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Polémica

Dossier "¿Qué fue de la CNT?"

La reconstrucción de la CNT

La reconstrucción de la CNT

Entrevista a Luis EDO MARTÍN

En 2006, con motivo del treinta aniversario de la reconstrucción de la CNT, publicamos un dossier titulado "¿Qué fue de la CNT?" en el que procuramos hacer balance de los aciertos y errores cometidos en esas tres décadas y analizar las causas de los resultados finales.

Cuéntanos a grandes rasgos cómo fue el proceso que desembocó en la reconstrucción de la CNT.

El proceso de reconstrucción de la CNT a finales de 1975 y primeros meses de 1976 viene siendo analizado desde diversos puntos de partida. En algunos casos buscando argumentos que justifiquen las lamentables situaciones vividas por la Organización en los años sucesivos y que desembocaron en la escisión tras el V Congreso. Ha faltado, creo, un estudio en profundidad que sitúe esa reconstrucción en el más amplio proceso que vivió todo el Movimiento Libertario Español (MLE) en su conjunto, desde antes de finalizar la guerra y en los años posteriores hasta finales de la dictadura franquista

Es decir, creo que pasado el tiempo, se tiene la tentación de hacer proyecciones «ideales» de cómo se tendrían que haber hecho las cosas sin tener en cuenta la realidad, tanto interna como externa, sobre la que tuvimos que plantearnos esa reconstrucción.

Las enormes dificultades de la clandestinidad, junto con la brutal represión sufrida por el régimen fascista y los enfrentamientos internos, más los errores estratégicos cometidos, hicieron que en los inicios de 1976 ninguna de las organizaciones libertarias, que habían dado contenido al MLE tuviera una presencia operativa suficiente en la lucha social de aquellos años. Esa situación hizo que sobre el proceso de reconstrucción de la CNT, recayera aquel vacío formado por la discontinuidad y el corte generacional que produjeron los 40 años de dictadura, más la confusión ideológica, propia de aquellas circunstancias.

Los núcleos de militancia que aún seguían la lucha estaban desunidos, relacionados a través de varios Comités, cada uno con la pretensión de tener la autenticidad confederal, etc. Este fue uno de los aspectos más difíciles con el que se tuvo que contar y atender.

Así pues, la reconstrucción de la CNT se planteó desde lo que había, desde la realidad que la militancia de aquellos momentos la hacía posible, y con la convicción de que el propio proceso debería contribuir a superar esas divisiones internas y a integrar a las nuevas generaciones de trabajadoras y trabajadores, pero también a otros sectores de la sociedad como los estudiantes y otros que desarrollaban su militancia en los barrios, porque no había otras organizaciones libertarias que pudieran dar cauce a esos espacios de lucha ciudadana y todos teníamos la inquietud, y también las prisas, hay que decirlo, de sentirnos unidos en una organización libertaria.

Por lo tanto, se actuó sobre lo que había. y lo que había era, como ya he dicho, algunos Comités representativos de las diversas CNTs, desde los que se relacionaban los grupos de compañeros aún activos, con gran experiencia y valía personal, pero sin la suficiente presencia orgánica y de acción sindical, para que ninguno de esos Comités pudiera alzarse con el riesgo y la responsabilidad de plantear por sí solos la reconstrucción de la CNT. De otra parte estábamos las pequeñas organizaciones, algunas con manifiesta voluntad de pertenencia anarcosindicalista y de trabajo de reconstrucción sindical, como era el caso de la Federación de Grupos de Solidaridad y otras que ya mencionaré, mayoritariamente de gente joven, que se habían ido formando desde mediados de los años sesenta, o antes en algunos casos, y los grupos y grupúsculos de afinidad ideológica con presencia en barrios, Institutos y Universidades.

Atendiendo a todas estas circunstancias y desde la convicción aceptada por todos de que era de primordial importancia conseguir recuperar la unidad de la Confederación, la reconstrucción se planteó invitando a todos los libertarios, en el bien entendido de que de lo que se trataba era de reconstruir la Confederación Nacional del Trabajo.

Tanto es así, que ya en la propia Asamblea Confederal de Cataluña del 29-2-76 se procedió a organizar por sectores de actividad a todos los que así lo manifestaron, aunque también se aceptaron las agrupaciones por barrios para los jóvenes, estudiantes, etc.

Se ha dicho que en esa forma de plantear la reconstrucción, estaba ya el origen de muchos de los problemas posteriores y es posible que así haya sido. No obstante, las circunstancias eran las que eran y si se hubiera procedido a una reconstrucción más marcadamente sindical, se hubiera dejado fuera gran número de compañeras y compañeros jóvenes y no tan jóvenes sin cauces desde los que proyectar su militancia libertaria.

De cualquier forma, hemos de aceptar que la equivocación y el error es un supuesto siempre presente en la acción. Claro que no aceptar esa posibilidad lleva la más de las veces a la inoperancia.

A finales de 1974 y durante todo el 1975 era ya un sentimiento extendido entre todos los grupos libertarios que se tenían que tomar iniciativas de cara a la reconstrucción de la CNT. Se precipitaban los acontecimientos tanto de orden político como sindical. Los planes del PCE en torno a alzarse con el monopolio sindical a través de una Central Única en base a la estructura de la Organización Sindical del régimen, parecían estar en el juego de las componendas políticas del momento.

La convocatoria podía haberse producido desde cualquier núcleo. Por lo que recuerdo, fue en la Federación de Grupos de Solidaridad desde donde partieron las primeras iniciativas tendentes a impulsar el proceso de reconstrucción y al efecto se procedió a tomar contacto con todos los grupos conocidos, tanto de jóvenes como de viejos militantes, a los que se transmitió esa propuesta. El resultado fue la formación de una Comisión Organizadora que se cuidó de los aspectos técnicos de la convocatoria de la Asamblea Con federal de Cataluña para la reconstrucción de la CNT.

Se repartieron 700 invitaciones y asistieron unos 500 compañeros, de los que 393 dejaron constancia de su actividad laboral, sindical o militancial, distribuidos como sigue: Actividades diversas, 82; Artes Gráficas, 14; Banca, 15; Construcción 14; enseñanza, 29; Espectáculos, 12; Metal, 16; Sanidad, 33; Textil, 11; Comarcas-barrios, 83; Grupos libertarios, 33 y estudiantes, 51.

¿Qué grupo o corrientes participaron?

Creo no equivocarme si os digo que participaron todos los núcleos libertarios conocidos en aquellos tiempos. En primer lugar se logró que participaran todas las tendencias en que se había dividido la Confederación, tanto del exterior y de los grupos con ellos relacionados del interior: Secretariado Intercontinental (SI), CNT -AIT; Frente Libertario, etc., como de los sectores jóvenes y los nuevos grupos y organizaciones: Federación de Grupos de Solidaridad, MCL, OLT, GOA, CGA, FSR, además de otros grupos de afinidad procedentes de barrios y la Federación Anarquista de Estudiantes, Rojo y Negro, etc.

La participación se produjo a través de los grupos más o menos cohesionados, por lo que la identificación de las corrientes en aquella situación es más problemática, eso vino después. Si bien, está claro, que en el trabajo que sobre el terreno se venía desarrollando por los distintos grupos y organizaciones, se podría ver que algunos como era el caso de Solidaridad, o los GOA –por poner un ejemplo– se habían dotado de una incipiente organización por sectores de actividad y podían sentir más imperiosa la necesidad de dotarse de una estructura sindical que otros grupos y colectivos para los que su experiencia vital estaba en otros espacios.

