeros, no pudiendo acudir a Las Planas. Cuando, por la noche, se informó a Seguí de los resultados de la reunión, dijo: «Me parece que debíamos haber emplazado definitivamente a la UGT y desligarnos de compromisos si no se tiene la seguridad de un aceleramiento; nuestros hombres y nuestra organización están expuestos en cualquier momento, a ser copados». Esta actitud determinó un rápido viaje a Madrid para fijar la fecha y la contraseña que se publicaría en El Socialista y toda la prensa nacional, con la frase: «Cosas veredes, que dijo el Cid», con lo que quedaba fijado el compromiso y la fecha para la huelga de 1917.

[iii] La huelga de La Canadiense fue un exponente de la capacidad y recursos de los Sindicatos. La ordenación y desarrollo del paro, fue un alarde de eficacia y de solidaridad. La estrategia empleada desconcertaba a la burguesía y a los gobernantes. Un día los transportes, otro los servicios públicos, la implantación de la «censura obrera», en la que los tipógrafos se negaban a componer las noticias tendenciosas sobre la huelga, rompían la resistencia patronal. De ahí que indujesen a elementos provocadores para instigar a los obreros a actitudes desesperadas. Seguí se dio cuenta de este intento de llevar a los trabajadores a actos que fueran pretexto para una masacre sangrienta, y usó de su persuasión y de su influencia moral, para conducir el final de aquella huelga por cauces legales y directos que pusieron al descubierto los planes siniestros de aquella patronal inhumana.

[iv] Fue secretario general de la misma en algún período.

Artículo publicado en Polémica, n.º 7, abril de 1983.

Los tres movimientos populares en la Argentina del siglo XX

Los tres movimientos populares en la Argentina del siglo XX

Ángel J. Cappelletti

La participación activa del pueblo esto es, de la clases bajas, en la historia argentina ha sido errática y contradictoria. El movimiento que condujo a la independencia no contó, al menos al principio, con la adhesión masiva de gauchos, pardos y negros. Un sector de la burguesía urbana formada por criollos que habían asimilado (hasta cierto punto) la idea de Rousseau y del iluminismo, originó la Primera Junta de Gobierno en mayo de 1810. La plebe urbana vio con indiferencia estos hechos en un primer momento. La exótica y foránea idea de «patria» fue sustituyendo trabajosamente, en los años siguientes, la ideología monárquica, inculcada en las casas señoriales y en los púlpitos. La adhesión posterior de las masas rurales a los caudillos no debe interpretarse, en todo caso, como algo muy distinto de la lealtad de los siervos hacia los señores feudales en el Medioevo.

El primer movimiento popular –y, más específicamente, obrero– que se produjo en la Argentina supone la gran inmigración europea, la incipiente industrialización la conciencia de clase. Este movimiento es el anarquismo o, si se prefiere, el anarco sindicalismo representado por la FORA (Federación Obrera Regional Argentina). El anarquismo dominó el escenario social del país por lo menos hasta fines de la Primera Guerra Mundial, aunque siguió siendo importante hasta 1930 y, perseguido a muerte por la dictadura de Uriburu todavía tuvo peso decisivo en muchas ocasiones hasta la llegada de Perón. Los asalariados de la ciudad –obreros industriales– y del campo se organizaron desde la base, a partir de las uniones locales y de sociedades de resistencia, en un gran organismo federativo, que abarcó todo el territorio nacional y cuya influencia –ideológica y organizativa– se extendió a los países vecinos –Uruguay, Paraguay Bolivia, etc.–. La FORA se proclamó anarco-comunista y adoptó una ideología esencialmente kropotkiniana, aun cuando los primeros núcleos porteños –ya en la década de 1870– se remitían a Bakunin y aun cuando no faltaron nunca los llamados individualistas –a veces directamente stirnerianos– y los enemigos de la organización. La llegada de Malatesta, en los últimos años del siglo XlX, y su incansable obra de difusión de las ideas de organización obrera tuvo, en ese sentido, una influencia decisiva. En todo caso, es indiscutible que el movimiento anarquista predominaba ampliamente hasta 1920 por lo menos –y, tal vez, hasta 1930– entre los trabajadores argentinos organizados y conscientes. Innumerables sindicatos, sociedades de resistencia, centros de estudio social, bibliotecas populares, periódicos, revistas, grupos editores, etc., vinculados o no a la FORA, adoptaban, con matices diferentes, la ideología del anarquismo (Cfr. Iaacov Oved, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, México, 1978). El marxismo que, ni en esos años, ni nunca, fue un movimiento popular en Argentina –y cuya peligrosidad revolucionaria sólo existió después en la mente paranoica de Uriburu, Onganía y Videla– apenas si tenía alguna influencia entre los trabajadores de cuello blanco –bancarios, maestros empleados municipales, etc.– y en ciertos círculos intelectuales, en verdad más inclinados al positivismo y al cientificismo que al materialismo histórico.

