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Polémica

El V Congreso de la CNT

El V Congreso de la CNT

Paco MADRID

En 1979 muy pocos conocían la historia del anarquismo en este país, pero fueron muchísimos lo que quisieron sacar provecho de la misma. No es que pretenda afirmar que el conocimiento de la historia nos va a ayudar a resolver algún tipo de problema, en especial los de carácter ideológico, pero sí que tengo la firme convicción de que únicamente rastreando nuestro pasado lejano y el más reciente podremos empezar a comprender lo que sucedió durante los años inmediatamente posteriores a la muerte de Franco y especialmente el bochornoso espectáculo que supuso el desarrollo del V congreso de la CNT.

Una de las principales preguntas que debemos hacernos es la siguiente: ¿en qué momento la CNT se arrogó la ortodoxia del anarquismo?; especialmente si tenemos en cuenta que en el carné confederal que se entregaba a cada afiliado, tras su reconstitución en 1976, se encontraban consignas como esta, “en anarcosindicalismo y el anarquismo organizado se rigen por la ley de mayorías...”, junto a otras muchas de igual o parecido tenor, lo cual es lo más contrario que uno pueda imaginar al espíritu que informa a la ideología anarquista.

Desde la implantación en España de la I Internacional a finales del año 1868 que, como ya es sabido, tomó un carácter antiautoritario, el problema de la organización fue una constante fuente de conflictos, pero al mismo tiempo sirvió de acicate para tratar de encontrar la fórmula que permitiera conseguir la máxima eficacia en la lucha contra el Capital y el Estado. Para el anarquismo el siglo XIX fue, en el plano organizativo, un laboratorio en el que se experimentaron diversas formas de estructurar la organización, tratando en todo momento de conseguir la máxima eficacia con el menor menoscabo a la libertad de los individuos que formaban parte de la misma. Los anarco-colectivistas quisieron edificar una estructura que fuera capaz de sustituir la organización capitalista y transformar la sociedad desde sus cimientos y proporcionarle un contenido anarquista; el problema es que este énfasis en la organización favoreció el desarrollo de una incipiente burocracia que acabó por hacer inútiles sus esfuerzos.

A mediados de la década de los ochenta del siglo XIX, la introducción del anarco-comunismo en España estimuló un nuevo concepto de la organización anarquista que posteriormente daría unos excelentes resultados. Los anarco-comunistas españoles desarrollaron, en las páginas de su semanario Tierra y Libertad, una incipiente teoría de la autoorganización que estaría en la base del desarrollo de los grupos de afinidad anarquista.

Pero lo que nunca hicieron los anarquistas, fueran cuales fuesen sus tendencias, fue sacralizar la organización hasta considerarla más importante que las ideas en las que ésta se sustentaba. Así observamos que la Federación de la Región Española (nombre que adoptó la sección española de la I Internacional), se transformó en la Federación de Trabajadores de la Región Española, recogiendo la experiencia de la anterior organización, sin duda, pero prescindiendo de sus siglas y adoptando otras. Lo mismo sucedería años después cuando se creó la Federación de sociedades obreras de resistencia de la región española.

De hecho, serían estos ensayos organizativos experimentados durante el siglo XIX los que propiciarían nuevos intentos a principios del siglo XX. Las teorías organizativas de los anarco-comunistas estuvieron en la base de la proliferación de los grupos de afinidad anarquista que se extendieron por la práctica totalidad de la geografía española y con la introducción de las teorías del sindicalismo revolucionario provenientes de Francia, se produjo un particular fenómeno simbiótico entre éstas y la peculiar organización de los grupos anarquistas. Esta simbiosis fue la que condujo algunos años más tarde al surgimiento de la CNT y la que le proporcionó su particular estructura organizativa y su eficacia, la cual funcionó admirablemente mientras esta simbiosis se mantuvo sin cambios apreciables.

Ningún historiador ha reparado en esta característica, si exceptuamos la interpretación de José Álvarez Junco, cuando afirmó que "la polémica anterior [sobre organización] no podía por menos de estar presente en el anarcosindicalismo, como lo prueba lo singular de su organización: su flexibilidad y espontaneísmo como principios, el carácter subrayado constantemente de confederación entre individuos y sociedades adheridas –siempre de abajo arriba–, lo reducido de las cuotas –prácticamente voluntarias–, la inexistencia de jerarquización, de burocracia, de disciplina ni de más obligación que la solidaridad", no obstante no alude en ningún momento a los grupos de afinidad anarquista, sin cuya singularidad organizativa hubiera sido muy difícil conseguirlo.

Por otra parte, en los momentos más críticos de la CNT y del movimiento anarquista, los que vivió entre el II congreso y el inicio de la dictadura de Primo de Rivera, es decir, los años álgidos del pistolerismo patronal, no fue necesario ningún organismo protector de la pureza ideológica del anarcosindicalismo para superar la crisis. Fue la red de grupos anarquistas y sus órganos de prensa los que impidieron que la CNT fuera absorbida por las estructuras autoritarias de los partidos marxistas. Especialmente los semanarios Redención de Alcoy, Espartaco y Nueva Senda de Madrid, con Moisés López y Tomás de La Llave, en coordinación con otros grupos. En efecto, en aquellos años los comités confederales (tanto el nacional, como el regional o local) debían actuar en la más absoluta clandestinidad y si algún miembro era encarcelado era sustituido inmediatamente por otro. Con la caída de los elementos más significativos, jóvenes militantes accedieron a los puestos de máxima responsabilidad. Cuando Evelio Boal, a la sazón secretario del comité nacional, fue detenido en marzo de 1921, se eligió para sustituirle a Andrés Nin. Por idénticos motivos Joaquín Maurín accedió al Comité Regional de Cataluña. Ambos iniciaron a partir de ese momento una política tendente a provocar un giro radical en la trayectoria ideológica de la CNT.

Como en una especie de intuición premonitora, Rafael Vidiella, a pesar de que algunos años después modificó su trayectoria ideológica, siempre conservó una profunda simpatía hacia el anarquismo, escribió sobre los peligros que suponía la ideología autoritaria en el campo abonado del sindicalismo, alimentado por la savia anarquista que tanto había hecho para dotarlo de una orientación espiritual adecuada con sus escuelas racionalistas, bibliotecas, prensa, etc. Aquellos con su disciplina uniformada, con su indiscutible dictadura, amenazaban convertirlo en una fuerza absorbente y tiránica, en donde el látigo ocuparía el lugar del libro. "Presos y perseguidos los anarquistas; clausurados los sindicatos en donde el verbo orientaba a la luz del día; suspendida la prensa en cuyas columnas debatíamos principios morales y filosóficos, se presta a que cualquiera, desde cualquier cuchitril, ensarte y promulgue sus Ukases. Bien claro encarece El Comunista la necesidad de que los pequeños calígulas invadan las organizaciones y hagan sentir el influjo del partido y su dictadura proletaria. A los anarquistas toca, pues, defender su obra de este nuevo peligro, elevando la conducta libertaria de los trabajadores, en contra de todas las tiranías y dictaduras, vengan de donde vinieren."

¿Cuáles fueron pues las circunstancias que provocaron un cambio casi imperceptible que finalmente destruiría casi completamente la interrelación entre la CNT y los grupos de afinidad anarquista? Probablemente concurrieron factores de muy diversa índole, pero en mi opinión el más importante fue la supuesta eficacia del bolchevismo. Efectivamente, la revolución rusa significó un fuerte impacto en todos los movimientos revolucionarios y el anarquismo español no podía escapar a esta nefasta influencia; de manera gradual se fue tendiendo hacia un incipiente centralismo que acabaría por desbaratar todos los esfuerzos que hasta entonces se habían hecho en la consecución de una organización eficiente, autónoma y federalista. La culminación de dicho proceso sería la plataforma de organización elaborada por Néstor Makno y Pietro Archinoff y conocida como Plataforma Archinoff.

La reconstrucción de la CNT tras la muerte del dictador era inevitable dada su trayectoria histórica y el prestigio que tenía entre amplios sectores del movimiento obrero y revolucionario; pero al mismo tiempo era también inevitable que resurgieran los viejos conflictos no resueltos, entre ellos algunas graves anomalías que no dejarían de producir efectos muy negativos en el proceso de reconstrucción. Entre estas anomalías, una de las más significativas fue el hecho de que el exilio anarquista y anarcosindicalista se constituyera como una regional más dentro del organigrama de la CNT, lo cual rompía una de las bases más firmes de sustentación del anarcosindicalismo (el internacionalismo) y generaba una situación de conflictos de imposible solución.

Si, como antes he afirmado, la reconstrucción de la CNT era inevitable, ésta no podía contar con el apoyo de los distintos grupos anarquistas que actuaban en muchas localidades, porque la mayoría de estos grupos se encontraban necesariamente bajo sospecha. De ese modo, en lugar de una fructífera simbiosis, se produjo una caza de brujas en el seno de la organización que generó el necesario confusionismo para que se llegara al V congreso con una CNT fraccionada en numerosos grupos de presión. A todo esto se añadía, por otra parte, un orden del día insólito, completamente inabarcable y por ende incoherente que acabó con las últimas posibilidades de dar un giro favorable a la situación creada.

En enero de 1920, pocas semanas después de finalizadas las sesiones del II congreso de la CNT (celebrado en el teatro de la Comedia de Madrid), el escritor y periodista Ángel Samblancat, republicano filo anarquista, publicó, en el diario España Nueva de Madrid, una serie de breves semblanzas de algunos de los personajes más significativos que tomaron parte en las deliberaciones del congreso, Ángel Pestaña, Manuel Buenacasa, Salvador Seguí, Eleuterio Quintanilla, Eusebio Carbó, etc., con el epígrafe común de “Figuras del Congreso Rojo”. El periodista, con su peculiar prosa llena de matices poéticos, ponía de relieve el enorme potencial ético de la CNT que la había convertido en la más poderosa organización del momento. Si ahora se hiciera lo mismo con las figuras más relevantes del V Congreso podríamos calibrar perfectamente el enorme abismo que se había abierto; este es en definitiva el cambio, porque las organizaciones están formadas por personas y son éstas las que le imprimen, en última instancia, su carácter.

