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Polémica

París. Mayo de 1968

París. Mayo de 1968

Lola ITURBE

El Mayo Francés, con su avasallador impulso, con su mística revolucionaria y con la incorporación entusiasta y generosa de una juventud imaginativa y creadora, es un acontecimiento que, aparte de su desenlace, ha dejado profunda huella en el camino de la libertad integral de la humanidad. Publicamos este relato de una mujer, Lola Iturbe, que fue testigo de la grandeza y la miseria de aquellas jornadas apasionantes.

Lola Iturbe (Barcelona, 1902 – Gijón, 1990) fue una destacada anarquista durante la II República. Militante de la CNT, fue una de las fundadoras del movimiento Mujeres Libres. Escribió en Tierra y Libertad las crónicas de guerra en el frente de Aragón. Al acabar la guerra se exilió en Francia, donde formó parte de la Resistencia francesa contra los nazis.

En el Boulevard Saint Germain una muchedumbre, jóvenes en su mayoría, se empujaban para abrirse paso. Había entre aquella fronda humana muchas jóvenes, unas vestidas con minifalda y otras con pantalones vaqueros. En ellas y ellos se apreciaba un descuido natural o afectado en el vestir; en otros, el negligé más completo.

En la acera del jardín de los restos del antiguo monasterio de Cluny, había un gran tablado y sobre él, un joven melenudo peroraba. Muchos transeúntes se detenían a escucharle atentamente. El tráfico de vehículos estaba interrumpido y la calzada obstruida por los nutridos grupos que escuchaban a los improvisados oradores callejeros.

Una buena parte del empedrado arrancado y utilizado como proyectiles y barricadas ya había sido reparado y grandes trechos de negro y aún caliente asfalto se adhería a las suelas de los zapatos de los viandantes. Las rejas que protegían las bases de los árboles, se hallaban rotas y amontonadas en discretos rincones. Los árboles habían sido cercenados y resaltaban a la vista sus cortes blancos, lisos y pulidos, hechos casi con delicado esmero.

¿Qué huracán pasó por allí? Por todo el Barrio Latino había huellas de las luchas de la juventud estudiantil en rebelión contra el Gobierno del general De Gaulle. Boulevard Saint Michel, rue Gay-Lussac, Saint Jacques, Le Goff, Carrefour de Saint Germain des Pres, Ecole de Medicine fueron lugares en los que hubo lucha entre estudiantes y policía en aquella noche del 10 de mayo que fue llamada «La noche de las barricadas». con incendios, cócteles Molotoff, brutales palizas y bombas lacrimógenas; la noche en que se popularizó el nombre de los Talky-Walky y en la que hubo más de 800 heridos.

Cruzamos el Boulevard Saint Germain, siempre presos entre una gran muchedumbre, y llegamos a la Sorbona, ocupada por los estudiantes. En la amplia acera de su entrada había un montón de cenizas y papeles medio quemados; libros húmedos y chamuscados, de los que algunos aún podían leerse, eran afanosamente buscados y llevados por los curiosos. Supuse que los cogían como un recuerdo histórico, como sucedió antaño con las piedras de la Bastilla. Confieso que tuve deseos de rebuscar en el montón y llevarme mi papelote. Todo este material provenía de un incendio ocurrido días antes en los sótanos de la Sorbona, en plena ocupación estudiantil. El incendio, al parecer, no fue intencionado.

Unos pasos más adelante, paquetes de periódicos por el suelo. Chicos y chicas que iban y venían, ofreciéndolos a voces: L ’Enragé, Le Pavé, Action. Otros pedían solidaridad en metálico para proseguir la propaganda. Pudimos entrar, al fin, en la Sorbona.

La inmensa sala que meses antes había visitado y admirado como un templo de la Cultura con sus venerables estatuas y sus decorados antiguos, apareció ante mi vista como un incendio de colores rojos y negros, verdes agresivos. Una percalina en el frontispicio; fondo negro y letras rojas, CNT-AIT. En los muros, pasquines y cuadros; uno de ellos La Gioconda, con el rostro del ministro André Malraux. En el ambiente, un griterío ensordecedor. Movimiento. Mucha juventud con pelambreras. La primera consigna: L’imagination au pouvoir. Un gran letrero con la efigie de Mao. En un puesto de propaganda, unos jóvenes reparten hojas con textos que ponen a Mao por las nubes.