¿Qué peso e influencia tuvo el exilio cenetista en ese proceso?

Como ya he dicho la iniciativa de la reconstrucción partió de los grupos y sectores más jóvenes. Desde el acuerdo tomado por las nuevas organizaciones y grupos libertarios en el sentido de impulsar la reconstrucción de la Confederación, se formó un pequeño núcleo y se me encargó la tarea de contactar con todos los grupos y comités conocidos que se reclamaban de la CNT. Esta responsabilidad me llevo a entrevistarme con el Comité del la CNT adscrita o relacionada con SI ubicado en Toulouse. Esa reunión tuvo lugar en Terrassa en la que estuvieron presentes siete u ocho compañeros, entre los que ahora recuerdo a Padilla y Valero. Debo decir que fue una reunión larga y difícil, con muchas dudas, suspicacias y prevenciones, que costó ir superando y que no sé si se hubiera conseguido a no ser por la intervención del compañero Valero, que llegado un momento, después de haber escuchado un buen rato el debate sobre la propuesta que les transmitía y nuestra determinación a tirarla adelante con quién estuviera de acuerdo, tomó la palabra y volcó todo su buen sentido común de militante responsable y honesto, consiguiendo la aprobación de todos. Desde aquel momento tuvimos en Valero una ayuda fundamental. Lástima que muriera poco después. y lo mismo debo decir del compañero Padilla.

La relación con el sector de Frente Libertario se realizó a través del «grupo de los maños» con el que se relacionaban, Salicas, Costa, Casasus, José Cases, Matías González y otros compañeros como Torremocha, que ahora recuerde. Mención aparte merece Félix Carrasquer que por pertenecer a Solidaridad, ya había participado, desde el inicio mismo de la formación de esa Federación, en la orientación de todo su trabajo de difusión ideológica y formación sindical de esos grupos, hacia la reconstrucción de la CNT en el momento oportuno; y todos estábamos percibiendo que ese momento había llegado.

En la reunión que mantuve con este sector pasó algo parecido a la que tuve con los otros compañeros, sólo que en este caso todos los reunidos parecían estar de acuerdo excepto José Cases. Este compañero fue manteniendo objeción tras objeción hasta que aceptó la posición de la mayoría. También he de decir que desde aquel mismo momento en que el grupo tomó el acuerdo de incorporarse al proceso de reconstrucción, fue José Cases uno de los compañeros que con más dedicación y entrega trabajó en la preparación de la Asamblea Confederal de Cataluña y en el período inmediatamente posterior.

Así pues, la influencia del exilio yo la situaría en el período posterior, cuando ya se ve que hay nuevas posibilidades y entra en juego la dinámica de quién controla a quién. Pero esa es otra historia.

¿Qué debates se plantearon en aquellos primeros momentos? ¿Cuáles fueron los puntos de fricción que surgieron?

Después de la Asamblea y la designación del primer Comité de la CNT de Cataluña, el trabajo se centró en la organización de sindicatos y federaciones locales y comarcales.

Los debates que se plantearon en algunos sindicatos estuvieron relacionados con criterios de afiliación, que en algunos casos se llego a condicionarla a una especie de pureza ideológica y de negarles la afiliación a algunos trabajadores que habían mantenido cargo de representación en la CNS –los sindicatos del régimen–, desde los que, en algunos casos, se había entrado en confrontación con otros sectores de oposición y que ahora se volvían a encontrar.

Otro momento de fricción discurrió entorno a un posible acuerdo con UGT para reeditar la Alianza Sindical. Situado en el tiempo en que esta situación se producía, con la amenaza de la Central Única de Trabajadores promovida por el PCE y CCOO, parecía necesario hacer algún movimiento que animara a la UGT a oponerse a ese proyecto. El tema fue ampliamente debatido y no se llegó a una mayoría de apoyo suficiente, por lo que el tema fue soslayándose y los nuevos posicionamientos sindicales dejaron sin sentido esa operación.

También surgieron fricciones y conflictos derivados de la muy escasa formación sindical y casi nulo conocimiento de la organización, del cometido y funcionamiento de sus órganos de coordinación, de cómo debe conjugarse la autonomía básica de cada ente con la lealtad a los acuerdos tomados y la solidaridad y responsabilidad de todos hacia el conjunto de la Confederación, etc. A este respecto, me acuerdo que nada más formarse el primer Comité Regional, a las pocas semanas, se produjo la primera petición de dimisión proveniente de unos grupos de jóvenes compañeros que sin ninguna información previa, habían montado una manifestación en el centro de Barcelona con pancartas y banderas de la CNT que derivó en la consabida ruptura de escaparates y destrozos varios; todo ello sin ni tan siquiera haberse presentado la policía. A la mañana siguiente la prensa se despachó a gusto y puso a la CNT de chupa de domine. Hicimos una consulta rápida entre varios sindicatos y el Comité Regional acuerda sacar un comunicado dejando las cosas en su justo sitio. Pues bien, asumir esa responsabilidad de salir en defensa de la CNT, fue el pretexto para que se pidiera la dimisión del Comité Regional.

¿Cómo fue aquel período de clandestinidad tolerada hasta la legalización definitiva?

El asunto de la legalización planteó en la CNT, como en las demás organizaciones antifranquistas, la disyuntiva de forzar una legalización de hecho o «pasar por ventanilla». ¿Cómo se resolvió en la CNT?

Ese periodo fue apasionante en muchos aspectos. Teníamos una historia de lucha, de honradez y honestidad en la defensa de los intereses y las condiciones de vida de las trabajadoras y trabajadores de este país, pero carecíamos de todo lo demás. No teníamos medios, ni económicos ni de ningún tipo. No teníamos locales. Ni tan siquiera teníamos una máquina de escribir, y en esto la diferencia con otros sindicatos era abismal. También percibíamos que tras las componendas políticas que llevaron a los otros sindicatos con mayor presencia a las posiciones colaboracionistas que han venido manteniendo, el foco de prevención y aislacionismo se iba centrando sobre la CNT. Pero creo que, a pesar de ello, asumimos que esa clandestinidad tolerada no tenía que condicionamos y aunque con alguna precaución, acometidos los trabajos de organización como si con la formación de cada sindicato estuviéramos empujando un poco más los márgenes tolerados, ganando nuevos espacios de libertad, de asentimiento de hecho, que las nuevas situaciones políticas del país iban imponiendo.

El tema de la legalización se planteó más tarde y yo ya no estaba en la Comité Regional de Cataluña, por lo que sólo puedo daros una opinión personal. Creo que la disyuntiva de forzar una legalización de hecho o «pasar por ventanilla» sólo hubiera podido plantearse desde una posición conjunta de todas las centrales sindicales en presencia. En el momento que esa posición de clase, de movimiento obrero, era inviable y todos los demás sindicatos fueron pasando por la ventanilla, creo que a la CNT no le quedaba otra opción que la que tomó, la de pedir su legalización.

¿A qué atribuyes el éxito de la CNT en aquellos momentos y su capacidad de convocatoria después de tantos años de práctica desaparición?

