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Polémica

La privatización de la Naturaleza. Cerco a la vida

La privatización de la Naturaleza. Cerco a la vida

Colectivo ETCÉTERA

El proceso totalitario de la expansión capitalista, que lo convierte todo en mercancía, ha llegado, en su actual etapa de globalización, hasta el mismo corazón de la vida, por medio de las técnicas de modificación y manipulación genética, de los registros de las patentes de semillas y de cualquier otra sustancia o componente de la naturaleza de la que formamos parte. Esto sólo puede conducir o bien al total sometimiento de nuestra vida al poder de los estados y de las grandes corporaciones privadas, o bien a la extinción de la propia vida. Únicamente, rebelándonos, luchando a partir de nuestra libertad y autonomía, podremos conseguir detener la actual locura capitalista.

En el último número de la revista Etcétera (nº 38) hablamos y escribimos del expolio y destrucción de la Naturaleza por la Técnica, sobre el cerco a la vida que lleva a cabo el sistema capitalista que como fuerza totalitaria pretende abarcarlo todo, convirtiendo cualquier cosa en mercancía y en propiedad privada, y que busca y ofrece una cultura dominada por dos agentes disciplinarios: la economía de mercado y el aparato estatal burocrático; dictaminando que fuera de ellos se halle sólo la nada o lo que no debe existir y debe ser combatido. Esta sociedad cercada, universo total de mercancías, ha logrado que los seres humanos nos volvamos cada vez más extraños los unos para los otros y que sea el mercado la principal fuente de comunicación social.

A través de la Técnica se ejerce un control sobre amplias áreas de la vida. Esta forma de dominación particular sobre la Naturaleza llega al extremo de suplantarla, su poder de transformación se eleva por encima de ella como un nuevo dios que recrea el universo viviente.

La separación de la Naturaleza discurre paralela a la separación —jerarquización— entre los hombres, de la misma manera que la dominación de la Naturaleza corre pareja a la dominación de la mayoría de los seres humanos por algunos hombres. Horkheimer lo señaló acertadamente: «La historia de los esfuerzos del hombre por someter a la Naturaleza es también la historia del sometimiento del hombre por el hombre».

En el siglo XIX y principios del XX el colonialismo de los estados europeos, apoyándose en la guerra y la muerte, sirvió a los capitalistas para llenar más su bolsa (acumular) y acrecentar su poder sobre la mayor parte del mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial, ni los gobiernos surgidos de los conflictos de independencia colonial, ni los estados creados e impuestos durante dicho proceso cuestionaron ni el modelo social ni el tipo de economía a establecer, sino que, al hilo de los sórdidos intereses que se tejían en torno a la «guerra fría», sólo prestaron atención a la gratificación o «mordida» que podían obtener.

Unos aceptaron las órdenes y créditos del FMI y del BM, burocracias adelantadas de los estados del «mercado libre», y otros las aceptaron de los burócratas del capitalismo de estado soviético; pero en ambos casos la mayor parte del dinero terminó en los bolsillos de burócratas y jerarcas locales, que como agradecimiento entregaron sus países a las grandes empresas multinacionales que iban a continuar el expolio empezado bajo el colonialismo. Las corporaciones mineras, petroleras, químicas, constructoras, turísticas, alimentarias, agrícolas, etc., han tenido a su disposición tierras y vidas, y a cambio han llevado a su paso la muerte, la guerra, el hambre y pestes varias (sida, por ejemplo). Un estado basado en el terror y la guerra ha cercado a los países de Asia, a toda África, América, a los países surgidos de la extinta URSS y al centro de Europa. Y sus secuelas, gracias a la excusa del terrorismo por ellos inducido mediante cualquiera de sus múltiples servicios secretos,[i] se han acrecentado en EE UU y en la Europa comunitaria, su objetivo es, sin duda, cercar el mundo entero.

El cerco a la vida por parte del actual sistema de civilización capitalista está llegando a unos límites que ponen en cuestión su propia pervivencia, hallándonos hoy confrontados con la pregunta, no de cómo viviremos sino de si viviremos. El proceso de mundialización del capital que lo convierte todo en mercancía ha llegado hasta la vida misma a través de la agroindustria, la industria química y nuclear, las técnicas de la modificación genética, etc. El desarrollo técnico que conocemos, enraizado en el actual sistema capitalista, transforma todas las ramas de la vida: la comunicación, la salud, la alimentación... y modifica todo el medio que la circunda: el clima, el aire, el agua, en un proceso de apropiación, rentabilización y devastación (polución química, radioactividad, deforestación, desertización...), llevando la vida a los límites de su extinción.