Probablemente muchos militantes anarcosindicalistas, aún sabiendo de antemano el resultado del congreso, confiaban en que la fractura diera lugar al surgimiento de una nueva forma organizativa más acorde con los tiempos, pero lo único que se produjo fue un astillamiento de la organización que laceró aún más si cabe el cuerpo herido del anarquismo.

V Congreso de CNT. Madrid 8-16 de diciembre de 1979

El Caso Scala. Un proceso contra el anarcosindicalismo

NUEVA DIRECCION

65 preguntas-65 respuestas sobre la deuda, el FMI y el Banco Mundial

65 preguntas-65 respuestas sobre la deuda, el FMI y el Banco Mundial

Damien MILLET y Éric TOUSSAINT

Érase una vez el primer mundo, el «Norte»; el segundo mundo, hijo del antiguo bloque soviético; y el tercer mundo, que englobaba a los pueblos del Sur. El segundo mundo se desmoronó a principios de los años 90 con la caída del muro de Berlín. Diez años antes, el tercer mundo se había sometido a las imposiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. La crisis financiera de 2008 sacudió al primer mundo y desde entonces, solo quedan dos categorías principales: por un lado, el puñado de personas que sacan beneficio del capitalismo contemporáneo y, por otro lado, la gran mayoría que lo sufre, especialmente a través del mecanismo de la deuda.

Durante los últimos treinta últimos años, los eslabones débiles de la economía mundial han sido los países de América Latina, Asia o los del antiguo bloque soviético, conocidos como los países «en transición». Por lo tanto, el crecimiento se experimentaba en el Norte y el Sur acumulaba las deudas. Desde 2008, la situación ha cambiado radicalmente y gran parte de las deudas se concentran en la Unión Europea.

Uno de los avatares de la crisis del sector financiero, que comenzó en 2007 en Estados Unidos y que se ha extendido como la pólvora en Europa, es el ímpetu con el que los bancos de Europa occidental (sobre todo los alemanes y franceses1, pero también los belgas, holandeses, británicos, luxemburgueses, irlandeses, etc.) han utilizado los fondos que la Reserva Federal de EE.UU. y el Banco Central Europeo (BCE) han prestado o concedido de forma masiva, entre 2007 y 2009, para incrementar sus préstamos en numerosos países de la eurozona (Grecia, Irlanda, Portugal, España). Allí consiguieron beneficios jugosos gracias a los tipos de interés, más altos en estos lugares. Un ejemplo de todo esto es que entre junio de 2007 (inicio de la crisis de los subprime) y septiembre de 2008 (quiebra de Lehman Brothers), los préstamos que los bancos privados de Europa occidental concedieron a Grecia aumentaron un 33%, pasando de 120 mil millones de euros a 160 mil millones. Los banqueros de Europa occidental se abrieron paso a codazos para prestar el dinero a los países de la periferia de la Unión Europea, que parecían querer endeudarse hasta las cejas. No contentos con haber arriesgado enormemente, al otro lado del Atlántico, en el mercado los subprime con el dinero de los ahorradores que se equivocaron al depositar su confianza en ellos, repitieron la misma operación en Grecia, Portugal, España, etc. En efecto, la pertenencia de algunos países de la periferia de la UE a la eurozona sirvió para convencer a los banqueros de los países de Europa occidental de que los gobiernos, el BCE y la Comisión Europea acudirían en su ayuda si tenían problemas, y no se equivocaron.

Cuando en la primavera de 2010 la zona del euro se vio sacudida por fuertes turbulencias, el BCE prestaba con un interés ventajoso del 1% a los bancos privados. Estos últimos exigían a países como Grecia el pago de un interés muy superior: alrededor del 4 y el 5% en los préstamos a tres meses y un 12% aproximadamente para los títulos a diez años. Los bancos y los demás inversores institucionales justificaron tales exigencias por el «riesgo de cesación» que pesaba sobre los llamados países «en riesgo». Una amenaza tan seria, que los intereses aumentaron considerablemente: el FMI y la Unión Europea habían acordado un interés para Irlanda en noviembre de 2010 del 6,7%, cuando el de Grecia fue del 5,2% seis meses antes. En mayo de 2011, el tipo de interés para los préstamos a diez años griegos sobrepasaba el 16,5%, lo que ha obligado a este país a pedir préstamos a tres o seis meses o a confiar en el FMI y otros gobiernos europeos. Desde entonces, el BCE tiene que garantizar los créditos de los bancos privados comprándoles los títulos de los Estados a los que, en un principio, esta institución tiene prohibido prestarles dinero directamente.

En un intento de reducir los riesgos, los bancos franceses disminuyeron en el 2010 su exposición en Grecia en un 44%, pasando de 27 mil millones de dólares a 15 mil millones. Los bancos alemanes realizaron un movimiento parecido: su exposición directa descendió en un 60% entre mayo de 2010 y febrero de 2011, pasando de 16 millones de euros a 10 millones. Los que reemplazan progresivamente a los banqueros y a otras entidades financieras privadas son el FMI, el BCE y los gobiernos europeos. El BCE cuenta de forma directa con 66 mil millones de euros de títulos griegos (es decir, el 20% de la deuda pública griega) que compró a los bancos en el mercado secundario. El FMI y los Gobiernos europeos prestaron 33.300 millones de euros hasta mayo de 2011 y sus préstamos seguirán aumentando con el tiempo. Sin embargo, hay mucho más que todo esto. El BCE aceptó 120 mil millones de euros en títulos de deuda griega de bancos griegos como garantías (colaterales) de los préstamos que habían concedido con un tipo de interés del 1,25%. Portugal e Irlanda han sufrido el mismo proceso.

De este modo, contamos con todos los ingredientes de la gestión de la crisis de la deuda del tercer mundo que se conjugaron en el plan Brady2. Al comienzo de la crisis que estalló en 1982, el FMI y los gobiernos de las grandes potencias, con Estados Unidos y Gran Bretaña a la cabeza, acudieron al rescate de los banqueros privados del Norte que se habían arriesgado enormemente al prestar de forma compulsiva a los países del Sur, especialmente a América Latina. Cuando países como México estaban al borde de la suspensión de pagos como resultado del aumento de los tipos de interés y el descenso en los ingresos por exportaciones, el FMI y los países miembros del Club de Paris les prestaron capital con la condición de que continuaran con el reembolso de sus deudas y que ejecutaran planes de austeridad (las famosos planes de ajuste estructural). Como la deuda del Sur se hacía más y más grande debido al efecto bola de nieve3 (tal y como sucede ahora en Grecia, Irlanda, Portugal y en otros lugares de la UE), se puso en marcha el Plan Brady, bautizado de este modo en honor al secretario del Tesoro estadounidense de la época. Este plan implicó la reestructuración de la deuda de los principales países endeudados mediante un intercambio de títulos. El volumen de la deuda se redujo en un 30% en algunos casos y los nuevos títulos (los títulos Brady) garantizaron un tipo fijo de interés de alrededor del 6%, lo que fue muy favorable para los banqueros. Esto también aseguró la continuación de políticas de austeridad bajo el control del FMI y del Banco Mundial. Sin embargo, a largo plazo, el grueso de la deuda aumentó y las cantidades que hubo que pagar fueron enormes. Si solo tenemos en cuenta el saldo neto entre las cantidades prestadas y las reembolsadas tras la puesta en marcha del Plan Brady, los países en desarrollo han transferido a los acreedores el equivalente a más de seis planes Marshall, es decir, alrededor de 600 millones de dólares. ¿No se tendría que evitar que se repita la misma historia? ¿Por qué aceptar que los derechos económicos y sociales de los pueblos sean, una vez más, sacrificados en el altar de los banqueros y del resto de actores de los mercados financieros?

En mayo del 2011, según los bancos de inversión Morgan Stanley y J.P. Morgan, los mercados consideraban que había un 70 % de probabilidad de que Grecia entrara en suspensión de pagos, lo que contrasta con el 50 % de probabilidad pronosticada dos meses antes. El 7 de julio del 2011, Moody’s situó a Portugal en la categoría de alto riesgo de suspensión de pagos (bono basura). He ahí un argumento más a favor de la anulación de la deuda; es necesario auditar las deudas, con la colaboración ciudadana, para lograr que se anule la parte ilegítima. Si no se adopta esta medida, serán las víctimas de la crisis las que sufrirán una doble condena eternamente, para beneficio de los culpables, los banqueros. Grecia es el ejemplo perfecto de esta situación. Allí, las curas de austeridad se suceden sin que la situación de las cuentas públicas mejore. Y lo mismo sucederá en Portugal, Irlanda y España. Una gran parte de la deuda es ilegítima, ya que es el resultado de una política favorable únicamente para una ínfima minoría de la población que ha perjudicado a la inmensa mayoría de ciudadanos.

En aquellos países que han firmado acuerdos con la troika (formada por la Comisión Europea, el BCE y el FMI) las últimas deudas no son solo ilegítimas, sino que son también odiosas. Esto se debe a tres razones: 1. los préstamos están repletos de condiciones que violan los derechos económicos y sociales de una gran parte de la población; 2. los prestadores someten a estos países al chantaje (el prestatario no dispone de verdadera autonomía de voluntad); 3. los prestadores se enriquecen de manera abusiva mediante tipos de interés prohibitivos (por ejemplo, Francia o Alemania reciben préstamos al 2 % en los mercados financieros, mientras que a Grecia e Irlanda les prestan a más del 5 %; los bancos privados toman préstamos en el BCE al 1,25 % y prestan a Grecia, Irlanda y Portugal a más del 4% a 3 meses). En países como Grecia, Irlanda, Portugal, los de Europa del Este (así como algunos países fuera de la UE como Islandia), sometidos al chantaje de los especuladores, del FMI y de otros organismos como la Comisión Europea, convendría proceder a una moratoria unilateral del reembolso de la deuda pública. Es un método ineludible si se quiere alcanzar una relación de poder que les resulte favorable. Además, esta propuesta está ganando popularidad en los países más afectados por la crisis.

