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Polémica

Dosier "El anarquismo posibilista"

El Movimiento Libertario Español en la clandestinidad

El Movimiento Libertario Español en la clandestinidad

Francisco CARRASQUER

Contradicción palmaria es hablar de lo libertario clandestino. Lo libertario no puede encerrar secreto y no puede haber movimiento libertario que no tienda a lo público, porque, precisamente, el campo de trabajo y experimentación de todo movimiento libertario es la opinión pública. Después de tantos cruentos fracasos sufridos por nuestro MLE por tratar de imponer SU revolución, sería estúpido (isi no suicida!), no haber aprendido ya que nada que se imponga puede ser libertario. Nuestra revolución la hemos de promover en la opinión pública por vía democrática, es decir, por mayoría que la vote pacífica y voluntariamente.

Pero aquí y ahora se trata de repasar la historia del MLE entre los años 1933 Y 1975· Digamos, en términos de régimen:

  • durante la República;
  • en los años de la contrarrevolución; y
  • bajo el franquismo.

No pretendemos presentar aquí un estudio bien armado de datos como una tesis académica, sino una reflexión sobre lo que la historia puede habemos enseñado, que por algo es «maestra de la vida», como nos enseña Cervantes.

Primer período: Segunda República (1931-1939). Aquí sí que se podría emplear el popular dicho español: «Entre todos la matamos y ella sola se murió». Por primera vez sale votado mayoritariamente un régimen abiertamente democrático, el MLE no se vuelca en su defensa, como era su primordial obligación. En aquellos ocho años de República no tenía que haber habido ni un solo preso libertario y, sin embargo, los hubo a centenares. ¿Por qué? En términos generales, porque el MLE (en adelante CNT, porque es ella el motor más calificado de todo ese movimiento), sólo tenía una táctica semi clandestina, pero carecía de estrategia. Le faltaba lo que la estrategia bien entendida desempeña: una acción aconsejada por una visión global en el doble sentido de afinidades político-ideológicas y de fuerzas con mando efectivo que contrarrestar. Mas la impaciencia por implantar un comunismo libertario y la tentación de «hacer el héroe» militando «por la causa» clandestinamente, aconsejaban a los cenetistas ir contra la República, sin darse cuentas de que la República era la CNT, o que sin la CNT la República moriría. Peor aún: sin ver que por la República se podía llegar al comunismo libertario, puesto que se prestaba a educar a la opinión pública por ese camino mejor que cualquier otro régimen. Porque la venida de la República fue un fenómeno extraordinario, único en el mundo. Quien ha vivido –como yo tuve la suerte de vivirla– la jornada de la proclamación de la II República española en Barcelona, sabe que el pueblo español fue aquel día, no ya republicano, sino laicamente un místico de la Res Publica. Aquel fervor tan álgido y absoluto de todo un pueblo, no lo puede borrar ninguna historia. Fue una pena que los libertarios españoles no captasen ese sentimiento popular, siendo los que estaban más cerca de su pueblo. Pero el sueño de la utopía que tan en boga estaba no eclipsó y dejamos de ver lo bueno que nos brindaba la realidad. y así se fraguó el movimiento revolucionario del 8 de diciembre de 1933 (y de eso tengo memoria personal porque uno de los pocos pueblos en que se proclamó el comunismo libertario fue el mío, Albalate de Cinca, y el principal promotor de tal proclamación fue mi hermano Félix). ¿Sabéis lo que costó esa sublevación de una docena de pueblos aragoneses, media de riojanos y algún tiroteo en Zaragoza y Barcelona?: 87 muertos, centenares de heridos y 700 condenas a presidio (entre ellas las de los miembros del Comité Revolucionario de Zaragoza que organizó ese imposible conato de revolución que el primer encuentro con la Guardia de Asalto se vino abajo). ¡Increíble tanta temeridad! Pero así fue, lamentablemente.

Y puestos en plan estadísticos, podemos dar el resumen que nos facilita Víctor Alba en Historia de las Repúblicas Españolas (pág. 157): «En 18 meses de régimen republicano, las provocaciones de las derechas y las vacilaciones de las izquierdas ocasionaron la muerte de 400 personas, de las que 20 pertenecían a la fuerza pública. Se registraron 3.000 heridos, 9.000 detenciones, 100 deportaciones, 30 huelgas generales y 3.600 parciales, 161 periódicos fueron suspendidos, de los que cuatro pertenecían a las derechas». Significativo este último dato: luego, de las izquierdas fueron suspendidos 157 periódicos. ¿Por antirrepublicanismo? No creo; por despiste más bien, por falta de estrategia, sobre todo.

Otro error de graves consecuencias que cometimos los libertarios durante la II República fue la propaganda que hicimos en favor del abstencionismo. Con lo que contribuimos al establecimiento del Bienio Negro. aya jugadita!

El segundo período, el revolucionario, fue, más propiamente dicho, contrarrevolucionario, puesto que el golpe contra la República lo dieron los enemigos de la revolución, implicando con este término a la República misma. Pero verdad es, por otra parte, que la CNT inició el programa revolucionario, sobre todo en Aragón, implantando el régimen colectivista que los comunistas se apresuraron a eliminar, como si comunismo y colectivismo no fueran sinónimos.

Lo que no impide que el colectivismo siga siendo la fórmula más justa y humanitaria que necesita nuestro mundo, y es todo nuestro mundo el que la ha de exigir por mayoría. Pero, ¿cuándo? Cuando sea. No importa el tiempo. Lo importante es el cómo: sólo de la manera más democrática y sin imposiciones de ninguna clase.

Y en la guerra civil caímos en el tópico de que lo militar es lo que hace la guerra, cuando, como españoles, somos los inventores de la guerra de guerrillas y como guerrilleros teníamos más posibilidades de ganar que como soldados. Nada de campos de batalla y despliegues en orden cerrado mi abierto, sino ataques por sorpresa y a molestar al enemigo en cualquier momento inesperado, sin enfrentamientos frontales, sin la pesadez de la artillería, sin trincheras ni sistema defensivo alguno y sin mandos únicos por galones. Sólo la evidencia de que, así, le dábamos ventaja a los enemigos adoptando su sistema, al que estaban tan hechos, mientras que para nosotros era algo a lo que teníamos de entrenarnos, aparte de que éramos contrarios a ese sistema por antimilitaristas que éramos, bastaba en principio para no caer en la trampa. Pero caímos, y perdimos la guerra y le dimos entrada al franquismo que nos tuvo 36 años fuera del mundo, el lapso más negro de toda nuestra historia, que no ha tenido pocos lapsos oscuros.

Y estamos ya en el tercer período, que es el más propicio a la clandestinidad. La CNT no podía ya dar señales de vida más que como activismo clandestino, borrada como estaba toda identidad oficial, y si durante la República nos parecía la clandestinidad inoportuna, bajo el franquismo era la clandestinidad el único recurso para hacerse oír una organización como la CNT, condenada a muerte por una dictadura tan feroz como la de Franco. Quien más quien menos, todos los que nos sentimos movidos a protestar y a luchar contra aquella dictadura, a poco que actuáramos corríamos el riesgo, como mínimo, de ir a la cárcel. Yo mismo, que no he sido nunca muy revoltoso y tengo pocas trazas de agitador, pasé dos veces medio año en La Modelo barcelonesa: la primera vez por pasar clandestinamente la frontera con un amigo, nos dio el alto la Guardia Civil, avisada por un chivato que nos vio dormir en un bosque el día anterior (andábamos de noche) y por haber sido oficial del ejército republicano fue mayor castigo. Y la segunda vez fue porque la policía se enteró (no sé cómo) de que había escrito un manifiesto contra Franco y me cayeron otro seis meses de cárcel con la gran suerte de mi caso fue a parar a un juez antifranquista, que, si no, podían haberme caído años de condena.

Por fortuna, ahora vivimos en democracia y no necesitamos ya escondemos para decir lo que pensamos, O sea, que se ha acabado la necesidad de militar en la clandestinidad. y como ya hemos aprendido todos la lección de que sólo es realmente libertaria la revolución que se hace por educación y civismo bien entendido, a saber: el comportamiento libertario en sociedad, nos da el derecho a todos a ser libres, pero también nos impone el deber de hacer libres a los demás. He aquí la fórmula definitiva del libertarismo.

Publicado en Polémica, n.º 93, mayo de 2008

La opción política en la CNT

La opción política en la CNT

José PEIRATS

Sobre el treintismo

El 11 de junio de 1931 la CNT inauguraba las tareas de un congreso nacional de sindicatos. En él chocaron pronto dos tendencias: una que tendía a aclimatarse a la legalidad republicana; otra que quería quemar las etapas de la revolución social. En la primera militaban algunas figuras de la vieja guardia: Juan Peiró, Ángel Pestaña, etc. La segunda estaba impulsada por Francisco Ascaso, García Oliver y Buenaventura Durruti, representantes del romanticismo revolucionario.

En aquel congreso se suscitó un apasionado debate al discutirse el informe del Comité Nacional. El ala extremista pretendía que durante las últimas etapas de la clandestinidad los comités superiores habían cerrado compromisos con los elementos políticos. Se hacían repetidas alusiones al Pacto de San Sebastián.

No se ha podido demostrar nunca la intervención de la CNT en aquel pacto (17 de agosto de 1930), pero se insistía en que había compromiso en abrir una moratoria de paz social, especialmente en Cataluña, con vistas a consolidar la República y facilitar en ella la autonomía de Cataluña. Este recelo había sido agravado por unas declaraciones del líder catalanista Luis Companys.

Un pacto de esta naturaleza sólo era posible a título gratuito. Pues ningún militante responsable hubiese podido garantizar cuerdamente a quien fuere que el compromiso se cumpliría. La autonomía de que gozaban los sindicatos para declararse en huelga, su feroz apego a la libertad de acción y la nula influencia de los comités superiores en los problemas profesionales y reivindicativos económicos hacen quimérico en la CNT el dirigismo de arriba. [ ... ]

A mayor abundamiento estaba la crisis abierta en el seno de la CNT desde que acabaron las tareas de su último congreso. En agosto del mismo año los moderados rompieron el fuego con un manifiesto del que, parodiando, se podía decir lo que Dantón de los ojos de Julie: «Tienes hermosos los ojos, ¿pero qué hay detrás de ellos?».

En Cataluña la evolución de los acontecimientos políticos tuvo mucho que ver con esta crisis confederal. Hubo estrechos contactos entre sindicalistas y elementos políticos durante la etapa de conspiración antidictatorial y antidinástica. Tales contactos fueron particularmente estrechos en Cataluña, en el seno de los comités conspirativos y en la cárcel. Cuando cayó la dictadura y durante el gobierno de transición del general Berenguer, en los medios anarcosindicalistas se produjeron algunos escándalos. Uno de ellos fue la firma de un manifiesto de «inteligencia republicana» por destacados militantes como Juan Peiró y Pedro Foix. Peiró fue nombrado director del diario Solidaridad Obrera y Foix de la plantilla de redacción, pero antes tuvieron que retirar sus firmas de aquel manifiesto.