A la Naturaleza la sabemos más sometida, más explotada, las diversas especies que en ella vivimos y las diversas maneras de reproducirnos, han sido atacadas y alteradas. Todos los seres vivos que poblamos el planeta pasamos a ser contemplados como objetos útiles para este gran experimento capitalista[ii] que se propone conseguir, con la máxima rapidez, la transformación de todo organismo vivo y no tener que confiar en el «lento» proceso evolutivo de la Naturaleza. Este deseado cambio no evolutivo, basado en la biotecnología y la manipulación genética, es lo que nos lleva a que desde las semillas y las plantas, hasta los animales y los protozoos, estén siendo «diseñados» y patentados.

Como indicó Ivan Illich: «El cercamiento y el sometimiento del mundo está tanto en el interés de los profesionales y burócratas del estado como en el interés de los capitalistas». La vida humana está siendo cada vez más cercada y el individuo mismo, cada vez más en peligro y peligroso, esta más atomizado en esta masificada y gregaria sociedad. Ahora se ha puesto más en evidencia, cuando además de cercar la vida también se la registra en la Oficina de Patentes con el fin de obtener grandes beneficios de estas vidas patentadas.

La vida patentada

Hace apenas 50 años, millones de campesinos dispersos por todo el planeta controlaban sus propias reservas de semillas y las intercambiaban con sus vecinos. Actualmente, debido a una estrategia puesta en marcha por grandes empresas multinacionales, con ayuda de las burocracias estatales y económicas, para hacerse con el poder y el control de las semillas, la mayor parte de estas reservas semilleras han sido manipuladas, hibridizadas, convirtiéndolas en «semillas muertas» que al ser patentadas han pasado a ser propiedad de una decena de esas multinacionales que no sólo controlan el mercado de semillas, sino la comercialización del producto (grano), así como la venta de pesticidas, abonos químicos y demás insumos necesarios para la agroindustria. Los agricultores que aún se mantienen en sus tierras, pues una gran parte de éstas han sido adquiridas por empresas agrícolas ligadas a las grandes transnacionales, se ven cada vez más obligados a producir determinados productos y según los métodos de un tipo de agricultura y ganadería industrial totalmente dependiente de los intereses de esas grandes empresas.

El poder y el dominio de los grandes capitales transnacionales han propiciado la formación de una gran industria, al unirse en grandes corporaciones ramas de la producción antes separadas. Las empresas productoras de fármacos, de química, agrotóxicos, de alimentación, del comercio de semillas y granos, genéticas (biotecnología), etc., se han fusionado formando enormes conglomerados: Du Pont con Agribiotech y Don Chemical; Monsanto compró Cargill, Pharmacia, Upjohn, esto en EE UU. La suiza Novartis se hizo con Ciba Geigy, Sandoz y Sygenta. La francesa Aventis se apoderó de Rhone-Paulenc y Hoechst. A éstas hay que añadir el grupo francés Limagrain; el británico Astra Zeneca y las alemanas Bayer y Basf. Tan sólo Cargill, el gigante del grano ahora en poder de Monsanto controla el 60% del comercio mundial de cereales y sus transacciones igualaron el Producto Nacional Bruto de un estado como Pakistán.

Existe una verdadera maraña de organizaciones con siglas de nombres rimbombantes, nacidas por motivos contrarios a los que anuncian y llenas de altivos y agresivos ejecutivos que elaboran al mismo tiempo que ocultan sus propósitos: Club de Roma, G-8, OMS, FMI, BM y su Instituto de desarrollo económico, la OMC o el actual GATT (Acuerdo General de Aranceles y Comercio). Es ahí donde se desarrollan las estrategias de penetración de las grandes corporaciones, donde se compran o hunden estados, donde se aprueban y ejecutan los programas de ajuste estructural o programas de liberalización del comercio.

Los estados hegemónicos (llamados del Norte), EE UU, Canadá, la UEÖ, practican la política agrícola del dumping, subvencionando a la agroindustria en sus propios países para poder mantener artificialmente bajos los precios agrícolas internacionales, hundiendo la competencia de los países agrícolas más pobres y poder así importar los productos sobrantes a bajo precio. Mientras, a través del FMI, del BM y de la OMC presionan a los estados de los países dependientes para que eliminen ayudas y subsidios a sus agricultores y para que éstos planten sólo determinados productos (monocultivos). De esta manera, los excedentes que quedan sin vender han de ser exportados y comprados por las multinacionales a precios muy reducidos. Es así como la «globalización» está causando grandes daños en el llamado «Tercer Mundo», volviendo más pobres a los pobres, para enriquecer más a los más ricos.