Conviene también que se realice, con el control de la ciudadanía, una auditoría de la deuda pública. El objetivo de la misma ha de ser que se anule/repudie la parte ilegítima u odiosa de la deuda pública y que se reduzca considerablemente el resto de deuda. La reducción radical de la deuda pública es una condición necesaria, pero no suficiente para que los países de la UE salgan de la crisis. Para ello, habría que adoptar también algunas medidas de gran magnitud en diferentes ámbitos (fiscalidad, traspaso del sector financiero al dominio público, resocialización de otros sectores clave de la economía, reducción del tiempo de trabajo con mantenimiento de los salarios y contratación compensatoria, etc.4).

La flagrante injusticia que reina actualmente en las políticas regresivas en funcionamiento en Europa ha sido el caldo de cultivo de las poderosas movilizaciones de los indignados en España, Grecia y otros países. Gracias a estos movimientos, que se originaron con los alzamientos populares en el Magreb y Oriente Próximo como referente, ahora vivimos una aceleración de la historia. La cuestión de la deuda pública debe afrontarse de manera radical. Ahora, es en los países del norte en donde la suspensión de pagos y la anulación de la parte ilegítima de la deuda están a la orden del día. Es completamente lógico estudiar la experiencia adquirida en el tercer mundo durante los últimos treinta años para extraer lecciones que aplicar en los países del norte.

Desde que estallara la crisis de la deuda, en el año 1982, la población del tercer mundo ha presenciado como se le ha despojado de todo, pese a sus abundantísimos recursos naturales y humanos. El pago de una deuda que ha adquirido proporciones colosales les ha impedido satisfacer sus necesidades más básicas. La deuda se ha convertido en un sutilísimo mecanismo de dominación y en un nuevo método de colonización. Las políticas de los gobiernos endeudados son la mayoría de veces decididas por sus acreedores y no por las personas electas de los países afectados. Hay que adoptar una solución radicalmente distinta para el problema: la anulación pura y simple de la deuda, inmoral y, a menudo, odiosa.

Este libro responde a varias objeciones: Los países, una vez libres de su deuda externa, ¿no se arriesgan a caer de nuevo en el endeudamiento insostenible? ¿No supondrá la anulación de la deuda un nuevo impulso para las dictaduras y regímenes corruptos? ¿No serán los contribuyentes de los países del norte los que pagarán los platos rotos de la anulación? ¿Qué papel desempeñarán los nuevos actores de primer plano como China, América Latina, los fondos soberanos y los fondos buitre? ¿Constituye una solución reemplazar la deuda pública externa con deuda pública interna? ¿Qué vínculos existen entre la deuda y la crisis alimentaria mundial que comenzó en el 2007? Los autores demuestran que la anulación de la deuda, condición necesaria pero insuficiente, debe venir acompañada de otras medidas, como la devolución de los bienes adquiridos ilícitamente, la redistribución de la riqueza a escala mundial y la creación de medios alternativos de financiación. Además, también plantean la pregunta: « ¿Quién debe a quién?» Por último, se suman a la petición de soluciones formulada por los movimientos sociales del Sur.

La obra explica mediante sesenta y cinco preguntas y sus correspondientes respuestas, de manera sencilla y precisa, cómo y por qué se ha llegado este callejón sin salida en el tema de la deuda. Además, incluye ilustraciones y tablas que demuestran claramente la responsabilidad de los promotores del neoliberalismo, de las instituciones financieras y de los países industrializados, así como la complicidad de los dirigentes del Sur.

Hace diez años se publicó el libro «50 preguntas/50 respuestas sobre la deuda, el FMI y el Banco Mundial», que fue traducido a ocho lenguas (inglés, árabe, coreano, español, italiano, japonés y turco). Ahora, cuatro años después de la primera edición en francés de «60 preguntas/60 respuestas», Damien Millet y Éric Toussaint lanzan a los lectores griegos esta versión actualizada y completada que descodifica el discurso oficial sobre la deuda y plantea las diferentes posibilidades para sortear la situación. Los autores exponen los diferentes argumentos morales, políticos, económicos, jurídicos y ecológicos en los que se basa la reivindicación de la anulación de la deuda pública para los países en desarrollo.

Fuente: CADTM

Enlace al libro completo

Traductores: Ana Alonso Grandes y Álvaro Prieto Salvador

El anarcosindicalismo en el siglo XXI

El anarcosindicalismo en el siglo XXI

Tomás IBAÑEZ

La escasa implantación del anarcosinsicalismo en el mundo laboral no debe conducir al desánimo, pero sí exige una reflexión profunda sobre sus causas. El anarcosindicalismo debe analizar las nuevas condiciones sociales y laborales en este tiempo que vivimos, en que el neoliberalismo está derribando el edificio del Estado del Bienestar dejando obsoleto al sindicalismo basado en la colaboración y el pacto.

Por razones de carácter esencialmente histórico, es en España donde el anarcosindicalismo alcanza actualmente, y de muy lejos, su mayor grado de implantación en el mundo laboral. Sin embargo, sumando las afiliaciones de CGT y de CNT, dicha implantación no sobrepasa el 0,2% de la población activa y todo parece indicar que, por mucho que empeore la situación económica y por intensa que sea la actividad militante, su techo difícilmente podrá situarse por encima de un escaso 0,3%. Estos datos no deben inducirnos a tirar la toalla ni a emprender la ruta de la resignación, pero sí deben incitarnos a analizar las posibles causas de esta situación y a reflexionar seriamente sobre el sentido que puede tener hoy el anarcosindicalismo. Las dificultades con las que éste tropieza para aglutinar e ilusionar a los trabajadores nos confrontan directamente con la pregunta sobre la vigencia, o no, del anarcosindicalismo en el contexto económico, social y político del siglo XXI.

Para esbozar una respuesta quizás convenga recordar las condiciones en las que se fue construyendo el anarcosindicalismo y repasar algunos de los cambios que han experimentando.

Es bien conocido que el anarcosindicalismo se constituyó en una fase del desarrollo capitalista denominada como «segunda revolución industrial» que se extendió desde las últimas décadas del siglo XIX hasta las primeras del siglo XX, y todos sabemos que las condiciones impuestas a los trabajadores eran entonces de una extrema dureza. Se trataba de extraer del trabajador toda su fuerza de trabajo al menor coste posible sin la menor contrapartida en términos de derechos sociales ni de prestaciones de ningún tipo, sin ningún marco de regulación laboral, sin instancias negociadoras que mediaran entre los capitalistas y los trabajadores para sortear el enfrentamiento directo. En el ámbito laboral el capitalismo no tenía otra preocupación que la de racionalizar los procesos de producción para reducir los costos de mano de obra y forzar el trabajador a rendir hasta el límite de sus posibilidades bajo la constante mirada de vigilantes y supervisores.

El anarcosindicalismo se articuló como respuesta antagonista frente a esas condiciones concretas de explotación y, nutriéndose de influencias anarquistas, elaboró una serie de prácticas de lucha, de formas organizativas y de objetivos de transformación social que consiguieron aglutinar e ilusionar a un número relativamente amplio de trabajadores en distintos países.

Ha transcurrido poco más de un siglo desde los inicios del anarcosindicalismo, pero ese periodo de tiempo ha visto acontecer multitud de transformaciones en el ámbito laboral. Parte de esas transformaciones resultaron de las propias luchas del movimiento obrero que fueron arrancando poco a poco notables mejoras de las condiciones de trabajo y de los salarios. Sin embargo, los propios logros conseguidos por las luchas del movimiento obrero fueron debilitando la fuerza y el radicalismo de esas luchas, restando espacios para quienes propugnaban la eliminación del capitalismo, y abonando el campo para el desarrollo de un sindicalismo de concertación, de negociación y de integración.

Tras la Segunda Guerra Mundial, las conquistas sociales logradas durante las décadas anteriores recibieron el amparo y el impulso del llamado «Estado de Bienestar», que veía en la colaboración de clases y en la alianza capital-trabajo una de las principales palancas para modernizar el gobierno político de la sociedad. De esta manera, unas políticas obsesionadas con promover el crecimiento económico, el incremento de la riqueza nacional, y la elevación de la renta per cápita, otorgaron un papel de arbitraje a los poderes públicos y les empujaron a impulsar el desarrollo de un amplio conjunto de medidas en el ámbito laboral y en el campo social: instauración de instancias de concertación, protección y asistencia mediante una compleja legislación laboral, regulación social de los sueldos mínimos, del tiempo y de las condiciones de trabajo, de las jubilaciones, de las bajas por enfermedad, de los despidos, etc. Los trabajadores dejaban de ser considerados como pura fuerza de trabajo y pasaban a ser concebidos y tratados como ciudadanos cuyas necesidades laborales y extralaborales debían ser atendidas. También es cierto que, de esta forma, éstos se transformaban poco a poco en sumisos, y a veces compulsivos, consumidores atados de pies y manos por los créditos concedidos.

Una de las consecuencias de la acción desarrollada por los poderes públicos en el campo sociolaboral fue la de propiciar el auge de las grandes organizaciones sindicales de negociación y de colaboración de clase que se dotaron de una amplia burocracia sindical y de nutridos gabinetes jurídicos capaces de ofrecer múltiples servicios para atender los intereses más puntuales de los trabajadores.

Frente a la presión de los poderes públicos y a la fuerza del movimiento obrero el empresariado ajustó parcialmente sus intereses sobre los del trabajador, no por sentimientos humanistas, claro, sino porque era lo más conveniente para salvaguardar y para hacer prosperar esos intereses. Cuando en las últimas décadas del siglo XX las políticas neoliberales desplazaron los planteamientos del Estado de Bienestar e iniciaron la desregulación del mercado laboral y el desmantelamiento de los derechos sociales ya era tarde para que los trabajadores pudiesen volver masivamente a las esperanzas y a las luchas propias de la época en la que imperaba el capitalismo salvaje de la revolución industrial. Nuevos dispositivos habían sido inventados e instalados para orientar a los trabajadores en otras direcciones.

Por supuesto, no todas las transformaciones acontecidas desde la época que vio nacer al anarcosindicalismo se debieron a las acciones del movimiento obrero y a los intereses puramente coyunturales de los poderes públicos. Muchas de ellas, y quizás las más importantes, provinieron de la propia capacidad de evolución del capitalismo.

