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Polémica

Lizano, galeote de la nave literaria.

Lizano, galeote de la nave literaria.

Miguel Íñiguez

De apariencia y de esencia. Así podríamos calificar a los escritores. Lizano campa entre los segundos. Jesús Lizano es un poeta, un poeta por naturaleza y por destino. Conviene decirlo porque de otro modo las sumas serían restas. Algunos lo emplazarían en el territorio de los poetas de combate, redivivo León Felipe, renacido Rafael Alberti. No negaré que parcialmente sea así, pero si quebramos la corteza de las palabras lo intuyo más próximo a Hölderlin: la función del poeta es transmitir a la gente las profundidades de la naturaleza, porque el poeta es la persona de extremada sensiblidad capaz de sentir los latidos de aquélla, encargado de comunicar  a la colectividad lo profundo de la naturaleza. La función del poeta consistiría en convertir los oscuros signos de la naturaleza en palabras comprensibles, en enhebrar Humanidad y Naturaleza, más que Sociedad y Humanidad. Mi impresión es que cuando Lizano escribe que lo importante no es el poeta sino su obra, que la obra lo ha escogido, que es mero recipiente, que es muy inferior a su obra, que es un servidor de la poesía, se sitúa en esa línea y por lo mismo adquiere un sentido épico notabilísimo. Un épico romántico. Léanse sus obras completas compendiadas con el nombre de Lizania y la reciente Antología publicada en Virus.

Consecuentemente para muchos es un desconocido y los catálogos de escritores e historias de la poesía contemporánea, lo marginan, cuando no lo silencian radicalmente. Y sin embargo, con seguridad, ningún poeta contemporáneo ha contado con auditorios más numerosos y entregados. Con seguridad ningún poeta ha sido tan escuchado, casi religiosamente, a pie de calle. Qué poeta puede presumir de haber protagonizado centenares de recitales y lecturas arropado por docenas y docenas de estudiantes, obreros, intelectuales, niños y amas de casas, gentes de escoba y doctorados rugiendo de entusiasmo. Por qué, entonces, este olvido, si a todos agrada y apasiona.

Lizano se ha equivocado de bandería. No se ubica en las filas del poder literario, no se ubica en las muy filas prietas del socialismo, no comulga con nacionalistas, siendo catalán escribe en castellano, siendo anarquista no es politico, vive solo, no se encuadra en camarillas, no se cuadra ante nadie.  Demasiadas dificultades para finales de himeneo y epitalamio. Demasiado deslizarse sobre el alambre para cosa buena, que diría un castizo resabiado.

Burda injusticia en estos mundos de televisión y espectáculos masivos, en los que casi cualquier semianalfabeto ladra con aquiescencia de los jefes, que Lizano no haya contado con un programa de televisión o de radio en el que embutir la poesía en los sentimientos y mentes populares. Burda injusticia, pero por lo escrito arriba, lógica, natural, inevitable.

Como me agrada lo que escribí en la Enciclopedia Histórica del Anarquismo Español transcribo casi literalmente: Poeta de tres cuerpos con una obra centrada métricamente en dos centenares de sonetos (con reiteración formidables) y una extensa producción versolibrista de calidad frecuentemente muy elevada en la que es posible sentir a Lucrecio, León Felipe, Cernuda, Aleixandre, Neruda y otros muchos poetas (en ocasiones con un deje irónico), con ecos explícitos de Cervantes e implícitos de Quevedo, con un léxico inhabitual y una temática en la que se conjugan la soledad, la solidaridad, la ausencia, la esencia del ser y de la muerte, el existencialismo, referencias continuas a sí mismo (con frecuencia símbolo de la sociedad), la rebeldía, la indagación de lo poético y del poeta.

Ya cuajada su obra poética, Lizano ha querido teorizar sobre su poesía y exponer su interpretación anarquista de la misma, y hasta elaborar una teoría del anarquismo. Lizano ultima su ruta de la plata. Lizano nos ha referido más de una vez su trayectoria ideológica: arrancando de la religión heredada, transita por el existencialismo ambiental, se topa con el materialismo humanista marxista y desemboca en el individualismo libertario solidario como fin de su proceso vital. Su anarquismo no es de juventud, sino de madurez. Llega a él tras haber deambulado por predios muy variados. No es tampoco un anarquismo de obrero hambriento, de joven destructor sin causa. Ni siquiera de secta, partido o sindicato. Ni siquiera de intelectual. Un anarquismo peculiar. Si, por ejemplo, Barret escribía que anarquista es aquel que cree que se puede vivir sin el principio de autoridad, Lizano nos habla de un anarquismo de iguales y solidarios en el que los conceptos de dominados y dominadores no existan. Lizano no rechaza una cualidad, afirma dos: Libertad y Solidaridad. Un anarquismo de presencia, no de ausencia.