El anarquismo queda ampliamente reflejado en la literatura argentina de la época y no sólo en aquellos autores que, como Alberto Ghiraldo, Evaristo Carriego y Florencio Sánchez, adhirieron sin disimulos a sus principios e ideales, sino también en todas las manifestaciones del teatro y de la narrativa que expresan la vida de las clases bajas. El sainete y aun la literatura lunfarda así lo demuestran. Más todavía: un autor que más tarde sería típico exponente del nacionalismo católico y rosista, Manuel Gálvez, cuando describe la vida de los bajos fondos en su Historia de arrabal, no puede menos de personificar el idealismo y la pureza en un obrero anarquista.

No podemos analizar aquí las causas por las que el movimiento anarquista dejó de ser mayoritario entre los trabajadores argentinos. La dura represión de Uriburu la aplicación de la ley de residencia y el creciente prestigio del leninismo tuvieron algo que ver en ello. También podría suponerse que una cierta rigidez principista impidió al sindicalismo anárquico adaptarse a los cambios de la economía y de la sociedad. Sin embargo, las causas más profundas son otras:

  1. El surgimiento de la clase media a partir de la Primera Guerra Mundial, y el ascenso de los hijos de los emigrantes. Surge así el movimiento radical. La democracia directa autogestionaría que propiciaba la FORA, se degrada en la democracia parlamentaria y electoralista de la UCR (Unión Cívica Radical)
  2. Más tarde con la Segunda Guerra Mundial los intereses de los latifundistas, la formación de una nueva burguesía industrial junto con la irrupción de masas rurales sin conciencia de clase en los suburbios de los grandes centros urbanos –configurando un importante núcleo de trabajadores que ya no eran campesinos pero todavía no eran obreros–, hizo que aun esta democracia parlamentaria fuera barrida junto con los últimos restos de la FORA y del auténtico movimiento obrero, por una forma peculiar del corporativismo fascista que se Llamó «peronismo» y, después «justicialismo». La decadencia político-social –unida a la degradación ética y estética– llegó así a su nadir.

El radicalismo argentino, cuyo verdadero fundador fue Leandro Alem, fue en sus orígenes un movimiento liberal de la clase media urbana con fuerte influencia en la población suburbana y sólo excepcionalmente en la clase obrera. Aunque su nombre respondía a una tendencia política que tenía por entonces un auge en Francia, no es fácil encontrar grandes coincidencias ideológicas entre los radicales argentinos de Alem y de lrigoyen y los radicales franceses descendientes de Luis Blanc. Más difícil todavía resulta ver qué tienen en común aquéllos con los radicales españoles de Lerroux o de Ruiz Zorrilla –violentamente anticlericales– o con los italianos que hoy llevan adelante la causa del divorcio, del aborto, de la ecología, etc. En la UCR hubo siempre un fuerte componente nacional y aun nacionalista, pero no debe olvidarse que se trata de un nacionalismo de cuño liberal, más próximo en todo caso al de Mariano Moreno y los enemigos de Fernando VII que al de Juan Manuel de Rosas y los admiradores de Felipe II. No faltan en Argentina historiadores y aun políticos radicales –como algunos afines al grupo FORJA– que quisieran creer lo contrario, pero, pese a la amplia gama ideológica que acogió siempre la UCR –desde el socialismo de Lebensohn al conservadurismo de Balbín–, sería injusto y antihistórico olvidar que se trata de un movimiento básicamente liberal. Este liberalismo se demuestra en los momentos decisivos. En 1947, por ejemplo, los radicales se oponen a la implantación de la enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas argentinas y defienden el laicismo de Sarmiento y de Wilde; en 1958 se resisten a la entrega de la Universidad al clero, propiciada por el tortuoso y desleal Frondizi; desde 1976 luchan contra la teratológica tiranía de Videla y Galtieri. Hubo, sin duda, en las filas del radicalismo, muchos hombres honestos, como Illia, y algunos caudillos populares, como lrigoyen. Cuando se compara a éste con Rosas o con Perón, se le denigra, pero no deja de ser cierto que durante su gobierno se produjo la cruel carnicería de los obreros de la Patagonia, donde parece que el glorioso ejército argentino libró sus primeras escaramuzas en pro de la civilización occidental y cristiana y empezó a prepararse para la heroica guerra librada desde 1974 contra su propio pueblo. El radicalismo fue, sin duda, un movimiento popular y de masas. El hecho de que en 1983, en medio de espantosas contradicciones y de una desesperada situación interna, haya reconquistado el poder no carece de significado. Pero como movimiento liberal y de clase media es también un movimiento de transición.