En los años 1960 y 1970, la técnica de la propaganda repetía machaconamente que la (primera) «revolución verde» iba a terminar definitivamente con el hambre en el mundo mediante la introducción masiva de la química, las «semillas muertas» en la agricultura y la conversión de ésta y la ganadería en un tipo de producción industrializada. Actualmente, comprobamos que la mitad de los habitantes del planeta viven en la escasez (alimentaria) y que la situación alimentaria mundial nunca había sido tan precaria. El hambre se ha supeditado a la extracción del valor de cambio y a la obtención por parte de estas gigantescas corporaciones del máximo beneficio posible, tratando de ocultar su desmesurada avaricia tras una campaña de propaganda neomaltusiana que nos «informa» del exceso de población y de la escasez de alimentos, cuando se sabe que la producción agrícola mundial ha aumentado un 95% en los últimos 30 años y que se produce el doble de las necesidades alimentarias de la humanidad, o que se tiran toneladas de productos en buen estado al mar para provocar su carestía y el aumento de su precio.

Sin embargo, la falaz desaparición del hambre sigue siendo el objeto preferido de la propaganda y la apología del desarrollo sin límites de las fuerzas productivas agroindustriales, pretendiendo ocultar la voracidad ilimitada del sistema técnico capitalista. Ahora de nuevo nos «informan» que la «segunda revolución verde» se va a ocupar de este problema, pero para ello se les ha de permitir adueñarse, controlar y explotar la vida a través de la técnica de la ingeniería genética aplicada a la Naturaleza (patentes de la vida) y a través de la técnica de la economía política aplicada a los humanos vía FMI, BM, OMC, etc.

Se ha de contemplar desde esta perspectiva el creciente interés, por parte de los estados más poderosos y de las grandes corporaciones, de patentar el acervo génico del planeta. Para ello se ha impuesto el Acuerdo de Protección de la Propiedad Intelectual relacionado con el Comercio (conocido como Acuerdo TRIPS). Este acuerdo fue moldeado y redactado por un llamado Comité de la Propiedad Intelectual del que formaban parte representantes de las grandes compañías como Monsanto, Du-Pont, Merck, Pfizer, etc., y se presentó en la ronda Uruguay del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). El robo patentado de plantas medicinales, semillas, animales, insectos o árboles usados por los pueblos del mundo durante siglos es tan palpable como evidente: se patentan las semillas de arroz, el frijol, el maíz, la soja y otros cereales, pero también el tejo, la quinoa, la ayahuasca, la sangre de drago, o el cordón umbilical de los recién nacidos, o los venenos y salivas de reptiles, etc. Interesa saber, como ejemplo, que el Laboratorio Nacional de Almacenamiento de semillas de EE UU, en Fort Collins (Colorado) contiene más de 400.000 semillas de todo el mundo.

Se están almacenando enormes cantidades de datos genéticos de cualquier organismo vivo en los llamados Bancos de Datos Genéticos, propiedad de unos pocos estados y unas pocas empresas, con los que esperan obtener grandes beneficios y mucho más poder en este siglo biotecnológico. El Proyecto Genoma Humano, financiado con dinero público para pasar una vez conseguido en poder de empresas privadas, ha permitido obtener el mapa genético de los seres humanos (al que por cierto, los «científicos» cada vez encuentran más similitudes con el mapa genético de la mosca del vinagre).

Mientras, el ADN Recombinante que permite la posibilidad de aislar para después combinar fragmentos de material genético de organismos no emparentados para crear un nuevo organismo, se ha convertido en la herramienta más eficaz para la transgénesis o algenia que se espera sea la «ciencia» que permita cambiar la esencia de las cosas, la creación de seres vivos en el laboratorio mediante la combinación de genes de especies diferentes. Esto ha permitido crear plantas luminosas, insertando genes de las luciérnagas a plantas de tabaco y maíz; o insertar genes de pollo en patatas; o que Monsanto patentase una planta de mostaza que produce plástico; o la creación de un animal cruce de cabra y oveja; o del ratón del super-sida; o el pollo que fabrican para la Macdonalds engendro sin plumas, sin huesos, etc.