Con el transcurso de los años su concepto del anarquismo se ha ido depurando. Hace no  mucho tiempo nos hablaba de “misticismo libertario”, entendido como el tránsito  del mundo real político al mundo real poético. Nos decía que ese mundo real poético era la Anarquía. El Estado aspiraba a lo político y a lo unitario, la Anarquía a lo poético y diverso, de donde la incesante lucha entre ambos. Heracliteano combate. Debería desarrollarlo el anarquismo en un doble espacio: el externo (ir venciendo el mundo real político) y el interno (ir desarrollando nuestra mente, nuestra consciencia, nuestra identidad).

Más recientemente se olvida de la expresión “misticismo libertario” y emplea la de “humanismo libertario”. Aquí olvidar vale por acertar, entre otras razones por lo que significa de ruptura total con los resabios de las viejas herencias. El triunfo anarquista supondría alcanzar lo que Lizano llama «compañeros socialmente y únicos individualmente», el advenimiento del humanismo libertario. No sé si Lizano convendrá conmigo, pero ese humanismo de nuevo cuño hace compatibles a Stirner y Ktropotkin, síntesis difícil, problemática y hasta ahora no bien formulada ni emsamblada.

Su teórica la ha expuesto principalmente en Cartas al poder literario. En 1981 Lizano escribe su primera carta abierta, en mayo del 2002 la undécima. Siguieron otras, matizando o depurando lo ya expuesto. En estas cartas nos topamos con un Lizano polivalente. El Lizano, dolido, justamente, por su marginación. Protestas contra su marginación literaria y contra una cultura que reverencia al Poder, que es Poder y que consecuentemente no es cultura. Su entrada con pico y pala en el mundo libertario y su defensa de un “anarquismo cándido”, otra forja expresiva afortunada. Apunta en 1983 “Se vive un submundo cultural en todos los ámbitos, un afán pragmático y racionalista se impone como siempre al sentido creativo y libertario común” ¿es casual que las firme como Colectivo Lizano?

Otro hallazgo (al que también siento enlazado a lo romántico): esa contraposición entre el Mundo Real Político y el Mundo Real Poético. No es nuevo oponer realidad política a realidad social, ni enfrentar poesía y realidad a secas, pero sí la delicadeza con que Lizano engarza ambos conceptos. Asombra no poco por lo elegantemente matizado. La undécima carta, mayo del 2002, centrada en el Mundo Real Político, subraya que sus cartas no sólo son una protesta de su marginación sino también de los males que acarrea que la cultura esté en manos del Poder. Lizano es la mano que echa un pulso al puño del poder para arrebatarle su rebenque. El Lizano, censor agudo de la dictadura impuesta por unos críticos vendidos al poder que, sin embargo, alardean de independencia y objetividad (léase la crítica canalla salida en El País, un periódico que se fabrica un inexistente “anarquismo blanco”, al ocuparse de anarquistas cuyos descendientes genéticos pastan hoy en terrenos más templados, colindantes con los intereses de ese medio de comunicación, terrenos más baldíos y deshonestos que los de sus predecesores).

En 1991 habla por vez primera de sus “lecturas poéticas”. Hay que haber asistido a una de ellas para comprender. Nunca había escuchado recitar de ese modo. No es el rapsoda de toda la vida, ni la tediosa lectura de un Alberti, es la poesía en marcha, la épica de verdad, el auditorio estupefacto, el auditorio culto y el de pocas lecturas y nula oreja. Escuchado, sorprende que Lizano no sea tremendamente popular, firmante de contratos millonarios en televisión, porque es un comunicador de primerísima línea con una voz cálida y poderosísima. Por aquí debería quejarse a ese mundo del espectáculo, del negocio de las letras. El Lizano que inicia su teorización del anarquismo, no ya poético, sino sociológico, vital. El Lizano que a veces huele a muerte, a fin de trayecto.