Veamos ahora con algún detalle cómo se planteaba la crisis. Al advenimiento de la República se produjeron dos corrientes interpretativas de los acontecimientos y acción a desarrollar. La que encabezaban Peiró, Clará, Fornells, Massoni, Pestaña que eran líderes sindicalistas por excelencia, chocó con la que representaban García Oliver, Francisco Ascaso, Federica Montseny, Buenaventura Durruti, etc., que representaban la tendencia revolucionaria clásica. La tendencia evolucionista y la revolucionaria a todo pasto se enfrentaron con estrépito. En cierta manera quedaba confirmada la influencia que ejercían sobre ellos los elementos políticos de Cataluña.

Por razones comprensibles, Companys y sus amigos, que estaban predestinados a ejercer el poder en la futura región autónoma, estaban interesados en hacerse con el poder sindicalista, pues sin éste el otro quedaba muy limitado. Companys había sido abogado de la CNT en la época heroica de ésta (1919-1923), cuando la CNT era casi un Estado dentro del Estado. Importaba, pues, ganar a toda costa a la CNT, neutralizarla, y si esto no podía ser destruirla para el buen suceso del Estatuto de Cataluña.

Al manifiesto de los «treinta» (por ser treinta los firmantes) habían precedido las primeras escaramuzas entre los sindicalistas y la Esquerra. El primero de mayo de 1931 la CNT celebró un mitin muy importante en el Palacio de Bellas Artes, seguido de una manifestación impresionante. La manifestación degeneró en batalla campal frente a la Generalidad, por haberse empeñado la comisión encargada de someter las conclusiones en penetrar en el palacio con la bandera roja y negra. Un altercado con los «mossos de escuadra», guardia simbólica del que sería pronto el presidente Maciá, se convirtió en tiroteo con otros sectores de la fuerza pública. Hubo muertos y heridos por ambas partes.

Ya sabemos que en junio estalló la primera batalla entre la CNT y el gobierno (huelga de la Telefónica). En Barcelona el conflicto tomó proporciones de guerra social. Aunque el Estatuto de autonomía no sería aprobado hasta fines de 1932 la Esquerra asumía directa e indirectamente funciones de gobierno. El primer gobernador civil de Barcelona que tuvo la República fue Luis Companys, a instancias de la CNT

Los principales «treintistas» fueron desplazados de sus sitiales en periódicos y comités y más tarde expulsados los que no habían marginado. Lo cual dio lugar a una escisión que produjo la creación de un movimiento propio llamado de «oposición».

En Levante el «treintismo» tuvo un poder considerable. Sus efectivos llegaron a superar a los de la CNT oficial. En Sabadell, ciudad vecina a Barcelona, los sindicatos de «oposición» fueron expulsados cuando virtualmente se habían entregado ya a la política catalanista de la Esquerra. Más tarde estos sindicatos, que habían copado allí el censo confederal, se deslizaron hacia la UGT que en Cataluña sería comunista durante la guerra.

La Esquerra no consiguió su propósito de hacer de la disidencia su guarda de alabarderos. Fracasó también en el intento de creación de una organización obrera netamente catalana: la Federación Obrera Catalana (FOC), que trató de oponer a los «murcianos».

Como la zorra de las uvas verdes, los políticos catalanes de la época motejaban de «murcianos» (procedentes de Murcia) a los componentes de las masas confederales que no podían alcanzar. Ha habido en los políticos españoles la costumbre de denostar a los titulares de doctrinas revolucionarias con el apodo de «extranjeros». El anarquismo, por ejemplo, no sería más que un producto de importación. Los nuevos políticos catalanes explotaban la xenofobia más vulgar propagando que la CNT estaba compuesta exclusivamente de muertos de hambre procedentes de las zonas paupérrimas del sur de España. En cabeza de estos inmigrantes estaban los oriundos de Murcia.

Estos procedimientos tortuosos no avanzaron mucho los propósitos de los mandones de turno, pero agravaron la guerra entre la CNT y la fuerza pública ya catalanizada por la puesta en vigor del Estatuto autónomo. Las acusaciones de Federica Montseny que siguen pueden ser interpretadas como señera de las reacciones pasionales que tal situación provocaba:

«... Por último –escribía– los compromisos contraídos con Maciá por los dirigentes del sindicalismo, con vistas a la aprobación del futuro Estatuto, acaban de perfilar nuestro panorama; una vez Cataluña con el Estatuto, iniciada una política social tolerante con los «buenos chicos» de la CNT, pero que «apretará los tornillos» –frase de Companys– a los de la FAI, a los famosos «extremistas», siendo calificados de extremistas todos los que no están dispuestos a que la Confederación sea en Cataluña lo que es la UGT en Madrid, y en relación, respectivamente, de los gobiernos de la Generalidad y de la República... »

Más tarde, por vía de los contactos personales violentos, entraron en liza grupos de jóvenes nacionalistas de Estat Catalá (ala extremista separatista de la Esquerra) que tenían sus cuarteles en los centros o «casals» del partido. Estos grupos («escamots») se insinuaron como fascistas por sus procedimientos: secuestros, apaleamientos, asesinatos, contando con la impunidad más absoluta. Durante los primeros días de la guerra, acompañados de su fobia y resentimiento antianarquistas, estos grupos ingresaron en bloque en el Partido Socialista Unificado (comunista).

Este clima de terrorismo oficial se acentúa con el traspaso a la Generalidad de los servicios de orden público. Hubo entonces hasta una parodia del virreinato de Martínez Anido-Arlegui, que interpretaron el consejero de Gobernación de la Generalidad y el jefe de los servicios de orden público, José Dencás y Miguel Badía respectivamente. Con el tiempo el primero resultó un provocador, pues después de los hechos de octubre de 1934 Mussolini le franqueó la puerta de su feudo. Badía murió a tiros de pistola en vísperas del 19 de julio del 36, al parecer, a manos de vengadores anarquistas. [ ... ]

Ángel Pestaña es tal vez el único militante confederal de gran influencia vencido por la tentación política. Como la mayoría de los hombres de la CNT procedía de humilde familia proletaria. Las convicciones de Pestaña empezaron a flaquear al abrirse el ciclo democrático que trajo la República. Estas épocas de transición son las más peligrosas, pues ponen a prueba el temple de los hombres. Durante la época conspirativa se repara poco en los compañeros de ruta. Una aspiración común hace que coincidan los hombres de los diferentes partidos y organizaciones: apartar el obstáculo de la dictadura. Las más heterogéneas personas sufren persecuciones y son alojadas en la misma cárcel. Se establecen corrientes de simpatía entre antiguos antagonistas. Los hombres, cara a cara, conociéndose por encima de las abstracciones a veces metafísicas de los programas y los convencionalismos, acaban comprendiéndose. Pero la dictadura ha caído y cada mochuelo regresa a su olivo. Unos van a recibir la recompensa de sus sacrificios, la palma de la victoria; otros proseguirán el áspero camino como nazarenos, con la cruz a cuestas. La perspectiva de los que van a convertirse en personas honorables (hasta para los que los motejaron de bandidos) y les espera el mando y la sinecura, es tentadora para los que confrontan de nuevo la vida oscura y fatigante, la actuación clandestina, llena de sacrificios y peligros, y parca, muy parca en compensaciones materiales mediatas e inmediatas.

Pestaña había sido de una tenacidad inaudita. Demostró en muchas ocasiones su estoicismo y hasta su des precio a la muerte. Sintió en carne propia el taladro de las pistolas. Sufrió infinitamente cárcel y deportaciones. Acusó públicamente a Bravo Portillo, policía y espía de Alemania en plena guerra, cuando el hacerlo era un desafío a la muerte. Pestaña, hombre frío y acerado, calmo y taciturno (el «Caballero de la Triste Figura», de Salvador Seguí), fue de éste antagonista desde la izquierda extremista.

Las convicciones de Pestaña empiezan a flaquear durante la clandestinidad prerrepublicana. Peiró le zarandea. Después figuran los dos en el ala moderada proscrita. De ella se despega Pestaña para fundar el Partido Sindicalista a fines de 1932. La empresa es por avance un fracaso. Hasta las elecciones de 1936 no podrá beneficiarse del cable salvador del Frente Popular. Será entonces diputado. La CNT, incluso sus compañeros de facción, le han dejado partir solo hacia su senil aventura. El 19 de julio, durante las luchas callejeras en Barcelona, cae preso de los facciosos ocasionalmente. Los guerrilleros de la CNT-FAl lo liberan. ¿Quién va entonces hacia quién? ¿Pestaña a la CNT o la CNT a Pestaña? Reingresará en esta organización como socio de número, pero en las pocas sesiones del Parlamento será el diputado oficioso de la CNT. Hay una ironía más profunda. Ángel Pestaña, el réprobo, no es más que un humilde diputado, una especie de abogado sin pleitos. La CNT, que lo había expulsado de su seno por político, tiene ministros en el gobierno.

Pestaña dejó de existir el 11 de diciembre de 1937 dentro de la CNT. Ésta, por aquella fecha había sido arrojada del gobierno, de todos los gobiernos. Veamos de más cerca el proceso de esta transfiguración.

La colaboración ministerial de la CNT

E14 de noviembre de 1936, a las diez y media de la noche, el jefe del gobierno, Largo Caballero, publicó una nota comunicando la reorganización del gabinete con la incorporación de cuatro ministros de la CNT: García Oliver, Federica Montseny, Juan Peiró y Juan López. Por este paso la CNT rompía por primera vez en su larga historia con su tradición antipolítica y de acción directa. [ ... ]

[ ... ] Lo que le separa de los otros movimientos políticos o sindicales de la península son la inspiración filosófica del anarquismo y un escepticismo desolado por las clásicas soluciones de tipo electoral y gubernamental. [ ... ]

Pues bien, esta tradición tan hermosa y fecunda del anarcosindicalismo español quedó bruscamente interrumpida en septiembre de 1936, precisamente en el momento cumbre en que cosechábase maduro el fruto. Bastó el choque con una «realidad nueva» muy discutible, aunque en circunstancias sumamente dramáticas para que lo que era la razón de ser de un movimiento histórico se desplomase.

¿Cómo había sido posible una crisis ideológica tan galopante? Algunos críticos alegan falta de previsión revolucionaria ante ciertos hechos imperativos circunstanciales: «Pero ni Fabri ni los publicistas libertarios de ese tiempo se plantearon el problema [de la revolución] con referencia a una situación de guerra civil contra un enemigo de tipo fascista militarista, ni en un país donde la opinión anarquista arrastra a grandes masas proletarias como en el caso de España».