Esa capacidad de evolución se constituyó en gran medida gracias a la producción de un extraordinario cúmulo de conocimientos expertos tanto sobre las características del trabajo como sobre los propios trabajadores y sobre los mecanismos de incentivación del consumo. Es así como se fueron elaborando saberes cada vez más sofisticados acerca de: la organización del trabajo y de los puestos de trabajo, los canales de comunicación en la empresa, los procesos de evaluación y de autoevaluación, las motivaciones de los trabajadores, sus relaciones entre ellos y con la empresa, las técnicas de incentivación y de responsabilización, las técnicas de marketing, de publicidad y de venta, etc.

El conocimiento es poder y, por supuesto, el capitalismo instrumentalizó esos conocimientos para generar los cambios que le permitían incrementar su propio poder. Uno de los cambios más importantes tuvo que ver con la constitución de nuevas prácticas de subjetivación, es decir con procedimientos para conformar la manera en la que uno se percibe a sí mismo, formula sus expectativas vitales, se relaciona consigo mismo y concibe sus relaciones con los demás, en definitiva procedimientos para formar sujetos, y para moldear, a la vez que para satisfacer, sus aspiraciones y sus deseos tanto en su condición de consumidores como en la de trabajadores.

Son, en parte, esas nuevas prácticas de subjetivación las que han permitido que la racionalidad y las tecnologías del mercado colonicen zonas que no obedecían estrictamente a su lógica, tales como la sanidad, el ocio, la educación, los cuidados, etc. transformando todo lo existente en posible objeto de consumo.

Hoy, en el liberalismo avanzado de finales del siglo XX y principios del siglo XXI la forma de administrar las poblaciones, la manera de ejercer el poder político y el modo de llevar a cabo la gestión capitalista de la economía y del trabajo apelan cada vez más a la autonomía de los sujetos. Se trata de utilizar y de rentabilizar la capacidad de iniciativa y de autorregulación que tienen los sujetos y de gobernarlos recurriendo a la libertad de la que disponen y que se les pide que ejerzan responsablemente. Para que esto sea posible las prácticas de subjetivación deben construir sujetos autónomos, pero unos sujetos cuya autonomía sea moldeada y normalizada por saberes expertos. Son estos mismos saberes los que se utilizan para exigir permanentemente al consumidor que haga uso de su libertad de elección entre los productos y las alternativas que le son ofrecidos, y para que los trabajadores pongan su capacidad de decisión al servicio de los intereses de la empresa. Esta promoción e instrumentalización de la libertad como principio de gobierno no es incompatible, al contrario, con las nuevas líneas de futuro que se están configurando hoy mismo y que se basan en el acento puesto sobre la inseguridad generalizada, sobre los múltiples riesgos que acechan a los individuos y las poblaciones, sobre el principio de precaución, sobre la incertidumbre laboral, sobre la precarización de la existencia y sobre el imperio del corto plazo con la fluidez y el cambio acelerado como telón de fondo.

Si contemplamos en su conjunto el periodo que va desde principios del siglo XX hasta principios del siglo XXI vemos como los conocimientos expertos producidos durante ese periodo han hecho posible una completa inversión de la forma en que el capitalismo se representaba al trabajador «ideal». Se ha pasado, en efecto, de una concepción del trabajador ideal como simple fuente de fuerza de trabajo tanto más útil cuanto que más obediente, a considerarlo como un sujeto dotado de libertad y cuya autonomía, sabiamente orientada, produce sustanciales beneficios.

Salta a la vista que el capitalismo presenta hoy unas características bien distintas de las que presentaba en las primeras décadas del siglo XX cuando los recursos económicos estaban invertidos, e inmovilizados durante largas décadas, en grandes empresas cuyo dueño era el propietario individual del capital. Hoy el capitalismo accionarial, multinacional y financiero se ha liberado de ataduras territoriales duraderas, se desplaza libremente y se mueve con extrema rapidez saltando las fronteras.

Sin embargo, frente a los enormes cambios que han experimentado tanto el capitalismo como los modos de administración de las poblaciones, y los dispositivos de dominación, el anarcosindicalismo se ha transformado bien poco. El resultado es que se ha configurado un escenario donde el anarcosindicalismo, formado en un capitalismo que aparece hoy como arcaico, no acaba de encontrar su lugar. Es más, resulta bastante razonable pensar que si el anarcosindicalismo no hubiese nacido a finales del siglo XIX, en aquellas peculiares condiciones que lo propiciaron, sería del todo imposible que pudiera nacer hoy en el seno de las actuales condiciones económicas y sociales. Tan sólo se mantiene por la inercia que acompaña al hecho de estar ya constituido y porque la heterogeneidad propia de todos los periodos históricos hace que junto con las nuevas modalidades de la economía y de la política aún pervivan formas más antiguas que le ofrecen un suelo donde arraigar y mantenerse, aunque ese suelo se vaya reduciendo a medida que las antiguas modalidades van siendo sustituidas.

Decía al inicio que los datos sobre la escasa implantación del anarcosindicalismo no eran motivo para tirar la toalla ni para caer en la resignación. Mal andaríamos, en efecto, si se tuviese que evaluar las convicciones en función del número de personas que las mantienen. La lógica del número sirve para el juego parlamentario pero no es de recibo en el ámbito axiológico. Así, por ejemplo, mientras existan relaciones de dominación no importa que sean pocos o muchos quienes pugnen por subvertirlas, y tampoco importa que su lucha consiga finalmente erradicarlas. Mejor dicho, todo eso importa mucho a efectos prácticos, claro, pero desde el compromiso con una perspectiva libertaria como marco ideológico el valor de esa lucha es independiente del éxito que coseche y del respaldo que reciba. Desde esa perspectiva el deseo y la exigencia de un cambio social radical, llámese revolución o como se quiera, es irrenunciable y las prácticas que inspira conllevan un valor en sí mismas tanto si ese cambio es factible como si no lo es.

¿Sirve este mismo razonamiento para el anarcosindicalismo? Se podría sostener en efecto que mientras perdure la explotación de los trabajadores la propuesta anarcosindicalista seguirá teniendo pleno sentido sean pocos o muchos quienes la propugnen. Sin embargo esto no es del todo así porque el anarcosindicalismo no se presenta solamente como una propuesta de lucha contra la dominación económica y por la construcción de una sociedad sin explotación, sino que define, además, un sujeto protagonista de esa lucha y de esa transformación, es decir: los trabajadores, a la vez que se ofrece como el instrumento idóneo para articular esa lucha y para configurar la futura organización de la sociedad.

El problema es que los cambios que se han producido durante los cien últimos años en las sociedades económicamente dominantes hacen que ni el proletariado de esas sociedades pueda ser considerado hoy como el sujeto de la revolución, ni que el anarcosindicalismo pueda llegar a ser una gran fuerza capaz de aglutinar una parte significativa de los trabajadores y de ilusionarlos con una perspectiva de cambio social radical y global. Sin embargo, la convicción de que serán los trabajadores quienes darán un vuelco radical a la sociedad, y de que el anarcosindicalismo constituye el instrumento adecuado para conseguirlo constituyen dos elementos definidores del anarcosindicalismo. La pregunta es por lo tanto la de saber si el anarcosindicalismo puede prescindir de esos dos elementos básicos pero que han perdido hoy toda credibilidad, y si, aun así, puede sostenerse.

Mi convicción es que el activismo anarcosindicalista es absolutamente irrenunciable en el seno del mundo laboral pero que debe reajustar sus perspectivas desde una clara conciencia de la limitación de su horizonte y de sus posibilidades en la sociedad actual. Debe aceptar sin tapujos el hecho de que su espacio concreto de intervención en el mundo laboral de las llamadas sociedades posindustriales se irá haciendo cada vez más exiguo, y debe abandonar la idea de que el proletariado protagonizará algún día la revolución. El anarcosindicalismo se puede sostener pese a todo pero con la condición de que dé un vuelco en dirección a un presentismo radical. Su discurso debe reorientarse para focalizarse decididamente sobre el presente y para resaltar el valor que representa el anarcosindicalismo para el aquí y ahora, sin que esto signifique rebajar un ápice su denuncia del sistema vigente y el rechazo de cualquier componenda con este.

En este sentido el anarcosindicalismo debe configurarse como un sindicalismo cuya radicalidad se plasme en el hecho de fomentar y de practicar la protesta y la resistencia contra todo retroceso de las condiciones de trabajo, y frente a todos los atropellos infligidos a la dignidad del trabajador. Pero no porque ese sea el camino para desbancar el capitalismo sino porque esos actos de lucha y de resistencia conllevan en sí mismos su propia justificación y su propia recompensa. Resistir, protestar, plantar cara, organizarse y luchar no son cosas que necesiten abrir sobre perspectivas más amplias para cobrar valor, sino que encuentran en sí mismas su plena justificación. Es precisamente cuando se postula que esos actos encuentran su finalidad última en la revolución cuando la creencia, bastante generalizada y constantemente alentada por el Poder, de que no hay alternativa al sistema actual incita a la pasividad. Por el contrario si se aprecia claramente que la resistencia es un valor en sí mismo entonces el hecho de que haya o no haya alternativa global al sistema no puede constituir motivo para la inhibición.

Ese presentismo radical que pasa por agotar subversivamente todo lo que puede dar de sí el presente, conduce a situar la acción social por lo menos en un pie de igualdad con la acción sindical, y empuja el anarcosindicalismo a salir cada vez más al exterior del recinto laboral. No solamente porque es en conexión con los movimientos sociales de todo tipo como se pueden abrir perspectivas para crear una alternativa a la sociedad actual, sino también porque es en conexión con estos movimientos como se puede intentar ofrecer aquí y ahora espacios de relaciones y de vida distintos, que se rijan por otros valores, que susciten otros deseos, que alumbren otras subjetividades, y que constituyan un aliciente suficiente para dar la espalda a los valores del sistema. Puesto que ya no tiene mucho sentido situar en un futuro protagonizado por la clase obrera los principales motivos para abrazar la lucha anarcosindicalista, se trata ahora de crear espacios y alternativas fuera de la lógica del sistema en todos los ámbitos donde esto sea posible, salud, educación, economía alternativa, etc. El reto en estos tiempos está en saber compaginar la movilización y la defensa de los trabadores con la realización concreta de pequeñas, pero bien reales, alternativas al sistema que aporten a la gente satisfacciones más ilusionantes y más gratificantes que las que ofrece la lógica mercantilista imperante.