En mi opinión, creo que funcionó una cierta recuperación de la memoria histórica, de la percepción que muchas trabajadoras y trabajadores habían conservado o les habían transmitido sus padres o abuelos, respecto a la CNT. A pesar de toda la propaganda del régimen fascista y de la permanente campaña de acoso y persecución que se habían mantenido durante todo el periodo de la dictadura, la CNT seguía siendo un referente de primera magnitud como sindicato radical y honrado en la defensa de los intereses de la clase trabajadora, no sujeto a las componendas de los partidos políticos y por todo ello autónomo.

Otro aspecto importante que seria injusto olvidar si se trata de explicar la capacidad de convocatoria de la CNT de aquellos primeros momentos, es el arrastre que ejercieron reconocidos militantes con experiencia en las luchas de aquellos años y que optaron por integrase en los sindicatos de la Confederación.

¿Qué errores fundamentales se cometieron a tu juicio en aquellos momentos?

Más que errores puntuales ante talo cual circunstancia, pienso que hubo un error de apreciación sobre el momento histórico que se vivía, sobre la situación general de la clase trabajadora y de la sociedad en general después de haber pasado cerca de cuarenta años de dictadura, sobre las prioridades que dadas esas situaciones era de sentido común que la Organización hubiera seguido. Faltó algún que otro ejercicio de responsabilidad, tanto de los viejos como de algunos nuevos y no tan nuevos militantes con carisma, para hacer frente a ciertos extremismos infantilistas que condicionaban la implantación de los Sindicatos y en algún momento monopolizaban (y no para bien) la imagen pública de la propia CNT. No se hizo todo lo necesario para abrir vías de debate y reflexión orientada a superar aquel estado de polarización sectaria que tanto daño ha venido haciendo a la Confederación. No pudo abrirse paso un elemental sentido estratégico, imprescindible para cualquier movimiento u organización social que se plantee impulsar procesos de transformación social.

En este sentido, quizás cueste creer, que en un periodo en que aparecieron tantos revolucionarios, apenas se aportara nada nuevo, ni en cuanto a teoría política revolucionaria, ni tampoco en el sentido –que tanta falta hacía– de hacer comprensible una idea de proceso hacia la transformación social, en el que el trabajo de base, sindicato de barrio, de movimiento social y ciudadano, de organización, de lucha por la mejora de las condiciones de trabajo, tienen su sitio y su trascendencia. Donde se fragua la rebeldía frente a la dominación, se construye un nosotros incluyente, plural y respetuoso con las distintas visiones en presencia y se organiza la solidaridad con nuestros iguales.

Creo que fue un error soplar a favor del viento y dar alas, en muchos casos interesadamente, a algunas corrientes «anti-organización» y anti-sindicales impregnadas de los discursos que impartían algunos santones del momento. Hubo cierta laxitud al enfrentarse a las prácticas excluyentes que traían algunos conversos. Se utilizó como anatema vergonzante la calificación de reformista por los llamados revolucionarios, aplicándose injustamente a muchos compañeros que fueron condenados al ostracismo y acabaron por abandonar la Organización, etc. etc.

¿Qué consecuencias tuvieron esos errores en el desarrollo posterior de los acontecimientos?

Sin querer eludir la pregunta, pero creo que la respuesta viene dada por la propia situación de la CNT y no sólo de la CNT. Yo diría que las consecuencias están a la vista si contemplamos la situación actual de todo lo que englobaríamos en lo que hemos venido entendiendo como Movimiento Libertario: Nueva escisión de la Confederación en dos organizaciones anarcosindicalistas, CNT y CGT, con una presencia en los centros de trabajo, por desgracia mínimamente testimonial por parte de la CNT y con mayor implantación de la CGT pero que difícilmente consigue el 10% de la representación sindical total, además de la existencia de otros problemas.

Si enfocamos la situación en el campo de las luchas antiglobalización o altermundistas, la de los nuevos movimientos sociales, tenemos la paradoja de que muchas de las ideas que alimentan a estos colectivos tienen una inequívoca raíz libertaria, lo que podría animar a un trabajo coherente y respetuoso con esa realidad, pero no hay ninguna instancia o espacio de confluencia aceptado y consensuado por cuantas organizaciones, colectivos o individuos que nos reclamamos y nos reconocemos como libertarios, desde la que poder comparecer y concurrir con ideas, propuestas y estrategias de transformación social a los nuevos espacios donde se está desarrollando la lucha anticapitalista en estos momentos. Otros, las corrientes autoritarias, reformistas o no, si lo están haciendo.

¿Cómo crees que se hubieran podido evitar?

Con algo más de sentido común, con más respeto hacia todos los compañeros aunque no coincidieran con la opinión «dominante» en cada momento.

Dicho esto, en sentido general creo que la respuesta a esta pregunta está contestada por todo lo que vengo diciendo. Pero sí quisiera añadir, que en mi opinión, se debería haber evitado la escisión. Digo que se debería, no me atrevo a afirmar que se podría haber evitado, dado que ocurrió en un tiempo en el que no participé directamente y quizá no disponga de toda la información. Mi opinión viene determinada por una cuestión de principios.

Me explicaré: Los compañeros mayores con los que tuve el privilegio de formarme, me enseñaron a ver la Confederación como el espacio de convivencia donde cabíamos todos los trabajadores unidos por el mismo hecho de ser explotados, a modo de ir prefigurando el federalismo de la sociedad del apoyo mutuo, libre, justa y solidaria. Indudablemente, como en cualquier organización y colectivo humano, también en CNT se tiene que organizar la convivencia, hay conflictos, afanes de poder, etc., y se tienen que adoptar decisiones y acuerdos, que una veces los compartirás totalmente y otras no, unas veces será mayoritaria tu forma de ver las cosas y otras no, una veces llegarán a los comités de relación y coordinación compañeros con los que te sientas más en sintonía y otras no, pero en cualquier caso será un fracaso colectivo y la negación más absoluta de aquellos principios, pretender dar solución a los problemas por la vía de las escisiones.

¿A qué factores atribuyes la decadencia de la CNT tras la ruptura en 1979?

En primer lugar a la ruptura misma. Con la ruptura se trasladaba un mensaje a las trabajadoras y trabajadores negativo, antidemocrático, de incapaces por no saber solucionar las diferencias aplicando los mecanismos de relación y toma de acuerdos de que tanto alardeamos, democracia directa, federalismo, autonomía de los sindicatos, etc. Fue como dejar al descubierto todas las miserias acumuladas en muchos años...

Por otro lado, no hay que olvidar que la ruptura se produce en unos momentos en los que las trabajadoras y trabajadores estaban tomando sus opciones de afiliación sindical y, como digo, la imagen que se les trasladaba de la CNT no animaba, no la hacía atractiva en absoluto.

También es cierto que hemos pasado unos años de cambios muy profundos en los sistemas productivos, en los procesos de acumulación capitalista, en la globalización de la economía, la liberalización de los movimientos de capitales, el brutal crecimiento de la especulación financiera, nuevas correlaciones de fuerzas a escala mundial, etc., fenómenos a los que no se les puede responder desde la rigidez, que exigen mucha cintura a las organizaciones sindicales, innovaciones en sus formas de lucha, trabazón con nuevos aliados y movimientos sociales para la lucha común y la ayuda mutua contra el poder económico a todos los niveles.

