El Movimiento Libertario Español en la clandestinidad
Francisco CARRASQUER
Contradicción palmaria es hablar de lo libertario clandestino. Lo libertario no puede encerrar secreto y no puede haber movimiento libertario que no tienda a lo público, porque, precisamente, el campo de trabajo y experimentación de todo movimiento libertario es la opinión pública. Después de tantos cruentos fracasos sufridos por nuestro MLE por tratar de imponer SU revolución, sería estúpido (isi no suicida!), no haber aprendido ya que nada que se imponga puede ser libertario. Nuestra revolución la hemos de promover en la opinión pública por vía democrática, es decir, por mayoría que la vote pacífica y voluntariamente.
Pero aquí y ahora se trata de repasar la historia del MLE entre los años 1933 Y 1975· Digamos, en términos de régimen:
- durante la República;
- en los años de la contrarrevolución; y
- bajo el franquismo.
No pretendemos presentar aquí un estudio bien armado de datos como una tesis académica, sino una reflexión sobre lo que la historia puede habemos enseñado, que por algo es «maestra de la vida», como nos enseña Cervantes.
Primer período: Segunda República (1931-1939). Aquí sí que se podría emplear el popular dicho español: «Entre todos la matamos y ella sola se murió». Por primera vez sale votado mayoritariamente un régimen abiertamente democrático, el MLE no se vuelca en su defensa, como era su primordial obligación. En aquellos ocho años de República no tenía que haber habido ni un solo preso libertario y, sin embargo, los hubo a centenares. ¿Por qué? En términos generales, porque el MLE (en adelante CNT, porque es ella el motor más calificado de todo ese movimiento), sólo tenía una táctica semi clandestina, pero carecía de estrategia. Le faltaba lo que la estrategia bien entendida desempeña: una acción aconsejada por una visión global en el doble sentido de afinidades político-ideológicas y de fuerzas con mando efectivo que contrarrestar. Mas la impaciencia por implantar un comunismo libertario y la tentación de «hacer el héroe» militando «por la causa» clandestinamente, aconsejaban a los cenetistas ir contra la República, sin darse cuentas de que la República era la CNT, o que sin la CNT la República moriría. Peor aún: sin ver que por la República se podía llegar al comunismo libertario, puesto que se prestaba a educar a la opinión pública por ese camino mejor que cualquier otro régimen. Porque la venida de la República fue un fenómeno extraordinario, único en el mundo. Quien ha vivido –como yo tuve la suerte de vivirla– la jornada de la proclamación de la II República española en Barcelona, sabe que el pueblo español fue aquel día, no ya republicano, sino laicamente un místico de la Res Publica. Aquel fervor tan álgido y absoluto de todo un pueblo, no lo puede borrar ninguna historia. Fue una pena que los libertarios españoles no captasen ese sentimiento popular, siendo los que estaban más cerca de su pueblo. Pero el sueño de la utopía que tan en boga estaba no eclipsó y dejamos de ver lo bueno que nos brindaba la realidad. y así se fraguó el movimiento revolucionario del 8 de diciembre de 1933 (y de eso tengo memoria personal porque uno de los pocos pueblos en que se proclamó el comunismo libertario fue el mío, Albalate de Cinca, y el principal promotor de tal proclamación fue mi hermano Félix). ¿Sabéis lo que costó esa sublevación de una docena de pueblos aragoneses, media de riojanos y algún tiroteo en Zaragoza y Barcelona?: 87 muertos, centenares de heridos y 700 condenas a presidio (entre ellas las de los miembros del Comité Revolucionario de Zaragoza que organizó ese imposible conato de revolución que el primer encuentro con la Guardia de Asalto se vino abajo). ¡Increíble tanta temeridad! Pero así fue, lamentablemente.
Y puestos en plan estadísticos, podemos dar el resumen que nos facilita Víctor Alba en Historia de las Repúblicas Españolas (pág. 157): «En 18 meses de régimen republicano, las provocaciones de las derechas y las vacilaciones de las izquierdas ocasionaron la muerte de 400 personas, de las que 20 pertenecían a la fuerza pública. Se registraron 3.000 heridos, 9.000 detenciones, 100 deportaciones, 30 huelgas generales y 3.600 parciales, 161 periódicos fueron suspendidos, de los que cuatro pertenecían a las derechas». Significativo este último dato: luego, de las izquierdas fueron suspendidos 157 periódicos. ¿Por antirrepublicanismo? No creo; por despiste más bien, por falta de estrategia, sobre todo.