Hacia el desarrollo humano a partir del decrecimiento económico

Hacia el desarrollo humano a partir del decrecimiento económico

Raúl GARCÍA-DURÁN

La palabra decrecimiento nos suena mal, pero no es un término negativo, ni mucho menos. De hecho, si partimos de que lo que no es generalizable no es ético, el crecimiento es lo que es negativo, no ético. El decrecimiento no implica renuncia sino cambio en lo que se desea y consume. Lo que pasa es que el capitalismo ha adoptado el crecimiento como norma de conducta, pero sólo el capitalismo, no las sociedades anteriores a él, que también se desarrollaban.

Hay que tener en cuenta que el capitalismo es un modo de explotación –de los recursos y de las personas– muy reciente en la historia de la humanidad. Hasta la llegada del capitalismo, el crecimiento no era un objetivo. Los que hoy llamamos sociedades «primitivas» –que abarcan más del 90% de la historia de la humanidad– eran tan «primitivos» que sólo trabajaban tres horas al día, lo que necesitaban para satisfacer sus necesidades. La economía capitalista sólo sabe crecer o morir, producir en exceso y consumir en exceso, sin ningún sentido de la saciedad. Pero esto nada tiene que ver con el bienestar social. De hecho, es como el desbordamiento de las aguas de un río –la economía está, como veremos, totalmente desbordada–, lo que se necesita es que las aguas vuelvan al cauce, es decir, que decrezcan, no que crezcan aún más.

Frente al crecimiento hay que oponer el desarrollo sustentable y a escala humana. Lo que podemos definir con tres criterios básicos, siguiendo en gran parte las enseñanzas de Max-Neff (1993):

  • Búsqueda de la satisfacción de las auténticas necesidades (subsistencia, pro-tección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad) no meramente de sus satisfactores y menos aún sólo de los bienes que usamos para esos satisfactores.
  • Lo cual facilita la búsqueda del equilibrio ecológico de la biosfera, para nosotros y para las generaciones futuras.
  • Y ello es sólo posible con un desarrollo de abajo (las auténticas necesidades de la gente, y en primer lugar las de los más necesitados) a arriba, y no viceversa.

Recuerdo que el primer día de clase de la asignatura Teoría Económica nos explicaron –sin decirnos ni saber nosotros que se tratataba de una gran mentira en la que descansa dicha teoría y la misma economía actual– la distinción entre bienes económicos y bienes no económicos, concluyendo que estudiaríamos sólo los primeros. Los segundos son los que no

son producto de la actividad económica humana sino de la naturaleza, por lo que, siendo tan abundantes, no nos teníamos que preocupar por ellos. Ejemplos: la tierra, el aire o el agua. ¿Sin ellos podríamos existir los humanos? ¿Podría existir actividad económica? ¿Los tenemos aún en abundancia y sin contaminar?

Esta mentira nos ha llevado a medir la riqueza sólo por el crecimiento del PIB, en un sentido monetario, sin tener en cuenta la riqueza natural, básica. Merkel (2005) llamó al PIB, con acierto, «índice de consumo de recursos». El PIB no mide los bienes producidos sino las mercancías intercambiadas por dinero. La auténtica economía, la ecología social, ha sustituido este falso indicador monetario por un indicador mucho más real, la huella ecológica de una determinada población, o «el cálculo de la cantidad de agua y tierra requerida de forma continua para producir todos los bienes consumidos y para asimilar todos los residuos de una población [...]. El análisis de la huella ecológica puede mostrar en cuánto hemos de reducir nuestro consumo, mejorar nuestra tecnología o cambiar nuestro comportamiento para conseguir la sustentabilidad» (Wackernagel - Rees, 2001). Como que la población crece y el capitalismo está erosionando el suelo, la tierra disponible por habitante ha disminuido en el siglo XX de 5,6 a 1,5 hectáreas, de forma que sólo disponemos de estas 1,5 hectáreas por habitante mientras que el consumo de un norteamericano medio es de 5 hectáreas. Se ha calculado que para conseguir que todo el mundo alcance el nivel de consumo de Estados Unidos necesitaríamos siete planetas como el nuestro.

Estamos ya, desde 1978, en una auténtica situación de exceso económico: «El exceso corresponde a cuanto más grande sea la huella ecológica total de la humanidad respecto de la capacidad de carga global. Más allá de cierto punto, el crecimiento material de la economía sólo se puede obtener a expensas del agotamiento del capital natural y socavando los servicios proporcionados por las funciones de soporte vital de las que todos dependemos», nos dice Merkel (op. cit.). Latouche (2008) cifra este exceso en un 30%.

Además, la búsqueda capitalista del crecimiento a cualquier precio nos ha llevado al empeoramiento de la calidad de vida, la normalización de la desigualdad, la precarización y países empobrecidos, instituciones improductivas, la alienación de nuestro ser, la corrupción como norma de conducta, el incremento de la opulencia, el despilfarro de los poderosos, el individualismo –que significa la mutilación de nuestro componente social y emocional, sin el cual no tendríamos ni lenguaje, ya que éste surge «primitivamente» para comunicarse con los otros– y, finalmente, la destrucción del planeta.

Todo esto nos ha llevado a una situación en que la continuación del crecimiento capitalista es ya imposible. ¿Hasta cuándo la mayor parte de la humanidad estará dispuesta a continuar en su situación de miseria y alienación? ¿Hasta cuándo podremos paliar la explosión de la burbuja financiera con maniobras económicas por más hábiles que éstas sean? ¿Qué haremos cuando no se pueda sustituir el petróleo? El petróleo no se puede sustituir, a su nivel actual, por energías renovables –aunque bienvenidas sean éstas– en los cincuenta años en que podemos disponer aún de petróleo rentable. Para ello serían necesarias:

  • 5.200 térmicas y no hay suficiente carbón.
  • 200 presas más como la china de «Las tres Gargantas» y no hay bastante caudal en los ríos.
  • 1.642.500 molinos de viento y no hay espacio para ellos (necesitamos el terreno para la alimentación).
  • 4.562.500.000 paneles solares y no hay energía para construirlos.
  • 2.600 nuevas centrales nucleares y, dejando de lado su peligrosidad, no hay uranio para ponerlas en marcha.

El biocombustible sipone dejar a mucha gente sin alimentos y, además, al menos de momento, necesita más energía de la que produce. Solución: el decrecimiento económico.

No hay más tu tía. La naturaleza nos obliga a parar el crecimiento. Pero ¿en qué consiste el decrecimiento? A nivel teórico Cacciari (2006) nos proporciona una definición concreta: «La desconstrución de la modalidad concreta (producción, consumo, acumulación de capital) con la que se realiza el crecimiento económico en la oriensociedad industrial y necesidad de una teoría de la política económica que afine en formas de trabajo y de cambio social y mediambientalmente sostenibles y en proporcionar bienes y servicios igualmente distribuidos».

Se trata, pues, como insistimos todos sus defensores, de un decrecimiento económico pero con desarrollo humano. Porque no todo en la vida es economía. Seguimos con Cacciari: «Como hijo de pediatra puedo testimoniar que para todas las madres del mundo un físico bien desarrollado significa sano y armonioso. Sólo transitando por la ciencia económica el término desarrollo ha devenido sinónimo de crecimiento cuantitativo ilimitado [...]. No todo se encuentra en el mercado (por ejemplo el cuidado de uno mismo, la salubridad ambiental, las relaciones interpersonales amigales, el acceso a un información verdadera, el tiempo libre, la seguridad y la paz…), no todo depende del poder adquisitivo, de la cantidad de dinero a disposición.

Banalmente: no toda la riqueza que necesitamos para estar bien y vivir mejor es comprable, cambiable, reproducible, sustituible. No todo, por tanto, es mensurable y comparable entre sí utilizando una única unidad de medida: el “equivalente general” monetario». Y Pallante (2007) dice: «El cuidado de los hijos propios o la asistencia a los viejos propios, hecha con amor, es cualitativamente muy superior al cuidado que puede prestar una persona pagada por hacerlo. Pero esta última actividad hecha a cambio de dinero hace crecer el PIB, la otra, dada por amor, no».

Como explica Bonaiuti (2008) hay dos tipos de decrecimiento: el impuesto por el capital, que lleva al desorden social y a la destrucción del planeta, y el convivencial y voluntario, que lleva a la creación de una red de economía solidaria. El que defiendo es lógicamente este segundo, positivo, y que se puede alcanzar incluso sin decrecimiento del PIB. No hay nada más irracional que poner a las personas al servicio de la economía en lugar de hacerlo al revés. No es lo mismo decrecimiento que crecimiento negativo que es a lo que nos lleva el Capital. El decrecimiento no es ir hacia atrás, sino el anar més lluny (ir más lejos) de LLuis Llach, el paso necesario hoy para nuestra autorrealización como seres humanos. Nos lleva, a una sociedad alternativa con menos trabajo, más tiempo para disfrutar de ocio, más local y autogestionada, con soberanía alimentaria en vez de un transporte insostenible, orientando la producción hacia lo que realmente necesitamos. «No hay nada peor que una sociedad trabajadora sin trabajo, no hay nada peor que una sociedad de crecimiento sin crecimiento. Por consiguiente, el decrecimiento sólo se puede plantear en una «sociedad de decrecimiento.» Esto supone una organización absolutamente diferente, en la que se replantea el lugar central del trabajo en nuestra vida, en la que las relaciones sociales son más importantes que la producción y el consumo de productos desechables inútiles, es decir dañinos, en la que la vida contemplativa y la actividad desinteresada y lúdica encuentra su lugar» (Latouche 2007).

De hecho se trata, principalmente, de suprimir los recursos intermedios, de ninguna manera necesarios: transporte de un sitio a otro de productos que ya se pueden encontrar allí, publicidad, kilos y kilos de embalajes innecesarios, etc.

Así el decrecimiento no nos hace más pobres, sino más ricos. Como muy bien dice Latouche (2008, op. cit.): «No podemos ser ricos si vinculamos la riqueza al consumo material. Por esto nuestro desafío actual consiste en redefinir la idea de riqueza: entenderla como satisfacción moral, intelectual, estética, como uso creativo del ocio».