Estas cartas son a primera lectura como unos medievales denuestos del agua y del vino, la amarga protesta de quien se cree autor de un corpus poético relevante que sin embargo duerme acunado por el olvido. De esa desazón derivan afirmaciones y comentarios desperdigados por las Cartas que no me parecen lo mejor ni lo esencial de las mismas. En realidad qué más da si una concreta editorial no cuenta con Lizano, o si tal crítico no se digna comentar en su columna crítica la poesía lizaniana, o si otro ironiza sobre la vanidad de nuestro poeta, o si un periódico por medio de una desconocida polilla lo carcome sin piedad, o si un filósofo se mostró superficial en su valoración. Escopeteos de las guerrillas literarias y reyertas críticas, más referidas al personaje que a la obra poética.

Lizano se siente marginado. En su primera carta (“Desde mi cautiverio y desde mi libertad, junio de 1981”) intenta exponer algunas condiciones objetivas que explicarían su abandono: ni se identificaba con el régimen político de Franco ni con la poesía social de sus contrarios, no ha asumido las tesis burguesas que imperan en la poesía, no se ha molestado en cuidar la propia imagen (“el hombre es el nombre y, en cambio, para mí, el hombre es la obra”). Se queja, ¿goza con su marginación?. Retumba el odi et amo de Catulo.

Qué mas da compañero Lizano si una u otra máquina del negocio editorial cuentan o no contigo. Si te hacen caso, te habrás metido en ese engranaje, te sacarán en televisión, ordenarán a sus críticos que te loen como si de una lavadora se tratara, te harán decir lo que nunca dirías. ¿Serás más? Con todo, comprendo tu malestar porque deriva de una sentencia dictada por jueces bellacos.

 Me gustan los arranques de furia de las Cartas, su contenido malestar. Me gusta lo que tienen de fuerza vital, de mantener férreamente su posiciones ante los poderes literarios (porque hay más de uno). Pero las ideas que expone y las soluciones que plantea son bocetos, esbozos, no obra acabada.

Pero con la queja como urdimbre hay más: retazos de su vida, trayectoria de su poesía, presupuestos estéticos, políticos e ideológicos que fluyen entreveradamente.

Por ejemplo. En las primeras cartas (quizás he leído o intuido mal) he olido la muerte. Lizano parece decirnos esta es mi obra, no hay más, juzgarla pronto porque yo ya estoy como el alcalaíno con el pie en el estribo. Parece estar agobiado por el paso del tiempo, parece sentir la muerte cercana y le duele constatar que su obra no está adecuadamente editada. Este sentido mortuorio desaparece en cartas posteriores, pero de vez en cuando resurge el dolor: ya tengo sesenta años y sigo siendo un desconocido, escribe en 1991.

La constatación de que durante el franquismo existió una doble dictadura en las artes: la franquista y la comunista (el repetido realismo social de tan magrísimos frutos). Y hay que clamar con Lizano contra esa doble dictadura, hay que reconocer que tiene toda la razón del mundo y hay que sospechar que esa doble denuncia puede estar en los entresijos del olvido de la obra lizaniana. Se rebela contra el poder literario, contra la literatura dirigida por unos y por otros, contra la liturgia de los conciliábulos deshonestos. Además, y esto duele, intuye que están asomando nuevos corifeos del poder.

Para mí la obra concluyente teórica son sus cinco páginas de abril de 2010 “¡Hola, compañeros!” que, creo, no casualmente, ya no tipifica como “carta al poder literario”. El lenguaje sigue siendo poético, pero los arranques de furia, el malestar contenido ceden ante el optimismo cósmico. Guillén y Kropotkin lo animan. Se olvida de los críticos, de las menundencias cotidianas, de los sinsabores. Ya han dejado de importarle los turbios poderes literarios. No en balde leemos “Mi patria es el mundo, mi familia la humanidad” fue la primera frase libertaria que me iluminó, que me abrió horizontes, que hizo posible que comenzara a ver lo humano desde nuestro denominador común”. Y hay que decir que Lizano extrae muchísimo jugo de esa frase, la frase que más enamora –y mejor define- a quienes por mucho que se enfríe el sol y templen los hielos, por mucho que corneen las cavernas localistas, siguen considerándose anarquistas.

Tanto su aventura poética (Lizania) como el pensamiento que nace de ella (el comunismo poético) resultan novedosos. Lo político adquiere categoría de humanismo y el comunismo poético implica una superación de lo que tiene el comunismo libertario de comunismo político, porque tanto el comunismo político como el religioso han demostrado que no pueden cambiar la estructura dominantes-dominados. El comunismo poético en cambio supone el intento de superar esa antinomia para alcanzar la plena evolución de nuestra especie, salir del mundo real salvaje para encaminarse al mundo real poético, hacia la acracia, coordinando en la estructura asamblearia lo natural, lo social y lo individual, superando el racionalismo y el irracionalismo.