Subimos unos peldaños de la inmensa sala. A mi izquierda, una puerta en la que se leía Garderie pour enfants. Al otro extremo, al final de un amplio corredor, volvimos a subir unas escaleras y nos hallamos en el precioso anfiteatro Richelieu, con techos y muros adornados de bellas pinturas. Estaba abarrotado de público; mujeres, muchas mujeres y niños. Observé el hecho y pensé que era una temeridad traer niños a este ambiente electrizado de pasiones, en el que podían producirse toda clase de accidentes. Después, observando los rostros de aquellas madres, tan atentas a los discursos, me convencí que las madres habían llevado conscientemente a sus hijos para que presenciaran un momento trascendental de la vida de su nación que, al recordarlo, pudiesen decir con orgullo: «Yo estuve allí».

En el estrado había una gran mesa y a su alrededor unos jóvenes que con un magnetófono retransmitían una conferencia del sabio Jean Rostand sobre la paz. Otros muchachos acomodaban a quienes entraban en los asientos vacíos. Algunos dormían fatigados sobre los bancos. Escuchamos la conferencia y salimos.

Bajamos los escalones y enfilamos un largo corredor. Siguen los letreros: ¡Visca Catalunya Lliure!, Plus je fais la Revolution, plus j’ais envie de faire l’amour. En uno de ellos se pedía un voluntario para hacer la limpieza (que, a decir verdad, hacía mucha falta). Otro, que nos hizo sonreír, recomendaba al visitante hacer el amor allí mismo, en el suelo, sin avanzar un paso más adelante. A nuestra derecha, en una puerta cerrada había escrito Katanga. Más tarde supimos que allí acampaban mercenarios que habían hecho la guerra en aquel país. Luego los katangueses fueron expulsados de la Sorbona por los mismos estudiantes. A nuestra izquierda se hallaba la Secretaría de la CNT española. Al final de este corredor nos encontramos con un amplio tablero con vasos encima. A los lados, en el suelo, cubos llenos de agua y grandes cestos llenos de pan. Sobre un banco de madera dormía una muchacha. La miré. Era muy bonita.

Entramos en el patio de la Sorbona. El ambiente era inenarrable. Aquel ruido ensordecedor debía parecerse al de las cataratas del Niágara. La muchedumbre nos asfixiaba. Yo, que soy pequeña, andaba sumergida por hombros y cabezas. Sólo podía ver el cielo. Avanzando, llegamos a poder ver los stands de propaganda que se hallaban instalados a lo largo del patio. Discursos, griterío, hojas, periódicos, libros, muchos libros. fotografías y dibujos de las efigies de Trotski, Lenin, Che Guevara y Mao; Mao, sobre todo. También vimos un puesto de exposición y venta de propaganda anarquista. Allí estaba expuesto el jupon noir de Luisa Michel, la falda negra que vestía. Una mujer voceaba Le Monde Libertaire. Subida a la estatua de Víctor Hugo, una muchacha discurseaba. El público no le hacía mucho caso, pero ella seguía hablando de la miseria que sufría la clase obrera.

Cuando salimos a la calle vimos un espectáculo curioso. En un rincón, no muy visible, había un enorme montón de tapaderas de plástico de los cubos de basura. Habían servido de escudos de protección en las luchas contra la policía. A la salida grupos de jóvenes voceaban los periódicos.

Nos encaminamos hacia la calle Ecole de Medecine. En esta calle había otro edificio de la Sorbona en cuya verja de entrada había un gran letrero: Antene Chirurgicale sobre una insignia de la Cruz Roja. Este local sirvió de hospital de sangre. Allí llevaban a curar a los manifestantes heridos en la noche de las barricadas, para sustraerlos a los peligros de identificación y detención. Algunos heridos se paseaban, vendados, por el patio.

Continuamos nuestra peregrinación. Llegamos al teatro Odeón. A todo lo largo de su fachada un letrero: Theatre Ocupé. En las estatuas que emergen de su techo había banderas rojas y banderas negras de los anarquistas. Otros jóvenes se paseaban debajo de los pórticos voceando prensa subversiva. Nos pidieron un franco de entrada. Lo dimos y entramos.