Otro aspecto que se podría analizar es en qué medida la no participación en las elecciones ha retraído la filiación y con ella una menor presencia en los centros de trabajo y en las contiendas sociales. Si ese sentido común del que vengo hablando estuviera más presente en nuestro quehacer, hubiera sido interesante abrir un debate, como el que propusimos desde Debate Libertario, en el que, ateniéndonos a ese respeto mutuo del que tanto alardeamos, propusimos unos encuentros de compañeros tanto de CNT como de CGT, donde se hubiera podido dialogar y analizar las experiencias y efectos -no todos positivos- acarreados por la decisión de participar en las elecciones que tomó la CGT, y la experiencia que ha proporcionado a los compañeros de la CNT su opción de no participar en dicha elecciones. La reunión se hizo y con bastante asistencia, pero en vez de debatir y analizar se aprovechó para insultar y ahí se terminó el debate.

¿Qué queda hoy de aquella CNT?

Si os referís a la CNT de la historia, la que soñamos reconstruir en 1976, no creo que quede mucho, lamentablemente. Queda el nombre, los sellos, los comités ... , y seguro que también quedan compañeros que aún mantendrán la esperanza en que es posible que las cosas cambien, con los que me uno fraternalmente, porque mientras existe ese atisbo de esperanza, siempre será posible que las ideas vuelva

Publicado en Polémica, n.º 90, marzo de 1007

CNT. Ilusión y desencanto en una misma entrega

CNT. Ilusión y desencanto en una misma entrega

Tomás IBÁÑEZ

1. El Yin y el Yan del imaginario colectivo

Si la convulsa trayectoria de la CNT entre los años 1976 y 1979 se hubiese debido simplemente al choque frontal entre posturas divergentes bastaría con relatar el contenido de las discrepancias para dar cuenta de la crisis que acabó destrozándola. Sin embargo, la sospecha de que esa crisis movilizó unos fenómenos simbólicos y afectivos mucho más profundos que los que suscita la simple disparidad de criterios sugiere adoptar una perspectiva menos descriptiva e indagar, quizás, en las complejidades del imaginario social. En efecto, el examen de la ajetreada historia del relanzamiento de la CNT pone de manifiesto la decisiva intervención de dos facetas a la vez complementarias y opuestas del imaginario colectivo.

Por una parte, el potente resurgir de una organización que había estado prácticamente ausente de las luchas obreras durante algo más de dos décadas, muestra que ni el fluir del tiempo ni la meticulosa orquestación del silencio y del olvido consiguen impedir que el imaginario colectivo conserve, intensamente presente, la huella de determinados acontecimientos históricos y sea capaz de espolear el deseo colectivo de reavivar las brasas de la memoria histórica.

Pero, por otra parte, el fulgurante regreso de la CNT a la insignificancia histórica muestra que el imaginario colectivo no solo es capaz de estimular los movimientos populares para que se reapropien su pasado sino que también puede empujar esos movimientos hacia unas trampas mortales confiriendo a la presencia del recuerdo una fuerza destructiva.

Es precisamente la consideración de esta segunda faceta del imaginario la que me hace coincidir con José Martínez cuando en el excelente trabajo que publicó en Cuadernos de Ruedo Ibérico bajo su habitual pseudónimo de Felipe Orero, este afirmaba que todos los gérmenes de la crisis de la CNT ya estaban presentes en la famosa asamblea del 29 de febrero de 1976 en Sant Medir, y que esta crisis empezó en el momento mismo de la reconstrucción.

Fue efectivamente la voluntad de reconstruir la mítica organización que aún resplandecía en el pasado, en lugar de intentar construir algo a partir las propias exigencias del presente la que propició finalmente el fracaso de la CNT. Sin embargo, antes de ahondar en la faceta destructiva del imaginario es preciso detenernos brevemente sobre su otra faceta y recalcar que, paradójicamente, también fue esa misma voluntad de reconstrucción la que permitió cosechar los impresionantes éxitos iniciales.

En efecto, fue la fascinación ejercida por la perspectiva de la reconstrucción de la CNT, y no otra cosa, la que aglutinó voluntades, acalló discrepancias, inyectó entusiasmos, movilizó energías y propició la gran confluencia libertaria de Sant Medir, así como el frenético activismo militantes de los meses siguientes. Por supuesto, resucitar la CNT no era la única opción que se podía contemplar, también se podía tildar de puro anacronismo el afán por reconstruir la CNT, y se podía invitar el movimiento libertario a "olvidarse de la CNT", reagrupándose sobre otras bases. Sin embargo, ninguna otra opción hubiera conseguido un poder de convocatoria tan fuerte ni un efecto aglutinante tan decisivo como aquella que proponía relanzar la CNT.

Así mismo, fue la perspectiva de pertenecer a las filas de la mítica CNT reconstruida, y no otra cosa, la que suscitó buena parte de la importante afiliación que se produjo. Está claro, aquí también, que desde el campo libertario otras propuestas organizativas eran posibles, pero ninguna de ellas hubiese despertado tantas adhesiones ni suscitado una respuesta popular tan amplia. Nutridas, entre otras fuentes, por una red de vinculaciones familiares más o menos directas, las raíces de la CNT en la sociedad española eran demasiado profundas para que esta no volviese a brotar con fuerza en cuanto se presentasen circunstancias favorables. La respuesta popular demostraba que los viejos militantes no andaban del todo desencaminados cuando, haciendo gala de una conmovedora ingenuidad, confiaban ciegamente en que la CNT renacería espontáneamente en el preciso instante en que se derrumbase la dictadura.

Existe un amplio consenso para considerar que el movimiento que se inicio a finales de 1975 en Madrid y a principios de 1976 en Barcelona tuvo éxito precisamente porque pretendía reconstruir la CNT, capitalizando la impresionante carga simbólica de la que gozaban una organización y unas siglas ancladas en lo más hondo del imaginario colectivo. Sin embargo, no existe el mismo consenso para considerar que fue una misma causa la que originó tanto al éxito como el fracaso de la CNT, y que ese fracaso se vincula, el también, con la intensa carga simbólica que anidaba en esa organización y en esas siglas.

Quienes se inclinan por acudir a otras razones para explicar ese fracaso suelen privilegiar la heterogenia procedencia de quienes protagonizaron el relanzamiento de la CNT, así como las divergencias sustantivas entre las opciones programáticas presentes en la organización, y por fin, los problemas creados por el nuevo ordenamiento del marco socio-laboral.

No se trata de negar la importancia de estos aspectos que repasaremos a continuación, pero insistiendo en que fue la propia relevancia histórica y simbólica de la CNT la que les confirió la intensidad de su fuerza destructiva.

2. Confluencia heteróclita y divergencias programáticas

Algunos afirman que ya se podía leer la crónica de la muerte anunciada de la CNT en la variopinta procedencia de los sectores que confluyeron en su reconstrucción. La verdad es que la incipiente CNT presentaba una apariencia de cajón de sastre que presagiaba cualquier cosa menos un futuro sosegado y apacible. Hay estaban desde la vieja militancia cenetista que había optado de manera posibilista por utilizar la CNS, hasta los escasos militantes que mantenían una vinculación con uno u otro de los sectores del exilio, pasando por los núcleos de jóvenes anarquistas, sobre todo estudiantes, que habían crecido al calor de la fuerte revitalización (y de la moderada actualización) del anarquismo impulsada por el "Mayo del 68". También estaban los sectores influenciados por las luchas obreras autónomas y auto gestionadas desarrolladas en la primera mitad de los años setenta (las huelgas de Harry Walker, o de la Térmica del Besos por ejemplo) y por las críticas del "68" al vanguardismo, a las burocracias obreras y al dirigismo. Solo falta añadir los grupos libertarios y autogestionarios de "Solidaridad", o los escasos militantes comunistas libertarios para convencernos de que el coctail era efectivamente de lo más heterogéneo.