A algunos les puede resultar duro que el anarquismo, como alternativa política, sea equiparado a otras tendencias ideológicas y por tanto que tampoco él sea camino adecuado para cambiar la estructura social, que tampoco el anarquismo (en la práctica por ejemplo de la guerra española) garantice el fin de las diferencias esenciales entre las personas. Intuyo, sin embargo, que lo que Lizano nos propone es que subrayemos la importancia de la vida interior, que sin un cambio interior, de cambio ético, de mutación de principios y comportamientos cotidianos, no es posible un cambio exterior. Que la posible revolución resultante de la desaparición de los actuales dominadores, no implica el fin de la explotación. No basta que cambien las circunstancias, no es suficiente con que el medio social sea modificado, no basta con que los actuales dominadores sean derrotados, no basta con una subversión de los principios socioeconómicos. Necesitamos una subversión de principios éticos.

Con todo considero que sí es para Lizano, el anarquismo la alternativa política, o para ser más precisos, sí es la alternativa. Sucede, más bien, que esa alternativa política se ha interpretado básicamente como anarcosindicalismo, se ha sindicalizado en exceso, se ha obrerizado en demasía. Se ha producido una exaltación, mitificación del obrero, del trabajador enfrentado al Capital y al Estado y de este modo se ha malinterpretado, trivializado, banalizado la esencia del anarquismo. Para el anarquismo el obrero debe desaparecer. El triunfo del obrero implica su desaparición como tal. Porque obrero no significa trabajador, sino trabajador en precario, sin puesto de trabajo garantizado. Por eso me gusta tanto la expresión lizaniana “compañeros socialmente”, con lo que de compartir el pan collleva y arrastra.

La acracia de comienzos del ya viejo siglo XX sin negar la importancia del naciente sindicalismo (entonces visto “como sociedades de resistencia) lo sentía insuficiente y multiplicó los Ateneos de Divulgación Social, los Centros de Estudios Sociales, Los Centros Instructivos Obreros, los Centros de Cultura Racional, que celebraban infinidad de lo que llamaban Veladas Sociológicas y Veladas Libertarias, actos multifacéticos: conferencias, recitados de poesías, coros musicales, representación de obras teatrales, controversias, con presencia de hombres, mujeres y niños. Así se creó una cultura sociológica, un amor por el conocimiento, hoy perdidos. Aquellos semianalfabetos desarrollaron un sentido de la solidaridad, una pasión por la sabiduría, un sentimiento de dignidad, hoy extraviados. Veían que el obrero necesitaba trabajo, pero también cultura, asueto, diversión. No eran sólo miembros del sindicato, no eran sólo asalariados. La extrema focalización en lo sindical, empobreció el significado profundo del anarquismo. Lizano arregla el desaguisado. Lizano des-politiza y des-sindicaliza el anarquismo. Le abre nuevos caminos y al mismo tiempo lo devuelve a sus orígenes.

 Su comunismo poético, su humanismo libertario implica también la conciencia de que además de la vida exterior tenemos la interior. La fusión de lo contemplativo y lo libertario es Lizania, o sea, vernos todos compañeros, lo que sólo es posible sabiéndonos todos únicos en nuestro pensar y sentir. Ni dominados ni dominadores, ni amos ni esclavos. Todos solidarios.

Se declara comunista. Término ambiguo sobre el que me voy a permitir una digresión ahora que nos arrasan con la memoria histórica. El franquismo con su famosa ley de represión de “la masonería y el comunismo” falsificó la realidad. Los comunistas de partido salieron beneficiados, propagandísticamente hablando, con la fraseología franquista. La decadencia anarquista ha ayudado lo suyo a que la falsificación de la realidad se convirtiera en tópico, falso tópico. Jesús Vicente Aguirre, en su libro sobre la represión en La Rioja constata, rara avis, la confusión, y discierne claramente: del millar de asesinados en La Rioja identificados ideológicamente, 400 (cuatrocientos) formaban en la CNT y 28 (veintiocho) en el PCE. Un tercio de los asesinados eran comunistas, sí, pero “comunistas libertarios”, no parientes de Stalin, no lectores del Manifiesto comunista, sino del folleto de Isaac Puente y de Solidaridad Obrera.

Para evitar nuevo saqueo, para impedir que a Lizano también non lo roben, me permito completar su declaración. Comunista, sí, pero Comunista libertario.

En eso estamos, Jesús.

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