El teatro es muy hermoso, de estilo clásico, con palcos circulares tapizados de terciopelo granate y adornos de metal dorado. La lámpara central es hermosísima. Las pinturas del plafón muy buenas, de colores suaves y atractivos.

Al penetrar nosotros, el teatro se hallaba lleno a estallar por un enorme gentío. Un vaho y una espesa humareda de tabaco nos azotó el rostro. Por todo había letreros: lnterdit de fumer. y tenían razón. No sé la hecatombe que se habría producido de ocurrir un incendio en la circunstancia tan especial de la ocupación del teatro. En el escenario unos jóvenes discurseaban. Pensé: ¿Es que esos muchachos han estado privados del habla, que ahora usan de tal ejercicio con tanta euforia y desesperación? Después de unos breves instantes de respirar aquella atmósfera cargada de pasiones, de protestas y griterío salimos a la calle. A otro mundo.

Primeras reflexiones

Me pareció observar en el aspecto de la Sorbona ocupada un reflejo de la casa CNT-FAI en los primeros días que nosotros la ocupamos, en julio de 1936. En aquel ambiente de movimiento frenético, de pasión y de fraseología enardecida, existía alguna similitud con el gesto exterior de la revuelta. Es posible que esta analogía, nacida de un exaltado recuerdo, fuese sólo el decorado, la mise en scene. Lo nuestro fue mucho más profundo, más grandioso: fue una Revolución. Nuestros milicianos no llevaban pelambreras y vestían el mono azul de los obreros, llevando encima el correaje con la pistola al cinto y el fusil al hombro. No se trató entonces de la lucha contra la policía, armada de matracas y bombas lacrimógenas, sino de hacer frente a poderosas fuerzas militares, bien entrenadas y equipadas con sólido armamento al servicio del fuerte poder de la reacción.

Un aspecto de la ocupación me produjo admiración y emoción sincera. El ver a la juventud, sobre todo femenina, desligada de las futilidades y frivolidades del cotidiano vivir, luchando con resolución y entusiasmo en defensa de una causa social y política que exigió de ellas muchos sacrificios de todo orden.

La algarabía de la ocupación tenía un aspecto folclórico. En el interior, en salas de ambiente más sosegado, estudiantes y profesores estudiaban la creación de nuevos métodos escolares en función de la modernización de la enseñanza, febrilmente y con tal tesón y continuidad, que un profesor que vivió ese clima de la Sorbona, se preguntó: ¿cuándo comen y duermen esos muchachos? Allí nadie se ocupaba de la comida, que consistió en bocadillos, durante semanas enteras.

Fue famosa la actividad que se realizó en la Escuela de Bellas Artes en la producción de material de propaganda; redacción e impresión de periódicos, manifiestos, dibujos, pintura y pasquines. ¡Qué derroche de energías y de talento! Esas jornadas no se olvidarán fácilmente y fueron representativas del esfuerzo que es capaz de realizar el ser humano cuando es impulsado por la fuerza de un ideal.

En la Sorbona ocupada ofrecieron espectáculos los más grandes artistas franceses; notabilidades de las ciencias, las letras y la política, entre ellos, Jean Rostand, Leprince-Ringuet, Jean Paul Sartre, Luis Aragón, el premio Nobel Jacques Monod, al que también se le vio en la calle la noche de las barricadas, asistiendo a los estudiantes heridos, Jean Maitrón, gran historiador y sociólogo, Gastón Leval, Daniel Guerin, una monja, Francisca Vandermesch, directora de la revista Echanges. Estos nombres son sólo una muestra, pues fueron muchas las personalidades de gran valor intelectual que hablaron aquellos días en la Universidad que fundó el monje Robert Sorbon, en 1253.

Durante unas semanas fue la fiesta del intelecto; una explosión de entusiasmo por conocer las nuevas ideologías de vanguardia. Marcuse. Marcuse, el gran símbolo para la juventud. La euforia de la Universidad se comunicó a la calle. Todo el mundo sintió la necesidad de exteriorizar sus opiniones. El Ágora de los helenos revivió en Francia en 1968 convulsionada ahora por el acontecimiento.