Otro error de graves consecuencias que cometimos los libertarios durante la II República fue la propaganda que hicimos en favor del abstencionismo. Con lo que contribuimos al establecimiento del Bienio Negro. aya jugadita!
El segundo período, el revolucionario, fue, más propiamente dicho, contrarrevolucionario, puesto que el golpe contra la República lo dieron los enemigos de la revolución, implicando con este término a la República misma. Pero verdad es, por otra parte, que la CNT inició el programa revolucionario, sobre todo en Aragón, implantando el régimen colectivista que los comunistas se apresuraron a eliminar, como si comunismo y colectivismo no fueran sinónimos.
Lo que no impide que el colectivismo siga siendo la fórmula más justa y humanitaria que necesita nuestro mundo, y es todo nuestro mundo el que la ha de exigir por mayoría. Pero, ¿cuándo? Cuando sea. No importa el tiempo. Lo importante es el cómo: sólo de la manera más democrática y sin imposiciones de ninguna clase.
Y en la guerra civil caímos en el tópico de que lo militar es lo que hace la guerra, cuando, como españoles, somos los inventores de la guerra de guerrillas y como guerrilleros teníamos más posibilidades de ganar que como soldados. Nada de campos de batalla y despliegues en orden cerrado mi abierto, sino ataques por sorpresa y a molestar al enemigo en cualquier momento inesperado, sin enfrentamientos frontales, sin la pesadez de la artillería, sin trincheras ni sistema defensivo alguno y sin mandos únicos por galones. Sólo la evidencia de que, así, le dábamos ventaja a los enemigos adoptando su sistema, al que estaban tan hechos, mientras que para nosotros era algo a lo que teníamos de entrenarnos, aparte de que éramos contrarios a ese sistema por antimilitaristas que éramos, bastaba en principio para no caer en la trampa. Pero caímos, y perdimos la guerra y le dimos entrada al franquismo que nos tuvo 36 años fuera del mundo, el lapso más negro de toda nuestra historia, que no ha tenido pocos lapsos oscuros.
Y estamos ya en el tercer período, que es el más propicio a la clandestinidad. La CNT no podía ya dar señales de vida más que como activismo clandestino, borrada como estaba toda identidad oficial, y si durante la República nos parecía la clandestinidad inoportuna, bajo el franquismo era la clandestinidad el único recurso para hacerse oír una organización como la CNT, condenada a muerte por una dictadura tan feroz como la de Franco. Quien más quien menos, todos los que nos sentimos movidos a protestar y a luchar contra aquella dictadura, a poco que actuáramos corríamos el riesgo, como mínimo, de ir a la cárcel. Yo mismo, que no he sido nunca muy revoltoso y tengo pocas trazas de agitador, pasé dos veces medio año en La Modelo barcelonesa: la primera vez por pasar clandestinamente la frontera con un amigo, nos dio el alto la Guardia Civil, avisada por un chivato que nos vio dormir en un bosque el día anterior (andábamos de noche) y por haber sido oficial del ejército republicano fue mayor castigo. Y la segunda vez fue porque la policía se enteró (no sé cómo) de que había escrito un manifiesto contra Franco y me cayeron otro seis meses de cárcel con la gran suerte de mi caso fue a parar a un juez antifranquista, que, si no, podían haberme caído años de condena.
Por fortuna, ahora vivimos en democracia y no necesitamos ya escondemos para decir lo que pensamos, O sea, que se ha acabado la necesidad de militar en la clandestinidad. y como ya hemos aprendido todos la lección de que sólo es realmente libertaria la revolución que se hace por educación y civismo bien entendido, a saber: el comportamiento libertario en sociedad, nos da el derecho a todos a ser libres, pero también nos impone el deber de hacer libres a los demás. He aquí la fórmula definitiva del libertarismo.
Publicado en Polémica, n.º 93, mayo de 2008
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