Sin embargo, esta heterogeneidad inicial no basta ni de buen trozo para explicar la virulencia de los enfrentamientos en el seno de la CNT, ni la intensidad de las fuerzas centrífugas que amenazaban constantemente con disgregarla. Si bien es cierto que las diferencias de sensibilidades y de experiencias eran importantes también es cierto que existía una amplia sintonía en torno a unas opciones que, se diga lo que se diga, eran globalmente de signo indudablemente libertario. Ese común sustrato libertario anunciaba que la convivencia no tenía porque ser fácil pero que tampoco estaba necesariamente abocada a ser un infierno.

Como es sabido, la heterogeneidad inicial desembocó bastante rápidamente en una bipolarización que cristalizó en la constitución de dos grandes bloques claramente enfrentados. Uno de ellos privilegiaba el contenido anarquista de la CNT considerando que esta debía ser esencialmente un instrumento para reivindicar y promover la ideología y las prácticas anarquistas, mientras que el otro ponía el énfasis sobre la dimensión de emancipación proletaria de la CNT concibiéndola ante todo como un instrumento para desarrollar y radicalizar unas luchas obreras autónomas. Esta claro por lo tanto que estos dos bloques albergaban discrepancias importantes en cuanto a estrategias y a modelos organizativos, pero estas no fueron el motor principal de la crisis.

En efecto, si bien es cierto que los dos bloques se oponían sobre un conjunto de cuestiones también es cierto que presentaban, a su vez, una fuerte heterogeneidad interna, y una composición que no dejaba de ser sorprendente en algunos aspectos. De hecho existían casi tantos puntos de divergencia entre algunos sectores de un mismo bloque como entre estos y los sectores del otro bloque. Por ejemplo, aún formando parte de un mismo bloque la afinidad entre los "faistas" y los anarquistas cercanos a los postulados del "68" era tan inexistente como lo pudiera ser en el seno del bloque más sindicalista la coincidencia entre quienes habían pertenecido a la CNS y quienes procedían de los GOA (Grupos Obreros Autónomos). Por el contrario, los anarquistas post 68 y los antiguos GOA, aliados en un primer momento y adversarios más tarde, podían coincidir perfectamente sobre una serie de tópicos tales como, por ejemplo, el valor de las prácticas asamblearias.

Heterogéneo en su composición cada bloque estaba atravesado además por una tensión entre proclividades renovadoras y tendencias conservadoras que contribuían a tender puentes entre sectores y a desdibujar la claridad de su inserción exclusiva en uno solo de los bloques. Por ejemplo, en el bloque obrerista la firme inclinación por conservar los viejos esquemas de la centralidad de la clase obrera acompañaba en algunos casos la disposición a renovar sin complejos ciertas características de la vieja CNT. Así mismo en el bloque anarquista un sector pretendía conservar en sus más mínimos detalles las características de la CNT del "36" mientras que otro sector se mostraba dispuesto a renovar radicalmente sus estructuras.

También se podrían mencionar otras discrepancias como, por ejemplo, las que retomaban la vieja polémica entre sindicalismo y consejismo acerca del papel que debían tener las asambleas en los lugares de trabajo, o las que contraponían una CNT centrada prominentemente en el mundo del trabajo y por lo tanto esencialmente sindicalista en sus orientaciones y en sus estructuras, frente a una CNT que no contribuyese a fragmentar las luchas sino que fundiese lo sindical, lo político y lo cultural en una misma organización integral y global capaz de afrontar todos los aspectos que presenta la dominación en la vida cotidiana. Todas estas discrepancias eran importantes pero no eran ellas las que se debatían largamente en las asambleas de los sindicatos ni las que encrespaban los ánimos hasta el paroxismo, y no fueron por lo tanto las discrepancias programáticas o teóricas las que propiciaron la fractura irreconciliable entre dos sectores de la militancia cenetista. Sin duda, lo que se pretendía reconstruir estaba tan fuertemente investido por valores míticos que muy pronto las cuestiones se plantearon en términos de fidelidad a esos valores o de traición y usurpación de los mismos, imposibilitando cualquier gestión racional de las discrepancias y creando las condiciones optimas para el estallido final de la organización confederal.

3. El nuevo ordenamiento socio laboral

Los Pactos de la Moncloa firmados en 1977 configuraban un nuevo marco laboral y unas nuevas reglas del juego que ya no tenían nada que ver no digamos con la situación de los años 30, sino tampoco con la de la primera mitad de los años setenta donde la posibilidad de negociaciones directas a nivel de empresa aún dejaba cierto margen para las luchas de base asamblearia y de democracia directa. En efecto, el nuevo ordenamiento laboral y sindical pactado entre todas las fuerzas institucionales de la transición garantizaba que solamente las organizaciones "responsables" pudiesen intervenir en las negociaciones laborales y especialmente en la negociación de los convenios, favoreciendo el desarrollo de un sindicalismo corporativista, de mera afiliación y de simple intermediación.

En ese contexto el dilema para la CNT era claro: rechazar la participación en las nuevas reglas del juego (elecciones sindicales etc.) significaba marginarse del ámbito propiamente laboral y desaparecer en tanto que organización sindical, aceptar esas reglas significaba mantener un espacio sin duda menos radical que el anterior pero que aún podía ser significativo, aunque quedase muy lejos del que ocuparían unas centrales sindicales como CCOO y UGT perfectamente adaptadas a la nueva situación. El futuro demostró que ese fue efectivamente el resultado de cada una de las dos opciones, pero hay que reconocer que se podía dudar entonces (y se puede seguir dudando hoy) sobre cual era a la larga la mejor opción para luchar contra la explotación y la dominación. La decisión no era fácil porque fuese cual fuese la opción elegida los costos eran brutales: ceder todo el terreno laboral a los sindicatos de integración en un caso, y renunciar a la radicalidad de la histórica CNT y de las luchas obreras del tardo franquismo, en el otro caso.

La dificultad creada por el nuevo ordenamiento socio laboral hipotecaba decisivamente el futuro de la CNT, pero el hecho mismo de que la decisión no fuese fácil, y el propio margen de dudas que planeaba sobre la mejor manera de afrontar la situación, situaban la discrepancia como algo que era razonable que existiese más que como motivo de una descalificación fulminante del oponente. Lo que convirtió en un autentico barril de pólvora el dilema planteado por la nueva situación fue el enorme peso simbólico que representaban unas siglas y una historia. Este peso no dejaba ningún resquicio para la duda ni ningún espacio para el debate porque cualquiera de las dos opciones era vista, acertadamente, desde la otra opción como portadora de la "destrucción de la CNT" en tanto que la mítica organización que había sido antaño. En efecto, tanto si se la amputaba de sus radicalidad y de su impronta anarquista como si se la amputaba de su arraigo en las masas trabajadoras la CNT dejaba automáticamente de ser "la" CNT. Y, claro, como no se percibía que ambas opciones finiquitaban por igual el legado del pasado lo único que quedaba era que unos militantes de la CNT (los del "otro" bloque) se empeñaban en destruirla. Esto clausuraba inexorablemente toda posibilidad de dialogo.