La prensa rivalizó en artículos enjundiosos sobre los problemas de una sociedad con ansias de transformación abundantemente ilustrados con fotos emocionantes y bellísimas, con imágenes de la juventud enardecida, desfilando por las calles.

Primeros chispazos

¿Pudo prevenirse la explosión de mayo? Las opiniones son divergentes. El malestar, la agitación en los medios universitarios era muy aguda en los últimos años. Recordemos las revueltas estudiantiles en los Estados Unidos y en Europa. Dice la profesora Jeanne Durry (Le Monde, 11-12-68): «La catástrofe de mayo pudo haberse evitado si los precedentes ministros de Instrucción Pública hubiesen podido contar con los créditos que le han sido atribuidos al señor Edgard Faure. En ese caso las Facultades habrían sido dotadas, año tras año, de los locales necesarios que los profesores reclamaban. Una Facultad que en 1968 llega a tener 41.000 estudiantes como la Sorbona-Letras, es un monstruo que no debió haber nacido jamás y que no puede conducir nada más que a las revoluciones».

A las convulsiones de mayo, precedió la revuelta universitaria de Nanterre. Ésta no surgió tampoco por generación espontánea. La agitación estudiantil de esa Universidad ya se había manifestado en varias protestas. ¿Motivos? Ya los hemos apuntado: repercusión de los movimientos estudiantiles de América y Europa. Los que aducía la profesora Durray: defectos del profesorado y la necesidad de adaptar la enseñanza a las nuevas exigencias de la sociedad industrial y tecnológica y otros más poderosos: la influencia y presión que ejercían sobre la juventud universitaria la propaganda marxista; y también, un sentimiento de frustración ante tanto sacrificio en los estudios para tan inciertas posibilidades de ejercer.

La encuesta dirigida por el ministro Misofle para tomar el pulso a la juventud, reveló ya muchos signos que debieron haber alarmado a educadores y gobernantes; sobre todo a estos últimos. Entre protestas, más o menos intensas y minimizadas casi siempre por el Gobierno, llegó la conmoción del 22 de marzo en la Universidad de Nanterre. El nombre de Daniel Cohn-Bendit. estudiante de 23 años que se decía anarquista, llegó a ser conocido del gran público. El Gobierno y la prensa en general no dieron mayor importancia al acontecimiento. Aunque en Nanterre ocurrieron hechos muy serios, se quiso dar la impresión de que era una algarada juvenil sin importancia. Sin embargo, el Ministro de Instrucción Pública. Misofle, ya había tenido algún disgusto de Cohn-Bendit.

Las fuerzas subversivas de mayo

PSU (Partido Socialista Unificado), SNES (Sindicato Nacional de Enseñanza Superior), UNEF (Unión Nacional de Estudiantes de Francia) y la UEC (Unión de Estudiantes Comunistas). Estas fueron las organizaciones mayoritarias que actuaron como detonantes de la explosión. A ellas se agregaron los llamados grupúsculos: UJCML (Unión de Juventudes Comunistas Marxistas Leninistas), PCMLF (Partido Comunista Marxista Leninista de Francia), JCR (Juventudes Comunistas Revolucionarias), FJR (Federación de Juventudes Revolucionarias), Movimiento 22 de Marzo, MAU (Movimiento de Acción Universitaria), EUS (Estudiantes Unificados Socialistas), OCI (Organización Comunista Internacionalista), CRER (Comité de Relaciones de Estudiantes Revolucionarios), CVB (Comité del Vietnam de Base), CAL (Comité de Acción de los Liceos), CREOC (Comité de Relaciones de Estudiantes Obreros y Campesinos). A estos hay que agregar los grupos de Le Monde Libertaire, Grupo Luisa Michel, CNT (Confederación Nacional del Trabajo francesa). Intervinieron también, muchas veces, a pesar de sus dirigentes, la CGT (Confederación General del Trabajo) –comunista–, CFT (Confederación Francesa del Trabajo), CFTC (Confederación Francesa de Trabajadores Cristianos), FO (Fuerza Obrera) y CGC (Confederación General de Cuadros).