Este juicio no es exacto. La literatura anarquista es abundante en las muchas facetas del problema revolucionario a raíz de las grandes revoluciones del mundo moderno y muy especialmente sobre la rusa de 1917. Pero ocurre que todos los análisis, aun basados en hechos concretos determinados del pasado, son siempre sacudidos por los hechos concretos presentes no importa si redundantes.

Ante el peligro de muerte, lo primero que reacciona en el hombre, y por extensión en las organizaciones, es el instinto de conservación por encima de todo. Aunque la opción a que nos arrastra el instinto no es infalible. Muchas veces las reacciones del instinto de conservación son las más opuestas a la conservación misma. Pero tales reacciones tienen una explicación, si no una justificación, en el fin mismo de la conservación.

En el viraje táctico de la CNT y de la F Al Oa F Al participó durante casi todo el período de la revolución del mismo impacto psicológico que la CNT) hay que distinguir varios aspectos. Empecemos porque la reacción fue en gran parte instintiva o humana. Los comités y demás «apóstatas» también solían alegar la «imprevisión», pero para justificar un caso de conciencia. Este remordimiento disimulado puede ser estudiado en las constantes autocríticas de los adalides cenetistas y faístas, no importa si el tono es arrogante y hasta agresivo.

Hay un documento típico muy interesante de este género. Se trata del informe del Comité Nacional de la CNT al cogreso de la AlT, celebrado en París en diciembre de 1937. Según él, el 19 de julio de 1936 la CNT era dueña absoluta de Cataluña. Pero su fuerza no era tan considerable en Levante y muy inferior en el Centro, donde señoreaban el gobierno central y los partidos políticos clásicos. En el Norte la situación era todavía un enigma. No obstante, siempre según el documento, podía haber desencadenado una insurrección propia «con resultados probables de éxito». Pero tal aventura implicaba tener que luchar en tres frentes: el frente fascista, el de los gubernamentales y el del capitalismo exterior. Vistas las implicaciones de tal aventura no había más remedio que colaborar con los demás sectores. La colaboración antifascista llevaba consigo fatalmente la colaboración en el seno del gobierno.

Así se expresa el documento, y prosigue: «De hecho, en todos los pueblos y capitales de provincia la CNT formaba parte de los organismos oficiales, en los Comités del Frente Popular, en los Comités de Milicias Antifascistas, practicando funciones de verdadero gobierno en los antiguos municipios y diputaciones provinciales en los tribunales de justicia, en la administración de cárceles, en las comisarías [de policía] ... Positivamente la CNT se había desbordado a sí misma. Estábamos plenamente metidos en la acción política sin haberlo acordado, sin previa meditación, sin haber calculado las consecuencias, sin haberlas presentido siquiera... Nada más faltaba comprometerse públicamente con la gestión gubernamental».

Esta dialéctica oficial no es, muy convincente en cuanto al dilema fatal de «revolución anarquista» o «colaboración gubernamental». Tampoco lo es sobre que la colaboración antifascista arrastrase fatalmente a la colaboración gubernamental. Menos todavía que la colaboración de la CNT y la FAI en los organismos revolucionarios populares de nueva creación o transformados por impulso popular implicase automáticamente una colaboración oficial. Dichos organismos se transformaron en oficiales o dejaron paso a los organismos políticos tradicionales a medida en que el fatalismo «gubernamentalista» fue haciendo camino en las mentes de los adalides de la CNT-FAI.

Para algunos de estos hombres, los más influyentes, no había otra salida sino la dictadura anarquista, y ésta representaba un suicidio. [ ... ]

La CNT -FA! dominaba el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña y éste asumía la organización y dirección de la guerra en todo el frente de Aragón, independizado del Estado Mayor central y del Ministerio de la Guerra de Madrid. Continúa el informe: «Se nos invitaba, en fin, a quitar fisonomía agresiva a la revolución disolviendo el Comité Central de Milicias Antifascistas. Se nos presentó la conveniencia de reconstituir el gobierno de la Generalidad de Cataluña, presidido por Companys, liberal burgués, que diese la sensación al extranjero de un encauzamiento de la revolución por vías menos radicales [ ... ]. Éramos una potencia tan formidablemente organizada, usufructuábamos de una manera tan absoluta el poder político, militar y económico en Cataluña, que, de haberlo querido, nos hubiera bastado con levantar un dedo para instaurar un régimen totalitario anarquista. Pero nosotros sabíamos que la revolución en nuestras únicas manos había agotado todas sus resistencias y que del exterior los anarquistas no habíamos recibido apoyos eficaces ni podíamos esperar recibirlos».

Es una alusión al atentismo del proletariado internacional por la revolución española y también al diletantismo de los sectores anarquistas del exterior. El gobierno central empezaba entonces a extender su garra dispuesto a envolver las posiciones revolucionarias con un cerco de asfixia:

«Nuestras columnas -prosigue el informe-, las más numerosas y las más combativas, eran las que estaban más desatendidas por el gobierno, y se entraba ya en el terreno de las intrigas y persecuciones contra nuestros camaradas [ ... ]. Desde el poder se obstaculiza sin cesar la obra expropiadora y reconstructiva de la CNT. Carecíamos de una base real para la política de reconstrucción social: el oro. A Cataluña se le negaban sistemáticamente dinero, mercancías y armas. A Levante, lo mismo, y en general a todos aquellos sectores de la retaguardia donde la CNT privaba [ ... ]. Marxistas y republicanos se confundieron en un bloque, y como disponían del dinero y de las armas, iniciaban una política de favoritismo entre sus partidarios, distribuyendo entre ellos los víveres, el armamento, los mandos, los elementos de información y de transporte [ ... ]. Cataluña tuvo que organizar su comercio exterior compitiendo en el extranjero con el resto del país, tanto para alimentar a sus ciudadanos como para atender a las demandas del frente de Aragón [ ... ] los gobernantes, apoyados en nuestros anhelos de no perturbar la unidad antifascista ni interrumpir las relaciones oficiales con el exterior, abusaban de esa privilegiada oportunidad [diplomática] para saboteamos sañudamente en todos los terrenos».

He aquí explicado oficialmente el porqué intervino el Movimiento Libertario Español en las responsabilidades del gobierno. Pasemos ahora a estudiar el cómo de la intervención.

[ ... ] Una de las aspiraciones de la CNT fue que los órganos de poder, de la naturaleza que fueren, debían tener un carácter revolucionario proletario. Esta aspiración se ve clara en los editoriales de la prensa libertaria de la época, de un sentido jacobino inconfundible. El asunto paró finalmente en un gobierno presidido por Largo Caballero, apadrinado por los soviéticos que de tiempo le tenían dado el título de «Lenin español».

El comunismo no contaba todavía con figuras propias de primer plano y acaso no las tuvo nunca. El mismo Largo Caballero se había hecho el vocero de la «revolución proletaria» desde la crisis interna del Partido Socialista, allá por 1933. Los soviéticos hicieron un arma de su promesa de ayudar a la República diplomática y militarmente, ante la insólita No Intervención de las potencias democráticas occidentales. Esta ayuda militar de la Unión Soviética haría transigir al presidente Azaña (y a sus amigos republicanos), quien el4 de septiembre de aquel año daba el espaldarazo al nuevo..gobierno con seis ministros socialistas.

Según declaración del propio jefe del gobierno (el 2 de octubre a las Cortes reunidas), él mismo había gestionado personalmente «que estuviera representado [en el gobierno] el sector del proletariado que tiene arraigo en el país. En principio se aceptó el ofrecimiento, pero después, organismos superiores lo rechazaron».

En otra declaración de Caballero (al Daily Express), reproducida en la prensa española del 30 de octubre, se dice: «Cuando el gobierno se estaba formando hace dos meses, pedimos colaboración a la CNT, porque queríamos que el gobierno tuviera representación directa de todas las fuerzas que luchan contra el enemigo común».

Sea porque no se estaba preparado o porque se manifestaran en su seno reparos por los militantes de base, la CNT declinó aquella vez su participación en las responsabilidades ministeriales. Posiblemente había que vencer algunas resistencias y vacilaciones. De vencerlas se encargaron los plenos de regionales celebrados en Madrid el 15 y 28 de septiembre. El primero de estos plenos elaboró un plan de reconstrucción del Estado «en un organismo nacional facultado para asumir las funciones de dirección en el aspecto defensivo y de consolidación en el aspecto político y económico». Este organismo no se llamaría «gobierno», sino Consejo Nacional de Defensa. Los ministros se llamarían «delegados» y representarían tendencias políticas doctrinales y no partidos (marxistas, cenetistas y republicanos) y los ministerios quedarían transformados en «departamentos». El Ejército se convertiría en «Milicia de Guerra», la policía armada en «Milicia Popular», los mandos militares en «técnicos militares». Se mantenían como presidente de gobierno y como presidente de la República al mismo Manuel Azaña. El programa económico propiciaba la socialización de la Banca y de los bienes de la Iglesia, los de los terratenientes, de la gran industria y comercio. Los sindicatos usufructuarían los medios de producción y de cambio socializados, y quedaría oficializada la libre experimentación revolucionaria económica popular que sería armonizada con «la marcha normal de la economía».

El pleno de 15 de septiembre dispuso someter este proyecto a la UGT, a la vez como programa de alianza sindical.

Aparte una cierta audacia de tipo económico, salta a la vista que el Consejo de Defensa no era más que un gobierno con otro nombre. Esta evidencia dio a Largo pretexto para rechazarlo. Era el encargado de recibir el programa como secretario general de la UGT. El plan cenetista apenas disimulaba un espíritu de capitulación a corto plazo, y ello no podía escapar a la comprensión del jefe del gobierno y secretario de la UGT. De ahí que fuese rechazado.

El punto fuerte de, los anarcosindicalistas eran los poderes autónomos de Cataluña y Aragón y la configuración federalista que iba tomando la zona republicana. Aparte de la autonomía de Cataluña, entonces más amplia que nunca, existía un Estado autonómico de hecho en la parte de Aragón liberado. En Levante el Comité Ejecutivo Popular había cerrado el paso a la Junta Delegada del gobierno central. [ ... ]

Terminado el plazo de 10 días previsto para poder pulsar los resultados de la campaña pro Consejo Nacional de Defensa, se volvió a reunir el Pleno Nacional de Regionales de la CNT en Madrid, éste profundamente sacudido por el candente clima de guerra. El Pleno redactó un extenso manifiesto en el que se lamentaba de la incomprensión e irresponsabilidad de los demás elementos sindicales y políticos, que habían desdeñado el proyecto confederal: «La responsabilidad que contraen ante la historia y ante su conciencia los que pudiendo facilitar la creación del órgano nacional de Defensa no lo hacen es inmensa».