4. La tensa cotidianidad dentro de la CNT

Después de un primer año donde las energías se volcaron ilusionadamente en la construcción de los sindicatos, en la articulación de las diversas estructuras orgánicas, en la difusión de la presencia de la CNT, o en otras tareas por el estilo, y donde se disfrutaba enormemente viendo como crecían la afiliación y la militancia, o comprobando que se tenía la capacidad de incidir con éxito en algunos conflictos laborales como el de Roca por ejemplo, las tensiones dentro de la CNT fueron aflorando progresivamente hasta convertir en irrespirable el ambiente interno de la organización.

Estas tensiones pasaron por fases álgidas en repetidas ocasiones. En enero de 1977 por las repercusiones internas de la detención de los militantes de la FAI en Barcelona, en Julio de 1977 por las discrepancias que rodearon a las jornadas libertarias, entre septiembre de 1977 y abril de 1978 por la incapacidad de nombrar un nuevo Comité Nacional, en enero de 1978 por las repercusiones, internas y externas, del atentado de la Scala, en septiembre-octubre de 1978 por el desenlace de la segunda huelga de gasolineras, en mayo de 1979 por el cese del director de la Soli y la expulsión de militantes de los GAA (Grupos de Afinidad Anarcosindicalistas), y así hasta diciembre de 1979 por los fuertes enfrentamientos del V Congreso.

Lo cierto es que el éxito de afluencia a los actos públicos organizados por la CNT en el año 1977, así como los debates de las jornadas libertarias, o el éxito en septiembre de 1977 de la primera huelga de las gasolineras, ayudaron considerablemente a soportar unas crecientes tensiones que pasaron a protagonizar casi en exclusiva la vida orgánica a partir del atentado de la Scala en enero de 1978, acabando con las ilusiones y con el entusiasmo desbordante de los primeros tiempos.

El clima que poco a poco fue predominando en la CNT se caracterizaba por la exacerbación de unos conflictos fuertemente emocionales, centrados en enfrentamientos personales y en luchas por el poder orgánico, que hacían subir el tono inmediatamente impidiendo que se pudiese discutir ni dialogar pausadamente. El hecho de que el éxito inicial se debiese al fuerte valor simbólico de las siglas y al prestigio mítico de la organización propició que la actividad militante se volcase intensamente hacia la propia interioridad de la CNT multiplicando las ocasiones para los conflictos. De hecho, salvo contadas excepciones, no hubo propiamente confrontación de estrategias, de modelos o de programas, fueron, efectivamente, los problemas internos y los debates domésticos los que absorbían todas las energías de unas asambleas donde el absentismo de los afiliados dejaba finalmente las decisiones en muy pocas manos.

En un contexto donde se veían conspiraciones por doquier uno de los asuntos que mayores energías absorbía y que provocaba mayor desgaste era el choque frontal por el control de los Comités, aún al precio de establecer alianzas contra natura para conquistarlos o para desestabilizarlos, en un baile de constantes cambios de Comités que les restaba cualquier eficacia organizativa. Estas luchas por el poder orgánico conducían a crear unos escenarios típicos de la caza de brujas donde se multiplicaban las insinuaciones y las descalificaciones personales fomentando prácticas de indagación policíaca en el pasado militante de los compañeros o en su vida privada, sin rehuir el recurso a la difamación (Öque si tal militante se reúne secretamente con Martín Villa, que si tal otro perteneció a la Guardia de Franco, o que si no se sabe quien financia a un tercero que vive sin trabajarÖ). Este clima y estas prácticas fomentaban la proliferación de unos comportamientos violentos, que no dudaban en recurrir a las amenazas, o incluso a las agresiones físicas, imprimiendo a los conflictos internos una violencia y una exacerbación que les dotaba de una desmesurada fuerza destructiva.

5. Las Narrativas de la conspiración y de la traición 

Ni la heterogeneidad de las procedencias, ni la magnitud de las discrepancias, ni tampoco al carácter adverso de la nueva situación socio laboral bastan para explicar las fuertes convulsiones que agitaron la CNT ni el clima de extrema crispación que la caracterizó. El examen del tipo de narrativas que los dos bandos fueron elaborando durante el proceso de la reconstrucción (y que son por cierto extrañamente coincidentes en su estructura argumentativa) indica claramente que los problemas tenían otras raíces y eran de otra índole.

Es fácil comprobar que una de las dos narrativas enfrentadas se basaba en la denuncia de una conspiración permanente encaminada a desvirtuar y a traicionar la dimensión que dio a la CNT su idiosincrasia y su valor esencial, es decir su dimensión propiamente anarquista. Según esta narrativa esta conspiración pretendía vaciar la CNT de su dimensión libertaria y por eso promovía en su seno una implacable "caza al anarquista".

Por su parte, la otra narrativa denunciaba una conspiración simétrica donde el sectarismo ideológico y las actuaciones violentas o marginales se confabulaban para traicionar la dimensión que dio su grandeza a la CNT, es decir su dimensión genuinamente proletaria. Esta conspiración no pretendía otra cosa que vaciar la CNT de su dimensión de clase, y por eso orquestaba en su seno una sistemática "caza al no-anarquista".

Por supuesto, desde dentro de cada una de esas dos narrativas todo lo que provenía de la otra era interpretado inmediatamente en términos que confirmaban la existencia de una conspiración cuidadosamente diseñada.

La primera de esas dos narrativas reivindicaba la trascendental misión de impedir que los conspiradores (por ejemplo los "marxistas" camuflados) robasen el fuego sagrado (es decir, la mítica CNT y sus siglas) y se apropiasen sus poderes para ponerlos al servicio de sus propios fines. Pero la conspiración era polimorfa, también habría que impedir que otros conspiradores (Martín Vila, por ejemplo) que mantenían, por cierto, turbias relaciones con los anteriores, desvirtuasen o instrumentalizasen el fuego sagrado en pos de unos fines inconfesables Finalmente, después de que la numantina resistencia ofrecida por los guardianes anarquistas del fuego sagrado hubiese logrado impedir que este fuese robado o instrumentalizado, la batalla aún debería seguir porque los conspiradores intentarían ahora apagar ese fuego para neutralizarlo y volverlo inofensivo.

Si alguien piensa que estoy caricaturizando o exagerando le recomiendo simplemente que lea el folleto "Proceso político a la CNT" editado por la propia confederación y en donde se relatan, entre otros, los siguientes extremos. La Comisión Provisional nombrada tras la asamblea de Sant Medir estaba en realidad copada por jefes del vertical afines a Martín Villa, hasta que a finales de 1976 el Pleno de Catalunya corrige en parte el error cometido en Sant Medir, pero la mano de Martín Villa sigue estando presente en el nuevo Comité que sale de ese Pleno. Sin embargo, como la huelga de Roca demuestra que la CNT no ha podido ser controlada, el acoso a la CNT adopta ahora la forma de la represión con la detención en enero de 1977 de 53 militantes anarquistas en Barcelona. La caza al anarquista que se desarrolla a raíz de este hecho en el seno de la propia CNT provoca una crisis que se cierra con la elección de un nuevo Comité en el cual ya no figuran los emisarios de Martín Villa pero donde un infiltrado consigue ocupar la Secretaría General. El contubernio para instrumentalizar, neutralizar y, finalmente, destruir la CNT arranca por lo tanto de 1976 y pasa, entre otras cosas, por la creación de una estructura sumergida dentro de la organización (la "paralela") que trabajaba para conseguir nada menos que la "institucionalización de la CNT", es decir para convertirla en un instrumento del sistema.