La confluencia de diversos factores en las posibilidades de la manipulación genética, en los avances de la biotecnología, junto a las decisiones burocráticas de las patentes sobre la vida, y la mundialización del comercio y los negocios que permiten una industria mundial de las ciencias de la vida, además del uso de herramientas como los ordenadores y las técnicas infomacionales y de propaganda, permite que se de otra vuelta de tuerca a la cultura de la dominación y de la sumisión.

Nuevamente aparecen ideólogos que reclaman la puesta en marcha de una política de la eugenesia —como la que practicaron los nazis, y no sólo ellos, también en EE UU se reclamaba la eugenesia e incluso uno de sus presidentes T. Roosevelt hizo pública apología de ella—, sus voceros proclaman a gritos un futuro en el que habrá dos clases claramente diferenciadas: los «muy ricos genéticamente» —un 10% de la población mundial, que tendrán el poder— y los naturales a los que tocará «obedecer sin rechistar». Otros técnicos biólogos más pragmáticos hablan de seres con «buenos genes» y otros con «malos genes» y es evidente que tratan de fabricar un ser repleto de «buenos genes»: sumiso, trabajador, disciplinado.

El asalto a la razón ha proseguido hasta llegar a la vida misma. Vida y razón son despreciadas cuando ya no sirven a sus amos. Al capital sólo le importa su propia vida: su desarrollo, la acumulación; nuestra vida sólo le interesa como fuerza de trabajo y como capacidad de consumo, es decir, su posible transformación en dinero. A eso quiere reducirnos.

El mundo, una fábrica, un campo de concentración bajo la amenaza del terror y la guerra; la sociedad, una máquina disciplinada; este es el «mundo feliz» que intentan diseñar. Y, sin embargo, ¿podrá la vida desbordar tal encauzamiento? La rebeldía, el ejercicio de la propia libertad y autonomía, se hace presente en muchos rincones de la Tierra. Muchos son aún los actos de resistencia que se realizan en este mundo que pretende ser cercado. Van desde la quema de parcelas de OMGs, hasta acciones de los campesinos en Brasil, Filipinas, la India o Tailandia. O las huelgas generales de la población en Bolivia, en este mismo país, en Cochabamba, la lucha victoriosa contra la privatización del agua por una multinacional. Las luchas de los conocidos como pueblos indígenas, los mayas en Guatemala y México, los quechuas, o los mapuches de Chile contra los planes explotadores de Endesa y de Repsol, las luchas en Nigeria contra las petroleras Shell y Total, etc.

Bibliografía

Karl Marx. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador), 1858, Siglo XXI.

John Zerzan. Futuro primitivo, Etcétera, 2001.

David Watson. La Megamáquina, Alikornio, 2002.

Ken Knaab. Misère du primitivisme. Bureau of public secrets. www.bopsecrets.org

Jacques Cauvin. Naissance des divinités. Naissance de l’agrriculture, CNRS, París.

Marshall D. Sahlins. La edad de piedra, edad de la abundancia, Siglo XXI.

Jacques Ellul. La edad de la técnica, Límites-Octaedro, 2003.

Bernad Charbonneau. Le systeme et le caos, Económica, 2000.

Lewis Mumford. El mito de la máquina, Emecé, 1965. Con-otros, 2003.

Günther Anders. L’obossolescence de l’home, Enciclopedie de nuissances.

M. Horkheimer y T.W. Adorno. Dialéctica de la ilustración, Trotta, 2003.

David F. Noble. Una visión diferente del progreso, Alikornio, 2000.

Joel Kovel, John Clark. Nature, Sociétés Humaines. Langages, Atelier de creation libertaire, 1999.

T.C. McLuhan. Tocar la tierra, Límites-Octaedro, 2002.

 

Publicado en Polémica, n.º 83



[i] Es público que Al Queda, al que se le responsabiliza de los atentados en Nueva York y sus jefes fueron entrenados y armados por la CIA cuando la guerra de Afganistán contra la antigua URSS y financiados por Arabia Saudita, cuyo estado es el máximo aliado de EE UU en la zona; asimismo, los talibanes fueron financiados y armados por el estado de Pakistán, también firme aliado estadounidense. A nivel más local, los explosivos y detonadores utilizados en los atentados contra los trenes de Atocha fueron fabricados por una empresa de explosivos del estado español, cuya producción y distribución de una mercancía tan peligrosa, dicen ellos mismos, está altamente controlada por la guardia civil; pero, además, el principal acusado de vender los explosivos a los terroristas es un confidente de la policía.

[ii] Como escribió Günter Anders en su libro La obsolescencia del hombre, actualmente «el laboratorio tiene la misma extensión que el globo».

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