El manifiesto transpiraba por todas las líneas un ambiente de capitulación: «La exclusión de un movimiento del volumen y la significación de la CNT en la dirección de la lucha equivale a parcializar esta misma dirección». Se daba (pour sauver laface) un último aldabonazo a la sensibilidad revolucionaria de la UGT: «La CNT, que previó claramente esta situación, propuso en su congreso de Zaragoza la Alianza Revolucionaria. Hoy redobla sus esfuerzos en este sentido y cree que si la CNT y la UGT no se entienden la revolución marchará a la deriva».

Hay también en el documento una amenaza inofensiva: «Si lo que la CNT no quiere hacer en sentido de reivindicación integral de sus postulados lo hacen otros con criterio de fracción y no de síntesis nacional, la CNT pública y solemnemente declina toda la responsabilidad de los fracasos que sobrevengan [y] fiel a su tradición y a sus postulados, a las necesidades actuales continuará prestando sus fuerzas sin regateos, de todo corazón, porque la lucha contra el fascismo está por encima de todo».

Este párrafo es una retirada en desorden. La retirada se acentúa cuando se anuncia en el mismo documento la constitución del Consejo de la Generalidad (léase gobierno de Cataluña) con participación cenetista, formado en el intervalo de los dos plenos de Regionales. Formar el Consejo de la Generalidad como presión para forzar la voluntad de Largo Caballero parece de una ingenuidad antológica. Produjo lo que se esperaba: un resultado opuesto completamente. Más ingenuo todavía era hacer pasar por «consejo» lo que era «gobierno» hecho y derecho. «No se ha constituido un gobierno -trompeteaba el comité de la CNT catalana-, sino un nuevo organismo propio de las circunstancias que se atraviesan, y se denomina Consejo de la Generalidad».

Este juego de palabras no podía engañar a nadie. Para empeorar la situación algunos anarquistas, ya al borde del Rubicón, lanzaban alborozados las campanas al vuelo: «Decir que la CNT y los anarquistas no son políticos y que ahora quieren serlo, por reclamar participación en la fábrica gubernamental, es como decir que los libertarios hemos de desempeñar la misión que en la sociedad burguesa desempeñan los asalariados».

Está claro que la CNT sólo quería cambiar el nombre de pila al gobierno antes de ingresar en él con todas las consecuencias. Los políticos catalanes no tuvieron inconveniente en esta mínima satisfacción a la CNT, convencidos que estaban de que las aguas, a corto plazo, irían a su molino. Largo Caballero, apoyándose en estas mismas razones, optó por que el fruto cayera de su propia madurez. No se tomó la molestia de transigir.

El informe al congreso de la AIT, ya referido, revela que de antemano la participación confederal en el gobierno ya estaba decidida (desde el 28 de septiembre). Si la rendición no se produjo hasta el4 de noviembre (dos meses exactamente después de la formación del gobierno de Caballero) fue debido a un regateo sobre el número de ministerios que la CNT reclamaba y no le concedían: «No relataremos ahora –sigue el informe de la AlT– la multitud de inconvenientes que desde las altas esferas políticas se atravesaron al camino de nuestras aspiraciones legítimas. Fueron éstos bien evidentes al tratar de la proporcionalidad en la representación gubernamental».

La CNT reclamaba seis ministerios, tantos como detentaban los socialistas y tuvo que conformarse con cuatro: Justicia, Sanidad, Industria y comercio. En realidad no eran más que dos ministerios. Industria y Comercio siempre habían sido un solo ministerio. Sanidad nunca fue un ministerio, sino Dirección General de Sanidad. Sin embargo, los socialistas siguieron acaparando seis de los principales ministerios: Guerra, Marina y Aire, Estado, Hacienda, Trabajo y Gobernación, además de la presidencia. Se amplió el gobierno con tres ministros sin cartera para que el número de representantes republicanos fuese también de seis. Los comunistas conservaron los ministerios de Agricultura e Instrucción Pública que ya detentaban.

Siempre según el informe del Comité Nacional al congreso de la AlT, el acuerdo de intervenir en el gobierno de Cataluña fue tomado por «un pleno regional de Cataluña de Comités Locales y Comarcales que tuvo lugar en el mes de agosto». La intervención en el gobierno central se acordó en un Pleno Nacional de Regionales: «El Pleno Nacional de Regionales celebrado en Madrid el 28 de septiembre de 1936, informado de las gestiones realizadas por el Comité Nacional de la CNT para lograr la formación del Consejo Nacional de Defensa, vistas las dificultades que para ello se encontraban y ante las necesidad apremiante de intervenir directamente en la dirección de la guerra, la política y la economía, con objeto de evitar el continuo sabotaje que se hacía a nuestra organización, colectividades y columnas militares, daba un amplio voto al Comité Nacional para que, ante la imposibilidad de constituir el Consejo Nacional de Defensa, acordado en el pleno del 15 del mismo mes, pudiera ser lograda la intervención de la CNT en el gobierno».

En el mismo informe al congreso de la AlT el Comité Nacional reitera sus protestas de federalismo funcional: «Algunos camaradas en el exterior se han hecho eco de ciertas habladurías según las cuales en la CNT se abandonaron las normas federalistas. Se agrega en esas críticas que son los comités los que actúan por su cuenta y riesgo, imponiendo sus decisiones a la base. Importa mucho desmentir tales infundios».

Seguidamente se hace constar que desde el 19 de julio de 1936 al 26 de noviembre de 1937 se celebraron en España 17 Plenos Nacionales de Regionales y «suman decenas los plenos en cada región de Locales y Comarcales y varios Congresos Regionales de Sindicatos». Además, «el actual Comité Nacional, que actúa desde noviembre de 1936, ha remitido a la organización 110 circulares dirigidas a los sindicatos, y desde el4 de octubre hasta el 17 de noviembre, 14 circulares dirigidas a las Federaciones Locales y Comités Comarcales».

Se añade que desde el 18 de mayo de 1937 hasta el 21 de octubre del mismo año se han «remitido 21 números del Boletín Informativo», y desde el8 de junio al7 de noviembre, 15 números del Boletín de Orientación Interna. «y últimamente tres números de un Boletín dirigido a los sindicatos en el cual se hace un resumen sintético de las actividades del Comité Nacional».

En cuanto a los plenos celebrados, el mismo informe previene que en «una etapa como la actual, rodeados de adversarios políticos y de enemigos emboscados, ante un aluvión de ingresos en la Organización sobre los cuales no ha sido posible efectuar una investigación a fondo para conocer su exacto pensamiento y todos sus antecedentes, hay que comprender con qué facilidad al discutir los problemas aun en reuniones de militantes, el adversario y el enemigo los conoce inmediatamente de adoptarse las resoluciones».

Más abajo prosigue: «No puede escapar a ninguno de vosotros que los problemas que deben de estudiarse en una situación como la que se atraviesa en España, son a veces tan complicados y delicados que sólo deberían ser conocidos de la vieja militancia de antes del 19 de julio».

Seguidamente se explica cómo se preparan los Plenos Nacionales de Regionales: «El Comité Nacional los convoca por circular, con el orden del día correspondiente y el informe adjunto. Los Comités Regionales pasan la circular a las Federaciones Locales y Comarcales o a los Sindicatos, según lo delicado del orden del día. Convocan reuniones amplias de militantes, en las cuales se discute el orden del día, adoptándose resoluciones que son después defendidas en los Plenos Regionales de Locales y Comarcales, cuyas determinaciones son defendidas a la vez por las delegaciones de los Comités Regionales en los Plenos Nacionales de Regionales. De esta forma, siempre partiendo del principio del anarcosindicalismo, de la ley de mayorías, se adoptan resoluciones a tenor de la discusión e intervención de la militancia en todos los problemas».

Nadie mejor documentado que un espía. Para todo buen conocedor de la mecánica confederal clásica esta detallada explicación no demuestra más que una cosa: que en la CNT de aquella época el federalismo funcional se hallaba completamente suprimido. Este exceso de circulares enviadas a los sindicatos por el Comité Nacional demuestra que éste se había erigido en máquina de consignas. No es regular que un comité superior se relacione directamente y con tanta frecuencia con los organismos de base y utilice a los comités intermedios como estafeta postal. Las relaciones normales de los comités superiores son con los comités intermedios por escalafón inmediato. Lo mismo puede decirse del exceso de Plenos Nacionales, sobre todo cuando no tienen su motivación en la verdadera base orgánica: la asamblea de afiliados. El Comité Nacional convoca esos plenos mediante una circular con el orden del día. Si se quiere significar que el Comité Nacional establecía él mismo el orden del día, diremos que esta práctica es antifederalista. El orden del día es norma que se forme según las sugerencias procedentes de los sindicatos. Pero esto no es lo más grave. El Comité Nacional confiesa que sus circulares son enviadas «a las Federaciones Locales y Comarcales o a los Sindicatos según lo delicado del orden del día». Quiere decir que si el orden del día es «delicado» la circular no llega hasta el sindicato. Luego los asuntos «delicados» planteados a la organización eran resueltos por los Comités mediante la colaboración de «reuniones amplias de militantes» de la vieja guardia. Pues bien: una organización donde solamente opinan y deciden los militantes es una organización de militantes, de élites o, si se prefiere, una organización donde sólo deciden las minorías. Resulta un sarcasmo hablar aquí del «principio del anarcosindicalismo de la ley de mayorías», y sarcasmo es hablar de «amplias reuniones de militantes de la vieja militancia de antes del 19 de julio». Esto quiere decir que ni siquiera todos los militantes de antes del 19 de julio eran aptos para opinar en ciertas cuestiones, sino que sólo la «vieja militancia» de antes del 19 de julio, es decir: los escogidos entre los escogidos. ¿Será necesario decir aquí que el consejero de Economía del primer gobierno de la Generalidad, representante de la CNT, Juan P. Fábregas, era un ilustre desconocido hasta por muchos viejos militantes de antes del 19 de julio? Esto quiere decir que no era de rigor la calidad de viejo militante para intervenir en las «delicadas deliberaciones». Por otra parte, las columnas confederales que luchaban en los frentes estaban repletas de estos «viejos militantes» que no intervenían de ninguna manera en los problemas políticos. Por el contrario, en los comités subalternos de la organización, abundaban, por una razón muy natural, los militantes de después del 19 de julio. Con lo que no es arriesgado afirmar que las resoluciones trascendentales de la organización eran adoptadas por los comités y muy excepcionalmente por la base orgánica. De ahí la abundancia de Plenos de Locales, Comarcales y Nacionales.

Se puede afirmar con fundamento que las necesidades de la época exigían una agilidad de movimiento en la mecánica orgánica y que era necesario tomar las precauciones pertinentes para evitar ciertas filtraciones impertinentes. Con decir que estas necesidades invitaban a dejar de lado el viejo federalismo estábamos al cabo de la calle.