Este folleto no constituye una manifestación aislada y atípica, recuérdese por ejemplo que Luis Andrés Edo declaraba a "Ajoblanco" en 1978 que si no se hubiese desbaratado los planes de ciertos sectores de la CNT, esta "Öhubiera estado en el Pacto de la Moncloa y hubiera aceptado la unidad sindical". Reacuérdese también el comunicado de la FAI de octubre 1977, en respuesta al documento "A todos los anarquistas", donde se ofrecía una pormenorizada descripción, que no tiene desperdicio, de toda la "mala hierba" que había en la CNT.

La narrativa que elaboró el otro bloque se atribuía la histórica misión de impedir que los conspiradores (tanto los anarquistas dogmáticos como los marginales y los violentos), arrebatasen a la clase obrera su legado más valioso, arruinasen sus esperanzas, y acabasen por destrozar su herramienta emancipadora más prometedora que no era otra en ese momento que la CNT. La visión que se ofrecía era tan dramática y tan maniquea como la que ofrecía el otro sector. En ella la FAI y el exilio maniobraban constantemente para el copo y el control de la CNT impidiendo cualquier renovación de sus estructuras y de sus planteamientos, bloqueando su desarrollo y apartándola de los centros de trabajo.

En un artículo publicado en Solidaridad Obrera de Marzo de 1977, Julio Sanz Oller, (pseudónimo de José Antonio Díaz) describía así la composición de CNT: "Desde los sindicalistas concientes hasta los folklóricos de la bandera negra y la A pintada en el culo, sin olvidar los marxistas libertarios, los "pasaos" de Ajoblanco, los malos copistas del situacionismo, algún ex MIL en vía de regeneración, una cierta gauche anarco-divine, los exilados que han parado su reloj en el 36". Desde esta visión queda claro que la CNT se encontraba en evidente peligro de vaciarse de sus referencias obreras y que su composición clásica, anclada en el mundo del trabajo, se había desvirtuado.

En definitiva, pero por motivos diametralmente opuestos, las dos narrativas situaban "la cuestión del anarquismo" en el epicentro de la problemática de la CNT. No es de extrañar por lo tanto que la actitud que debía tomar la CNT frente a la lucha violenta y al activismo de ciertos grupos anarquistas, así como ante la represión que afectaba a ciertos militantes anarquistas, adquiriese una importancia crucial polarizando buena parte de unos enfrentamientos azuzados por los Comités Pro Presos de CNT.

Desde una de las dos narrativas se exigía que la CNT expresase claramente su solidaridad con los detenidos anarquistas y asumiese incondicionalmente su defensa, considerando que quienes no lo hacían se estaban situando del lado de las fuerzas represivas y estaban evidenciando de hecho su beligerancia contra la dimensión libertaria de la CNT.

Mientras que desde la otra narrativa se reclamaba que la CNT se desmarcase de las actividades de unos grupos que le eran ajenos, como única manera de evitar que un aura de terrorismo y violencia alejase a los trabajadores comprometiendo la dimensión proletaria de la CNT.

En definitiva, si bien las diferencias entre las dos narrativas son llamativas también resulta evidente que les unía una profunda similitud y esto no puede extrañarnos. No en vano ambas tendencias compartieron el entrañable y anacrónico afán de querer reconstruir la CNT y se encontraron atrapadas por lo tanto en la misma espiral de éxito y de fracaso, de fuerza y de debilidad, dibujada por el entrelazamiento de las dos facetas del imaginario colectivo que dio vida a sus sueños a la par que los hizo añicos.

Publicado en Polémica, número 90, marzo 2007

El V Congreso de la CNT

El V Congreso de la CNT

Paco MADRID

En 1979 muy pocos conocían la historia del anarquismo en este país, pero fueron muchísimos lo que quisieron sacar provecho de la misma. No es que pretenda afirmar que el conocimiento de la historia nos va a ayudar a resolver algún tipo de problema, en especial los de carácter ideológico, pero sí que tengo la firme convicción de que únicamente rastreando nuestro pasado lejano y el más reciente podremos empezar a comprender lo que sucedió durante los años inmediatamente posteriores a la muerte de Franco y especialmente el bochornoso espectáculo que supuso el desarrollo del V congreso de la CNT.

Una de las principales preguntas que debemos hacernos es la siguiente: ¿en qué momento la CNT se arrogó la ortodoxia del anarquismo?; especialmente si tenemos en cuenta que en el carné confederal que se entregaba a cada afiliado, tras su reconstitución en 1976, se encontraban consignas como esta, “en anarcosindicalismo y el anarquismo organizado se rigen por la ley de mayorías...”, junto a otras muchas de igual o parecido tenor, lo cual es lo más contrario que uno pueda imaginar al espíritu que informa a la ideología anarquista.

Desde la implantación en España de la I Internacional a finales del año 1868 que, como ya es sabido, tomó un carácter antiautoritario, el problema de la organización fue una constante fuente de conflictos, pero al mismo tiempo sirvió de acicate para tratar de encontrar la fórmula que permitiera conseguir la máxima eficacia en la lucha contra el Capital y el Estado. Para el anarquismo el siglo XIX fue, en el plano organizativo, un laboratorio en el que se experimentaron diversas formas de estructurar la organización, tratando en todo momento de conseguir la máxima eficacia con el menor menoscabo a la libertad de los individuos que formaban parte de la misma. Los anarco-colectivistas quisieron edificar una estructura que fuera capaz de sustituir la organización capitalista y transformar la sociedad desde sus cimientos y proporcionarle un contenido anarquista; el problema es que este énfasis en la organización favoreció el desarrollo de una incipiente burocracia que acabó por hacer inútiles sus esfuerzos.

A mediados de la década de los ochenta del siglo XIX, la introducción del anarco-comunismo en España estimuló un nuevo concepto de la organización anarquista que posteriormente daría unos excelentes resultados. Los anarco-comunistas españoles desarrollaron, en las páginas de su semanario Tierra y Libertad, una incipiente teoría de la autoorganización que estaría en la base del desarrollo de los grupos de afinidad anarquista.

Pero lo que nunca hicieron los anarquistas, fueran cuales fuesen sus tendencias, fue sacralizar la organización hasta considerarla más importante que las ideas en las que ésta se sustentaba. Así observamos que la Federación de la Región Española (nombre que adoptó la sección española de la I Internacional), se transformó en la Federación de Trabajadores de la Región Española, recogiendo la experiencia de la anterior organización, sin duda, pero prescindiendo de sus siglas y adoptando otras. Lo mismo sucedería años después cuando se creó la Federación de sociedades obreras de resistencia de la región española.