Enseñanzas a retener

La experiencia de mayo demuestra las posibilidades existentes para desintegrar el complicado mecanismo de una sociedad fuertemente industrializada y un Gobierno sólidamente implantado, como el de Francia, en 1968.

La fuerza que confiere la sólida unión de obreros, técnicos, intelectuales y campesinos se reveló en mayo con una eficacia tremenda para desorganizar la máquina estatal.

Por unos días, Francia estuvo al borde de una verdadera revolución producida por el enorme poderío de las citadas fuerzas unidas. Éstas pudieron lanzar diez millones de trabajadores a la huelga. Las centrales sindicales que paralizaron toda Francia fueron, durante más de un mes, los árbitros de la vida nacional y tuvieron en las manos sus resortes económicos y se constató también, que la Francia de la Revolución, con su gran lema de «Una e indivisible», no ha logrado imponer esa divisa, después de dos siglos de existencia.

La política del general De Gaulle

Francia llevaba, en 1968, diez años sometida a las presiones e influencia de la Rusia comunista. Todas las actividades de la nación, políticas, culturales y artísticas fueron contaminadas por la ideología marxista-leninista y ello con la complacencia del general De Gaulle, que se recreó viendo ascender la marea con el secreto designio de utilizar diques de contención en el momento más propicio, a fin de aparecer como el salvador de la France Eternelle.

En todo caso su inconmensurable orgullo debió sentirse lastimado. La lealtad de los militares a su persona la tuvo que pagar a base de sufrir la humillación de tener que liberar al general Salan y a los hombres comprometidos en la OAS, además de pedir auxilio a las fuerzas americanas.

Cese en la unidad de objetivos

La multiplicidad de grupos y organizaciones que se lanzaron a la subversión, reclamaron al principio simples reformas universitarias. Bien pronto hicieron conocer otras aspiraciones más ambiciosas. No se reclamaban ya reformas parciales, sino una transformación completa de la sociedad. Había que hacer la Revolución.

Los estudiantes la emprendieron contra la sociedad de consumo. Ella era la gran responsable. ¿Eran también consumistas los smigards (salario mínimo), los ancianos, los habitantes de los Bidonvilles? Lo cierto es que al tomar amplitud nacional la contestación y englobar tanta diversidad de opiniones, surgió el problema. ¿Qué modelo adoptar para la orientación y transformación del nuevo régimen? ¿El modelo soviético, el chino, el cubano o el libertario español? No era fácil escoger un modelo, en aquel maremagnum ideológico de mayo.

Las centrales sindicales, que habían dado al Movimiento su verdadera importancia con el paro de los ferrocarriles y servicios públicos, comenzaron a alarmarse por el extremismo de los estudiantes. La prueba la tuvimos la tarde del 13 de mayo con la manifestación monstruo convocada por las organizaciones sindicales. Según datos de la Prensa concurrieron a ella más de 800.000 manifestantes. En los barrios del cinturón rojo de París se hizo una gran propaganda con diversos medios, para que asistieran a la manifestación los obreros. ¿Se contentaría aquella marea humana enardecida sólo con un paseo por París o se lanzaría al asalto de los edificios gubernamentales, aprovechando aquellas horas de exaltación, para dar comienzo a una verdadera Revolución?

Lo cierto es que se vivieron unas horas de verdadero suspense. El ministro del Interior, Christian Fouchet, en su libro sobre los sucesos de mayo, decía: «Tuvimos que llamar la atención a los periodistas de radio y televisión para que moderaran el tono de las informaciones. Si las radios no cesan ese tono tan exaltado en la información el régimen va a derrumbarse».

Y De Gaulle, hablando con André Malraux, un tiempo después de los hechos de mayo, decía: «En mayo todo me escapaba. No podía ejercer ningún control ni sobre mi propio gobierno. Ciertamente esto cambió cuando pude hacer el llamamiento al País».

El suspense finalizó a las 5 de la tarde del día 13, cuando la muchedumbre de manifestantes llegó a la estación de Saint Lazare y se le dio la orden de disolución por los jefes conductores. Las organizaciones obreras cambiaron su actitud revolucionaria y se bifurcaron en la lucha por reivindicaciones económicas y las negociaciones de Grenelle comenzaron.

