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Polémica

Educación en la sociedad del conocimiento

Educación en la sociedad del conocimiento

La educación está en la base del desarrollo de toda sociedad y el sistema educativo debe situar en un plano de igualdad a toda la ciudadanía a este respecto, sin diferencia y discriminaciones. La realidad es otra. Los sistemas políticos vigentes marginan a amplias capas sociales de este derecho, promocionan y perpetúan unas élites del conocimiento en función de los intereses de los grupos dominantes y no de la sociedad en su conjunto

Francisco MARCELLÁN

Es un hecho repetido como un comentario común, que la sociedad del siglo XXI viene identificada con el conocimiento y la movilidad de ideas con unas velocidades inéditas en la historia de la humanidad. El necesario reposo en el asentamiento de las ideas y el contraste social, se contrapesa con una valoración del factor trabajo que va mas allá de la discusión sobre la dualidad trabajo manual-trabajo intelectual sobre la que se articula un discurso predominante en los dos siglos precedentes. El papel de la educación, concebida más allá de un principio de reproducción ideológica, entronca con una tradición de colocar la formación de los individuos no como una preparación para el mercado de trabajo o el ascenso social, sino como una actividad permanente para afrontar los retos que como ciudadanos conscientes deben adoptar en su vida cotidiana. El fenómeno de la «democratización» en el acceso a la educación frente a la concepción elitista ha sido una de las constantes durante el pasado siglo. Pero no debemos analizar sólo la resolución del acceso sino la calidad de un derecho público que debe ser un eje central de las exigencias ciudadanas en el reconocimiento de sus derechos básicos. Por ello, hacer del debate educativo un elemento clave en el discurso social va más lejos de las coyunturas que suponen las transformaciones legales con las que los diferentes gobiernos quieren plasmar sus opciones.

Crónicas de situación

En España se ha conseguido en los últimos treinta años un acceso generalizado a los niveles de la enseñanza básica pero cualitativamente cabe señalar una serie de problemas que, al margen de los gobiernos, se han convertido en una constante estable:

 