En 1943 comenzó a ceder terreno ante el tercer movimiento popular, el peronismo, el cual, aunque originado en las más lúcidas mentes de la oligarquía terrateniente y del ejército, aunque apoyado sobre todo en un primer instante por el lumpen de los suburbios porteños, arrastró luego a una gran parte de la clase obrera y campesina.

Del peronismo no puede decirse, sin duda, que tenga orígenes liberales. La heterogeneidad ideológica de sus miembros, las vicisitudes de su política de gobierno, el pendularismo estratégico, etc., han arrojado densa cortina de humo sobre su real significado ideológico. Se le ha caracterizado como populismo, como nacionalismo popular, como democracia cristiana, como socialismo nacional, etc. Sin embargo, si por «peronismo» entendemos –y no podemos dejar de hacerlo– ante todo el proyecto político-social básico del coronel Perón, cuando funda su movimiento y su partido, la caracterización no admite mayores dudas. Al regresar de Italia, en cumplimiento de una misión encomendada por el ejército argentino, es un ferviente admirador de Mussolini. Convencido de que el corporativismo fascista constituye la única alternativa posible al comunismo soviético en el mundo, pero seguro también de la inevitable derrota de las potencias del Eje en la guerra que por entonces se desarrolla en el viejo continente, concibe con rapidez genial un plan para sustraer a la Argentina –y, con ella, a toda Latinoamérica– del infausto destino que amenaza a la humanidad. Se trata de reproducir allí un Estado fuerte –totalitario sin llamarlo nunca así– que organice una sociedad con estamentos jerárquicamente ordenados («la comunidad organizada») y siempre en definitiva regidos por el poder estatal. La finalidad es clara:

  1. Evitar que la lucha de clases desemboque en una revolución y que las masas populares se encaminen decisivamente hacia el socialismo. Mantener, en lo esencial, las instituciones tradicionales: propiedad privada, familia patriarcal, tradición católica, privilegios de los estancieros y de las fuerzas armadas, etc.
  2. Afirmar el papel supremo del Estado, como única garantía contra el igualitarismo real, al cual su formación de militar y su extracción social en la clase terrateniente lo oponían.

La originalidad de Perón –su genialidad, podría decirse– consistió en darse cuenta de que tal proyecto no podía llevarse a cabo en la Argentina –donde había una tradición de medio siglo de luchas obreras en la FORA y otras agrupaciones de izquierda; donde había funcionado la democracia pequeñoburguesa del radicalismo– con el lenguaje y los instrumentos que Mussolini empleara en Italia. Por otra parte, la situación internacional tampoco lo hubiera consentido, dada la derrota del fascismo y del nazismo en Europa. Se trataba pues, de buscar otros medios y otra imagen. Perón comprendió, ante todo que no se podían conservar lo privilegios (del ejército y la Iglesia) y la estructura de clase –fundada en el obvio predominio de una burguesía terrateniente con resabios feudales– sin hacer concesiones a los trabajadores de la ciudad y del campo. Más aún se dio cuenta de que sólo el apoyo masivo de los trabajadores a su proyecto podía asegurar el éxito del mismo. En lugar de organizar fasci di combatimento, creó «unidades básicas»; en vez de asaltar sindicatos, se apoderó de ellos. Pocas veces tuvo que encarcelar, torturar o matar. Su arma preferida era la corrupción y el manoseo sonriente. Sustituyó el aceite de ricino por la botella de sidra y la cachiporra por el pan dulce. Una serie de leyes sociales –que regulaban los salarios con intervención directa de la Secretaría de Trabajo– y un conjunto de reformas –más espectaculares que profundas– concitaron pronto el beneplácito de una amplia mayoría de trabajadores. El peronismo llegó a ser un movimiento de masas, sin duda numéricamente superior a los dos que antes habían aparecido en la Argentina de nuestro siglo. Sin embargo, lo que el peronismo ganó en cantidad lo perdió en cualidad frente a aquéllos. El carácter «simulatorio» (el camouflage) originario no dejó de tener consecuencias. La cohesión social del partido sólo pudo mantenerse a través de la tutela del líder carismático. La coherencia ideológica no existió nunca sino en el proyecto de Perón y, tal vez, de sus más inmediatos colaboradores. Al peronismo llegaron radicales –del grupo FORJA y otros–, conservadores –«populares», a lo Solano Lima–, socialistas –empezando por Dickman y su «vanguarditas»–, comunistas –como Puigrós y su grupo–, trotskistas –de vario pelaje–, demócrata-cristianos, nacionalistas –pertenecientes a la Alianza Libertadora y a otros diversos grupúsculos descaradamente fascistas– y hasta algunos anarquistas y anarcosindicalistas. Perón supo utilizarlos a todos para sus propósitos no sin imbuirles lo esencial de su corporativismo totalitario. Así, todos llegaron a ser –más o menos consciente o inconscientemente– fascistas. El movimiento, en todo caso lo fue y lo sigue siendo.