Pero no se puede tildar de «habladurías» e «infundios» ciertas críticas; afirmar que la CNT «sigue siendo la organización de desenvolvimiento federalista» ya renglón seguido demostrar todo lo contrario con las propias palabras. El gran pecado de la delegación española que asistió en 1937 al congreso de la AIT (formada por José Xena, David Antona, Horacio M. Prieto y el secretario general Mariano R. Vázquez) no consiste sólo en hacer patente la impotencia de la CNT para salir airosa de una avalancha de problemas y situaciones de difícil y hasta de imposible solución sin quebranto para los principios, sino en denostar estos principios por no tener la capacidad, la firmeza o la posibilidad material para salvaguardarlos. Otro de sus grandes pecados fue su pretensión en querer acomodar los estatutos de la AIT a la trayectoria de una CNT new look poniendo sobre la mesa de votación su millón y medio de afiliados.

En el informe que analizamos hay confesiones de impotencia que conmueven por su profunda sinceridad. Todos comprendemos perfectamente que en el fondo de aquella etapa de colaboración hubo un encadenamiento de situaciones que tirando una de otras colocaron a la CNT en una dramática encrucijada moral y materialmente impotente. Creo que se trata de un proceso común a todas las grandes revoluciones de la historia. El principio revolucionario mismo saldría muy mal parado de un análisis procesal profundo.

Ya hemos dicho que la reacción psicológica que estamos estudiando fue en el fondo profundamente humana por la categoría de los obstáculos interpuestos. A la distancia de tantos años, creo que quienes estuvimos en todo momento frente a la tesis gubernamentalista no hubiéramos podido dar a los problemas planteados otra solución de recambio que el gesto estoico o numantino. Creo, inclusive, que hubo una complicidad inconfesada en muchos militantes enemigos de la colaboración, quienes gritaban sus santas iras al mismo tiempo que dejaban hacer. Y, sin embargo, eran también sinceros a su manera; sinceros en su impotencia. Ninguna solución podían ofrecer que salvase a la vez tantas cosas preciosas como eran el triunfo de la guerra contra el fascismo, la marcha hacia adelante de la revolución, la fidelidad integral a las ideas y la conservación de la propia vida. Ya falta de un poder taumatúrgico o sobrenatural, estos hombres se consolaban a sí mismos aferrados a la bandera de los principios.

Entre estos hombres, pocos o muchos, los había cuya negación, estoicismo o numantismo no puede desdeñarse a la ligera. Para ellos la única solución consistía en marcar el presente de una huella indeleble sin comprometer el futuro de la organización. Las experiencias revolucionarias de tipo constructivo: colectividades, creaciones artísticas y culturales, ejemplos de vida libre y solidaria, son el tipo de huella indeleble capaz de sobrevivir a la más feroz contrarrevolución. No comprometer el futuro actuando positivamente significa mantenerse fuera del torbellino de las intrigas, evitar la complicidad contrarrevolucionaria en el seno de los gobiernos, preservar a la organización que se ama y a sus militantes del vértigo de la vanidad gubernamental o de la situación de nuevos ricos, evitar el contagio de un mundillo de bajos apetitos con vistas a ese mañana eterno como el espacio y el tiempo, en que todos hemos de ser juzgados por nuestras obras y no por el estrépito de nuestra capacidad silogística.

En una revolución hay que distinguir dos cosas: la obra constructiva en lo moral y en lo económico, la consecuencia en la integridad incorruptible; y el destino propio de la revolución como fenómeno anecdótico. No siempre se puede dominar convenientemente el destino de una revolución política que tiene, según parece, sus leyes propias de Levante y Poniente, de aurora, cenit y ocaso. Pero podemos hacer que permanezcan vivos los vestigios edificantes entre las cenizas de la revolución malograda. Este saldo de vestigios permanentes es tal vez la única revolución real y positiva.

¡Pobre de la revolución que para salvar su finalidad suprema se devora a sí misma! ¡Pobre de la revolución que aguarda al triunfo final para realizarse!

A pesar de todos los inconvenientes y torpezas, la revolución española tuvo el acierto de realizarse a sí misma. La obra revolucionaria de las colectivizaciones será su huella indeleble en el espacio y el tiempo.

Lo demás pasará a la posteridad como un mal sueño. Pasarán también al olvido los que, sintiendo la nostalgia de unas muy anchas casacas ministeriales y unos uniformes militares no menos fugaces, sueñan todavía, al cabo de cerca de cuarenta años, en un partido político libertario imposible, porque el movimiento libertario español tiene raíces históricas, psicológicas y populares profundas cuyo desarraigo es su muerte.

Textos extraídos de José Peirats, Los anarquistas en la crisis
política española, Madrid, 1976.

Del Dossier «El anarcosindicalismo español entre el posibilismo y el fundamentalismo», publicado en Polémica, nº 89, julio, 2006

Ventajas y riesgos del posibilismo

Ventajas y riesgos del posibilismo

Chema BERRO

Sé de las dificultades a la hora de hacer atractivo un planteamiento posibilista. En ideas, como en cualquier otro producto de consumo, vende 10 rotundo, 10 redondo. Las personas buscan seguridades, respuestas que disipen cualquier duda, definiciones que reafirmen todos los componentes del ser o identitarios. Esto se consigue mejor desde planteamientos esencialistas en los que a través de una lógica sin fisuras se va construyendo una verdad total, inamovible, valedera para cualquier situación y circunstancia, desde la que nos reconocemos y desde la que nos situamos en una especie de superioridad respecto a la realidad de la que nos enseñoreamos; eso sí, sin ninguna posibilidad de cambiarla. El precio a pagar para conservar los esencialismos es mantenerse en el plano general y de las verdades abstractas, extrayendo para lo concreto recetas que de ellas emanan, pero manteniendo siempre lo real y concreto en un decidido segundo plano, teniendo meridianamente claro que si la realidad no responde a esos esquemas la culpa es suya y que peor para ella. Un posicionamiento magnífico para todo aquel que tenga vocación de ermitaño, más dudoso para quien pretende influir y modificar lo social, pues lleva a la convicción –a través de ese razonamiento de que la culpa es de la realidad, de la sociedad, de los otros– de que el acceso de estos a la verdad sólo puede producirse a través de un endurecimiento crudo y drástico: el «cuanto peor, mejor», típico del maximalismo, aboca a planteamientos totalitarios. Y el totalitarismo es totalitarismo, siempre antisocial y reaccionario.

Por el contrario, defenderé que quien quiera trabajar la realidad social para modificarla debe aceptar moverse en lo relativo y posible, que esa realidad sólo es abordable desde lo concreto y lo parcial, y que para eso estorba seriamente todo 10 que se refiere a elementos identitarios o adscripciones ideológicas.

Procurando añadirle, además, que el posibilismo nada tiene que ver con la renuncia ni constituye una pendiente sin límite en la que todo acaba valiendo, sino que es la forma más honesta de plantearse la intervención social y la que mantiene la propia vida como apuesta.

Con pesar tengo que aclarar que en esta posición no represento a nadie y que en mi organización, la CGT, predomina la posición contraria, la de la preocupación por las ideas y los elementos identitarios. Pese a ese predominio, afortunadamente, muchas personas que en ideas se adhieren a planteamientos esencialistas y maximalistas en lo concreto practican un posibilismo muy meritorio.

Refugios ideológicos y maximalismos acomodaticios

Las ideologías, si en otro momento histórico fueron un instrumento útil para la intervención social han dejado de serlo. No sirven como método de análisis: la realidad actual, en su obviedad sólida, no se abarca por el mero análisis descriptivo sino por flhases de lucidez parciales, escapando a los cuerpos doctrinales con pretensiones de totalidad. Tampoco sirven para la intervención: todos los principios y tácticas se convierten en rémoras para una intervención que sólo puede ser flexible y contradictoria, sin dejarse encasillar en un papel determinado, lo que la volvería previsible y, con ello, encajable en los planes del poder. y ni siquiera son acicate personal y grupal a la intervención: no inquietan y agitan a su detentador sino que lo desculpabilizan y amansan; de por sí salvan y autosatisfacen, y el satisfecho no está urgido a buscar cambios.

Nada hay hoy tan opuesto a la búsqueda de caminos como la posesión de la verdad.

Ninguna respuesta puede ser más que parcial y provisional, sin matar nunca la pregunta a la que responde. Nada hay tan desmovilizador como la ausencia de culpabilidad, que la ideología fomenta por satisfacción, añadiéndola a la desculpabilización imperante: débil, estúpida, uniformadora y cínica.

Bastaría observar la relación directa entre doctrinarismo y grupusculismo como elementos que mutuamente se potencian: la autosatisfacción por los elementos definitorios, la necesidad de propagar en todo momento y ocasión toda la verdad (para eso se tiene), el sectarismo, más enconado todavía con los más cercanos ...

Las ideologías necesitan una defensa estricta de sí, cualquier fisura parcial las haría estallar, con lo que viven centradas sobre sí mismas y eluden el contacto con la realidad.

Pero no sólo las ideologías, cualquiera de los postulados aunque sean parciales (el antimilitarismo, la participación, etc.), hasta ayer operativos, tienen hoy eficacia dudosa. La intervención está ligada a lo concreto y al momento y es ella la que abre o cierra posibilidades. El antimilitarismo, muy loable y deseable, se la juega en el inicio de una guerra o cuando se está proyectando la instalación de una fábrica de armas, y la oposición más rotunda no es la que se empeña en defender el planteamiento más diáfano; si la guerra se ejerce o la fábrica se instala el mundo será más militarista, aunque el antimilitarista se consuele con los incrementos de la concienciación y el posible crecimiento del grupo (la conciencia, la sensibilización, las éticas ... son las formas actuales de la resignación). Algo similar podría decirse de la participación, objetivo noble e irrenunciable pero que no puede convertirse en razón (o excusa) de espera: en cada momento hay que esforzarse por suscitar y recoger la máxima participación posible, pero esa participación, la que sea, hay que revertirla en actuación.

Anteriormente funcionaba una secuencia lógica por medio de la que la información generaba opinión y ésta se traducía en convicción y actuación. Hoy esa cadena está rota por el exceso de información y su filtro mediático y por la impotencia iniciada frente a lo lejano y general, que suscita acostumbramiento, acaba por trasladarse a lo cercano y nos va conduciendo a la pasividad y aun al cinismo.

La ruptura de la pasividad sólo es posible desde lo cercano y concreto en el que el conocimiento es vivencia y no dato, la opinión contagio y la actuación posible.