Mayo de 1968: ¿fue una revolución?

No lo creo. Aunque la conmoción fuese tan intensa y sensibilizase a toda la nación, la verdadera prueba de fuerza no tuvo lugar. Tanto por parte del Gobierno como de las fuerzas subversivas, hubo una gran moderación en los enfrentamientos. ¿Qué reacción habría tenido el Gobierno si los estudiantes y los obreros hubieran intervenido armados con fusiles y pistolas, en lugar de cócteles Molotoff y tapaderas de los cubos de las basuras? ¿Qué habría sucedido si de buenas a primeras el Gobierno hubiese sacado a las calles de París los tanques del Ejército, como ha hecho la Rusia soviética en Checoslovaquia y Polonia últimamente?

¿Existieron en mayo influencias anarquistas?

Se puede afirmar que sí. Los anarquistas, como ya digo al comienzo de este trabajo, estuvieron en la ocupación de la Sorbona y participaron en la lucha. A lo largo del desarrollo de los acontecimientos, entre las múltiples tendencias ideológicas que apasionaban a la juventud impulsándola a descubrir nuevas rutas de convivencia social, comenzó a emerger con mayor claridad la existencia de tendencias anarquistas. El anarquismo surgió a la superficie de la vida pública en una sociedad capitalista-demócrata, sin la cohorte de truculencias y atentados terroristas del pasado. Los nombres de Kropotkin, de Proudhon y, sobre todo de Bakunin, circularon copiosamente. En artículos y conferencias se comentaron sus teorías. Las ideas anarquistas no fueron consideradas como antaño, sinónimo de violencia y caos. Fueron examinadas muy seriamente por escritores, profesores, periodistas y estudiantes, como una teoría filosóficosocial susceptible de ofrecer respuestas a posibles nuevas estructuras de convivencia humana. Hasta el gauchisme tuvo un tinte anarquizante. En la copiosa bibliografía del movimiento de mayo, varios escritores han profundizado en los principios bakuninistas; entre tantos, Bloch-Lain, Cyrile Carnevon, Guy Michaud. Este dice en un párrafo de su libro sobre Mayo: «las ideas que se estudiaron y debatieron en mayo y en las nuevas estructuras que se propusieron como modelo, se notó un gran interés por el resurgimiento de las grandes corrientes libertarias, bien ancladas en la mentalidad francesa, como son las teorías sobre el federalismo de Proudhon.

Como conclusión podemos opinar que los comunistas en los nuevos organismos que se constituyeron y que tomaron parte en la subversión, no lograron imponer su dominio absoluto, y ello pese a tantos factores que les favorecieron, de los que cabe destacar: la política exterior del general De Gaulle, contraria a la de los Estados Unidos. La organización sindical CGT, dominada por ellos, la gran mayoría de enseñantes de las universidades, la moral de saberse asistidos de las simpatías de 750 millones de chinos y 200 millones de rusos, de los países del Este y de las quintas columnas infiltradas en los estamentos socio-políticos del mundo no comunista.

Francia, en el 68, tuvo siempre presente las enseñanzas de sus enciclopedistas como el gran Voltaire, tan enamorado de la libertad; la epopeya de la gran Revolución de 1789, con su lema «Libertad, Igualdad, Fraternidad». Las semanas gloriosas y trágicas de la Comuna de 1871, con militantes tan esclarecidos como Eugene Varlin, Jules Valles, Luisa Michel, Flora Tristán. Y Fourier, Proudhon y los hermanos Reclus del socialismo libertario.

¿Perdurará aún muchos años el dominio del régimen comunista? Tengamos confianza en el futuro y recordemos lo que decía Emma Goldman en el Prólogo de su folleto Dos años en Rusia:

... y nada nos importa de lo que se diga hoy y de la fuerza aparente que el bolchevismo pueda tener. Cuando la marejada del confusionismo y las contradicciones hayan pasado, el bolchevismo pasará también. Ese es el destino de todas las ideas que pretenden servir de puente entre el pasado y el porvenir. El pasado comienza por temerlas y concluye por aceptarlas. El porvenir comienza por adoptarlas y concluye por destruirlas.

Publicado en Polémica en abril de 1983

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