  1. Bajos niveles de financiación y apoyo a la enseñanza en relación a los países de nuestro entorno. La inversión en educación ha sido una de las más bajas de la UE en el decenio 1995-2004.
  2. Desmotivación del profesorado unido a un escaso reconocimiento social de su trabajo y la ausencia generalizada de un modelo de formación y actualización permanente de sus conocimientos y metodologías pedagógicas, excesivamente académicas y alejadas de la realidad escolar cotidiana.
  3. Modificaciones legales con la pretensión de cambios que en modo alguno han incidido en la raíz de los problemas. En particular, que el centro escolar no es una burbuja social en el proceso de aprendizaje, marginal de la vida familiar y social en la que el estudiante va conformando su personalidad.
  4. Resistencias del sector privado a la pérdida de su protagonismo como referente social y a las demandas de la financiación por parte de los poderes públicos de sus actividades en un tono de igualdad con el sector no privado.
  5. Peso creciente de la Iglesia católica en la preservación de sus privilegios concordatarios en materia educativa y reflejados en las demandas financieras crecientes y el impulso para la preservación de la enseñanza de la religión en los espacios públicos educativos con valor académico. Un compromiso más directo por el respeto a los valores y creencias de la ciudadanía al margen de sus consideraciones religiosas, debería convertir a la escuela no en un centro de «adoctrinamiento» religioso para satisfacer las cuotas de las diversas opciones, sino en un ámbito para el debate, no solo teórico sino fundamentalmente práctico, sobre el significado de la ciudadanía, los derechos y deberes que implica y, fundamentalmente, un conocimiento de la realidad más allá de los estereotipos autojustificativos.
  6. Desmovilización de los sectores comprometidos en una educación pública, laica y científica en paralelo con la pérdida de un norte social colectivo que ha generado un aislamiento individualista y un sálvese quien pueda.
  7. Desaparición de una conciencia de trabajo y esfuerzo, tanto a nivel individual como colectivo, en el ámbito estudiantil motivada por una sociedad que da soluciones a todos los problemas siempre que se disponga del factor dinero para abordarlo. No se trata sólo de valores, sino de actitudes que fomentan la retirada del espacio público y la búsqueda de representaciones y de representantes externos que eviten el pensar por uno mismo.
  8. Elevadas tasas de fracaso escolar (el número de abandonos se traduce en que sólo un 66% de los jóvenes de 25 años tenga finalizado el bachillerato o la formación profesional equivalente cuando la media de la OCDE es del 81%) junto con las dificultades reales para reincorporarse a los procesos de formación permanente, que en algunos casos sólo lo permite la jubilación. Experiencias como Universidades populares o Universidades para mayores muestran que el afán por aprender, cuando realmente se siente como una necesidad personal, es una prueba de que la motivación es un eje central en el aprendizaje y no la imposición por el segmento de edad.
  9. Los contenidos educativos en casi todos los niveles priman la segmentación del conocimiento, la ausencia de la duda metódica frente a las certezas acríticas, el trabajo colectivo para contrastar las reflexiones y análisis individuales, la incapacidad para hacerse oír y entender los argumentos de los otros. La capacidad de asimilación mide «el éxito» del aprendizaje más que la posibilidad de crear un pensamiento y actitudes originales frente a la rutina establecida.
  10. La nueva composición multicultural de la sociedad española se refleja de manera insuficiente en la capacidad del sistema escolar para asumir las necesidades de estudiantes con perfiles e identidades diferentes, que recogen una riqueza cultural y personal de la que debería beneficiarse el conjunto del sistema educativo. El hecho de que sea el sistema público el que acoge mayoritariamente a los estudiantes de familias emigrantes debería ser motivo de un replanteamiento de los programas de formación de profesores, incorporando conocimientos de otras realidades y culturas que posibiliten una aproximación más directa a las necesidades múltiples de los diversos colectivos estudiantes.

Ciencia, conocimiento y sociedad

Los procesos de aprendizaje deben facilitar a los ciudadanos un mejor conocimiento de la realidad. Sin duda, la ciencia y la tecnología son el soporte de nuestras vidas cotidianas pero desafortunadamente la gran mayoría de los ciudadanos desempeña un papel subsidiario como consumidor del producto científico-tecnológico, produciéndose un fenómeno de alineación que se analiza insuficientemente. La separación entre los generadores de conocimiento y los receptores del mismo conduce a una nueva relación dominante-dominado, experto-ignorante, que ocasiona rupturas sociales importantes. Científicos y tecnólogos preocupados por la dimensión interna de su actividad, constituidos en auténticos bloques corporativos que requieren de inversiones públicas (mayoritarias) para poder avanzar en el conocimiento y su transferencia al sector productivo, escasamente preocupados por la divulgación a la sociedad de sus resultados en una perspectiva autocomplaciente y autojustificadora de sus necesidades inmediatas. La escasa proximidad con la sociedad en la divulgación de su trabajo y los resultados, no en forma de producto consumible, sino de generación de conocimiento, constituyen una de las trabas estructurales para que se asuma el valor de su actividad. Veamos el tiempo que dedican los medios de comunicación, en sus diferentes formatos, a divulgar los avances (y fracasos) en ciencia y tecnología para que los ciudadanos puedan formarse una opinión sobre los mismos y sobre todo, puedan participar en las decisiones sobre las políticas que desarrollan los diferentes organismos públicos responsables de las mismas.

En conclusión, la sociedad del siglo XXI requiere personas con conocimientos maduros, fruto de su propia experiencia de aprendizaje, apoyados en medios inimaginables en otros momentos históricos, críticos con la realidad sobre la base del conocimiento de la misma, y con una voluntad consciente de identificación personal como soporte de proyectos colectivos libremente asumidos y no impuestos por expertos ajenos a las necesidades auténticas de la inmensa mayoría.

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