A nivel práctico, una cita, una anécdota y un chiste. La cita: «Recuperar los ligámenes comunitarios en la familia, romper los límites mononucleares a los que ha sido restriñida, redescubrir la importancia de las relaciones del vecindario, construir grupos de compra solidaria y bancos de tiempo […] devolver a los abuelos su papel educativo y de transmisión del conocimiento frente a los nietos: todo esto implica una reducción del PIB a través de la reducción de la mercantilización de las relaciones y al mismo tiempo una fuerte mejora de la calidad de vida» (Pallante, op. cit.).

La anécdota (vivida por mis padres): Estaban visitando Sevilla y encontraron un taxista tan alegre, simpático y eficaz que le propusieron que fuera a buscarlos el día siguiente y todos los días de su estancia en la ciudad, ofreciéndole una buena paga. Les contestó que lo sentía mucho, pero que él trabajaba sólo hasta tener la cantidad diaria de dinero que necesitaba y no quería trabajar más. El chiste: Había un pastor descansando a la sombra de un árbol mientras vigilaba su numeroso rebaño de ovejas y cerca se paró un coche del que bajó un conductor y le preguntó:

–¿De quién es este rebaño tan hermoso?

–Mío –respondió el pastor.

–¿Y qué hace usted ahí tumbado? Podría aprovecharlo mucho más. Tenerlo en una granja, vender lo que no necesite para la reproducción, comprarse unas cuantas vacas con el dinero y hacer quesos además de vender la leche.

–¿Y...?

–Con lo que ganase podría montar una fábrica de quesos.

–¿Y...?

–Con el dinero de la fábrica y la granja podría acabar montando todo un imperio industrial y ganar mucho, pero mucho dinero.

–¿Y...?

–Después, podría seguir ganando más, pero si no quiere, podría sentarse bajo un árbol sin hacer nada y disfrutar de la vida.

–Eso es lo que estoy haciendo ahora.

¿De que se trata pues?

Volvamos a Latouche (2007, op. cit.): «Es cierto que la alternativa al desarrollo no debería se una imposible vuelta atrás; por otro lado no puede adoptar la forma de un modelo único. El posdesarrollo tiene que ser plural. Se trata de buscar modelos de plenitud colectiva en la que no se favorezca un bienestar material destructor del medio ambiente y del bien social. El objetivo de la buena vida se declina de múltiples maneras según el contexto en que se inscribe […]. Para concebir la sociedad serena de decrecimiento y acceder a ella, hace falta, literalmente, salir de la economía. Eso significa poner en duda el dominio de la economía sobre el resto de la vida, en la teoría y en la práctica, pero sobre todo en nuestras mentes».

Decrecimiento en los países ricos

Sobrepasamos de mucho la huella ecológica que nos corresponde, pero ¿necesitamos realmente todo lo que producimos? ¿Miles de marcas diferentes del mismo producto, gel de baño, por ejemplo, o muchas otras cosas por el estilo? ¿Consumir productos traídos de la otra punta del planeta? ¿Los actuales gastos militares? ¿Los impresionantes y crecientes gastos publicitarios? [*] El 80% de los productos vendidos se usan sólo una vez y luego se tiran a lo que hay que añadir la obsolescencia programada (la mayoría de productos se fabrican con algo que los estropea antes y sin recambios).

Cuando hablas con alguien de este tema siempre sale la misma idea: ¿de qué trabajarán quienes pierdan su trabajo debido a la la reducción de la producción? La respuesta es fácil: trabajaremos todos menos. ¿No seríamos así más felices? ¿No es la felicidad y no el trabajo nuestro objetivo? ¿No es más importante el ser que el tener? ¿Nos permite ser, no meramente subsistir, nuestro trabajo actual? De hecho hoy es el crecimiento lo que crea desempleo –por el crecimiento tecnológico– y no es cierto que el decrecimiento signifique disminución del trabajo, sólo del trabajo asalariado. Pensemos que, tal como publicó el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Humano, el trabajo asalariado, base del capitalismo, produce hoy sólo el 25% de la riqueza mundial, el resto lo produce el trabajo doméstico –no remunerado–, el autoconsumo –que no pasa por el mercado– y el creciente trabajo voluntario –como el escribir y leer este artículo–. Si hay decremento del trabajo asalariado nos podemos dedicar a otras, de hecho más gratificantes: un huerto en el jardín, cuidarnos entre nosotros…

Para los nostálgicos del trabajo, hay miles de trabajos mucho más interesantes que los que hacemos: cuidar y limpiar los bosques, todo tipo de actividad artística, el autocuidado y el cuidado mutuo, estudiar, fabricarnos artesanalmente los productos, una enseñanza realmente eficaz con pocos alumnos por profesor, cuidar nuestro cuerpo, intercambiar entre nosotros bienes y conocimientos... Y tendremos que sustituir además con trabajo humano lo que produce hoy el capital natural en vías de extinción: si Francia, por poner un ejemplo, aplicase la directiva europea y produjese el 20% de su electricidad a partir de energías renovables se crearían 240.000 puestos de trabajo.

«Pensar que “más es mejor que menos” es un juego inherentemente frustrante, promovido por la idea falsa que confunde cantidad de cosas con cualidad de vida. Ocurre que las mejores cosas en la vida no son las “cosas”. De hecho, tener menos posesiones no implica privarnos, podemos también liberarnos. [...] La verdadera satisfacción proviene de convivir con los otros y contribuir a sus vidas, más que en tomar y sacar. Miles de personas han descubierto que reducir su escala puede generar beneficios, como vivir libre de deudas, tener más tiempo para vivir y disfrutar de mayor seguridad. [...] El truco está en centrar nuestra vida en tomo a la maximización de la satisfacción en lugar de los ingresos» (Wackernagel-Rees, op. cit). ¿Es esto posible dentro del capitalismo? Desde luego que no, como bien señala Bookchin (1984): «No se puede convencer al capitalismo de limitar el crecimiento, igual que no se puede persuadir a un ser humano de dejar de respirar».

Mejor así. Ya es hora de que el capitalismo pase a la historia, como los otros modos de explotación anteriores. Nada es eterno en este mundo. Todas las nuevas y necesarias reivindicaciones: decrecimiento, renta básica universal, soberanía alimentaria, etc. apuntan afortunadamente en este sentido.

Decrecimiento en los países pobres

Paradójicamente, en apariencia, la idea de decrecimiento surgió en África a partir de las críticas al modelo de desarrollo que se le impone. Los países empobrecidos están muy por debajo de posible huella ecológica, pero no es ni sadismo ni una incongruencia defender también en ellos el decrecimiento. No es lo mismo desarrollo que crecimiento. El crecimiento implica sólo aumento cuantitativo, mientras que el desarrollo implica una mejora de la calidad de vida. Además, estos países son pobres precisamente porque se les ha impuesto el modelo de crecimiento capitalista de la economía mundial. Como dice Gunder Frank (1979) se desarrollan subdesarrollándose. Su crecimiento es la razón de su subdesarrollo. Como ya he dicho, lo peor de la colonización fue el robar a los países colonizados, en nombre del crecimiento de la economía mundial, su propio modelo de desarrollo que no sabemos, ni podremos saber nunca, adónde les habría llevado. Para estos países el decrecimiento significa retomar el hilo de su historia roto por la colonización imperialista.

Como explica de nuevo Latouche (2007, op. cit,): «Si estamos en Roma y tenemos que tomar el tren pata Turín y nos embarcamos por error hacia Nápoles, no será suficiente con aminorar la velocidad de la locomotora, frenar o incluso pararla: hay que bajar y tomar otro tren en la dirección opuesta».

Recordemos la idea del egipcio S. Amin (1996) –precisamente economista de uno de estos países– de la «desconexión» de la economía mundial. con una auténtica redistribución de la riqueza, más importante que el crecimiento de ésta. Lo que necesitan es no depender del crecimiento de la economía mundial sino crear un mercado interior que satisfaga las necesidades de la gente del país. Latouche define el decrecimiento como «revolución cultural que lleva a una refundación de la política», lo cual implica «pasar de consumidores esclavos a ciudadanos responsables», a partir de 8 puntos:

  • Revalorizar, es decir cambiar de valores: altruismo es vez de egoísmo, cooperación en vez de competencia, ocio por encima del trabajo, vida social por encima del individualismo, etc.
  • Reconceptualización: es necesario replantearse realmente lo que significa riqueza y pobreza.
  • Reestructuración: es todo el sistema productivo lo que tiene que cambiar.
  • Redistribución: entre las clases, entre los pueblos, entre los individuos…
  • Relocacionar: dando primacía a lo local, que es lo que se puede controlar y sobre lo que se puede decidir directamente.
  • Reducir: el sobreconsumo, los residuos, las horas de trabajo, los riesgos sanitarios, el transporte…
  • Reutilizar: al contrario de lo que impuso la lamentable decisión de la OMC (bajo presión de los fabricantes de tetrabik), que hizo eliminar al Gobierno holandés una ley por la cual todos los líquidos tenían que ser vendidos en envases reutilizables.
  • Reciclar: pero de verdad y dando el máximo de facilidades a los ciudadanos.

Y con esto acabo mi artículo (no tiene porque crecer más si no mejora su calidad, si no se desarrolla), aunque no sin antes recordar la idea básica que lo resume: la necesidad real es el ser, no el poseer.

Notas

* «En lo años ochenta, los gastos de publicidad se triplicaron a nivel mundial. En Francia aumentaron el 80%, es decir, tres veces más que el PIB. En 30 años, los gastos publicitarios en Estados Unidos se han multiplicado por diez. Entre 1985 y 1998, los gastos de patrocinio de las grandes sociedades se multiplicaron por siete. […] Si Dior, en 1985, dedicaba 40 millones de dólares a lanzar un perfume, los lanzamiento de este tipo se valoran hoy en 100 millones. Entre mediados de los ochenta y finales de los noventa, los gastos publicitarios de Reebok se multiplicaron por 15. Los gastos de promoción de Nike son tan elevados como los derivados de la fabricación de los zapatos deportivos» (Lipovetsky, 2007).