De este modo, cabría comprobar una tendencia –y, casi, si no fuera excesiva presunción, establecer una ley– en la sucesión de los movimientos políticos de masa en la Argentina del siglo XX: extensión creciente y cualidad (ideológica) decreciente. No cabe duda de que el peronismo enroló en sus filas a un número de afiliados y simpatizantes mayor que el movimiento anarquista y el radical. Tampoco cabe duda, para nosotros, que el paso de una ideología socialista y autogestionaria, que postulaba la democracia directa, hacia otra que se conformaba con una democracia indirecta y representativa vagamente solidarista en lo social representa un descenso y un paso atrás. Tal fue el tránsito del anarquismo al radicalismo. Pero más indudable todavía es que el paso del anarquismo y del radicalismo al peronismo comporta una evidente degradación ideológica. Con el peronismo se hacen carne en los trabajadores argentinos algunas de las ideas más reaccionarias y muchos de los ideales más sórdidos de nuestra época: la simpatía por el falangismo español y por la dictadura latinoamericana –Perón era amigo no sólo de Franco y de Salazar sino también de Stroesner, de Rojas Pinilla, de Pérez Jiménez, de Trujillo, de Somoza, de Duvalier, etc.); la admiración por las fuerzas armadas –nunca desmentida por el peronismo a pesar de todo los golpes recibidos–, el respeto por la Iglesia jerárquica y ultramontana; el nacionalismo fascistoide y candombero; el revisionismo histórico –en el peor sentido del término–; el culto por Rosas y por los señores feudales del caudillaje; el desprecio, lleno de ignorancia, por la Ilustración y por la Revolución Francesa y sobre todo la idea –y el ideal– del Estado todopoderoso, fuente de toda razón y justicia encarnado en el líder; la mentalidad verticalista; el odio a la revolución y el inmovilismo social disfrazado de populismo; la beneficencia gubernamental como sucedáneo de la victoria en la lucha sindical.

Las elecciones de diciembre de 1983 que pusieron fin –al menos formalmente– a la ominosa dictadura militar parecerían indicar que el evidente predominio numérico del peronismo va cediendo en provecho del radicalismo. Si así fuera, al fascismo dadivoso le sucederá la democracia pequeño-burguesa –esta vez contaminada quizá de socialdemocracia–. Para nosotros lo importante no es tanto el triunfo del radicalismo, sino más bien la derrota del peronismo, en la medida en que ello hace posible –aunque se trate todavía de una posibilidad bastante remota– del retorno de un movimiento obrero y popular renovado según el espíritu –ya que no según la letra– del forismo. Tal vez el movimiento de degradación ideológica creciente sea cíclico, y así como se descendió del anarquismo al radicalismo y de éste al peronismo, a lo mejor se pasa ahora del peronismo al radicalismo y, más tarde, otra vez del radicalismo al anarquismo o al anarcosindicalismo.

Artículo publicado en Polémica en el número extra 15-16 de enero-marzo de 1985, año en que, por primera vez en la Argentina, el peronismo fue derrotado en las urnas.