Eso, la realidad concreta, es difícilmente accesible al maximalismo, cuya tendencia será a refugiarse en lo general y abstracto, en las grandes afirmaciones absolutamente ciertas pero nulamente operativas. Desencuentro con la realidad que acaba llegando al desprecio, a la explicación estéril, a la culpabilización del otro, a la renuncia de la aproximación, a vivir en el refugio. El maximalismo deja de ser una práctica para convertirse en estética, deja de ser un compromiso para ser pose. Sólo el «cuanto peor, mejor» podría ser su intento de aproximación a la realidad, pero mejor que no lo ejerza, mejor que el maximalismo siga en pose, pues la caída en el totalitarismo sería inmediata.

El posibilismo es tensión

Las primeras personas que se plantean luchar contra lo existente están haciendo un acto de rebeldía, movidas por el malestar que les produce la situación que viven. En su andadura van desarrollando todo un bagaje de formas de actuación y organización, comportamientos y actitudes, finalidades e ideas que son útiles a ese movimiento inicial por transformar la realidad y que acaban configurando una identidad. Cambiar la realidad existente es el fin, lo demás son útiles de los que se dota; es una relación de utilidad mucho más allá del utilitarismo inmediatista, pero nunca el bagaje sustituye ni supedita la rebeldía inicial, la voluntad imperiosa de cambiar la realidad.

Hoy esa inversión se ha producido y ese bagaje o elemento de ser e identificación no necesariamente lleva incluida la rebeldía contra lo existente, sino que en ocasiones ha pasado a ser fuente de justificación y acomodo, siendo necesaria una especie de vuelta a la situación inicial: poner la rebeldía por encima del esquema revolucionario, la voluntad por encima de la cadena de ideas lógicas y el rechazo a lo existente por encima de metas y finalidades. Renunciar al paraíso para dar paso al rechazo, a la voluntad de cambio, al real y posible; no hay otro. Sustituir el «me gustaría» por el querer es el centro del planteamiento posibilista. Liberar ese querer requiere situarse en una suerte de intemperie, de no saber, de no ser, fuera de los refugios, de las certezas y de las definiciones.

Ningún parecido con alguna forma de adecuación a la realidad o de connivencia con lo existente. El posibilismo es aceptar el reto, no eludirlo, jugarle al poder en el terreno en el que se ejerce: el de los hechos reales. N o soñar con que «otro mundo es posible», que es un forma de edulcorar la solidez pesada del existente; hacer que el mundo actual sea imposible, como única forma de que dé paso a otra realidad hecha posible.

El posibilismo es tensión y exigencia, voluntarismo puro, asunción del riesgo, conciencia desarrollada del poder atrapante de la realidad, de su capacidad de integración, sólo superable por el acto de voluntad, por el no encorsetamiento en un determinado papel o forma de actuación

Y esa tensión sólo puede darse en el posibilismo que es el que mantiene los dos polos de referencia que el maximalismo mata: apego a la realidad y voluntad de cambiarla. Cuando la hipotética voluntad de cambio se despega de la realidad deja de ser voluntad para convertirse en ensoñación, tan estéticamente hermosa como falsa, similar a un anuncio comercial.

El posibilismo, aceptada esa tensión inicial, es capaz de trasladarla a cada una de las situaciones en las que vuelve a mantener unidos realismo y voluntarismo, en los que vuelve a aceptar el reto y a correr el riesgo.

En lo concreto los riesgos centrales del posibilismo son dos. El primero es el del papel adormecedor de la realidad actual. La exigencia de buscar la mayoría, que en sí es saludable, tiende a entrar en una especie de democraterismo uniformador. El problema, que afecta a todo el esquema se plasma de manera más fuerte en los métodos de actuación: necesitamos la mayoría y para acceder a ella los métodos que le proponemos de actuación social son cada día más débiles, estando más encaminados a obtener la mayoría que a resolver el problema o la situación a la que nos enfrentamos, y nos van sumiendo en una rodada a la baja, acomodaticia y estéril en cuanto elemento de cambio. Tiene que ver con lo que apuntaba más arriba sobre el adormecimiento en los testimonialismos, concienciaciones y sensibilizaciones, e incluso con las éticas presentadas como aceptables en el propio esquema revolucionario. y no se resuelve más que volviendo a poner en el centro la realidad. No actuamos para alcanzar la mayoría sino para enfrentarnos y resolver una situación determinada. La mayoría es una variable de resolución, pero no la única y me atrevería a decir que ni tan siquiera es la más importante. La única forma de mantener una relación equilibrada hacia esa búsqueda de la mayoría es estando dispuestos a actuar en minoría e incluso individualmente. Se trate de mantener en el centro el enfrentamiento contundente y eficaz a la situación que nos planteamos, manteniendo la (deseable) mayoría en su papel de instrumento presto y adecuado para determinadas situaciones, pero inadecuado para otras.

El segundo riesgo del posibilismo –situado en esa intemperie de ideas, de finalidades, de éticas, de principios y de tácticas preconcebidas– es el del «todo vale» absolutamente demoledor, tanto como el «cuanto peor, mejor» del maximalismo. Sabiendo que todo no vale, pero que los criterios de valor (las tácticas, las éticas, los principios, las finalidades) recibidos no nos sirven; sabiendo que lo que se trata de defender es la rebeldía inicial, la exigencia urgente de actuar contra una situación radicalmente injusta y que no se trata de salvar un cuerpo de doctrinas que esa rebeldía constituyó en otro tiempo; la pregunta es si nuestra actuación desde sí misma es capaz de alumbrar criterios que la guíen, éticas que la limiten, metas que la orienten por lo menos en el corto camino que en cada momento podemos tratar de recorrer, o lo que es lo mismo si la eficacia que debe serle exigible a cualquier actuación permite establecer entre la actuación y el impulso que la inicia una relación más allá del utilitarismo inmediatista.

No estoy nada seguro de que sea así, nada seguro de que el posibilismo sea capaz de abrirse camino en el cada vez más estrecho margen entre los riesgos revitalizados y omnipresentes de la integración y la marginación. Sé que el maximalismo renuncia de antemano, da el problema por resuelto definitivamente y se ahorra la tensión; no se equivoca nunca y salva la idea al precio de mantenerse en el Olimpo. El posibilismo puede ser un intento si se mantiene como apuesta, como búsqueda, como errar y rectificar, como tensión, como expresión del querer, del querer no como ensoñación sino como voluntad activa. Sin estar seguro de que sea posible, estoy seguro de que hay que intentarlo.

Del Dossier «El anarcosindicalismo español entre el posibilismo y el fundamentalismo», publicado en Polémica, nº 89, julio, 2006

El posibilismo anarquista. Cumbres inalcanzables, pendientes resbaladizas

El posibilismo anarquista. Cumbres inalcanzables, pendientes resbaladizas

La historia del anarcosindicalismo español, como ocurre en todo gran movimiento social, se debatió siempre entre la fidelidad a sus principios ideológicos y su necesidad de adecuarse a las circunstancias de cada momento histórico. Junto a los Durruti o García Oliver, siempre estuvieron los Pestaña o los Peiró. Todos ellos hicieron de la CNT lo que fue, y son elementos inseparables de su historia. ¿Cómo convivieron esas dos tendencias a lo largo de la historia?

Jesús RUIZ PÉREZ  

Posibilismo o fundamentalismo: ¿un falso dilema?

El dilema entre posibilismo o fidelidad absoluta a los principios a la hora de actuar remite en el fondo a otro problema clásico, el de la relación entre los medios y los fines. Afecta por lo tanto a una de las características que definen al anarquismo, la exigencia de armonía entre procedimientos y objetivos: la convicción de que algunos medios hacen imposible alcanzar el fin que se desea. El objetivo de abolir el capitalismo y el Estado, para sustituirlos por una organización social sin explotación económica y sin autoridad, igualitaria y libre, no es exclusivo de los anarquistas. Pero el anarquismo se diferencia del resto de tendencias en que aspira a poner en práctica tal proyecto de modo inmediato, en el acto mismo de la revolución, y se opone a cualquier forma de toma de poder o de gobierno de transición.

Para no quedar, por definición, fuera de las fronteras del anarquismo, la opción posibilista debe cumplir el requisito que acabamos de exponer. Aceptando este criterio, el posibilismo tiene derecho a la credencial de «libertario» cuando se asume: 1) a partir de la percepción de una debilidad, con frecuencia el diagnóstico de la falta de condiciones para emprender con éxito la revolución, y 2) sólo con el objetivo de corregir tales carencias antes del asalto definitivo, momento, éste sí, en el que no caben ya prórrogas ni coartadas.

Considerar la premisa anterior es lo que hace que cobre pleno sentido hablar de fundamentalismo. Porque la esencia del otro polo de la disyuntiva reside en la convicción de que, aun cuando fuera exacto el diagnóstico de que aún no es posible hacer la revolución, incluso entonces resulta preferible actuar, en todo momento y sin concesiones circunstanciales, conforme a los principios, ya que traicionarlos supone deslizarse al reformismo y contribuir a obstaculizar los propios objetivos emancipadores, más aún en aquellos casos en que los posibilistas centran su táctica en colaborar con el aparato estatal. Sebastián Faure expresó muy bien esta postura, a propósito de la entrada en el Gobierno de la República de varios ministros anarquistas, durante la Guerra Civil:

Alejarse –aun en circunstancias excepcionales y por breve tiempo– de la línea de conducta que nos han trazado nuestros principios, significa cometer un error y una peligrosa imprudencia. Persistir en este error implica cometer una culpa cuyas consecuencias conducen, paulatinamente, al abandono definitivo de los mismos. [...] Es el engranaje, es la pendiente fatal que puede llevarnos muy lejos.

[...] No ignoro que no es siempre posible hacer lo que sería necesario hacer; pero sé que hay cosas que es rigurosamente necesario no hacer jamás.[i]

El problema de los medios y los fines, que no está zanjado de antemano, vuelve a reclamar nuestro interés.

El sujeto del dilema

Este artículo pretende repasar algunos «momentos privilegiados», en los que se planteó de modo más intenso en el seno del movimiento libertario la tensión entre la actuación fundamentalista de unos anarquistas y la posibilista de otros. Y ello a partir de la premisa de que el fundamentalismo constituyó, en buena medida (aunque no sólo) una reacción frente al posibilismo, el intento de desautorizar y frenar las expresiones de lo que consideraban una tendencia «desviacionista», por lo que ambos se solieron manifestar de modo simultáneo.

Hay que precisar también que el presente repaso histórico se centra, para evitar dudas sobre la sinceridad revolucionaria de sus protagonistas, en el comportamiento del grupo de dirigentes y militantes que constituían el «núcleo duro» del movimiento libertario: aquellos que se encontraban familiarizados con los principios del anarquismo y de quienes dependía la creación, la orientación y el funcionamiento cotidiano de las estructuras asociativas inspiradas en éste.[ii]

Por eso, antes de pasar a la exposición, me ocuparé brevemente de un tema que considero imprescindible para comprender el fenómeno del posibilismo en toda su extensión: el de las relaciones de los trabajadores de base, por una parte, con los dirigentes y militantes anarquistas y, por otra, con el movimiento republicano.