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Por favor, no se suicide, muérase poco a poco

Por favor, no se suicide, muérase poco a poco

Toni Sala

"Ja hi som altre vegada" ...Eso es lo que me dije hace escasos días, cuando emerge con una "rara", sorprendente y simultánea unanimidad y generosidad en los medios e instituciones, digna de otras ocasiones, una nueva alarma social. Que nadie se engañe, los suicidios de Barakaldo y Granada, no son el detonante de esta nueva alarma social, que nos está invadiendo estos días por tierra, mar y aire. Luego volveré a ello.

Como dicen los afectados, diferentes colectivos y por supuesto los miembros de la PAH y otras entidades, de suicidios los está habiendo cada día (9 exactamente y el mayor porcentaje debido a causas económicas) y la situación de extrema gravedad se arrastra hace tiempo. Por tanto la pregunta es ¿qué encierra o qué quiere conseguir esta nueva alarma social?

Esto es lo que ocurre y transcribo a un periodista de La Vanguardia, como podría ser uno del TN de TV3 o 8TV, que es donde se puede "tragar" uno estos días con todo lujo de detalles y generosidad... la alarma social de los deshaucios: "Ya podían ir protestando las plataformas ciudadanas de apoyo surgidas de la marea indignada, algunos jueces y gente comprometida de signo diverso... Los suicidios de un hombre en Granada y una mujer en Barakaldo lo han interrumpido como dos bombas en el Liceo"...

Pues no, mi querido periodista, hace un mes aproximadamente, antes de los suicidios "publicados" –insisto, de suicidios hay 9 cada día–, me llegaron informaciones fragmentadas, producto de información sensible filtrada por gente con acceso a fuentes de información, que advertían que se estaba cocinando o tramando algo, en instancias del poder, pero no en sentido positivo precisamente. Juntando piezas, hoy, poco a poco se va viendo el objetivo que persigue la alarma social, y es, no dar respuesta real a un problema de fondo, si no "cambiar algo, para que todo siga igual" y a la vez dar la apariencia, que el poder, las instituciones, la prensa, el establishment (incluso la banca y ahora hasta la policía) están muy afectados y preocupados por este drama. Incluso el Gobierno, incluso el PP y PSOE que hoy se reúnen para pactar alguna solución al drama humano, atención, cuando son precisamente los máximos responsables por acción y omisión, de ese mismo drama humano. ¡Qué cinismo y que hipocresía! Excluyendo además a IU, que es quien más ha insistido en dar respuestas a esta situación.

De algún modo se trataría de decir, por favor no se suicide, muérase poco a poco y sin hacer ruido. Se trataría, ahora en serio, a nivel político y esto tiene ya más importancia y significación, más allá de esta reunión y lo que salga de ella, de anticiparse y liderar, integrándolo y desnaturalizándolo, el creciente malestar y movilización social, que coincide además con la presentación de la ILP presentada por la PAH. Amplificando hasta extremos obscenos el drama individual y el suicidio, para humanizar el drama. De hecho no se esconden, ya lo explicitan, se tratar de crear excepciones y aceptar moratorias muy puntuales... como procesos paliativos (como los enfermos terminales, para que puedan morir mejor), que eviten los casos, únicamente los casos más graves, desviando la atención sobre la Ley Hipotecaria, incluso la Dación en Pago, que son los grandes caballos de batalla de las actuales movilizaciones.

De hecho es una gran cortina de humo (otra) para intentar desactivar la movilización creciente y desviar la atención, amplificando los casos más graves, que por supuesto hay que darles respuesta, pero utilizándolos para minorizar el problema de la mayoría social desahuciada (actual y la por venir) e invisibilizar el empobrecimiento generalizado. Se trataría, como hace unos años, de amplificar por tierra, mar y aire, ahora los suicidios, como en su día se hacía con los negritos de África o del tercer mundo, con lágrimas en los ojos y mocos y moscas en la nariz, para que nos olvidemos de nuestro cuarto mundo, que ya hace años está creciendo y mucho, pero que haciéndonos mirar hacia otro lado no han visto algunos (incluida alguna izquierda). Empobrecimiento que ahora se amplía y amplía y amplía hasta llegar a afectar a amplísimas capas de población, incluida la clase media. Atención, he aquí una de las cuestiones de fondo. Y esta situación va a ir a más, en la medida que los trabajadores pobres van a más, es decir aquellas personas que no están registradas como paradas, pues trabajan, pero que no llegan a final de mes, ni a mitad de mes, al tener trabajos de miseria, basura, precarios, parciales, por días, por horas, etc. No deja de ser un escarnio, por cierto, que se hable de importar a España los mini-jobs, pues aquí ya existen hace años y cada año son cientos de miles de personas las que engrosan esta subclase no ya mileurista, sino nimileurista.

Por otro lado los desahucios son 500 al día y creciendo, de hecho según cálculos de expertos, publicados, pero apenas divulgados, el problema no ha hecho más que empezar, pues lo que ahora se está ejecutando, inició su proceso administrativo entre hace 1 y 2 años, antes de que se agudizara la recesión, con despidos masivos, cierre de empresas, etc. y cuando no se habían agotado todavía las prestaciones y subsidios a muchos parados. Ahora ya hay 2 millones de personas sin ningún tipo de ingresos, y los 400.000 desahucios que llevamos no son nada comparado con lo que está por venir, sin contar con los "otros" desahucios, los alquileres, de los que nadie habla...y bien invisibilizados interesa estén, pues ello afecta a ¿800.000 personas? ¿1.200.000? ¿2-4 millones? Un sector de población abandonado a su suerte, en la medida que todas estas personas tienen que volver a vivir junto con sus familiares, tíos, padres o abuelos, o juntarse para poder subsistir en condiciones muchas veces insalubres.

Insisto, el objetivo de esta nueva alarma social, que tiene a TV3 como alumno aventajado, no es otro que minorizar y reducir el problema a los casos extremos y graves, introducir a "Cáritas" en la agenda (o sea la caridad), tapar la lucha y trabajo hecho por la PAH y la ILP, junto con otros movimientos sociales, y hacer aparecer a los no suicidados (los que "pixen sang" cada mes), como población "privilegiada".

Esperemos que en el resto que queda de campaña y luego, nuestros candidatos y líderes, marquen clara la frontera entre nuestra preocupación, nuestra exigencia de justicia, nuestra lucha, para que no nos arrastren otras agendas, como nos han hecho con la "estelada", a posiciones políticamente correctas, que luego horadan a nuestro electorado. No podemos parecer retóricos cuando son ellos los oportunistas, para ello es muy importante la claridad de discurso, decir las cosas por su nombre, utilizar el mínimo el "drama" y denunciar que ahora todo el mundo se sube al carro humanitario.

Y por cierto, hablando de suicidios, y empezando por el de Barakaldo, según fuentes publicadas, la mujer suicidada era socialista, algo que se ha querido destacar, pero lo que no ha trascendido tanto es que tanto ella como su marido tenían un cierto/mínimo nivel de ingresos todavía, lo que confirma lo que vengo insistiendo sobre el empobrecimiento progresivo de las clases medias, y el empobrecimiento incluso de la gente que todavía trabaja, que no llega a final de mes, mucho menos a pagar una hipoteca. Y esto me lleva a otro dato, muy bien guardado en Catalunya, y es que ya hace más de un año, y es una tendencia estabilizada, el registro de suicidios de Barcelona es el más alto de España y el segundo de Europa. ¿Qué fenómeno o problema o gravedad de situaciones puede estar ocurriendo en nuestro entorno, para que haya más suicidios que en Madrid con muchos más habitantes?

Interesante pregunta, que no la va a responder ninguno de los expertos que se lamentan estos días y abogan por una salida humanitaria para paliar los casos más extremos, pero a la vez trabajan y mueven resortes, para que no se vaya más allá de los casos extremos, pues se podría generar un efecto llamada que podría poner en riesgo la recuperación de cientos de millones de euros para el sistema financiero. O sea, que esto es lo que se estaba cocinando y ahora ha salido a la luz, aprovechando el 11-S de los suicidios, haciendo ver que los esfuerzos y pactos que se van a hacer ahora son fruto de la alarma social generada...por ellos mismos para integrar y desactivar la movilización social y convertirla en humanitaria. No permitamos que nos arrastren a la caridad. Sigamos con la PAH, con la ILP y con la lucha por la derogación y cambio profundo de la actual Ley Hipotecaria, por la dación en pago y por otras reivindicaciones que podrían estar ganando masa crítica (la auditoria de la deuda y no al pago de la deuda ilegítima) que podrían estar preocupando a altas instancias de poder. Incluso me atrevería a pensar, en la medida que sigue arreciando la alarma social mediático-política, si no se trata de un operativo para intentar neutralizar y desviar la atención de la huelga general del 14-N, que uno de sus grandes objetivos es unificar luchas, juntar colectivos, vertebrar justicia y no separar lo laboral y lo social. Menos todavía separar justicia y solidaridad. No aflojemos y aprovechemos la campaña electoral para denunciarlo.

Toni Sala es miembro del Front Cívic Catalunya

Sobre las elecciones catalanas ¿Por quién podemos votar el próximo 25N?

Sobre las elecciones catalanas ¿Por quién podemos votar el próximo 25N?

Salvador LÓPEZ ARNAL

El 9 de noviembre empieza “oficialmente” la campaña electoral en Catalunya. De hecho, sabido es, hace meses que estamos inmersos en ella. Desde finales de agosto cuanto menos. Si lo pensamos con más calma, desde las violencias represivas de Felip el Puig, los hachazos sociales de esos consellers sin alma poliética llamados Mena, Rigau y Boi Ruiz y desde el programa neoliberal explícito, absolutamente privatizador, del gran académico -¡qué viva, qué viva, qué diría la Bruja Avería!- Andreu Mas-Colell. La orquesta, desde luego, dirigida con mano de hierro y corazón ennegrecido por el muy honorable Mas, el que se rió en sede parlamentaria del “castellano ininteligible” de los niños gallegos y andaluces, y (más en la sombra) por el lobista antiobrero y pronuclear Duran i Lleida. En el fondo del escenario, moviendo los muchos hilos que les son propicios, la figura de don Isidre Fainé y los señores condes Godó. Félix Millet-Palau no anda muy lejos.