De hecho, serían estos ensayos organizativos experimentados durante el siglo XIX los que propiciarían nuevos intentos a principios del siglo XX. Las teorías organizativas de los anarco-comunistas estuvieron en la base de la proliferación de los grupos de afinidad anarquista que se extendieron por la práctica totalidad de la geografía española y con la introducción de las teorías del sindicalismo revolucionario provenientes de Francia, se produjo un particular fenómeno simbiótico entre éstas y la peculiar organización de los grupos anarquistas. Esta simbiosis fue la que condujo algunos años más tarde al surgimiento de la CNT y la que le proporcionó su particular estructura organizativa y su eficacia, la cual funcionó admirablemente mientras esta simbiosis se mantuvo sin cambios apreciables.

Ningún historiador ha reparado en esta característica, si exceptuamos la interpretación de José Álvarez Junco, cuando afirmó que "la polémica anterior [sobre organización] no podía por menos de estar presente en el anarcosindicalismo, como lo prueba lo singular de su organización: su flexibilidad y espontaneísmo como principios, el carácter subrayado constantemente de confederación entre individuos y sociedades adheridas –siempre de abajo arriba–, lo reducido de las cuotas –prácticamente voluntarias–, la inexistencia de jerarquización, de burocracia, de disciplina ni de más obligación que la solidaridad", no obstante no alude en ningún momento a los grupos de afinidad anarquista, sin cuya singularidad organizativa hubiera sido muy difícil conseguirlo.

Por otra parte, en los momentos más críticos de la CNT y del movimiento anarquista, los que vivió entre el II congreso y el inicio de la dictadura de Primo de Rivera, es decir, los años álgidos del pistolerismo patronal, no fue necesario ningún organismo protector de la pureza ideológica del anarcosindicalismo para superar la crisis. Fue la red de grupos anarquistas y sus órganos de prensa los que impidieron que la CNT fuera absorbida por las estructuras autoritarias de los partidos marxistas. Especialmente los semanarios Redención de Alcoy, Espartaco y Nueva Senda de Madrid, con Moisés López y Tomás de La Llave, en coordinación con otros grupos. En efecto, en aquellos años los comités confederales (tanto el nacional, como el regional o local) debían actuar en la más absoluta clandestinidad y si algún miembro era encarcelado era sustituido inmediatamente por otro. Con la caída de los elementos más significativos, jóvenes militantes accedieron a los puestos de máxima responsabilidad. Cuando Evelio Boal, a la sazón secretario del comité nacional, fue detenido en marzo de 1921, se eligió para sustituirle a Andrés Nin. Por idénticos motivos Joaquín Maurín accedió al Comité Regional de Cataluña. Ambos iniciaron a partir de ese momento una política tendente a provocar un giro radical en la trayectoria ideológica de la CNT.

Como en una especie de intuición premonitora, Rafael Vidiella, a pesar de que algunos años después modificó su trayectoria ideológica, siempre conservó una profunda simpatía hacia el anarquismo, escribió sobre los peligros que suponía la ideología autoritaria en el campo abonado del sindicalismo, alimentado por la savia anarquista que tanto había hecho para dotarlo de una orientación espiritual adecuada con sus escuelas racionalistas, bibliotecas, prensa, etc. Aquellos con su disciplina uniformada, con su indiscutible dictadura, amenazaban convertirlo en una fuerza absorbente y tiránica, en donde el látigo ocuparía el lugar del libro. "Presos y perseguidos los anarquistas; clausurados los sindicatos en donde el verbo orientaba a la luz del día; suspendida la prensa en cuyas columnas debatíamos principios morales y filosóficos, se presta a que cualquiera, desde cualquier cuchitril, ensarte y promulgue sus Ukases. Bien claro encarece El Comunista la necesidad de que los pequeños calígulas invadan las organizaciones y hagan sentir el influjo del partido y su dictadura proletaria. A los anarquistas toca, pues, defender su obra de este nuevo peligro, elevando la conducta libertaria de los trabajadores, en contra de todas las tiranías y dictaduras, vengan de donde vinieren."

¿Cuáles fueron pues las circunstancias que provocaron un cambio casi imperceptible que finalmente destruiría casi completamente la interrelación entre la CNT y los grupos de afinidad anarquista? Probablemente concurrieron factores de muy diversa índole, pero en mi opinión el más importante fue la supuesta eficacia del bolchevismo. Efectivamente, la revolución rusa significó un fuerte impacto en todos los movimientos revolucionarios y el anarquismo español no podía escapar a esta nefasta influencia; de manera gradual se fue tendiendo hacia un incipiente centralismo que acabaría por desbaratar todos los esfuerzos que hasta entonces se habían hecho en la consecución de una organización eficiente, autónoma y federalista. La culminación de dicho proceso sería la plataforma de organización elaborada por Néstor Makno y Pietro Archinoff y conocida como Plataforma Archinoff.

La reconstrucción de la CNT tras la muerte del dictador era inevitable dada su trayectoria histórica y el prestigio que tenía entre amplios sectores del movimiento obrero y revolucionario; pero al mismo tiempo era también inevitable que resurgieran los viejos conflictos no resueltos, entre ellos algunas graves anomalías que no dejarían de producir efectos muy negativos en el proceso de reconstrucción. Entre estas anomalías, una de las más significativas fue el hecho de que el exilio anarquista y anarcosindicalista se constituyera como una regional más dentro del organigrama de la CNT, lo cual rompía una de las bases más firmes de sustentación del anarcosindicalismo (el internacionalismo) y generaba una situación de conflictos de imposible solución.

Si, como antes he afirmado, la reconstrucción de la CNT era inevitable, ésta no podía contar con el apoyo de los distintos grupos anarquistas que actuaban en muchas localidades, porque la mayoría de estos grupos se encontraban necesariamente bajo sospecha. De ese modo, en lugar de una fructífera simbiosis, se produjo una caza de brujas en el seno de la organización que generó el necesario confusionismo para que se llegara al V congreso con una CNT fraccionada en numerosos grupos de presión. A todo esto se añadía, por otra parte, un orden del día insólito, completamente inabarcable y por ende incoherente que acabó con las últimas posibilidades de dar un giro favorable a la situación creada.

En enero de 1920, pocas semanas después de finalizadas las sesiones del II congreso de la CNT (celebrado en el teatro de la Comedia de Madrid), el escritor y periodista Ángel Samblancat, republicano filo anarquista, publicó, en el diario España Nueva de Madrid, una serie de breves semblanzas de algunos de los personajes más significativos que tomaron parte en las deliberaciones del congreso, Ángel Pestaña, Manuel Buenacasa, Salvador Seguí, Eleuterio Quintanilla, Eusebio Carbó, etc., con el epígrafe común de “Figuras del Congreso Rojo”. El periodista, con su peculiar prosa llena de matices poéticos, ponía de relieve el enorme potencial ético de la CNT que la había convertido en la más poderosa organización del momento. Si ahora se hiciera lo mismo con las figuras más relevantes del V Congreso podríamos calibrar perfectamente el enorme abismo que se había abierto; este es en definitiva el cambio, porque las organizaciones están formadas por personas y son éstas las que le imprimen, en última instancia, su carácter.

Probablemente muchos militantes anarcosindicalistas, aún sabiendo de antemano el resultado del congreso, confiaban en que la fractura diera lugar al surgimiento de una nueva forma organizativa más acorde con los tiempos, pero lo único que se produjo fue un astillamiento de la organización que laceró aún más si cabe el cuerpo herido del anarquismo.

V Congreso de CNT. Madrid 8-16 de diciembre de 1979