La tendencia actual entre los historiadores es explicar la persistencia y el vigor del anarquismo en España por su capacidad para canalizar las reivindicaciones populares y cohesionar, a través de sus múltiples instituciones, un entramado de relaciones y solidaridades entre amplias capas de la población: obreros fabriles, artesanos y jornaleros del campo, mujeres preocupadas por los precios del mercado, inquilinos, jóvenes llamados a filas... Un éxito al que contribuyó la diversidad, la autonomía (implícita en el propio sistema federal de relaciones) y la pluralidad interna de las formas de asociación que abarcó. Resulta en este sentido muy apropiado hablar de movimiento libertario, en tanto movimiento social.[iii] Los auges y caídas del anarquismo en España se debieron a la capacidad de conectar (o no conectar) con esta base popular. Y ponen de manifiesto algo que siempre tuvieron presente los libertarios, que por el mero hecho de afiliarse al sindicato un obrero no se convertía en anarquista, y que la lealtad del respaldo que conseguían suscitar requería ser afianzada.

Durante un largo trecho (1868-1939) el movimiento libertario hubo de disputarse la lealtad de la clase obrera con los republicanos, y en ocasiones también tuvo que compartirla. Republicanismo y anarquismo tenían en común principios ideológicos, tales como la confianza en el poder emancipador de la cultura y la fe en el progreso. Y, al igual que los anarquistas, los republicanos consiguieron canalizar las esperanzas populares de transformación social, pusieron en marcha sus propias redes asociativas, que incluían relaciones de apoyo y colaboración con los sindicatos, cuando no la fundación de éstos, y confluyeron con frecuencia en un mismo espacio de disidencia en actividades relacionadas con la formación cultural de los trabajadores, la enseñanza laica, el anticlericalismo o la defensa de las libertades civiles y los derechos fundamentales. Anarquismo y republicanismo se relacionaron entre sí por la base a la manera de vasos comunicantes, en particular en aquellos momentos en que los republicanos desafiaron más seriamente al sistema político o llegaron a ocupar el poder, suscitando primero un flujo de apoyo y luego un reflujo de desilusión.[iv]

La existencia de estos vínculos estrechos, de experiencias, visiones del mundo y objetivos en común, resultó un terreno propicio para que surgieran muchas de las manifestaciones de posibilismo que abordaremos a continuación.

La Primera República

Cuando se proclamó la República, a principios de 1873, la Federación Regional Española (FRE) constituía la sección bakuninista más numerosa de la recién escindida Primera Internacional, y durante ese año llegaría a alcanzar en torno a los 50.000 afiliados.

Bajo el nuevo régimen se produjo la participación en las elecciones de candidatos salidos de las filas internacionalistas, y en Jerez llegaron a ocupar el poder local en coalición con los federales, facción republicana que gozaba de amplio apoyo entre los trabajadores y que de hecho, como ha revelado el estudio pormenorizado de tales relaciones en Andalucía, compartió con frecuencia dirigentes y seguidores con las sociedades obreras de la FRE.

Los internacionalistas también participaron en las insurrecciones cantonales, promovidas por los federales intransigentes en Andalucía y el País Valenciano, y dirigentes obreros entraron a formar parte de los nuevos órganos de poder municipal, siendo el más célebre el caso de Fermín Salvochea, que ocupó la Alcaldía de Cádiz.

De las revueltas de julio sólo tuvieron carácter exclusivamente internacionalista la sublevación de los trabajadores de Alcoy, liderada por la Comisión Federal de la FRE, y que fue la única que mereció la aprobación oficial de este organismo, y la de Sanlúcar, que se saldó con el acceso de los insurrectos, muchos de ellos federales, al poder local.[v]

Insurrecciones republicanas (y anarquistas)

La CNT, constituida en 1910, inició una espectacular expansión a partir de 1916, que la situó, a la altura del Congreso de la Comedia, de diciembre de 1919, en la cifra histórica de 800.000 adherentes. En las fases iniciales de este crecimiento tuvo lugar otro de los momentos clave de posibilismo, la participación de la CNT en la huelga general revolucionaria de 1917, que supuso sumar sus fuerzas a los socialistas y a los republicanos en un movimiento que pretendía la instauración de un régimen democrático.[vi]

La restauración de las libertades democráticas constituyó así mismo el objetivo inmediato que llevó a la CNT, desde los inicios de la dictadura impuesta por el golpe de Estado de Primo de Rivera, en 1923, a conspirar con catalanistas, constitucionalistas y republicanos, colaboración en la que destacó por su amplitud la huelga general revolucionaria de diciembre de 1930.

En paralelo los grupos anarquistas, y, desde su fundación a partir de 1927, la FAI, proyectaron conspiraciones con pretensiones revolucionarias, iniciativas que provocaron desencuentros con la dirección cenetista.[vii]

La Segunda República

La instauración de la Segunda República, en 1931, permitió a la CNT volver a funcionar dentro de la legalidad y atraer a gran número de trabajadores (en torno a 800.000 afiliados a finales de año), que encontraron en ella el instrumento de reivindicación adecuado a sus necesidades. La etapa democrática que se iniciaba propició que se planteara con intensidad, entre los cenetistas, un conflicto entre dos modos de concebir la revolución. Por una parte la tendencia denominada «treintista», que concebía la revolución como un movimiento de masas encuadradas en los sindicatos, se mostró partidaria de aprovechar el margen de libertad que el nuevo régimen proporcionaba para desarrollar una potente estructura sindical, postura que implicaba tolerar durante un tiempo el poder republicano. Por otra parte el sector intransigente, que tuvo un poderoso referente en la FAI, aunque sólo una parte de quienes lo integraban formaban parte de ella, mantuvo la postura fundamentalista de que postergar la revolución conducía al reformismo, una actitud que, en el terreno de la práctica, condujo al desafío a las instituciones republicanas, a través de conflictos de carácter político, y a la coordinación de insurrecciones, como las que en 1933 condujeron a la implantación en varios municipios españoles del comunismo libertario. El enfrentamiento entre ambas tácticas divergentes condujo a la escisión de la CNT, con la salida de su seno, en parte forzada por una cadena de expulsiones, del sector «treintista», que organizó los Sindicatos de Oposición.[viii]

Junto al posibilismo en el plano sindical, durante la Segunda República surgió también el posibilismo en el terreno político, fenómeno que constituye el tema de la Tesis Doctoral que estoy escribiendo. Volvieron a cobrar fuerza las relaciones entre republicanos y libertarios, nunca desaparecidas del todo, produciéndose fenómenos de doble militancia, más extendidos en la base de formaciones tradicionalmente próximas al movimiento libertario, como el Partido Federal, y en la de nuevos partidos de extrema izquierda, como el Partido Social Revolucionario.[ix] Del mismo modo, se produjo en varios municipios de España la participación en el poder local de libertarios, con candidaturas sindicalistas o encuadrados en agrupaciones de partidos de la izquierda burguesa.[x] Y parte de aquellos que aceptaban el parlamentarismo, aunque sólo como un medio de apoyar la acción del sindicalismo revolucionario, y no como un fin, llegaron a formar un partido político propio, el Partido Sindicalista, cuyo fundador, Ángel Pestaña, resultó elegido diputado en 1936 dentro del Frente Popular.[xi]

Hay que hacer notar por último que el desafío más serio a la autoridad del Estado, la revolución de octubre de 1934 en Asturias, supuso en cierta medida una ruptura con la tendencia fundamentalista de la CNT, ya que se basó en un pacto regional de cooperación con la UGT. La Confederación acabó adoptando de modo oficial una postura favorable a la alianza revolucionaria con los ugetistas en el Congreso Nacional de mayo de 1936, en el que también se formalizó el reingreso de los Sindicatos de Oposición.

La Guerra Civil

El éxito en gran parte del país de la sublevación militar de julio de 1936, y el protagonismo de las organizaciones obreras a la hora de sofocar la rebelión en el resto del territorio, tuvo como consecuencia el colapso de los mecanismos de coerción del Estado (Ejército y policía) y el debilitamiento de la autoridad de los poderes públicos, ofreciendo a los anarquistas la esperada oportunidad para iniciar la transformación de la sociedad. Una constelación de Comités Revolucionarios, muchos con predominio de la CNT, allí donde ésta tenía más apoyos, asumieron en la práctica el poder local y el control del orden público, sustentado en milicias armadas. De estos Comités, el más conocido es el Comité Central de Milicias Antifascistas de Barcelona, donde, al igual que en otros importantes Comités Revolucionarios creados al inicio de la guerra en la zona republicana (Comité de Guerra de Gijón, Comité Ejecutivo Popular de Levante), primó la colaboración con las demás fuerzas sindicales y políticas, ante la evidencia de que la CNT y la FAI no eran la única organización «antifascista». De este modo los anarquistas aspiraban a preservar, en buenos términos con el resto de organizaciones, la soberanía sobre las zonas bajo su influencia y sobre el proceso revolucionario que, con la represión sobre sus adversarios tradicionales (patronos, propietarios agrícolas, religiosos) y las incautaciones, acababan de poner en marcha.[xii]

La autogestión de los trabajadores en las fábricas y en los campos ha sido reconocida como el fenómeno más genuinamente revolucionario de la Guerra Civil, y en él quedó plasmada la voluntad de los anarquistas de emprender una profunda transformación de la convivencia. El proceso fue irregular, y no cabe duda de que en algunos lugares las colectividades se impusieron por medios coercitivos, en particular en las zonas de Aragón oriental ocupadas por columnas confederales donde la CNT carecía de implantación. Lo que no quita que en otros lugares las colectivizaciones contaran con un amplio respaldo, algo que patentizó la reconstrucción de colectividades aragonesas después de que éstas hubieran sido disueltas a la fuerza por las tropas de Líster. La UGT también intervino en la colectivización, especialmente en aquellas áreas geográficas y sectores industriales donde estaba más implantada, y abundaron las colectividades mixtas, CNT-UGT.[xiii]

La decisión de participar en el poder, primero en la Generalitat de Cataluña y luego en el Gobierno de la República, y más tarde de compartirlo en el Consejo de Aragón, autoridad regional autónoma inicialmente compuesta sólo por anarquistas, se vio favorecida por el hecho consumado de que tal cooperación con el resto de fuerzas políticas ya se había producido a escala local, y por consideraciones similares a las que habían motivado ésta. Tal paso provocó debates, y siempre se alzaron voces críticas, aunque predominó la tendencia favorable. El verdadero rechazo no se produjo con la entrada en el Gobierno, sino más adelante, cuando parte de los comités y localidades donde ejercían su influencia los anarquistas, y también parte de los milicianos, se resistieron a aquellas disposiciones gubernamentales que mermaban sus atribuciones: la sustitución de los comités revolucionarios por consejos municipales, con participación de todos los componentes del Frente Popular, la militarización de las columnas, la regulación de las colectivizaciones.[xiv]

La resistencia a las progresivas intromisiones de la autoridad estatal, cuyo aparato coercitivo se había recompuesto, quedó simbolizada en las barricadas erigidas por los anarquistas en Barcelona en mayo de 1937; y la renuncia al desafío, optando por continuar la colaboración, tuvo su correlato en la llamada a deponer las armas efectuada por los dirigentes de la CNT. Este punto de tensión máxima supuso también el principio del retroceso de la influencia política de los anarquistas, que quedaron relegados por sus antiguos socios a un papel cada vez más marginal en los órganos de gobierno, y expuestos a medidas represivas como la desarticulación del Consejo de Aragón.