Ni que decir tiene que el eje esencial de la campaña electoral –los media (muy serviles) hace meses que caldean el ambiente- se ubicará en el tema del “soberanismo-independentismo” y que los asuntos sociales, la horrible gestión económica del gobierno, su neta incompetencia, sus alianzas peperas, sus apuestas por Eurovegas y otras “grandes alternativas”, su mirada y acciones de pijos privilegiados que nunca han comido mal ni han dormido en sucios jergones, por no hablar de su sionismo militante, quedarán ubicados en el desván de los asuntos despreciables u olvidados.

¿Qué hacer desde posiciones de izquierda? Abonar, seguir abonando, las luchas que en numerosos lugares de la geografía catalana siguen resistiendo, golpeando y avanzando: los combates en defensa de la sanidad pública (se quiere privatizar el Clínico, el segundo hospital público de Catalunya), a favor de la enseñanza democrática y de calidad, la solidaridad con los trabajadores de Telefónica en huelga de hambre, con los admirables activistas represaliados de Caféambllet y, claro está, sacando fuerzas de donde nos sea posible para que el próximo 14 de noviembre, como quería García Lorca, todas y todos nosotros, “la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,/ ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro, /ha de gritar frente a las cúpulas, /ha de gritar loca de fuego,/ha de gritar loca de nieve,/ ha de gritar con la cabeza llena de excremento,/ha de gritar como todas las noches juntas,/ ha de gritar con voz tan desgarrada/ hasta que las ciudades tiemblen como niñas/ y rompan las prisiones del aceite y la música”, porque queremos, añadió el poeta asesinado, “el pan nuestro de cada día,/ flor de aliso y perenne ternura desgranada, /porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra/ que da sus frutos para todos”. Para todos.

De acuerdo, de acuerdo, se dirá, pero… ¿y el 25N? ¿Votamos o no votamos? ¿A quién si lo hacemos? Admitamos que la votación, sin ser desde luego la única o la más importante acción política, también juega su papel, en absoluto menospreciable.

¿Qué puede pedir o desear un votante de izquierda? Sin pretender asaltar los cielos, dos cosas básicamente. La primera: es probable que ese ciudadano desee, aspire -con toda la prudencia del mundo, con el mínimo sectarismo del que es capaz- a apoyar una fuerza que luche de debò, en serio, contra los recortes, contra los hachazos, contra el diseño planificado, aunque no explicitado, para acabar con eso que hemos llamado “Estado de bienestar”. Es decir, contra el intento de desmantelar poco a poco –y en ocasiones de golpe- conquistas sociales, ciudadanas y económicas que han costado décadas y décadas de lucha, entrega social y riesgos que no deben ser olvidados, al mismo tiempo que siguen abonando ellos, los descreadores de la Tierra como apuntó un luchador imprescindible, los nudos más oscuros y fáusticos (la energía e industrias nucleares por ejemplo) de este civilización alocada y ecosuicida. ¿Cómo vamos a admitir que se nos diga, como ha dicho el president en funciones Mas desde posiciones absolutamente privilegiadas, que la educación pública ya no será nunca lo que fue, ni la sanidad, ni las pensiones públicas, ni las ayudas a los más desfavorecidos, ni tantas otras conquistas -que no concesiones- ciudadanas?

Este es el primer eje. No hace falta señalar las fuerzas conservadoras y antiobreras que se quedan al margen. El segundo nudo es también evidente: la autodeterminación y la independencia.

La izquierda catalana, especialmente la comunista, ha combatido como pocas otras fuerzas, y en tiempos difíciles de silencio y represión, por la defensa y conquista de los derechos nacionales de Catalunya (y de otras nacionalidades de España), incluyendo su derecho a la autodeterminación. Basta con ir a las hemerotecas con papeles clandestinos y relatos informados sobre la lucha antifranquista para corroborar lo anterior. Por lo demás, en aquellas años, algunos, que se las dan ahora de patriotas y amantes del país (mientras pretendían vender parte de él a un individuo de la talla poliética de Adelson-Vegas), estaban “estudiando” o ya habían empezado a “hacer negocios” para asentar sus posiciones familiares. No tenían tiempo para esa cosa utópica de la lucha contra el fascismo hispánico (incluyendo, desde luego, al catalán del que apenas se habla, como si el fascismo fuera cosa de españoles, impuesta desde fuera a la nación democrática de Catalunya).

Esa izquierda nunca estuvo por la independencia de Catalunya (ni tampoco de Euzkadi o de Galicia). Esa izquierda nunca pensó que no fuera posible la convivencia en Sefarad, en España, de diferentes pueblos, lenguas y culturas. Esa izquierda nunca abonó discursos a la Liga del Norte sobre la “España” que nos explota o sobre los campesinos andaluces que se quedan con “nuestro dinero” para pasárselo a lo grande, sin hacer nada, en bares y tabernas mientras escuchan a Fosforito o a Morente. Esa izquierda abonó siempre el discurso de la solidaridad, del internacionalismo y del no-nacionalismo, sin renunciar a las propias señas de identidad de cada uno, diversas por supuesto y vividas además de forma nada clónica.

¿Puede esa izquierda, sin perder sus finalidades más básicas, abonar un plan que no se sabe muy a qué puede conducir finalmente pero que, en definitiva, apoya y abona una Catalunya insolidaria, una Catalunya de ricos o privilegiados, con una cosmovisión que reduce a España -incluyendo en ella, curiosamente a Euzkadi y Galicia- a un conjunto de hooligangs fanatizados seguidores de Queipo del Llano, Franco, Fraga, Blas Piñar, Aznar y doña Esperanza (no cito a Anglada que es catalán y se llama Josep)? ¿Cómo es posible que el cabeza de lista de una formación independentista sea alguien que ha afirmado públicamente, sin posterior rectificación, que Manuel Azaña, un español como cualquier otro en su lenguaje, aconsejaba bombardear Barcelona cada 50 años, sin que haya pasado nada, siguiendo ocupando un espacio –cuidadosamente publicitado– en la arena pública catalana?

La izquierda no ha bebido nunca ni puede beber de esas fuentes, de esa cosmovisión de neoliberales e insolidarios que siempre ponen el acento –lo han hecho sistemáticamente durante las tres últimas décadas- en las diferencias (algunas de ellas inventadas ad hoc) y nunca en los muchos puntos de unión, confluencia y acuerdo.

Pues bien, si unimos ambas aspiraciones, nada que pueda ser tachado de izquierdismo o locura política, ¿qué nos queda? ¿Podemos votar al PSC, a ERC, a la CUPs, a ICV-EUiA? Parece que no, las cosas por uno u otro motivo, o por ambos a la vez, no cuadran. ¿Y entonces?

En los compases finales de una entrevista a Miguel Candel –¡vale su peso en información crítica enrojecida sobre la historia de Catalunya y los cuentos generados sobre ella!– [1], se le pregunta al gran filósofo y activista hispánico e internacionalista si será posible votar en las próximas elecciones catalanas a una fuerza que combata el neoliberalismo y no apoye el independentismo. El traductor de Gramsci y Aristóteles responde: “Si me dices cuál es, la votaré. Veo que te quedas callado…”.

El entrevistador reconoce su silencio –“Sí, me he callado y sigo callado”- y luego apunta cortésmente: “¿Quieres añadir algo más?”.

La respuesta final del autor de Metafísica de cercanías, trufada de ironía, da de pleno en el corazón de la izquierda: “Podríamos estar hablando del tema hasta el día en que Cataluña consiga la independencia… Pero me parece mucho más urgente dedicar todas las fuerzas disponibles a intentar independizarnos, no sólo Cataluña, sino todos los pueblos ibéricos, itálicos y helénicos, como mínimo, de la infame dictadura del capital financiero internacional. Un economista semidocumentado ha publicado recientemente un libro-panfleto titulado “Hispania delenda est”. Yo propongo que entre todas las víctimas del totalitarismo neoliberal lancemos el grito de guerra “Troika delenda est!” Y que surjan pronto muchos Escipiones”.

¡Que así sea! ¿Es un error pensar que ese, precisamente ese, el señalado por este filósofo marxista revolucionario, amigo y compañero de Manuel Sacristán y Francisco Fernández Buey, con décadas de activismo político a sus espaldas, es el urgente y necesario programa de nuestra hora?

Nota:

[1] El Viejo Topo, noviembre de 2012, pp. 12-17.

Pedro Vallina. Una biografía apasionante

Pedro Vallina. Una biografía apasionante

Pedro Vallina es un personaje poco conocido de la historia del anarquismo español. Nacido en Guadalcanal (Sevilla) en 1879, conoció desde niño las injusticias que padecían los más desfavorecidos y optó por el anarquismo como modo para combatirlas. Estudió medicina en Sevilla y se trasladó más tarde a Cádiz, donde conoció a Fermín Salvochea, con quien inicia una colaboración que duraría muchos años. Junto a Salvochea marcha a Madrid y entra en contacto con círculos anarquistas y del republicanismo federal. En Madrid se implica en el llamado "Complot de la coronación", un plan para atentar contra Alfonso XIII que le cuesta algún tiempo de prisión y el exilio en París. Expulsado de Francia por sus actividades políticas se instala en Inglaterra, donde conoce, entre otros, a Rudolf Rocker, Malatesta o Kropotkin.

Una amnistía le permite volver a España, pero no tarda en volver a tener problemas con la Autoridad y acaba condenado a un exilio interior en Extremadura.

Ingresa en la recién fundada CNT y entra a formar parte de su Comité Nacional con sede en Sevilla, donde fundará el periódico El noticiero sevillano.

En 1923 funda el Sanatorio Antituberculoso "Vida", en donde atiende de forma gratuita a los enfermos sin recursos. Pero la dictadura de Primo de Rivera interrumpirá su trabajo llevándolo de nuevo a la cárcel y más tarde al exilio en Marruecos. No podrá reanudar su labor hasta la proclamación de la II República.

Vallina no está de acuerdo con la actitud de la CNT frente a la República, crítica las intentonas insurreccionales y llega a apoyar la candidatura de Blas Infante en las elecciones, en abierta contradicción con la postura oficial de la CNT.

La sublevación militar y la guerra civil le convierte en miliciano y la derrota le llevará a un exilio en México del que no regresará.

Esta autobiografía, editada por el Centro Andaluz del Libro y Libre Pensamiento puedes descargártela aquí