La lucha contra la Dictadura franquista

La instauración de la Dictadura franquista sobre todo el territorio supuso la culminación de un proceso represivo brutal, que consiguió destruir el tejido social de las anteriores tradiciones republicana y libertaria. La ausencia de relevo generacional, la debilidad numérica y la precariedad organizativa dentro del país presidieron la actuación de los anarquistas en este periodo.

La CNT del interior mantuvo de modo mayoritario la búsqueda de alianzas con el resto de fuerzas políticas opuestas al régimen, incluidos los monárquicos, encaminadas a reestablecer la democracia en España. El cambio de las organizaciones anarquistas en el exilio, en particular la radicada en Francia, a una postura de oposición a tal tipo de pactos (que en principio también habían secundado) acabó provocando una escisión con los posibilistas del interior en 1945, que se mantuvo hasta 1961, y que se tradujo en divisiones intestinas en cada país. Como alternativa a las negociaciones políticas, existieron también desde el principio intentos de derrocar el régimen por la vía insurreccional, promovidos desde el exilio o autónomos (de grupos guerrilleros), de entre los que destacó el protagonizado por Defensa Interior tras la reunificación.

El posibilismo entre los cenetistas del interior tuvo otra expresión en varias tentativas de integración en el Sindicato Vertical, todas rechazadas por la CNT salvo en el caso de la conocida como «cincopuntismo», aceptada brevemente de modo oficial en 1965.[xv]

En su reciente estudio sobre este periodo, Ángel Herrerín, que emplea el término posibilista para describir la corriente descrita hasta aquí, engloba también dentro de ésta la revisión ideológica que llevó a algunos anarquistas a aceptar como objetivo un «Estado Sindicalista»; esta vertiente queda sin embargo fuera de la definición de posibilismo que he establecido como punto de partida para este artículo. Creo además que la pretensión del autor de extender tal postura estatista al conjunto de los posibilistas de la época carece de rigor, por cuanto no se apoya en evidencias, sino en la presunción de que éstos, a pesar de sentir la necesidad de dicha renovación ideológica, «no fueron capaces de definirla».[xvi]

Breve epílogo a propósito del presente

Poco puedo decir acerca de la situación del anarcosindicalismo actual que no conozcan los lectores, de quienes de hecho debería aprender yo. La escisión entre CNT y CGT constituye la expresión contemporánea del dilema entre fundamentalismo y posibilismo, referido en esta ocasión al principio de acción directa. Al mismo tiempo, junto al sindicalismo revolucionario se ha reorganizado un tejido asociativo plural que, aunque no siempre se identifique como anarquista, asume los principios libertarios, y del que constituye la expresión más poderosa el movimiento antiglobalización, sustentado por toda una constelación de colectivos autónomos.

Del repaso histórico hecho hasta aquí se desprende un resultado significativo: el posibilismo ha sido un fenómeno persistente dentro del movimiento libertario que, a pesar de adoptar expresiones dispares a lo largo del tiempo, ha pretendido cubrir dos objetivos: garantizar una convivencia democrática y canalizar de modo efectivo las reivindicaciones populares. Y estas dos cuestiones, que todavía exigen una respuesta a escala planetaria, se encuentran presentes, bajo la fórmula «ampliar los límites de la jaula», en el seno del movimiento antiglobalización, heterogéneo y aún enfrentado al reto de encontrar formas de acción efectivas.[xvii]

Y es que el dilema de los medios y los fines siempre retorna, inevitable, para aquellos que sienten la necesidad urgente de transformar la realidad.

Del Dossier «El anarcosindicalismo español entre el posibilismo y el fundamentalismo», publicado en Polémica, nº 89, julio, 2006

NOTAS

[i] Sebastián FAURE, La pendiente fatal, Montevideo, 1937, citado en José PElRATS, La CNT en la revolución española, Cali, La Cuchilla, 1988, tomo 1, pp. 221-225. Hizo suya la imagen Manuel AZARETTO, Las pendientes resbaladizas. Los anarquistas en España, Montevideo, Editorial «Germinal», 1939, versión de la metáfora de Faure que recoge el titulo de este articulo.

[ii] Parto de la distinción entre dirigentes, militantes y afiliados establecida por Anna MONJO, Militants. Participació i democracia a la CNT als anys trenta, Barcelona, Laertes, 2003, haciéndola extensiva, por considerarla una herramienta de análisis adecuada, a otras organizaciones, no sólo a los sindicatos.

[iii] Susanna TAVERA (ed.), El anarquismo español, Ayer, N° 45, 2002, Javier PANIAGUA, «Una gran pregunta y varias respuestas. El anarquismo español: desde la política a la historiografía», en Historia Social, Nº 12 (1992), pp. 31-57, y, del mismo autor, «Otra vuelta de tuerca. Las interpretaciones del arraigo del anarquismo en España, ¿sigue la polémica?», en Germinal, Nº 1 (2006), pp. 5-22 http://www.hetera.org/xpaniagua.htmb.

[iv] José ÁLVAREZ JUNCO, La ideología política del anarquismo español (1868-1910), Madrid, Siglo XXI, 1976, y, del mismo autor, ÁLVAREZ JUNCO, J., El Emperador del Paralelo. Lerroux y la demagogia populista, Madrid, Alianza, 1990, Ángel DUARTE, «La esperanza republicana», en Rafael CRUZ y Manuel PÉREZ LEDESMA (eds.), Cultura y movilización en la España contemporánea, Madrid, Alianza, 1997, pp. 166-199, Ramiro REIG, «El republicanismo popular», en Ángel DUARTE, Ángel y Pere GABRIEL (eds.), «El republicanismo español», Ayer, N°39 (2000), pp. 83-102, y José Luis GUTIÉRREZ MOLINA, «El abogado Barriobero y la defensa de anarcosindicalistas. Relaciones entre anarquismo y republicanismo», en Julián BRAVO VEGA (ed.), Eduardo Barriobero y Herrán (1875-1939): sociedad y cultura radical. 1932, los sucesos de Arnedo, Logroño, Universidad de La Rioja, 2002, pp. 134-150.

[v] Josep TERMES, Anarquismo y sindicalismo en España. La Primera Internacional (1864-1881), Barcelona, Crítica, 2000, y Antonio LÓPEZ ESTUDILLO, Republicanismo y anarquismo en Andalucía. Conflictividad social agraria y crisis finisecular (1868-1900), Córdoba, La Posada, 200l.

[vi] Antonio BAR. La CNT en los años rojos. Del sindicalismo revolucionario al anarcosindicalismo (1910-1926), Madrid, Akal,198l.

[vii] Eduardo GONZÁLEZ CALLEJA, El máuser y el sufragio. Orden público, subversión y violencia política en la crisis de la Restauración, Madrid, CSIC, 1999.

[viii] Eulalia VEGA, Anarquistas y sindicalistas durante la Segunda República. La CNT y los Sindicatos de Oposición en el País Valenciano, Valencia, Alfons el Magnanim, 1987, y, de la misma autora, Entre revolució y reforma. La CNT a Catalunya (1930-1936), Ueida, Pages, 2004.

[ix] Agustín MILLARES CANTERO, Barriobero contra Franchy. Los federales de Pi y Margall en la Segunda República española, Tesis Doctoral, UNED, 1994, de la que es publicación parcial Franchy Roca y los federales en el «bienio azañista», Las Palmas de Gran Canaria, Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, 1997.

[x] Jesús RUIZ PÉREZ, Posibilismo libertario. Félix Morga, Alcalde de Nájera (1891-1936), Nájera, Ilustre Ayuntamiento de Nájera – Universidad de La Rioja, 2003, donde hago una aproximación a la participación de libertarios en el poder local, a través de un caso particular.

[xi] María-Cruz SANTOS SANTOS, Ángel Pestaña: «Caballero de la Triste Figura», Tesis Doctoral, Universidad de Barcelona, 2003; agradezco a la autora su amabilidad al permitirme leer este trabajo inédito.

[xii] Julián CASANOVA, De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1936-1939), Barcelona, Critica, 1997, cuyo análisis seguiré en adelante, Josep Antoni POZO GONZÁLEZ, El poder revolucionari a Catalunya durant els mesos de juliol a octubre de 1936. Crisi i recomposció de I’Estat, Tesis Doctoral, Universidad Autónoma de Barcelona, 2002 Los anarquistas españoles y el poder. 1868-1969, París, Ruedo Ibérico, 1972.

[xiii] Julián CASANOVA, «Las colectivizaciones», en La Guerra Civil Española, v. XVI, La economía de guerra, Barcelona, Folio, 1997, pp. 40-61, y Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938, Madrid, Siglo XXI, 1985; también Ronald FRASER, Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia de la guerra civil española, Barcelona, Crítica, 1979, tomo 11, pp. 61-100, y WILLEMSE, Hanneke, Pasado compartido. Memorias de anarcosindicalistas de Albalate de Cinca, 1928-1938, Zaragoza, PUZ, 2002, que recogen testimonios orales de colectivistas en Aragón.

[xiv] Remito a la bibliografía citada en la nota 9; también Dolors MARÍN, Ministros anarquistas. La CNT en el Gobierno de la II República (1936-1939), Barcelona, Mondadori, 2005.

[xv] César M. LORENZO, Los anarquistas españoles y el poder, op. cit., y Ángel HERRERIN LÓPEZ, La CNT durante el franquismo. Clandestinidad y exilio (1939-1975), Madrid, Siglo Veintiuno, 2004.

[xvi] Ángel HERRERIN LÓPEZ, La CNT durante el franquismo, op. cit., p. 416.

[xvii] Andrej GRUBACIC, «Hacia un anarquismo diferente», en El Viejo Topo, Nº 202 (2005), pp. 51-57 .